miércoles, 24 de febrero de 2010

La historia de un poema de Bettina Ballarini











por Bettina Ballarini
(Colaboración especial para El Desaguadero)

… para Maracaná, que no conoce el desierto de Lavalle


Me gusta la propuesta de escribir la historia de uno de mis poemas. Al menos en mi caso, todo poema ha nacido de una experiencia vital y, más allá de cualquier retruque teórico sobre la distancia estética y el «yo» lírico, no sé escribir lo que no he vivido. Desconozco si eso me hacer mejor o peor escribiendo poesía o si, en fin, me hace poeta. Solo algunas experiencias de los sentidos –sobre todas las de los ojos y los oídos- me provocan el desafío que se concreta palabra.

Contaré la historia de un poema que no tiene título y que pertenece a Sin fundación mítica, un poemario sobre Mendoza -mi maceta más que mi tierra- publicado en 2003 por Libros de Piedra Infinita, emprendimiento editorial mendocino dirigido por Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi.

Antes que nada, quiero aclarar que desde niña amé el desierto y que no puedo dar un por qué razonable si a alguien se le ocurriera pedírmelo. Pero sí puedo reconstruir el origen de este amor. Tenía cerca de ocho años y los Reyes Magos me habían traído una de esas cámaras fotográficas que obtenían fotos absolutamente cuadradas. Una amiga de la familia nos llevó entonces a mi camarita y a mí por primera vez a la Fiesta de las Lagunas del Rosario en Lavalle.

El camino me resultó tan largo y polvoriento como si hubiéramos viajado propiamente por el Sinaí para cruzar a Egipto. Hasta esperaba ver la Esfinge con la nariz partida. Por aquel tiempo mi imaginación estaba llena tanto de películas sobre el Antiguo Egipto como de novelas de Julio Verne que me leía mi hermano, y quería ser arqueóloga o algo parecido para encontrar tesoros ocultos bajo la tierra. Por supuesto, documenté minuciosamente con fotos todo el camino y cada imagen que me sorprendía los ojos. Recuerdo que lo que más me impactó del trayecto fue que el colectivo corcoveaba y oscilaba a uno y otro lado por una brecha –que llaman picada- abierta en la arena y que algunas personas aparecían de la nada de entre los médanos de los costados y se subían al vehículo cargados con bolsos y niños en brazos. Yo preguntaba dónde estaban las casas, porque no podía ver ninguna construcción donde vivieran. Solo arena, guadal, arbustos y algunos algarrobos que salpicaban el paisaje y de los que colgaban unos extraños y abigarrados nidos que luego supe que eran de catas. Hasta que me señalaron una casa típica del desierto y casi se me fue un rollo de fotos. Paredes y techo tramados con ramas de arbustos y «chicoteados» con barro hasta formar una estructura compacta y flexible. Y la ramada, un techo de cañas como una galería, que da la necesaria sombra a la entrada de la casa y que es el espacio de reunión. También recuerdo que, desde aquella primera vez, siempre vi muy azul el cielo del desierto.

En el entorno de la que llaman la Catedral del Desierto, la del Rosario, una capilla colonial encalada y con puertas de algarrobo talladas a cuchillo, se celebraba la popular fiesta a la Virgen del Rosario. Cerca, bajo toldos de carpa, los famosos bodegones, sostenidos por palos irregulares y nudosos, los lugareños y los turistas comían asado de chivo, empanadas y bebían o bailaban folklore, o escuchaban a los tonaderos que floreaban a lo mendocino las cuerdas de sus guitarras o apostaban a una riña de gallos o a un partido de truco. Más allá, el cementerio con cruces de hierro forjado en arabescos y también talladas en algarrobo y adornadas con claveles de papel crepé. Todo el bullicio secular vibraba a la par de los sacros rezos y letanías a la Virgen. Fue mi primer encuentro con el desierto y con sus pobladores, muchos descendientes de huarpes según indicaban sus apellidos. El socavón de lo que había sido la gran laguna del humedal de Guanacache brillaba cubierto no de agua sino de gramilla. Algunas gallinas «belichas» picoteaban por allí mientras perros flacos las espantaban y luego se metían entre la gente.

Una mujer muy anciana, inclinado sobre un telar su rostro cuarteado de arrugas y sus dedos sarmentosos, tejía colores «chillones»: fucsia, amarillo maíz y verde. En la trama, iban apareciendo flores. Pregunté que por qué tejía flores si allí no había flores. Me dijeron que las sacaba de su alma. Algo que no he comprendido sino mucha vida después. La ansiedad fotográfica ya había agotado hasta mi rollo de reserva; sin embargo, esa imagen me ha seguido todo el tiempo. Lo mismo que la seducción del desierto.

Hace unos pocos años, tuve la oportunidad de realizar un proyecto de alfabetización para puesteros jóvenes y adultos de la Reserva de Telteca. Durante los casi tres años que duró, conocí muchas expertas tejedoras. Una, la del poema, Josefa, bordaba flores sobre su tejido ayudándose como molde con una cáscara de naranja que dividía en cuatro pétalos.

Ni las coloridas flores ni las jugosas naranjas se dan en el secano de Lavalle. Pero los telares siguen tejiendo la esperanza.



ESTA MUJER

no comerá en la mesa de los dioses
ni lucirá el collar de algún rito.
Bajo su diaria ramada de chañar
decidirá
luces, sombras, tatuajes
para la lana áspera
que da el desierto.

Sus dedos van a repetir
la danza sigilosa
de siglos de colores
saltando al sol.

Urdimbre. Vertiente.

El telar crece por los ojos.

Hace lo necesario
su esperanza.


Bettina Ballarini, en Sin fundación mítica (Libros de Piedra infinita, 2003)

jueves, 18 de febrero de 2010

Perdido: Borges rima con copyright



El escritor y famoso blogger argentino Hernán Casciari analiza el impulso y relectura que una serie de T.V. norteamericana, Lost, le dio a obras como la de Adolfo Bioy Casares, y además cómo la necedad proteccionista de la albacea de Jorge Luis Borges le impide al autor de «El oro de los tigres» deslumbrar con su poesía a nuevas generaciones de lectores de todo el mundo.

Borges se queda fuera de Lost

por Hernán Casciari


El año pasado, una serie norteamericana muy famosa hizo aparecer a uno de sus personajes leyendo una novela de Bioy Casares. La serie se llama Lost, y la novela de Bioy es La invención de Morel.

Con avidez, los fanáticos de la serie en todo el mundo averiguaron que la trama de esa novela argentina (bastante desconocida para las juventudes alemanas, norteamericanas y japonesas) se asemeja bastante a la trama de la serie: entre otras cosas, ambas historias ocurren en una isla donde el espacio-tiempo no es el que parece.

¡Ah, el rumor corrió a la velocidad de la luz! En menos de cuarenta y ocho horas, la librería virtual Amazon comenzó a vender copias de «La invención de Morel» como si fuera pan dulce en Navidad. De un puesto recóndito en el ranking, la novela de Bioy escaló en ventas y estuvo una semana entera en el casi imposible top ten de la lengua inglesa. Y de este modo fortuito, o quizás no tan azaroso, miles de muchachos de diversas lenguas accedieron a nuestra literatura contemporánea gracias a la televisión.

Recordé esta anécdota hace unos días, porque la misma serie de televisión acaba de tener otra relación indirecta con la literatura argentina. En este caso una relación trunca que me llenó de rabia.

Lo resumiré: la serie «Lost» comenzó esta semana su última temporada, y es tan enorme su éxito en cada rincón del planeta que se habla, y mucho, de un acontecimiento histórico. El canal que emite la serie en España (la cadena Cuatro) preparó una publicidad muy espectacular anunciando el episodio inicial.

El spot, que hace un paralelo entre la serie y el juego de ajedrez con el fondo de un poema del persa Omar Khayyam, gustó muchísimo en Norteamérica y se grabó uno idéntico en inglés, con la locución del actor Terry O´Queen, protagonista de la trama. Esa versión, la sajona, alcanzó en Youtube picos inusitados de audiencia, y la obra de Khayyam resultó muy beneficiada por la publicidad.

Hace un par de días, el creador español del anuncio comentó que su intención inicial no había sido usar el poema de Khayyam («todo es un tablero de ajedrez de noches y días, donde el destino, con hombres como piezas, juega») sino que él quería usar el soneto llamado «Ajedrez», de Jorge Luis Borges, que dice más o menos lo mismo pero de un modo superior:

«En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores».

Esas líneas tendrían que haber sido las protagonistas de una locución de off que recorre estos días el mundo, de oreja a oreja entre adolescentes y jóvenes que suelen leer más bien poco, y que se maravillan escasamente con aquello que no sea audiovisual.

Pero no fue así.

El director del video tuvo que recurrir a Khayyam en última instancia, porque el soneto de Borges no pudo ser usado «debido a implicaciones legales en los derechos de autor», según dijo. Y mi rabia tiene su centro aquí, en este punto. Es una rabia que ya lleva años.

