lunes, 23 de noviembre de 2009

Historia del poema Resistencia



(Colaboración especial para El Desaguadero)

Un poema, pienso, empieza a escribirse mucho tiempo antes de llegar a convertirse en palabras. ¿Es de palabras un poema? ¿O es una cierta intensidad, un halo que guarda en sí la calidez del último día de un verano vivido hace muchos años, la aspereza de la textura de la piedra que -de chicos- solíamos llevar apretada en la mano, la frescura de las aguas verdes y doradas de una laguna, cuyo contacto aún nos estremece como si el cuerpo guardara tesoros que salen a la luz en el momento en que algo -una caricia, una presencia, una imagen apenas entrevista- los llama?
«La grandeza del verdadero arte –escribe Proust– consiste en encontrar, volver a captar, hacernos ver aquella realidad lejos de la cual vivimos, de la cual nos apartamos más y más a medida que adquiere más espesor e impermeabilidad el conocimiento convencional con el que la sustituimos, aquella realidad que podríamos morir sin haber conocido, y que es simplemente nuestra vida».

Resistencia es el nombre de mi tierra natal. Siempre pensé que si el modo de ser nombrado determina una posición en la vida, haber nacido en un lugar llamado así no podía resultar inocuo. Y de hecho me dediqué a escribir, que si no hubiera sido un acto de supervivencia, podría también ser pensado como un acto de resistencia. ¿Ante qué? quizás ante los poderes de la fealdad y de la muerte, del dolor y de la estupidez, que siempre están ahí, agazapados en nosotros, porque necesitan, para existir, de toda la fuerza vital de la que carecen por sí mismos.
Resistencia, este poema, nació en las largas horas de las siestas de mi infancia. Para las personas que habitan en las grandes ciudades, la siesta es un momento inexistente. Pero para mí, que nací en una pequeña, es el tiempo más hermoso y más pleno: el tiempo en el que la vida pareciera suspenderse, aletargarse a un punto tal que el mundo, con sus urgencias y sus demandas, se va apagando lentamente. ¿Qué queda entonces? La luz y el silencio. Y cuando digo luz digo: un resplandor crudo, deslumbrante, insoportable, que obliga a guarecerse bajo techo o bajo la fronda de los árboles del jardín. Este poema está hecho de esa materia: el calor y la luz de las siestas de verano vividas a la sombra de un árbol, en el jardín de una casa en la que todos duermen.

«¿Cómo es tu ciudad natal?», me preguntaron muchas veces, «¿es tal como está descripta en tus poemas?». «Resistencia» -debería quizás responder- «no es para mí una ciudad sino mi infancia». Y como dice Bachelard, «toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo». La poesía, según creo, nos da la posibilidad de construir, sobre las ruinas de lo efectivamente sucedido, aquello que debería haber ocurrido y no ocurrió. Nos permite recuperar no lo perdido, sino lo deseado. Escribir, para mí, es un viaje. Es volver, una y otra vez, al lugar en el que todo comenzó. En mi caso, a una de esas siestas de hace tantos años en las que –sin yo saberlo– este poema, y los muchos que vendrían, ya se estaban escribiendo, silenciosos y tercos, en mi cuerpo tendido al sol.





Resistencia

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra.
Montañas de utilería para que cuando llueva,
el río, en su crecida, no invada nuestras casas
y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución
de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener
al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia
tenemos para qué levantarnos cada mañana:
quien tiene a qué temer ya no está solo.
Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia
amarillas. Nos sentimos impermeables
cuando caminamos por las calles, cómplices
como sobrevivientes de un desastre secreto.
Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches.
Los chicos soñábamos con la amistad del agua,
salir descalzos a la invasión, cada gota
un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos
tras las trincheras, cristales dibujados al vapor
con nuestros nombres. Casa del agua.
¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto.
Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes,
una miniatura olvidada en un estante.
Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría
animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho.
Por la música que despedían de sí al ser dichas.

¿No es más importante preservar la belleza que la especie?.
Zarparía en silencio hasta que la tierra
se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio.
¿Noé sabría de su audacia al huir?. Soldado que huye
sirve para huir de la próxima batalla.
¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino
- a lo sumo- presumir bajo el alero?
¿Y si la crecida de las aguas no existiera?
Un mito. La fundación de algo. De una ciudad: Resistencia.
Construida para ofrecerse a un ataque imaginario,
a una corriente asesina que no existe. Acuario seco
en que los peces sofocados resistimos
hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto
que en las guerras se venciera por un arte sutil
de resistencia.