Me molesta en el hígado que Borges tenga un dueño, y que además sea un dueño tan mezquino y torpe.

La Nación, Domingo 07 de Febrero, 2010


AJEDREZ


I

En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra,
Como el otro, este juego es infinito.



II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonía?


Jorge Luis Borges, en El Hacedor (1960)

sábado, 6 de febrero de 2010

El reportaje haiku: Un viaje con Yvan Conna


por Hernán Schillagi

Fotos y dibujo: Yvan Conna


Intro


La sección consiste en que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku) que están referidas a las tres características esenciales -según Matsuo Basho- del haiku japonés: en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión.

Yvan Conna, arquitecto y poeta nacido en New York en 1977 (aunque residente en Mendoza hace muchos años), publicó «Naufragios en la noche» (iRojo, 2008); en 2009 recibió del Fondo Nacional de las Artes una beca para talleres de capacitación en poesía. Pertenece al grupo literario LaMoledoraDeCarne. Yvan, en sólo tres preguntas, trazará algunas líneas de sus pasos en el plano poético de cada viaje.



1/En este momento

¿En qué consiste tu nuevo proyecto «Latinoamérica» y de qué modo se relaciona con tu primer libro «Naufragios en la noche»?


El nuevo proyecto trata de dar una mirada poética de Latinoamérica, un acercamiento con lo existencial de sus habitantes y el arraigamiento con el lugar. La posibilidad de profundizar en sus costumbres y modos de ver la vida, en sus esperanzas y sus demonios. Además exige cuestionar nuestra propia existencia, ya que es inevitable comprometerse cuando se está poniendo el cuerpo en una playa blanca o en la pobreza. Atravesar durante un par de días la selva colombiana o ser perseguido por las calles de Caracas, siempre son cicatrices que marcan. Llevo ya varios países recorridos, pero aún me faltan otros, lo que creo que me llevará algunos años completarlo.
Latinoamérica viene a ser la otra mirada de un trabajo ya realizado entre USA y Europa hace unos años atrás y que todavía se encuentra en las sombras bajo el nombre de «Exilios del corazón», con una dinámica bastante similar, donde fui con mi cuaderno dibujando y escribiendo por las ciudades durante un proceso de tres años. En aquel momento buscando las espaldas del glamour de las grandes ciudades, los clochards o homeless adueñándose como pueden de los puentes y subways, la existencia a cuenta gotas detrás de los edificios, un diseño urbano-arquitectónico que no los ampara. Pero en este caso la idea lleva más aun a lo humano, donde la realidad está expuesta a flor de piel, sin grandes estructuras o sistemas que los sostengan. Latinoamérica se presenta hermosa y lacerante, donde todo está por ser resuelto aún, incluso sus ciudades.

Probablemente no haya ningún tipo de relación con los «Naufragios en la noche», lo cual me haría muy feliz. Intento siempre hacer grandes despegues entre una etapa y otra. Lo hago con mi propia vida y por consecuencia intento que se refleje también en los textos. Siempre son distintos los temas que me movilizan. Los Naufragios son una biografía de la noche, un collage de pérdidas y rescates en años adolescentes. Una larga etapa que transcurrió en su totalidad viviendo de noche y en un mismo lugar.

2/En este lugar
¿Cuál es el efecto en la visión del que viaja (y escribe) cuando vuelve a su lugar de origen?

Fundamentalmente la capacidad de análisis. Poder alejarse de lo propio siempre lo hace más genuino en el reencuentro, menos cargado de lo cotidiano. Se va construyendo un filtro que comienza a dejar pasar las cosas diferenciadas. Se adquiere la capacidad de la comparación con un grado bastante avanzado de objetividad. La sensación de poder re-elegir la ciudad para quedarse es hermosa, ya no solo porque nos fue dada sino porque la seguimos prefiriendo con libertad. Me pasó en algún momento haber venido a Mendoza de vacaciones durante un mes, fue increíble la sensación de haber salido a caminar por las calles del centro con mi cuaderno y cámara con la intensión de hacer el mismo ejercicio que hacía en otras ciudades. Observé todo aquello que nunca antes había observado, me quedé durante varios minutos esperando el momento justo del ocaso para sacar una buena foto, mirando hacia arriba en una ciudad en la que normalmente no se mira hacia arriba. Quedarme en una esquina esperando a ver qué pasa con el remolino del agua en la acequia, son cosas que no hubiese imaginado hacer.

3/Una reflexión
En tus poemas hay una poderosa pulsión erótica ¿Cuáles serían los puntos de contacto entre el sexo y el lenguaje poético?

Sí, es cierto, ha habido una etapa muy marcada donde la pulsión erótica se abalanzó sobre los poemas. Tal como lo mencioné anteriormente, los temas que me movilizan van mutando según lo que esté sucediendo en ese momento en mi vida, por lo general son inevitablemente autorreferenciales y entonces puedo pasar entre uno y tres años enfocado en algo hasta que se vuela.
Creo que el sexo es algo que a todos nos moviliza desde lo profundo, nadie queda exento de las grandes emociones vinculadas a lo visceral y mucho menos de relaciones tan íntimas hasta generar abismos.
Con respecto al lenguaje, creo que es el que marca la gran diferencia, casi todos los escritores rozan en algún momento la temática; si no es que siempre, pero cada uno la atraviesa con un lenguaje poético distinto. Hay quienes prefieren la utilización de palabras o imágenes explícitas, otros que lo rodean con metáforas y entonces el modo de llegar es más sutil. En mi caso, tomo el sexo como un vínculo hermoso entre dos seres, un encuentro absolutamente existencial y psicológico, por lo tanto intento llevar el lenguaje a ese límite, donde la palabra encuentre el lugar que necesita para lograr transmitir tal intensidad.


4 poemas de Yvan Conna


Combate

Combatir el silencio

con un cuerpo desnudo.

Dormir sobre un pecho suave

y ser acariciado sin identidad.

Apenas el juego acaba

rendirse en la fatiga del sexo

cerrar los ojos

en la noche oscura.

Amanecer desconocidos

con otra soledad

despedirse

sin mas

que tengas buen día.

Catarsis

Catarsis del olvido

una marca efímera en la boca

en el tiempo que transcurre

tu sombra quieta

inequívoca

latente

va muriendo en el muro construido

van los pétalos cayendo como la noche

y la luz

va desapareciéndote.


Otros exilios

Un puente ínfimo

insostenible

los rostros afuera

una realidad de lucha y desconsuelo

putas

putitas

pobreza

adentro se está tan bien

tan Alemania abandonada años atrás

en busca de calor

lento y hermoso

paradisíaco.

Afuera hay muertes

colombianas.


Realidades

Había un pequeño patio

lleno de palmeras

lleno de un silencio oportuno.

En la calle las voces

se apoderaban de la tarde;

calurosa.

Entre ambas realidades

un tipo en un café

existiendo.


miércoles, 27 de enero de 2010

Una mirada desde abajo: «Ni jota» de Paula Jiménez


Ni jota, Paula Jiménez. ed. Abeja reina, Buenos Aires, 2008. Pról.: Claudia Masin. 64 págs.


por Cecilia Restiffo


Entre la poesía y el relato de una historia, en este intersticio se pronuncia «Ni jota», de Paula Jiménez. Las páginas anuncian cuatro partes o capítulos que describen los momentos de una infancia que vuelve en destellos hecho palabras : «El viento se alzaba fuertemente y nos dejaba caer una lluvia de recuerdos. Las nenas no entendíamos ni jota. Empapadas salíamos a la calle, como después de haber cruzado un río…»

El tono íntimo de la obra se entrelaza con el humor, en una cadencia que está marcada por la presencia constante de la letra jota, elemento mágico que -como un talismán encantatorio- juega dentro de la página y a lo largo de los poemas; a la manera de pulso en una sístole y una diástole que trasladan al lector por los diferentes escenarios presentados por una voz que juega a ser niña: «Jondo jondo cantaban todos juntos, venimos de Jranada. Y descorchaban vinos y los corchos pegaban en el techo y rebotaban después le caían a Juanita, la tía, en la cabeza…»

En el marco general de la obra de Paula Jiménez, «Ni jota» se erige como otra voz, una manera distinta de descubrir un mundo que en apariencia se deja percibir con la ternura de los primeros recuerdos, pero que poco a poco en la lectura descarna lo triste de la vida. Esto es presentado por un yo lírico que fusiona la inocencia, el humor y por momentos la mirada transversal que de un solo corte muestra la realidad cotidiana que duele y es inevitable. A pesar de la descarnadura, esa voz infantil acuna el dolor que sobrevuela el texto, este efecto se hace y se deshace; lo que logra que la historia que se cuenta vaya mezclándose con el devenir poético: «Las mujeres de antes se vuelven locas de amor o locas de madre. Tía Juanita era de todo un poco, parada en la punta de la mesa pasó la vida entera y parado sobre una sola pata el tero pasó su vida.»

Asimismo, el relato que se conforma a lo largo de los textos tiene por momentos una levedad que demanda al lector la mirada atenta, una vuelta al texto y a la obra como un todo, sólo de esta forma pueder asirse el sentido completo que la página a veces ofrece y a veces mezquina.

En uno de los últimos relatos, «Las cartas», la autora escribe: «Arma mía decía Juanita porque la ele se transformaba en erre, al revés que los chinos. Cuánto te quiero arma, y apretaba la barbilla de la niña. Y dentro de la caña el corazón vacío le disparaba la risa. ¡Ju!¡Ju! Palabras rientes de bambú ¡jaraja! La plenitud de nada era esa risa. Puro aire vivo, pero sin ton ni son…». Este libro, así, permite que el lector y el texto se emparenten en un recorrido que se anuda con la risa de la infancia, de una mirada extrañada ante un mundo hermoso y cruel a la vez.


Tres textos de «Ni jota», de Paula Jiménez



Debajo del jardín

Desde adentro, por debajo del jardín, en la trastienda del camino de la hormiga, la catacumba o el alma de la casa, desde allí mismo se gestaba el huracán, una fuerza centrífuga trayento al comedor los sucesos de los días. El viento se alzaba fuertemente y nos dejaba caer una lluvia de recuerdos. Las nenas no entendíamos ni jota. Empapadas salíamos a la calle, como después de haber cruzado un río.


Unos bombones

Como un sapo, un día el novio de la Tía me puso un pucho en la boca y fue encendido. Tosí con rapidez en lugar de decirle gracias, prefiero unos bombones. Tosí como si dentro de mí no hubiera espíritu para sacar afuera, lejos de la vida de Juanita yo no era más que una niña carrasposa. Un cuerpo manejable sin boquilla, como un monopatín.


Niña Bambú

Dame gordura y te daré hermosura, repetía. Juanita hablaba sola. No, Juanita hablaba por su lengua los sonidos que después reconocimos en la niña. Enseguida la supimos distinta de Juanita. Trae una caña bajo el brazo, dijo, y suena como su padre, mezcla de bambú y vapor de barco. Así la Tía dejó de ser la Tía para hacerse Mamá. Como si nos la hubieran robado.

lunes, 18 de enero de 2010

Los '90 en la poesía de Mendoza



Como acabamos de presenciar el fin de una década que aún no le encontramos un nombre que le quede bien (¿Los 2000? ¿Los ‘00?) y, a la espera de que alguien se arremangue para pensarla desde sus múltiples producciones poéticas, ofrecemos un fragmento del ensayo de Marta Castellino sobre la poesía de Mendoza en los agitados y ambiguos años ’90. Quizá sea el cable que conecte dos épocas donde la poesía comenzó a pronunciarse con un lenguaje diferente.


por Marta Castellino*


7.“Las malas lenguas”**

“Superhéroes del carpe diem”
(Patricia Rodón:
“Estado de percepción acrecentada / antiutopía”)


Ha llegado el momento de presentar a los “actores”, nucleados de un modo genérico bajo el rótulo del grupo que señaló un punto de inflexión en nuestras letras, si bien no todos participaron de igual modo en él.

La misma existencia del Grupo “Las malas lenguas” (y su denominación) [1], refleja una interesante marca epocal, con un sentido casi ritual y un propósito de incidencia en lo social, con características particulares en función de lo que señala García Canclini, en el sentido de que “hay un momento en que los gestos de ruptura de los artistas, que no logran convertirse en actos (intervenciones eficaces en procesos sociales) se vuelven ritos” ; ritos dotados de un cierto hermetismo que permite intensificar el sentido de pertenencia (los que son capaces de entender la ceremonia y los que no pueden llegar a actuar significativamente)[2].

Por “orden de aparición”: Pedro Straniero (1955) y su Beso mostaza (Ediciones Culturales de Mendoza, 1995); Adelina Lo Bue (1958), ya mencionada, con Línea de fuego (Marymar,1985) y sobre todo, Mapas (Ediciones Culturales de Mendoza, 1995); Patricia Rodón (1961), autora de Tango rock (1990, editado en 1998 por Editorial Diógenes), Ulises Naranjo (1965) y Big Bang (premiado por el Fondo Nacional de la Artes Región Nuevo Cuyo, con la primera mención en 1992; publicado por Ediciones Culturales de Mendoza en 1995); Rubén Valle (1966), que aporta dos poemarios: Museo flúo (Ediciones Culturales de Mendoza, 1996) y Los peligros del agua bendita (Diógenes, 1998); Luis Ábrego (1966), autor de Letanía beat (Diógenes, 1998); Carlos Vallejo (1967) y Postal en movimiento (Diógenes, 1998) y, finalmente, Fernando G. Toledo (1974) con su Hotel alejamiento (Diógenes, 1998). A esta nómina cabría agregar a otros, como Hernán Schillagi (1976), reciente ganador de una mención en el Certamen Vendimia, cuyo poemario El vuelo y la caída fue publicado luego bajo el título de Mundo ventana (2002) en los Libros de Piedra Infinita. Muestra de que la poesía mendocina vive y crece.


La mayoría de los nombrados, salvo Carlos Vallejo (abogado) y Lo Bue (médica) son periodistas de profesión, egresados de Comunicación Social, o “por opción”: provenientes de la Facultad de Filosofía y Letras (Straniero, Rodón y Naranjo) [3].

En general, predominan los poemas breves, en consonancia con esa línea que viene de los sesenta y busca una elaboración extrema del lenguaje que evoluciona hacia una brevedad que confiere singular valor al silencio.

Igualmente, se impone el versolibrismo como “una manera de transgredir la preceptiva convencional o una distinta respiración del verso que, sostenido por el ritmo interior, obedece a una lógica del pensamiento: el verso se quiebra allí donde lo exige la idea-sentimiento” (Villalba, 1997). Resulta llamativa, en cambio, la poesía de Luis Ábrego, en la que se advierte un esbozo de métrica regular y un ritmo de canción; como dice al respecto Ulises Naranjo en la contratapa del libro: “Hay una música propia en Letanía beat. No son palabras eléctricas, amuletos de estrellas. Son poemas de tres tonos, estribillos mutilados y finales sin aplausos: con silencios”, y agrega: “la palabra termina lo que empezó el rocanrol”, destacando lo que será otra característica saliente: la intertextualidad con el denominado rock nacional [4], particularmente con la obra de Luis Alberto Spinetta .

En cuanto a la unidad generacional en torno a una estética común, si bien el concepto mismo es negado por sus actores (“Uno siempre comete una especie de pecado al hablar de movimientos literarios”, dice Ulises Naranjo en una entrevista concedida a alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras[4]) el vínculo es evidente y estaría dado por algo a primera vista ajeno a lo literario en sí: el mismo Ulises Naranjo reconoce permanentemente una deuda, no ya con la literatura o aun con la filsofía, sino por esa aludida relación con la música: “En el caso de los escritores jóvenes ya no tiene tanta importancia la influencia literaria, ahora se conectan porque escuchan el mismo tipo de música. Las lecturas resultan mucho más ricas y variadas aunque extrañamente las coincidencias se dan a partir de los hechos musicales. Fue a través del rock que yo entré a la literatura” [5].

Como manifiesto del grupo vale precisamente lo que Naranjo expresa en la contratapa de Letanía beat:

Somos hijos de la música. No creemos en nada ni en nadie. Ni en nosotros. Y ya no conversamos de literatura. Preferimos un bar, una copa, un cigarrillo [...] Tampoco confiamos en el banderín del amor. Nuestra gloria: encajar palabras en el silencio y esperar a que pase el milenio sin levantar la mano para pasar al frente [...] Estos poemas son el instante previo a cualquier sonido. Están hechos de hueso y no habrá carne [...] Elevada la letanía, debemos entregarnos al silencio. No está mal después de todo. A esa altura, quedarse callado es signo de sabiduría.

En cuanto al contenido, los mismos títulos de los poemarios son significativos de esta estética común: Museo flúo, por ejemplo, plantea esa dialéctica posmoderna entre lo consagrado -estereotipado, inmovilizado- y algo emblemático de lo moderno (actitud que se repite en la absurda antinomia cine / cisne en referencia a la labor creadora). En realidad, toda la poesía de Rubén Valle muestra acabadamente algo que es común (con algunas modulaciones) a todo el grupo: esa visión desengañada, pesimista, de un mundo en que el amor es una mujer pintada, desnuda, prostituta o vampiro, en un adiós de sábanas arrugadas, mientras lo primitivo acecha “como un cazador oculto o un barrabrava entre saxos y blues bizarros” en una ciudad anochecida y sudaca, con música de tango o de rock en arrabales de ausencia.