Claudia Masin, en Geología (Nusud, 2001)


* Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Desde 1990 vive en Buenos Aires. Es escritora y psicoanalista. Tiene cinco libros de poemas: Bizarría (1997, Nusud, Buenos Aires), Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura del Gobierno Argentino; 2001, Nusud, Buenos Aires), la vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid), Abrigo (Bajo la Luna, 2007) y El secreto (Antología 1997-2007. Ed. de La Paz, 2007).

jueves, 12 de noviembre de 2009

Éramos tan inéditos

O cómo publicar sin libro



por Hernán Schillagi

Ayer nomás, llevar unos escritos al papel, esperar que la imprenta convirtiera -en un pase mágico- nuestro pequeño hato de ilusiones en un libro era al menos un acto monumental. El «esfuerzo mancomunado» entre el autor y la editorial siempre era digno de destacar en las presentaciones. Ni hablar cuando una revista literaria solicitaba a un poeta en ciernes algún escrito y como a los 6 meses lo veía publicado, para alegría de la abuela y alguna tía, pero con errores. Así y todo, estos pasos en la penumbra iban sacando al poeta joven de su estado de oscura ineditez.

Sin embargo en estos tiempos, la situación ha mutado. Los poetas que no tienen un libro como soporte de su obra entraron sin aviso en una metamorfosis, cuya forma difícilmente sea reconocida con la palabra «inédito». La tecnología 2.0 ofrece, entre otras cosas, la posibilidad de tener un espacio virtual en menos de 5 pasos; donde los poemas, microficciones, anécdotas, diarios íntimos, fotos, videos y hasta la biblioteca de Alejandría tienen entrada. «A falta de papel, buenos son los blogs», dice Patricia Slukich en una nota reciente. Pero ¿es sólo por el alto precio de una edición convencional que los poetas eligen los blogs para expresarse?

Las ediciones de poesía rara vez superan los 500 ejemplares. Se sabe que con este número nuestros nietos tendrán con qué taponar sus puertas cuando por fin se derritan los casquetes polares. Pero en realidad, las tiradas son mucho más cortas. Las hay de 50, 100 y 200 libros, o por pedido. El riesgo es grande y los lectores pocos y hasta desconfiados. ¿Quién es éste que me quiere vender un libro tan chiquito al precio de una entrada de cine?, se preguntará más de un «consumidor». Por el contrario, un poeta blogger se encuentra hoy con una realidad mucho más auspiciosa. Tomemos, por caso, el ejemplo de una lectora porteña de El Desaguadero, Paola Ippolito. Su blog personal de poesía y relatos tiene más de 100 seguidores repartidos en todo el país, Latinoamérica y España; y cada vez que «cuelga» un poema a la semana unos 50 lectores le han comentado, con mejor o peor criterio, su texto. Pero con la edición tradicional de un libro, quizá sólo la hubiesen leído su familia, amigos y algún conocido. Todos con un dejo de forzada piedad.

La poeta Irene Gruss se queja con razón por el tema de posicionarse rápidamente como escritor gracias a las nuevas tecnologías: «En esto veo una diferencia acentuada con la generación anterior, que tuvo que pagar un gran derecho de piso para acceder a publicaciones. Me pregunto qué pasará con esa política de la inmediatez dentro de algunos años, cuál será su trascendencia», inquiere con firmeza. Está bien su postura, pero como decía la canción fuimos «héroes por una vez». Aunque no para siempre. Todavía persiste en nuestro recuerdo cuando con Cecilia Restiffo nos pasábamos noches enteras plegando y engrampando hojas para una revista literaria en la Facultad de Filosofía y Letras, o cuando caminábamos por todo el centro para conseguir apenas dos auspicios, ya que el resto salía de nuestros magros bolsillos de estudiantes. No obstante si hubiesen existido en los ’90 los medios digitales de la actualidad, jamás hubiéramos dudado en utilizarlos.

También Santiago Llach nos avisa: «Lo mejor que le pasa a la poesía argentina lo hacen blogueras, fotógrafos y narradores (…) ¿Dónde están los mejores poemas actuales? Posiblemente en breves posts en prosa que se descubren saltando por los blogs». Sin embargo va más allá el escritor, ya que reflexiona que todo lo que se publica virtualmente es poesía, menos los poemas: «La poesía viene mal cortada» Todo un signo de los tiempos.

Por lo tanto hoy publicar en papel (ya sea en libros, revistas, demos, antologías, ¡¿plaquettes?!) ha dejado de ser un valor, al menos como se lo consideraba en el siglo XX. No me atrevería a pronunciar en la actualidad que bloggers como Paula Seufferheld, Sergio Pereyra (redactores de esta revista), Bibiana Poveda y Débora Benacot –que aún no han visto impresos sus primeros libros individuales- sean autores inéditos. Sus escritos se van construyendo, interviniendo y haciéndose a la vista de todos, ¿qué es, entonces, más «público» que eso?