El pasado pesa en la conciencia de un yo textual que descree de las falsas esperanzas sesentistas y vive aún como una herida abierta -latente pero no excluyente- el pasado inmediato. Ha acontecido el fracaso de todas las utopías, desde el “sueño americano” hasta la “era de Acuario”. Alienta en todo momento una sorda rebelión frente a todo intento totalizador y normativo, y en esta visión de “Apocalipsis naïf” aparecen mencionados distintos elementos e íconos del mundo moderno, en particular los relacionados con los “mass media”. No en vano el libro se abre con un canto funeral a la poesía (en la evocación del poeta Víctor Hugo Cúneo, que se inmoló a lo bonzo en nuestra plaza central). No es que el arte en este mundo posmoderno no tenga lugar, pero Picasso puede ser análogo a una mujer desnuda pintándose a orillas de un lecho y contemplándose en un espejo. En cuanto al poema como tal, algunos de sus notas características son la imagen textual de un poeta que mira -no ya “vidente” sino lente de una cámara fotográfica o filmadora-, la meditación sobre el silencio y el valor -cuestionado pero aún subsistente- de la palabra, en particular la poética. Finalmente, en relación con el lenguaje poético, mezcla distintos registros y no se muestra hermético salvo en algunas alusiones o imágenes cifradas que trabajan generalmente con la evocación de mundos artísticos ajenos (Borges, Cortázar, Neruda) o con algunos objetos o fenómenos erigidos en símbolo dentro del universo textual (girasol, eclipse, bitácora: idea de lo mudable, del dinamismo y del cambio) [...]


*Marta Elena Castellino es Doctora en Letras. Profesroa de la UNCUYO y directora del centro de Estudios de Literatura de Mendoza. Es autora de Fausto Burgos; su narrativa mendocina (1990); Una poética de solera y sol; Los romances de Alfredo Bufano (1995); Mito y cuento folklórico (2000); De magia y ottras historias; la narrativa breve de Juan Draghi Lucero (2002); Juan Draghi Lucero; Vida y obra (2005), co-editora de Literatura de las regiones argentinas I (2004) y coordinadora de Literatura de las regiones argentinas II (2007).

**Fragmento de «Música, palabras, silencio... Situación de la poesía mendocina en el fin de milenio», de Marta Castellino. Publicado en «Poesía argentina: dos miradas», Gustavo Zonana y Marta Castellino, 1ª ed.- Buenos Aires: Corregidor, 2008.


Notas

[1]Como caracterización el grupo, valen las palabras de una de sus integrantes, Patricia Rodón: “Las malas lenguas se formó y se organizó por el '88 u '89, según creo. Inicialmente lo integramos Teny Alós, Carlos Vallejo, Luis Abrego, Rubén Valle y yo [...]. Aparte de divertirnos muchísimo y de delirar, armamos una especie de programa sistemático para mostrar a los demás lo que se estaba escribiendo acá en Mendoza y agitar el ambiente de la poesía. En esa época éramos todos más jóvenes (estoy hablando de hace diez años atrás). La actividad del grupo consistía básicamente en hacer recitales cada quince o veinte días, en distintos lugares que íbamos consiguiendo. Invitábamos a participar del ciclo a otros poetas, que podían tener o no nuestra edad [...] gente totalmente disímil como Fernando Lorenzo, Carlos Levy, Adelina Lo Bue, Ariel Búmbalo, Juan de la Maza, los chicos del grupo ‘Artaud’, Andrés Gabrielli, Pedro Straniero y un montón de poetas que no estaban en nuestra franja generacional: Julio González, José Luis Menéndez, María Inés Cichitti. En los recitales participaron todos los poetas en actividad. Eso lo hicimos durante cuatro años. Distribuimos también una especie de boletín, una hoja suelta de poesía. Han quedado en ellas los testimonios de la producción, más o menos delirante, de cada uno. Cada poeta le hacía la gráfica que quería. Después nosotros le sacábamos fotocopia y la repartíamos. Contenían dos o tres textos del poeta que había leído ese día. El grupo actuaba como convocante, pero también, de vez en cuando, alguien se sumaba en la lectura. El que tenía ganas de subir al escenario, leía el poema que había escrito la noche anterior o ponía a consideración del público sus dudas sobre un texto determinado. Y, por supuesto, nunca faltaba el vino en las reuniones. Así agitamos el ambiente. En ese momento no me di cuenta de lo que estábamos haciendo. Pero después sí, a partir de trabajos en la facultad, o de comentarios de gente que viene y te dice: 'yo empecé a escribir, porque cuando fui a tal y cual encuentro de Las malas lenguas, vi que escribir poesía en Mendoza era posible'. Era una manera de acercar la poesía a la gente, de mostrarle que no estaba muerta, que no estaba sólo en los libros, sino también en la calle. Sólo había que ponerse, pararse delante de un par de personas y decir un poema". Víctor Gustavo Zonana. “Entrevista a Patricia Rodón”. En: revista La guacha, n° 11, Buenos Aires, agosto, 2000.

[2] Respecto del sentido de estos rituales, también afirma García Canclini: “reducen lo que consideran comunicación racional [...] y persiguen formas subjetivas inéditas para expresar emociones primarias ahogadas por las convenciones dominantes (fuerza, erotismo, asombro). Cortan las alusiones codificadas al mundo diario en busca de la manifestación original de cada sujeto y de reencuentro mágico con energías perdidas”. Ahora bien, esta ritualidad (rito sin mito) difiere totalmente de la de cualquier comunicación antigua o moderna: no hay un relato totalizador “que integre a una colectividad ni la narración autónoma de la historia del arte. No representa nada, salvo el 'narcisismo orgánico' de cada participante” (García Canclini, 1992, 46-47)

[3] Una breve reseña de las actividades de cada uno puede verse en: Marcos Zangrandi. "Renovación de la poesía mendocina en los 90". Mendoza, 16 de junio de 1999 (Inédito).

[4] “En la Argentina el rock nació como la idea de un viaje de descubrimiento o iniciación por medio de las cadencias deformes del rhythm & blues. El rock nacional crece en los '60 como esa emigración discreta y controlada hacia los paraísos imaginarios, de un mundo aludido y canonizado, entre otros, por la literatura de la generación Beat [...] Estos paraísos imaginarios, de corte existencial, mucho tienen que ver con la propia necesidad de sobrellevar una aventura iniciática y con la necesidad de ampliar a través del conocimiento sensitivo la experiencia individual, experiencia que posteriormente delimitará la estética de los años '60 y principio de los '70. Imbuido por movimientos alternativos como el 'flower power' y el 'Mayo francés' el rock argentino encuentra aquí sus primeros antecedentes”. Mauricio Videla. “Poesía del rock nacional”. En: Los Andes. 24 de octubre de 1999.

[5]Acerca de éste, apunta Mauricio Videla: “Luis Alberto Spinetta [...] delineará el inicio de una búsqueda literaria para construir una identidad propia para el rock nacional, con un nuevo centro temático: la ruptura de la literalidad y unidireccionalidad de la imagen (como las vanguardias artísticas de principios de siglo y en especial del surrealismo)”. La predilección de nuestros poetas por la obra de Spinetta se explica a partir de lecturas comunes: Rimbaud, Artaud, Foucault, que -según Videla- “permiten la creación de un misticismo escéptico generado en nuevos mundos, donde se desenvuelven y recrean ambientes oníricos que poco tienen que ver con las antiguas miradas románticas y con las estéticas simbolistas: la canonización de mundos internos en los que Spinetta encuentra las respuestas a su propia trascendencia”. (Videla)

miércoles, 6 de enero de 2010

Biblioteca El Desaguadero: Pájaros de tierra, de Hernán Schillagi

Para comenzar el 2010 -y el número 6- abrimos una nueva sección: la Biblioteca El Desaguadero. Libros de poemas completos en formato PDF para descargar. En esta oportunidad les ofrecemos la reedición de un libro que apenas hace dos años apareció en la Colección de Poesía Desierta de la editorial Libros de Piedra Infinita: Pájaros de tierra, de Hernán Schillagi. Sin embargo, como no dejamos de ser una revista de reflexión, la obra va acompañada del «recorrido de lectura» que Cecilia Resttiffo realizó el día de la presentación en setiembre de 2008.