Al mismo tiempo, la arbitrariedad de la materialización de un libro es dejada de lado por la maleabilidad de lo virtual. El escritor tracción a tinta muy pronto deberá desviar la mirada de las complacientes pelusas de su ombligo, porque en realidad son los lectores los que han cambiado, los internautas que «surfean» por la web, como dice Beatriz Sarlo, sin profundizar en las aguas de los discursos electrónicos. Sin embargo, ¿qué lector de los «antiguos» leía un poema e inmediatamente le escribía una carta al autor? La opción «comentarios» en los blogs invita a los visitantes a reflexionar, a criticar y proponer cambios. ¡Se acabaron las jerarquías poéticas de marfil!

«Siempre se dice que cada nuevo ‘movimiento artístico’ debe crearse también un público ‘nuevo’ que pueda consumirlo. El público ‘viejo’ nada puede hacer con él», proponen Ana Mazzoni y Damián Selci en Poesía actual y cualquierización. ¿Será tan así en la red de redes? La brevedad del género lírico posibilita un acceso atractivo y fácil de asimilar. Tal vez algunos sigan apostando nada más que a la calidez de las páginas, miren de soslayo la incandescente pantalla y acusen a los neopoetas de virtualizarse por conveniencia y de entrar en el juego de intereses posmoderno.

Por el momento, sólo sabemos que la poesía vio luz y subió.


Algunos poemas blogger


HA LLEGADO LA HORA DE NACER

Una letra camina, violácea, enmudecida.
Se ilumina ante el silencio
que desata su cuerda.
Se transforma.Mutación aparente.
Ha llegado la hora, el tiempo de la audacia,
de ser y subsistir al desafío
del blanco papel entristecido.

Te exhortan los relojes a que nazcas,
y mueras y reencarnes en una y mil palabras
que laten bajo tierra,
plagadas de humedades,
afiebradas de anónimos excesos.


Tu máscara se agrieta de tanto renacer
y vuelves a ser letra sumisa por un rato,
violácea en un coágulo de sombras...
hasta que te despierten.


Paola Ippolito

*

DISTANCIA III

Como ese telegrafista
escucho sonidos largos y cortos.
La plegaria de tus palabras
se aburre antes de rozarme.

Y el telegrafista quiere irse
dejar de convertir ruidos
en rayas y puntos
terminar su té
salir
descansar su vista
en un árbol frondoso
o en la indiferencia
de dos palomas que comen
en el andén.
Quiere ajustar su bufanda
respirar hondo
treparse al frío de la tarde
llegar a su casa alta
y mirar cómo un rayo
corta los hilos de la estación.

El telegrafista y yo
sonreímos otra vez.
El fuego nos encuentra liberados
antes de irnos a dormir.

Paula Seufferheld, en Proyecto María Castaña

*

SOLO A VECES

no hay espinas
sabe bien el fruto
es suave el cielo de octubre
y amable la canción

a veces el camino
puede ser plácido

a veces
caminar y deslizarse
se confunden.

Sergio Pereyra, en Planeta Sergio

*

PERPETUA


Los muertos,
más en paz
-igual de muertos-.

Los monstruos
-como siempre-
vivitos
nefastos
impasibles.

Débora Benacot, en Caramelos en el frasco

*

SENSATEZ

imposible permanecer. lo más estable son las nueces que esparzo en los peldaños, para escuchar cuando se va lo que no acaba de subir.
estas ardillas despellejadas, entre la silla turca y los vapores de añejos disturbios, me susurran dentro de las cáscaras que soy una repudrición
de todas mis sensatas intenciones.

Bibiana Poveda, en Vía Pruna

domingo, 1 de noviembre de 2009

Una maleta cargada de lluvia: Crónica de Viajero inmóvil

Crónica de la presentación de Viajero inmóvil, de Fernando G. Toledo.
San Martín, 9 de octubre.


[El amor] «es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente.»
Francisco de Quevedo.


Principio de incertidumbre

En general, esta cronista tiene en su mente «el guión»-como dicen los lingüistas- de lo que puede ser la presentación de un libro de poesía. Ha asistido a algunas y nunca falta la mesa cubierta por un inefable mantel oscuro, el micrófono, cantidades exorbitantes de agua (¡por favor, que alguien me cuente si ha visto deshidratarse a un poeta!), la iluminación tenue, el acompañamiento musical grabado o, en el mejor de los casos, «en vivo», el ritmo cadencioso y expresivo del recitado del artista y el público silencioso que pocas veces está seguro de cuándo aplaudir y cuándo no, como sucede en los conciertos de música clásica.

La presentación del último poemario de Fernando G. Toledo, Viajero inmóvil, destruyó el guión de la que escribe por completo. La noche del 9 de octubre, en el salón del Concejo Deliberante de la Municipalidad de San Martín, esta cronista fue testigo, junto a un centenar de personas más, de una performance «luminosa» a pesar de la obligada oscuridad que fue un elemento escenográfico imprescindible en el espectáculo. Pero no nos adelantemos, también las crónicas tienen un «guión» y entre sus basamentos está el respeto por el orden cronológico de los hechos.

¡Qué comience la función!

De poeta a poeta. Hernán Schillagi, entrañable amigo de Toledo y co-director junto a éste del sello Libros de piedra infinita, es quien abre el fuego aportando algunos datos esenciales del libro mismo y su contexto: primero, Viajero inmóvil es el cuarto poemario de Toledo luego del premiado Secuencia del caos; segundo, el texto tiene un valor agregado: el exquisito prólogo de la poeta Claudia Masin y los diseños e ilustraciones de Romina Arrarás; tercero, la edición del libro no hubiese sido posible sin el aporte de la Municipalidad de Rivadavia, tampoco esta presentación podría haberse realizado sin el apoyo de la Municipalidad de San Martín (la cronista agrega: esta es la verdadera coparticipación municipal). Finalmente, esta obra no es ningún viaje inmóvil para Libros de piedra infinita que con este nuevo capítulo, avanza un tramo más en su largo camino de 14 textos editados.

Luego de estas menciones y agradecimientos necesarios, Schillagi anticipa algo del contenido del texto formulando una pregunta esencial: ¿por qué el poemario se llama Viajero inmóvil? Título extraño. Oxímoron. Viaje a ninguna parte. Pero, ¿a dónde? El poeta da pistas precisas: «un hombre decide ir detrás de una mujer amada y perdida […], antes de dar el primer paso, descubre que el avance se le vuelve imposible porque así crearía una nueva distancia».

El protagonista. El salón se oscurece completamente, el músico y periodista Ramiro Ortiz realiza con su guitarra una magistral improvisación acústica a partir del tema Stationary traveller de la agrupación Camel. En una pantalla comienzan a proyectarse imágenes de un recorrido rural. Un hombre entra en escena, lleva puesto un perramus azul y carga una enorme y pesada maleta. Sabina canta en su tema Mujeres fatal «hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia» y con ello elabora, probablemente, una de las más logradas metáforas sobre la tristeza densa. ¿Este hombre también llevará lluvia en su equipaje? A medida que su voz febril desande los versos de sus poemas, comprenderemos que la respuesta es afirmativa.

A esta altura, la cronista está un poco confundida, ya dijo al principio que su guión «presentación poemario», en esta oportunidad, no le servía. Ahora se enfrenta a un nuevo dilema, ¿quién está en el escenario?, ¿el poeta o su personaje? Como hace habitualmente cuando asiste a una pieza teatral, la que suscribe, decide firmar un pacto de ficción: frente a ella no está el poeta Toledo sino un viajero desencantado. Tampoco ella y el público son simples espectadores, sino mudos testigos de su inútil travesía.

Mientras vemos en pantalla un paisaje de campo que repite su monotonía de pocos elementos: una casa, un viñedo, una hilera de álamos y, de nuevo, una casa, un viñedo…-un círculo en clave de falso avance- y Ramiro continúa corporizando una melodía hipnótica, el viajero habla. Escapando de la espiral visual y sonora que lo envuelve, su voz desata una sucesión de versos apasionados: «Nada encuentro /como todo el que busca/ y por eso insisto/ Con este vicio nómade estancado en la partida». (Poema 1). En esta primera parte, leerá además los poemas 2, 4, 7.

Mod for a Day de Steve Howe (Yes) es el tema que interpretará Ortiz en el primer Intermezzo. Esta breve pausa musical sirve para que esta cronista reflexione y ponga oído a los murmullos generalizados del público: «realmente emocionante», exclama una voz femenina anónima. ¡Qué expresión más cierta!, sobre todo para los que hemos leído algunas veces el texto en forma silenciosa. La que escribe, entrevistando al poeta hace algunos meses, no podía creer que se tratara de un viaje amoroso. Para ella podía ser cualquier travesía: la de Ulises a Ítaca, la del silencio a la palabra, la de lo que somos a lo que queremos, todos recorridos más o menos imposibles. Pensaba, parafraseando mal a Borges, que todos los textos tienen un único tópico: el viaje y que Toledo lo expresaba de manera bella y filosófica. Pero ella ahora siente otra clase de sensación, mucho menos racional, escuchando al viajero: empatía. Sus experiencias amorosas vuelven con sus balances rojos y, por primera vez, esos poemas la interpelan directamente.

La lectura continúa con los poemas 11, 13 y 10. El adjetivo obsceno se repite para remarcar el costado más abyecto del dolor: la distancia crece como hierba obscena (11), los pasos dibujan un círculo obsceno (13). El viajero, consciente del asco que le provoca su inmovilidad, tiende puentes con sus palabras pero ellas, sin haber hecho ningún trayecto, vuelven como piedras para golpearlo y cercarlo.