HACER CLIC SOBRE LA IMAGEN PARA DESCARGAR EL LIBRO




Palabras pájaras
-Un recorrido de lectura por Pájaros de tierra-




por Cecilia Restiffo


Los restos de la escritura todavía vibran en el lector. De esta manera he cerrado el libro y con el espíritu revuelto protejo los rincones que quedaron vulnerables ante la intimidad de la palabra. El poeta, entonces, ha abierto un haz de luz que ilumina lo que a veces no queremos ver, es el verso y su música lo que impacta, lo que no deja respiro ni aun en los espacios. Así puesta como la noche -boca arriba- me dejo llevar por la lectura; dice el autor:

reto

quién decide los cruces
de este azar olvidado
de este destino desierto
de este pasado que late
en la vigilia de los sueños
de este mañana que pugna
por una voz quebrada
de tanto buscar
y mucho callar

el deseo la esperanza
el tiempo el abismo
el amor la palabra
el caos el infinito

quien decida
que se atreva



Este reto abre el juego de exploración, porque si nos dejamos llevar iniciaremos un recorrido íntimo, cotidiano, por distintos lugares que esperan abrirse a una nueva mirada, es así cómo siento que descubro -como por primera vez- lo que ha estado allí siempre. Habla el poeta:

ciudad cómplice


los puentes
y los pasos que les dan forma
la luz entre los árboles
el sol en las cabezas
en las calles en la tierra
la sombra es un refugio
para tanta claridad
para tanta realidad

cruzo
atravieso busco

callo

y la ciudad
no consigue nombrarte



Estos lugares que buscan un nombre son en definitiva los que guían al lector en este viaje que oscila entre el afuera y el adentro, la voz dentro del poema descorre el velo y a veces lo que queríamos olvidar vuelve a hacerse presente con el desgarro quieto de aquello que no ha pasado aún y se abre, como una herida, en la palabra:

larga distancia

sin espacio los que en el vacío logran
sabernos entre el frío y la sed
nunca pared siempre espada
cortante en la mano de otro
que no sea la sombra del niño fabulador
con sueños en los ojos en los pies
pisa pisuela y la ciruela
en la boca entre dulce y agria
la leche en la heladera
luz de luna sobre la manteca la mermelada

«todos a la mesa»

falta mi silla
familia
y mi lugar



Cada paso hacia adentro del poema conduce inevitablemente al recuerdo del lector, a la primera forma de hogar que es la memoria, una zona de espera y esperanza en la que guardamos lo que somos, lo que soñamos; es esa memoria la que se evoca en el poema, que -como un espejo- nos refleja el silencio de la contemplación:

los dominios de la memoria

hasta qué punto la memoria nos elige
en su poder de murallas abiertas
pero soñamos ser nosotros
los que rompemos sus postigos
los que encendemos sus faroles
los que corremos el telón sin escenario
para un público que quiere cerrar los ojos

hasta dónde representar la obra
de un hombre que escribe mensajes
y los cuelga en las ramas de un ciruelo
aunque luego confunda sus palabras
con las flores tan blancas de silencio
tan frías de sangre

y los aplausos ciegos no tardan en crecer
en aplastar su cosecha muda

hasta qué momento
la memoria no es ese fruto negro
con una promesa dulce en la carne
y con un agrio recuerdo en las entrañas


Esta memoria, este fruto dulce y agrio a la vez trajo hasta mí un recuerdo: el recuerdo del artista, la imagen de aquel que busca en la piedra la forma armoniosa de la belleza, que late en cada golpe de cincel; así como el poeta, que lucha por recobrar la palabra, que entre sus manos se prefigura temerosa a veces, a veces provocadora pero siempre indefectiblemente esquiva. Éste es el poeta, el que trabaja el silencio, el que esta noche nos abre su obra, su trabajo, su razón de ser:

poema

ya en mis manos
siento el peso de haber sostenido
tanto silencio desbocado
tantas lágrimas merecidas
tanto barro en los ojos
tanto odio en los labios
tanta fe en la mentira

ya mis manos
se liberan
de palabras y de clavos
que delatan esta cruz

jueves, 31 de diciembre de 2009

El Desaguadero / Número 5


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Donde confluyen la nueva poesía y la reflexión


ENTREVISTAS


Ulises Naranjo y su documental sobre F. Lorenzo,
por Fernando G. Toledo


NOTAS Y ENSAYOS

Éramos tan inéditos,
por Hernán Schillagi

La poesía como última noticia,
por Hernán Schillagi


EL REPORTAJE HAIKU

Facundo López y su moledora de palabras,
por Hernán Schillagi


LA HISTORIA DE UN POEMA

Resistencia,
por Claudia Masin


INFORMES Y CRÓNICAS

Una maleta cargada de lluvia,
por Paula Seufferheld

Las lecciones del destino,
por Sergio Pereyra


NOTICIAS Y ADELANTOS

Una antología que dará que hablar: prólogo de Promiscuos & Promisorios,
por Dionisio Salas Astorga


RESEÑAS CRÍTICAS

La invasión de las «antojolías»,
por Fernando G. Toledo

Aquel que ayer nomás decía…,
por Gastón Ortiz Bandes

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Entrevista a Ulises Naranjo

«Su obra maestra es toda su obra»

Fernando Lorenzo, Luis Ábrego y Ulises Naranjo.


por Fernando G. Toledo


No es lo mismo tener noticia de Fernando Lorenzo que haberlo tratado en persona. No es lo mismo leer, hoy, sus poemas perennes que recorrerlos a pie con las plantas de su voz. Por eso Ulises Naranjo, poeta y periodista mendocino, además de amigo del recordado Fernando, ha intentado reunir esas dos maneras de conocer al autor de Segundo diluvio. Y el modo que ha encontrado es a través de un documental, que se llama Fernando Lorenzo, extranjero en su tierra, y se estrenó recientemente en Mendoza.
El retrato de Fernando es, justamente, el de un poeta omitido por quienes están fuera de un círculo más o menos reducido de amigos, conocidos, familiares, lectores ocasionales y algún que otro académico. Por lo demás, su suerte ha sido mucho más aciaga que la de otros escritores locales: no tiene ni la popularidad de Armando Tejada Gómez, no goza de la reverencia mítica que se cierne sobre Jorge E. Ramponi ni resuena su nombre con aire a canon como sucede con Abelardo Vázquez o Ricardo Tudela.
Naranjo propone en el documental una especie de expedición de rescate. Una expedición relacionada, incluso en lo «externo», con lo que es su pasión personal: el montañismo. Por eso las imágenes iniciales son las de un niño llevado de la mano por un hombre, quienes inician un camino en subida por un terreno precordillerano. Hacia allá viajará Naranjo (poeta en guardia) para recopilar entrevistas, datos de rigor, las canciones compuestas con su hijo y archivos fílmicos en pos de descubrir y revelarnos que, desde la propia perspectiva del poeta (una entrevista a poco de su muerte que Naranjo realizó en donde Lorenzo trabajaba como corrector), Lorenzo siempre fue un escritor hacia adentro, de esos que en sus novelas, cuentos, obras teatrales y sobre todo poemas, esquivó las luminarias (ilusorias o reales) de cualquier notoriedad.
Ulises Naranjo entiende que ese carácter callado de Lorenzo, sumado a la desidia acostumbrada del mendocino para con sus artistas, hacen que Fernando siga siendo, como quien lleva una condena, un extranjero constante.

El solitario
–¿Por qué la figura de Fernando es la de un «extranjero en su tierra»? ¿A qué se debe el «olvido» de su obra?
–Tiene que ver con una conducta muy mendocina: soslayar u olvidar a personas que dejaron grandes aportes para la cultura de este pueblo. Además, vos lo sabés, Fernando era una persona tan culta como discreta, tan sabia como alejada de los gustos populares. Fernando no fue el gran Tejada Gómez; su camino es distinto, más íntimo, menos transitado, más solitario y menos recompensado. Fernando Lorenzo vivió y murió como un extranjero en su propia tierra.

–¿Qué hizo de Fernando uno de los grandes escritores de Mendoza? ¿Cuál es su obra maestra y por qué?
–Su obra es compacta y su discurso, definitivo. Fernando Lorenzo trató con extremo esmero a la palabra: la cuidó hasta que se hizo y grande y después la levantó con un carácter de existencia perdurable. Y con ella también delató lo absurdo del mundo y algún puñado de cosas que merecen ser salvadas. Su obra maestra es toda su obra, por esto de ser compacta. La intensidad de su poesía se condice, por ejemplo, con la pregunta por la vida que brota de su dramaturgia. Fernando levantó una cosmovisión, una integridad, a fuerza de la palabra.

–Uno de los momentos neurales del documental es la entrevista que le realizaste a Fernando en la redacción de Diario Uno, poco antes de su muerte. ¿Cómo creés se veía por entonces la figura de Lorenzo y cómo creés se la ve ahora? ¿Ya era un extranjero?
–Fernando siempre fue un extranjero: por propia elección y por determinación del entorno mendocino. Este hecho, creo, no logró menguarse por la profunda admiración de que gozó de parte de los jóvenes escritores de entonces, como Patricia Rodón, Luis Ábrego, Rubén Valle, Pedro Straniero, Adelina Lo Bue o incluso sus compañeros del grupo literario El Aleph. Fernando en Mendoza nació extranjero de Mendoza y él mismo lo dice en la entrevista.

–¿Cómo fue la experiencia de trabajar en un formato como el de documental?
–Lo he trabajado en los últimos 16 años de mi vida. He investigado y escrito guiones y montajes en casi veinte documentales y he co-dirigido uno con Carlos Canale. Esta vez, me largué a la dirección solitaria, pero con la edición de Verónica Gai y Carlos Canale y la producción general de Francisco Gabrielli.

–¿Cuál será a partir de ahora el recorrido de la película sobre Fernando?
–Una primera y gran noticia es que Cultura de Mendoza se ha comprometido a publicar su obra escrita. Habrá que seguir ese proceso y apoyarlo. Respecto del documental, la intención es que llegue a la mayor cantidad de personas posibles. Yo estoy disponible para eso.

–Suponiendo que pueda creerse en esa promesa del Gobierno, ¿te sentís responsable, sentís que esto surge gracias a tu película?
–No quiero obviar el hecho de que el documental y la respuesta del público fue el disparador de la decisión oficial, pero lo cierto es que la obra de Fernando Lorenzo es tan nutritiva que resultaba llamativo justamente lo contrario: el hecho de que no se la hubiese editado aún.

–¿En qué escritores actuales se detecta el «legado» de Lorenzo?
–Creo que Patricia Rodón sintetiza una mirada mayor a partir de las candelas que dejó Fernando. Y noto búsquedas paralelas o similares en la poesía de Julio González y Carlos Levy. También se nota su impronta en dramaturgos como Sonnia De Monte. Íntimamente, ya como escritor, espero haber aprendido yo mismo algo de él.

Poeta al acecho
–Dentro de poco se cumplirán 15 años de la edición de tu único libro de poemas, Big bang, que fue presentado justamente por Fernando Lorenzo. ¿Cómo ves hoy ese conjunto de poemas?
–Me siguen representando y siguen manteniendo en pie mi decisión de no volver a publicar un solo poema hasta que ese texto sea parte de una búsqueda mayor, diferenciada y que represente un aporte real. Si así no son las cosas, no habrá publicaciones poéticas.

–Recuerdo haberte oído decir hace mucho algo así como que directamente «no eras más» poeta, cosa que resultaba rara venida de quien no sólo se preocupaba por «poetizar» desde cuentos y notas periodísticas hasta los epígrafes de las mismas, sino que era nombre referencial de cierta generación poética por entonces. ¿A qué se debió ese «dejar de ser»? ¿Ya dejó de dejar de ser?
–En Big Bang se plasmó una búsqueda poética de 15 años intensos. Cientos de poemas quedaron reducidos a 50, con aquello que más me desvelaba de la experiencia de escribir poesía: obtener un bloque conceptual que se explicara a sí mismo, sin discursos paralelos. No he vuelto a sentir eso ni estoy buscándolo deliberadamente, por lo que mi futuro poético es más que incierto.

–Y a propósito de lo mismo, ¿has seguido escribiendo poesía en verso o en prosa? ¿Tenés proyectos de alguna publicación?
–Escribo, siempre escribo, pero no tengo proyectos editoriales. Tal vez en algún momento, el año que viene o el otro, tenga que revisar esta actitud. O tal vez no. La literatura goza de buena salud por afuera de mis dudas.

–Decime brevemente dos cosas, una «mundana» y otra «poética» que hayás aprendido de Fernando Lorenzo.
–Mundana: su manual de estilo para seducir señoritas... Poética: No publicar un libro a menos que sea estrictamente necesario...

---

Video con fragmentos de Fernando Lorenzo, extranjero en su tierra




Ficha técnica:
Investigación, guión, entrevistas: Ulises Naranjo. Producción General: Francisco Gabrielli. Edición para Estudio Exagrama: Verónica Gai y Carlos Canale. Cámaras y sonido: Carlos Canale. Música original: Ramiro Lorenzo. Poemas: Fernando Lorenzo. Arte Digital: Marcelo Tobares. Diseño Gráfico: Javier Zarzavilla. Material de archivo: Familia Lorenzo, Carlos Levy, Patricia Rodón, Luis Abrego, Cheli Díaz Araujo. Dirección: Ulises Naranjo.


Un poema de Fernando Lorenzo

Tumbas
Tumbas están abriendo a pala, señora mía, noche.
¿Ves? Son para nosotros. Para el último asalto.
Hemos sobrevivido hasta aquí y el horror que gotea
nos hace amar la muerte que lavará los ojos.
Llegará a tiempo la guerra. Seremos
esa mesa tendida a los caníbales, ese mantel piadoso
y el vino alzado. Moriremos.
Tumbas están abriendo a pala, señora mía, noche.
¿Persistirán nuestras sombras a la luz de la lámpara?
¿Persistirán los ojos de mi abuelo de Asturias?
Ay, noche, señora mía,
mi añadidura,
en tus altas alfalfas yo creí en el amor
como el deshielo del instinto que hace un lago en la altura.
Moriremos.
Moriremos bajo atroces bengalas sin ruido, sin ruido,
que abrirán en el cielo.
Inmerecida mano defenderá, ya tarde,
los ojos y la boca.
El clarecer, entonces, llegará más oscuro que la muerte.


Este poema fue publicado por primera vez en la hoja Tiburón Amarillo (Mendoza, abril de 1997).

lunes, 14 de diciembre de 2009

La poesía como última noticia

Producción fotográfica: Cecilia Restiffo


por Hernán Schillagi

La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente…

Joaquín O. Giannuzzi

(en Señales de una causa personal, 1977)

Cada domingo a la mañana, un ritual urbano y pedestre conecta a miles de personas: levantarse a leer el diario mientras unos mates destapan las cañerías de nuestros cerebros dormidos. Ese día los periódicos son bien diferentes, vienen más voluminosos con su cargamento de revistas dominicales, suplementos infantiles y análisis sesudos de la opereta política y económica semanal. Es decir que toda la familia se informa a su manera.

¿Pero cómo era esta práctica cotidiana en un pasado remoto? Si bien la crítica debate hace más de cien años el modo en que surgieron los «cantares de gesta» (Collin Smith vs. Menéndez Pidal), se sabe que hacia los siglos X al XII un juglar se apersonaba en una plaza castellana y –a voz en cuello- hacía gala de una memoria prodigiosa para cantar/contar determinados acontecimientos sobre campañas militares, acciones de guerra, hazañas de héroes enormes como el Cid Campeador o Carlomagno. Su finalidad, por tanto, era informar al público medieval con breves composiciones en verso, los llamados «cantos noticieros», que sin exageración se podrían comparar con las actuales notas periodísticas, crónicas policiales o gestas deportivas.

Sin embargo hoy, la parafernalia informativa ofrece flashes cada media hora onda TN, actualizaciones instantáneas en Yahoo, 24 horas de noticias en unos 5 canales de cable, lectura de las portadas de los diarios en la radio y más y mass. En síntesis, «demasiada información», como decía Duran Duran, para poder hacerle frente a la realidad con la cabeza clara y atenta.

Es por eso que ahora, las mañanas me encuentran con la pava a punto y con tres o cuatro libros de poemas sobre la mesa. Contrariamente a lo que se cree, leer poesía no es una abstracción y mucho menos una evasión de la vida cotidiana; de todos los medios de comunicación que existen, la lírica es el que más necesito para conectarme con mi entorno, para cargar de electricidad mis antenas, para saber que no puedo aceptar el mundo tal como se me presenta. Un poema es una herramienta aguda para poder observar las profundidades de aquello que nos quieren ocultar o volver confuso los «otros medios» de (des)información. [1]


«Escribir poesía es un acto de amor/ se escuchó a mediodía por la radio», anunciaba el poeta Luis A. Villalba hace unos años; entonces muevo el dial más cerca en el tiempo y oigo un pronóstico de Bettina Ballarini en La cantina del alba que me alerta: «Si en la madrugada/ ella fuera nuestro jardín secreto/ entonces/ sin duda/ sería mejor que lloviera/ mientras esperamos el tiempo/ diluyendo con las manos/ todo nuestro desolado naufragio.» Un doble click en apariencia inocente me sorprende: «A la luz del celular escucho los grillos./ Precoz desperté en el sueño/ y caminé por la ciudad mía,/en el bar mío me senté a tomar./Vi en mi cielo despejado/ una raya de humo que gritó mi nombre» (Leonardo Pedra, Nunca fui tan feliz como cuando era dark).

Con este modo de lectura no quiero etiquetar a los poetas como meros periodistas reproductores de contenidos «massmediáticos». La poesía nos entera, nos abre los ojos de una manera que –sin perder cierta ingenuidad- vuelve nuestras pestañas mucho más filosas, nos transforma –sin más- el ADN para que la sangre nos circule a otro ritmo ante el esnobismo atolondrado y la pereza creativa.

Quizá por eso, una corresponsal mendocina en Buenos Aires nos avisa: «Todo es distinto/ bajo la superficie:// el movimiento lento/ y la luz que reverbera en el fondo/ mezclada con el agua// Imágenes de un mundo/ todavía sin formarse» (Marta Miranda, Nadadora). También desde Córdoba, Daniel Mariani en El ático nos muestra el dolor de la memoria de una infancia incompleta como una pequeña y bella tragedia: «Después de quitar sus rueditas/ la sostuvo/ cuidadosamente/ desde el asiento. / Pedaleá, dijo./ Y corrió detrás de mí/ hasta que me soltó de golpe/ y anduve solo.// A veces caigo/ cuando miro hacia atrás./Ya no hay nadie.» Es el momento cuando entra el móvil de San Juan y Damián López trae las últimas noticias de La otra cara de la almohada: «Si este insomnio es puro capricho/ rincón del hastío en el que ejercito la desgracia/ entonces, cerrarles el mundo de traslamirada/ resulta un viento ajeno y desganado/ un escape hacia la nada.»