El segundo intermezzo viene con la contundencia de Tears in the Rain de Joe Satriani. Ortiz deja de nuevo en claro que lo de él es una lección de virtuosismo. En este nuevo corte, la cronista agudiza su sentido de la vista y descubre que entre el público hay reconocidos escritores: Eduardo Gregorio, Roberto Mercado (músico además), Carlos Levy, Débora Benacot y Dionisio Salas Astorga (estos últimos vinieron en la trafic-charter que Toledo y la Municipalidad pusieron a su disposición en el centro de Mendoza para unir el oeste al este en un acto de federalismo y también de cuidada producción).

Para el final, el poeta elige los poemas 20, 19 y 14. Probablemente el 19 sea el compendio más acabado de todo el camino propuesto por Toledo: «Si no tuviera que buscarte Pero hay solo distancia/ La carne sale a velarse sola antes de estar muerta/ Y te busco sabiendo que nunca he llegado tan lejos». Pero, ¿cómo puede afirmar que ha llegado lejos desde el punto donde está estancado? En realidad, lo que se escapa cuando el cuerpo renuncia a la acción, es EL DESEO. «Quizás el deseo también tiene un mundo/ Y aunque aún no doy el primer paso/ Salgo a buscarte […] como si estuvieses/ Todavía aquí y con una simple palabra pudiera/ Aferrarte».

Una poderosa versión en guitarra eléctrica del solo de Stationary traveller cierra el espectáculo.

Principio de certidumbre

El guión «presentación de libro de poesía» vuelve a funcionar. Las luces se encienden, el poeta agradece la colaboración de quienes hicieron posible la presentación, la atención de los presentes; también nombra a los escritores que vinieron a escucharlo, visiblemente satisfecho de la cantidad de artistas amigos. Luego, Roque Grillo, responsable del Área Letras de la Municipalidad de San Martín, hace lo propio reiterando agradecimientos y destacando la tarea de los gobiernos municipales involucrados (San Martín y Rivadavia) para concretar un acto de cultura de la calidad del que acabábamos de disfrutar.

¿Y qué es una presentación sino concluye en un ágape, copetín o tentempié? ¡Mejor ni pensarlo! Romina Arrarás, esposa de Toledo, además de diseñar, ilustrar y filmar las imágenes vistas, fue la encargada de que este momento fuera abundante y bien regado. Pero los asistentes no sólo brindaron y comieron, también compraron todos los libros del poeta expuestos. Fue en este espacio de distensión y alegría cuando la cronista pudo acercarse al poeta, a quien le preguntó: «¿con el perramus parecías un detective, un inspector de dibujitos o qué?», «Ah, no. Eras el Viajero inmóvil».

sábado, 24 de octubre de 2009

Una antología que dará para hablar (y leer): Promiscuos&Promisorios


Ya está en prensa y sale el mes que viene. Promiscuos&Promisorios contiene a poetas mendocinos que van del '60 al '79. El sello es Ediciones de LunaRoja, que arranca con esta primera obra, a su vez se presenta como la primera de tres antologías: Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI), Quién dijo que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI). Todos los títulos están ya en preparación.
La dirección de esta editorial la comparten el poeta y docente Dionisio Salas Astorga con Juan Redmond, mendocino licenciado en Filosofía que se está doctorando en la Universidad de Lille, Francia. Cada antología tiene un consejo editorial que se renueva. En Promiscuos... fueron Juan López, poeta y periodista, Alejandro Frias, escritor y editor de la revista Serendipia y Fernando G.Toledo, periodista y poeta. Se trata de construir independientemente (pero no en contra) de los avales de la academia o el canon, una parte de la historia de esta literatura.

La revista El Desaguadero ofrece a sus lectores un adelanto: el más que inquietante y nada complaciente prólogo a la antología.


Promiscuos&Promisorios

Antología de la poesía en Mendoza para el siglo XXI. Ediciones de LunaRoja.


Por Dionisio Salas Astorga*




Los poetas de esta antología tienen en común sus diferencias. Comparten el envasado en origen de Mendoza, pero no a todos los ha deshojado por igual la rosa del viento Zonda del siglo XXI. Por más que desilusionen a un romántico lector, no hicieron sus primeras letras sobre la arena de desierto que aprieta a la ciudad. No gritaron a un amor perdido desde la altura del Aconcagua -6969 m sobre el nivel del mar-; no distinguen los matices del blanco andino ni se han bañado cuando chicos en las sospechosas aguas de las acequias que refrescan el cuerpo de sus calles. Son mendocinos, pero algunos toman gaseosa.

De sus improbables pecados, el de Edipo o Electra no los atormenta cuando llegan a la almohada. Son hijos/hijas de una familia numerosa, «moderna» así empujan con serenidad su filiación literaria. Cierto que estudiaron en escuelas con nombres de probos escritores mendocinos, pero esa literatura húmeda y pastoril al modo de Tudela o Bufano, andina o telúrica a la manera de Ramponi y Tejada, no llegó a cismar sus destinos.

Los poetas mendocinos del s. XXI, entonces, no son extraños o bárbaros a los hombres que habitan más allá de las columnas de Hércules (Arco del Desaguadero, Uspallata, Luján). A su birome rara vez la inclina la presencia magnética de los Andes y su verso no es más diáfano por la sola presencia de los ríos que hacen trekking. La poesía de los poetas del sol y el buen vino para el tercer milenio -como la poesía de Santiago, Rosario o Córdoba- sufre de claustrofobia y agorafobia, de ombliguismo, del síndrome del hermano del medio y otras tantas cosas que acosan también al resto de los organismos vivos, escritores o lectores del reino de este mundo.

Ninguno/a alegaría responder a un plan providencial para sus vidas poéticas. Los/la/el poeta está fundido con su circunstancia: es un ser indefenso frente al televisor, los mismos canales y el inestable servidor de Internet. Viaja por el mundo desde su casa, come sobras de pie, escribe crónicas de municipio o policiales o dicta clases a adolescentes que siguen por ventanas sin vidrios las huellas del mensajito en el que sin saber –por no prestar la atención debida– pudieron digitar algo de poesía.

En las noches de San Rafael, en San Martín o Las Heras, desde Chapanay (aterrorizados por la factura del gas cuando preparan la milanesa de rigor), ninguno -o casi ninguno- aceptaría ser un instrumento en la orquesta de la Providencia.

No impera ni opera sobre ellos ninguna definición de escuela secundaria sencilla que los pueda desordenar: la poesía mendocina actual es narrativa, concreta, hermética, transparente, barroca, neo barroca, coloquial, realista, neo romántica, objetiva, estética, experimental, canónica, de barrio. A veces quiere comunicarse, otras no tiene crédito para nadie. Unos se asoman hasta el borde de la página –prefieren como el Axolotl mirar detrás del vidrio de la literatura– porque para ellos el lenguaje es un acuario confortable, el único territorio. Otros, sobrevuelan las calles del Borbollón en plena siesta, cuando el techo de un Falcon en llantas es cama solar sin regulador o una atalaya desde donde calcular a las cajeras del súper. Los más, juegan a la rayuela buscando en la extensa nube de la hoja limpia flechas o carteles que conduzcan su nave hacia el sentido irónico de las cosas o las cosas sin sentido.

De insistir, se pueden reconocer en su poesía –cuándo no, quién no- «influencias extranjeras» como decían los críticos de antes, lo que no podemos decir ahora es dónde, qué es lo extranjero. O mejor, lo extranjero es el espacio interior que defienden, el lote moral o intelectual que «okupan» en medio o al margen de una sociedad de infinitos guetos y hordas que asolan los muros, de niños que limpian vidrios en las esquinas para que los vean.

Si para los autores latinoamericanos de los ’70 la cuestión era «el compromiso», sin importar el mapa de su geografía intelectual, en los poetas mendocinos montados en la medianera de los dos siglos, las urgencias pasan por otra vereda: el agujero negro en el que se ha convertido el mundo (propio y ajeno), la heladera vacía, su promiscua, adúltera relación con el periodismo o la docencia, la soledad pertinaz que los acompaña por las calles como una mascota sin correa. Son tipos especiales viviendo vidas comunes y corrientes. Ven perder a la selección, compran a desgano en el shopping y lavan el auto los domingos a la mañana (si no les toca cocinar). Uno las/los puede encontrar estacionando en doble fila a la salida de algún colegio, probando el volumen del escote que se impone, acurrucados debajo de una novela aguantando el colectivo, eligiendo costillas, tintura, lavandina sin olor en el súper o mirando libros de oferta unos metros más allá. Los une la corrupción de la lectura, el amor por otros escritores como ellos, pero canonizados por el marketing o por las revistas contra el marketing.

Algunos desaparecerán con el tiempo. ¿Quién no desaparecerá con el tiempo?

Los 14 antologados aquí no tuvieron la suerte ni mucho menos la enorme desgracia de atravesar una guerra civil o mundial declarada; a los grandes dictadores los reconocen por el History y por más que se pellizquen, se emocionan más con los primeros garabatos de sus hijas que con las últimas estadísticas de muertos en Sudán, cuestión que por supuesto cada tanto los hace sentir normales y se preguntan, con justa razón: ¿Ante quién doblar las rodillas? Son casi todos nihilistas, ateos sin vocación de culto y a la fe la ven pasar por las carpetas de la escuela de retoños o sobrinos por los que ya vendieron su alma; fuera de eso, aprenden a perdonar porque dan crédito a la conciencia.