Por lo tanto, toda lectura poética se vuelve sospechosa para una sociedad que espera que C5N le avise si puede salir a la calle; ya que en los datos que proporciona un poema están los anticuerpos que identifican y neutralizan las bacterias que nos quieren mantener más controlados y adocenados. Por eso más que nunca la poesía está en riesgo: los poemas se han convertido en formadores de opinión.

¡Último momento! Laura Lovob desde La casa de la abeja declara: «en el piso de enfrente/ apagaron la luz, si el mundo/ no va a estallar/ debería buscar algo que encender…»[2]


[1]Aquí reformulo y amplifico un párrafo del arte poética que me pidieron para «Promiscuos&Promisorios. Antología de la poesía en Mendoza para el siglo XXI». LunaRoja, 2009.
[2]Los poemas citados en orden de aparición son:
«Córdoba VII», de Luis A. Villalba, en Hoteles baratos (Diógenes, 1999)
«I», de Bettina Ballarini, en La cantina del alba (Jagüel, 2007)
«Dark». de Leonardo Pedra, en Nunca fui tan feliz como cuando era dark (Carbónico ediciones, 2008)
«Camina por el borde», de Marta Miranda, en Nadadora (Bajo la luna, 2009)
«Bicicleta», de Daniel Mariani, en El ático (Ediciones del Copista, 2009)
«VI», de Damián López, en La otra cara de la almohada (El andamio ediciones, 2007)
«En el piso de enfrente», de Laura Lovob, en La casa de la abeja (Gog y Magog, 2007)

jueves, 3 de diciembre de 2009

La invasión de las «antojolías»

«Antología» significa, etimológicamente, «colección de flores».
Aquí, la pintura Las flores del mal, de Miguel Oscar Menassa.

El autor ofrece aquí una versión más amplia de una nota publicada el domingo 29 de noviembre en Diario UNO y que, por razones de espacio, no pudo incluir más desarrollo en algunos de los análisis
.


por Fernando G. Toledo


«Detesto las antologías» suele decir, con cierto énfasis, un amigo poeta. Su aversión tiene muchos modos: detesta leerlas, detesta lo que representan y lo que aportan. Pero son, piensa, un «mal necesario», y eso quizá haga que deba convivir con ellas y su aborrecimiento recrudezca.
El sentimiento de este amigo ha aflorado últimamente, por razones curiosas. Y es que este año, después de una larga sequía, han aparecido cuatro antologías de poesía mendocina, una verdadera anomalía editorial que vale la pena analizar y que permite de a ratos contradecir y de a ratos acompañar a este poeta en el sentimiento.
Antes de avanzar en el breve análisis del valor de estos cuatro volúmenes, hay que hacer unas advertencias: este que firma está incluido, como escritor, en dos de ellas. Y en una, Promiscuos & Promisorios, aparece como «consejero editorial», cargo que en realidad ha consistido en aportarle al verdadero antologador algunos panoramas, nombres y estéticas de la lírica viva de hoy en Mendoza, habida cuenta de su experiencia como editor. Hecho este «blanqueo», venga también una promesa de imparcialidad en los comentarios que siguen.

Sólo poesía
Comenzamos con dos antologías de poesía a secas, es decir, las dos antologías que reúnen sólo textos poéticos sin combinarlos (de manera desafortunada, en nuestra opinión) con textos narrativos u otros lenguajes estéticos.


La ruptura del silencio, subtitulado «Poesía mendocina contemporánea», es un libro de 197 páginas coordinado por Jorgelina Basile y Diana Starkman y prologado (presentado) por esta última, apasionada por la poesía local e impulsora de diversos ciclos que desde la DGE se realizaron en 2008 y 2009 en sendas ferias del Libro locales. Dicho libro, que se distribuirá gratuitamente en las escuelas, tiene un afán casi de inventario y pretende ser herramienta para los docentes. Según el prólogo de Starkman, está dirigido entonces a la «comunidad educativa» y a «los que disfrutan de la cercanía de un libro»: claro está, apuntamos, que estos segundos no tienen por qué no estar incluidos en los primeros.
La impresión y el diseño de La ruptura… son modestos [1]. Lo que importa es lo de adentro, se dirá. Y allí lo que parece faltar es un criterio, o mejor dicho, un criterio homogéneo: 27 poetas entre éditos, inéditos, jóvenes y viejos, incipientes y consagrados comparten páginas desigualmente (algunos ocupan muchas, otros pocas). Ese criterio impreciso juega en contra y acentúa ausencias, en especial las de Raúl Silanes, Julio González, Luis Villaba y Marta Miranda [2].
En cuanto al ordenamiento, los poetas aparecen en orden alfabético, pero ese ordenamiento clásico, se diluye con el desorden no menos clásico en otros sentidos: hay poetas con biografías kilométricas pero construidas con nimiedades, hay otros con biografías brevísimas que dejan gusto a poco; las fotos no son nada buenas y en casi todas, los rostros de los autores aparecen deformados (como si hubiesen sufrido una especie de «modiglianismo»). ¿Lo mejor de La ruptura…? El rescate de algún que otro poeta que mantenía un largo silencio (el caso puntual de Juan de la Maza) [3].


Promiscuos & Promisorios (ed. Luna Roja), al revés de La ruptura…, gana según la medida del círculo preciso que traza. Dionisio Salas Astorga ha seleccionado a 14 poetas nacidos «entre el ’60 y el ’79», y si bien despista un poco la convivencia de éditos con inéditos, el antologador se hace cargo de la elección con un prólogo excelente, que describe el paisaje de autores que recorre, relaciona el presente con el pasado y se parapeta mirando al futuro, haciendo honor a parte de la leyenda que acompaña el nombre de su libro: «para el siglo XXI».
El reparto de las 158 páginas es equilibrado [4], se incluyen fotos de autores acompañadas por biografías y artes poéticas y el diseño es a la vez sobrio y de buen gusto, amén de algunos recursos que sacrifican claridad por estética.
El prólogo, arriba mencionado, por ejemplo, es legible (desde el punto de vista del diseño gráfico) pero menos que los propios poemas: dado que se trata de un texto sesudo y argumentativo, habría sido de agradecer que se apostara también a la claridad en ese sentido; lo mismo puede decirse de las citas o referencias al pie [5].
En líneas generales, Promiscuos & Promisorios sin embargo cumple mejor sus propios objetivos: es una antología precisa, representativa, ordenada, plural y bien editada [6]. Tiene epígrafes que ejercen de directrices literarias (una especie de ars poetica del compilador) y, además, inaugura una editorial que ya promete dos nuevos libros: Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI) y Quién dice que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI).

Mejunjes
Las otras dos son verdaderas antologías de la «mezcolanza», como si ya por su naturaleza estas compilaciones no lo fueran.

Policronías II repite la experiencia de 2007, en que el departamento de Las Heras reunió sus poetas en un bonito libro que ahora tiene una segunda parte. Se combinan aquí poemas con relatos, y hasta con reproducciones de dibujos y pinturas de artistas lasherinos.
La impresión y la edición generales son excelentes, casi se diría un lujo, fuera del toque kitsch de la tapa [7]. Los escritores hacen su propia presentación, larga y tendida, y dejan sus direcciones de contacto: una buena idea, que aparecía germinalmente en la primera edición, y que ahora deja sentado un precedente de verdad para imitar.
Pero en cuanto a lo escrito, el nivel es muy desparejo: hay muchos autores muy incipientes, y se nota tanto que están haciendo, muchos, sus primeras armas que al terminar la lectura sobrevuela en algunos casos la sensación de que ha sido imprudente llevar a la imprenta varios de esos textos. Junto a esto, el renombre y la calidad de los artistas plásticos elegidos (entre ellos, Alfredo Ceverino, José Scacco y Roberto Barroso) resulta un contraste brutal en comparación con los escritores. Eso sí, no se explica más que por el «figuritismo» que el antologador, Fernando Adrián Flores, vuelva a aparecer entre los antologados. Un detalle: el prólogo es del intendente Rubén Miranda, y no merece mayor análisis.