Unos cuantos son hijos no reconocidos del rock argentino (20 años ha), sus poemas saludan a Spinetta desde noches de estricta soledad en compañía. Leyeron lo que había en los primeros casetes y después en la Biblioteca Central, lo que encontraba Susana en la de Filo, los suplementos de Clarín o La Nación atrasados. Cuando vieron que nunca saldrían en sus páginas empezaron a publicar en fotocopias amarillas, a repartir entre las estudiantes de inglés sus poemas de amor encolerizado (serían como precursores del rap latino); entraron a los diarios y fundaron Altillos donde refugiar lo que se pudiera del asalto, echaron a andar editoriales financiando con la amistad y la confianza. Últimamente, y a pesar de las pestes bíblicas que imponen la asepsia comunitaria, se volvieron cíclicos, elefantiásicos; llenan de atriles y cerveza la vieja alameda para proclamar su lealtad condicional a la poesía. Se escuchan como en un coro de sirenas frente a al mercado del puerto.

Escribir no es fácil. Nada es fácil.

El/la poeta de estas latitudes cordilleranas tuvo que asumir con dignidad su existencia ad hoc. Aceptar el equilibrio de elefante con el que se enrosca a su destino. Se pregunta, más o menos como Altazor, quién es él para condenarse por los pecados del mundo. Sabe claramente que no es un pequeño dios sino a penas quien lo niega, un modesto profesor de lengua o comunicación, un periodista escrito por la realidad.

Se les imputa, a algunos, auto legitimarse, pelear en pareja (como los espartanos, los romanos, esa gente), pero quién no ha construido desde el principio de los tiempos su muralla China. Su sintonía con el imperio masmediático y monopolizar los escasos suplementos de cultura. Se sabe: la literatura hispanoamericana está llena de honrosas biografías salvadas por la empresa periodística, sin que éstas sean –por supuesto– mesiánicas. Los escritores de todos los tiempos han estado ligados al tráfico de la información, porque estos silos fueron hasta hace poquísimos años el único sitio donde hacer pública y masiva la palabra, además de los baños y los bancos de la plaza (hasta que los montaron en cemento áspero).

Los que se asoman al balcón de los 40 han hecho sus primeras armas en las carreras de Comunicación o Letras y, contrariamente a lo que dice el mito, las terminaron. Sus premios y sus libros han trasnochado con ellos y nacieron mientras la ciudad ululaba o los domingos en que los civiles se aferran al mate. Como Carver, no tienen espacio ni tiempo, pero escriben porque una página es todo lo que flota, a veces, después del naufragio.

Los que vienen del fondo del mapa -según cómo pongamos el mapa- sin confesar oficios varios, enumeran sin equivocarse los clásicos del siglo, la selección ideal y su reserva. No sería acertado fotografiarlos profesando algún canon tardío, más bien se abanican con él, deshojan la historia literaria con la irreverencia del que sabe que se puede cortar todo, menos el tallo.

Y dos o tres son peregrinos solitarios. Como los derviches, se tejen sobre la manta del camino que recorren.

Y aunque los más mentados de la academia lamenten que estos últimos años de poesía solo amontonen anécdotas, que nada supera los recursos métricos de Horacio (Anadón) o que la poesía solo hable de la épica del hombre común, lo confesional y la falta de énfasis (Piña) es innegable que esta poesía mendocina de fin y principio de siglo está viva y consciente, contando las pesadillas de este mundo, no del otro. No siente remordimientos «versiculares» y parece saber con más claridad (e ironía) que ninguna, que no puede confiar en un género zurcido de palabras. De ahí que, inaugurales, emergentes o novísimos (Castellino), promiscuos y promisorios, los poetas mendocinos de hoy no recogen las esquirlas del mundo. Escriben para leerse, para que los quieran los amigos, porque el poema es un petroglifo con el que se exorcizan estos años de invierno o porque el lenguaje es un columpio solitario en la plaza una mañana de domingo.

¿Qué es un poema? Una página de color que espera que daltónicos lectores la encuentren en el espacio cibernético. Una voz o el coro que resuena en la caverna informática. Un mensaje en la botella de plástico al costado de la ruta.

O quizá lo que sentenció Teillier mucho antes que nosotros: palabras, palabras, para ocultar quizás lo único verdadero, que respiramos y dejamos de respirar.



Setiembre de 2009

Los 14 poetas de Promiscuos&Promisorios (de arriba a abajo, de izquierda a derecha):


Bettina Ballarini, Patricia Rodón, Juan López, Rubén Valle, Claudio Rosales, Fabricio Capelli, Darío Zangrandi, Fernando G.Toledo, Claudio Ferreyra Barro, Pablo Martín Arabena, Hernán Schillagi, Débora Benacot, Eugenia Segura y Eliana Drajer.