Desertikón, finalmente, tiene una «pata bonaerense», ya que aparece por el sello Eloísa Cartonera, fundado por Santiago Vega (Washington Cucurto) y elaborado, a medias, con material juntado por cartoneros: en este caso, la edición de interiores es convencional y de gran calidad, y a ella se le adosa un cartón deliberadamente tosco pero que permite mantener el «look cartonero», al menos en lo externo.
En Desertikón, antología de poesía y narrativa mendocina contemporánea, el verdadero mejunje que significa juntar 25 autores entre narradores y poetas se atenúa por un afán de combinar cierta común estética (difusa), de una vertiente supuestamente antilírica [8]. Pero eso mismo se arruina con la presencia de ¡seis! prólogos a cargo de los antologadores-antologados, la mayoría rimbombantes y vacuos (excepción hecha por el de Leonardo Pedra, claro y conciso, y algunas líneas del de Darío Zangrandi) [9].
Sorprende que justamente se predique en estos prólogos que el volumen representa a las «literaturas marginales», a «una literatura otra», a «ese margen» (que se asume propio de Eloísa), y en ellos abunden el vicio del artificio y las acusaciones enunciadas y no fundamentadas, sea contra «las políticas culturales», la SADE, la Facultad de Filosofía y los mass media, que da lo mismo [10]. Además, que se construya una paradoja: el lamento por la «otredad» no se justifica desde el momento en que si esa antología recoge algunas voces y no otras, provoca el mismo efecto que dice combatir.
A propósito de otra frase de los prólogos, hay algo que no encaja si se pretende publicar este libro «desde ningún poder». Dado que el concepto de «poder» no es unívoco, ¿a qué poder se referirá? Porque «hablar desde ningún poder» es una apariencia: ¿o acaso no hay un poder ya instaurado de parte de quienes consiguen editar un libro? ¿No presupone un poder el tener la posibilidad de contactar a un escritor de renombre como Cucurto, organizar presentaciones, y a través de un sello que ha tenido difusión notable en los mass media? ¿No lo es editar en una editorial que tiene una página web propia, es capaz de alquilar un local (con el poder económico que da la organización de una cooperativa) y que además esté pronta a tener uno propio?
Valen la pena dos apuntes más: el prólogo de Eugenia Segura (el que mencionábamos) afirma, como dijimos, que Desertikón supone un enfrentamiento y un intento de cumplir con lo que no se hace desde esferas oficiales, si es que interpretamos bien la frase «desde acá escribimos, contra la aridez de políticas culturales abocadas exclusivamente al guión de la Fiesta de la Vendimia». Pero resaltemos que la propia Segura está incluida en La ruptura del silencio, libro editado precisamente por la Dirección General de Escuelas del Gobierno de Mendoza (poder político) y del que participa como colaborador incluso Gastón O. Bandes, compilador de Desertikón [11].Nunca está de más está decir que este prólogo desafortunado de Segura [12] no empaña su poesía: una buena cosecha han resultado tres de estos cuatro libros para leer algunos de sus textos, y así, de la autora pedimos, con irreverencia de lectores, se apure la edición de Herencia china, su segundo libro [13].
Por último, y volviendo al contenido de Desertikón, observemos que también reparte de manera desigual las páginas para los poetas, en un libro sin índice y con no menos desiguales mini-biografías al final del volumen.

Antojos
Entre el debe y el haber, sin embargo, ¿qué queda de estas cuatro antologías? [14] Al parecer, un retrato impreciso y monstruoso, como un cuadro de Francis Bacon, que al menos deja constancia de que la escritura, sobre todo poética, en Mendoza está lejos de secarse en este desierto silencioso, y que ni los «antojos» de los antologadores («una antología es una antojolía», opinaba Juan Ramón Jiménez) harán algo, por ahora, en contra o a favor de ese lápiz que justo ahora, quizás, comienza a llenar el papel con el flaco alimento de un verso.

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Notas:

[1] En algún momento se dijo que la edición de
La ruptura... iba a estar confeccionada con tapas duras, pero la dureza de las tapas finales dependerá acaso del concepto de tal cosa que tenga cada uno.
[2] Sí en cambio aparece Jorge Sosa, quien ha publicado varios libros de poemas aunque no suele ser mencionado como referente de la poética local. Si
La ruptura... logra reivindicarlo como tal es algo que merecería ser objeto de otro artículo.
[3] Juan de la Maza sí ha sido un referente para algunos poetas, no sólo de sus generacionales, sino otros más jóvenes. Entre los primeros está otro de los incluidos en la antología, como Rubén Vigo (desconocido para quien esto firma hasta la aparición del libro). Entre los segundos está Rubén Valle, quien compartió algunas experiencias editoriales con De la Maza.
[4] «Equilibrio» se corresponde aquí con el término «equidad», en el sentido de que a los autores les corresponde un número parejo de páginas para cada uno.
[5] Aparecen, sí, en
Promiscuos & Promisorios erratas muy comunes, como la repetición del título del poema en la misma página.
[6] La virtud de representatividad de esta antología tiene mucho que ver con su pluralidad. Asimismo, su «orden» tiene que ver con su «buena edición».
[7] Una de las
Proserpina de Dante Gabriel Rosetti es el centro de la ilustración, cuestión que resulta un poco oscura a la hora de hallar una relación con esta antología lasherina. Además, el sello de la Municipalidad de Las Heras (declaración de interés educativo de la DGE, incluida) está puesto con un autoadhesivo, aunque con mucho cuidado, es cierto.
[8] Nos permitimos usar el concepto de «antilírica» en sentido amplio, aplicado incluso a la prosa. Muchos de los textos tienen temáticas y estilos cuya principal referencia podría ser el propio Santiago Vega. Pero ello no puede aplicarse a los textos de Débora Benacot, Eliana Drajer o, especialmente, Eugenia Segura, quienes no rehúyen en absoluto a la lírica, en especial esta última. En los poemas de Claudio Rosales, a pesar de alguna terminología y el uso de habla coloquial, también subyace cierto lirismo que, por esa combinación, le otorga mayor interés a su poesía.
[9] Algunos ejemplos: «Con pala y pica de alquimista y chupayas de lector herbolario, se empiezan a seleccionar no tanto raíces subjetivas, nervaduras estilísticas o frutos maduros, como semillas multisensoriales, texturas vivientes que conecten (al texto) con la lengua, el cuerpo, la política, el deseo y la cultura, de modo que con ellas nos sea posible hacer llover en medio de la sequía: chamanismo urbano, conjuro político contra la sed. Ah, el problema de las literaturas marginales: soledad, aislamiento, polvo costumbrista, estupidez flaubertiana, el artista como lugarteniente o pelotudo número uno» (Gastón Ortiz Bandes). Otro: «Antologogente que media comunera; y con la cartonera oportunidad ahí , claro. Qué mansas noches ! : atinando o no, pero pillos a la hora de elegir el contenido del envasado. Y a veces E. nos cocinó pastas. Una tarde de sábado L. hizo un asadito… , ese día :manso calor loco» (Claudio Rosales). Otro: «Con que: en el haciéndose hubo Ensayos, amplios, blandos, inesperados, Traiciones a la tradición y el escepticismo, la Hiperlegibilidad de la experiencia cutánea, y mucho Explota-explota-que-expló, explota nuestro corazón. Agüita y azúcar en la olla de campaña de ésta, la escuela del pedemonte (...) El profesar directo, sin rebotes /ensimismada/: la lengua al mismo tiempo, sin antenas /babélica/» (María García).
[10] Veamos esta línea: «Al mismo tiempo, una Facultad de Filosofía y Letras controlada por el catolicismo siniestro -cómplice de la dictadura y sicaria del neoliberalismo- conserva sus momias de lenguaje por deshidratación a secas». Nótese cómo la Facultad (¿el edificio, sus alumnos, sus profesores, sus rectores, sus decanos, sus secretarios, sus trabajos de investigación? ¿Los actuales, los de antes? ¿Todos, algunos?) representaría cosas terribles para Segura, justo el antro académico en el que, por ejemplo, se formaron al menos dos de sus antologados: Benacot y G. O. Bandes.
[11] Débora Benacot, Eugenia Segura, Eliana Drajer y Claudio Rosales participan en tres de las antologías aquí reseñadas.
[12] Hay también un error de concepto: Segura dice en su prólogo que a
Desertikón sólo la precede una antología de editorial Colihue y «una antología temática de Alfaguara, organizada según criterios regionalistas: Mitos y leyendas cuyanas, de 1998». Sin embargo, Mitos y leyendas cuyanos (tal el nombre correcto) no es una antología, sino un libro escrito específicamente a partir de una premisa de esta editorial, que consistía en escribir relatos de ficción inspirados en las leyendas regionales (¿por qué «regionalistas»?). Si nos atenemos al significado etimológico de «antología» (colección de flores), digamos que en Mitos y leyendas… no se recogieron flores del campo crecidas por allí, sino que se plantaron específicamente ciertas variedades para conformar un cantero particular.
[13] Segura y Rosales son dos de los poetas de los que más textos pueden leerse en
Desertikón. Quizá eso influya en una mejor valoración de sus poemas, que resultan, gracias a eso, y a juicio del que esto escribe, los mejores del volumen.
[14] Marcelo Neyra, autor de uno de los cuentos más sexualmente explícitos de Desertikón, tiene una opinión muy elogiosa de esa antología, que invitamos a leer haciendo clic aquí. No nos animamos a considerar lo mismo de la opinión de Luis Álvarez Quintana, dado que el filo de la ironía con que corta sus elogios parece que hace que éstos no sean tales. Otros autores locales se han manifestado de manera privada sobre las ideas que expresa esta columna al autor de la misma, en términos elogiosos algunos y algún otro con evidente enojo, suponemos, dada la cantidad de argumentos
ad hominem vertidos en sus misivas.