*Dionisio Salas Astorga (1965) ha publicado Sentimiento -Valparaíso, 1982- y Sábanas sin flores -Mendoza, 2003- poesía. Su novela infantil Las aventuras de Cepillo el león -Mendoza, 2007- (financiada por el Ministerio de Turismo y Cultura de la Provincia), fue llevada al teatro en el 2008 y avalada con un subsidio del Fondo (Ubriaco, investigación teatral) para su representación en escuelas primarias de Mendoza ciclo 2009/2010. El 2006 y 2008 obtuvo subsidios para la producción cultural de la Subsecretaría de Cultura del Gobierno de Mendoza. Cursó el profesorado de Lengua y Literatura y la Maestría en Literatura Argentina Contemporánea (2006) en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNC.

sábado, 17 de octubre de 2009

Aquel que ayer nomás decía...

Ricardo Strafacce, Osvaldo Lamborghini; una biografía, Buenos Aires, Mansalva, 2008.

por Gastón Ortiz Bandes*
-Colaboración especial-








Osvaldo Lamborghini, una biografía de Ricardo Strafacce es un largo relato, minucioso hasta el mareo, en torno de un hombre que fue leyenda al hacer de su relación con la escritura un solo cuerpo ya violentamente indisociable. Pues pocos textos de nuestra literatura tajean más hasta el hueso el idioma de los argentinos y, con tanta intensidad y crudeza, llegan a desnudar, en el más acá físico de la letra, la monstruosa maquinaria de sexo y muerte que este país pone en marcha con cada acto de habla, que ese conjunto de papeles inacabados que constituyen su (por comodidad llamésmole) obra. Y porque tampoco ningún otro escritor fue venerado con tanto celo y sigilo como este sensei de un grupo de pares que, con los años, vendrían a imbricar -alianzas aquí, trifulcas allá- la red más interesante, quizá, del corpus literario y teórico argentino de los últimos años: César Aira, Josefina Ludmer, Fogwill, Néstor Perlongher, María Moreno, Arturo Carrera, Tamara Kamenszain, Luis Gusman, Héctor Libertella, Daniel Link… Strafacce, contextualizando el trayecto vital de Lamborghini hasta en sus últimos intersticios, pone en crisis las formas de leer y pensar la cultura nacional de los últimos 40 años: aquellos que, al leer literatura, se ufanan por atesorar un “mensaje” edificante o, como diría Macedonio, “alucinar la vida”, suelen –obvio- deleznar a Lamborghini. Sin embargo, su lugar en el canon argentino añuda “la lengua desatada” hacia el pasado (Echeverría, Alberdi, Hernández, Arlt, Girondo, Borges, Gombrowicz) y el futuro: Roberto Bolaño vaticinó que, si hubiera un mañana para la literatura rioplatense, éste sólo podría estar en esa cajita olvidada en el sótano (de la institución literaria) que contiene todo su infierno…

Sabido es que, para crearse alrededor de su persona un mito, a Osvaldo Lamborghini le bastó publicar en vida apenas tres libritos y un puñado de poemas, relatos y artículos en revistas y diarios muy disímiles. En 1969 su carta de presentación fue El fiord, orgía de retóricas imperativos retóricos e idiolectos inconciliables, donde cierta Carla Greta Terón (CGT) paría a un bebé onanista, Atilio Tancredo Vacán (Augusto Timoteo Vandor), en medio de un grupúsculo guerrillero formado por un yo narrador ex-seminarista y antaño militante de la Restauradora, un marxista con look de campo de concentración (Sebas, “bases” al vesre) y una cancerígena burguesa pro-salir-en-manifestación, que aterradamente obedecían a un tal Loco Rodríguez, ultraviolento padre de la malograda “criatura”[1]. En 1973, y siguiéndolo ya el rumor minoritario de poseer genio, Lamborghini publica, dificultosamente, Sebregondi retrocede, nouvelle que contiene “El niño proletario”, narración exasperante en que tres niños burgueses violan y asesinan con saña al típico canillita de la tradición boedista: “Identificarse con el proletariado = Regodearse con los sufrimientos de los oprimidos mediante la coartada masoquista de sentirlos, cómo diríamos: ‘en carme propia’”, aullaba, como correlato teórico, un artículo de la última revista vanguardista de la Argentina, Literal, que por ese mismo año, junto a Germán García y Luis Gusman (entonces compiches y luego enemigos íntimos), urdió. Por una práctica subversiva de la letra en defensa del significante y en detrimento del significado (“Terminar con los juegos de palabras = Conservar analmente la representación decimonónica”), Literal disparaba contra la izquierda biempensante y sus novelas “de denuncia” que pactaban “con la escritura burguesa de los medios de información” fundando “el imperialismo de la representación realista”.

Suficiente entonces para que, miembro VIP de la bohemia setentista, deviniera mito viviente: además de su parla hechizante y una actitud entre histriónica y cimarrona, muchas anécdotas y chismes en torno de sus filiaciones políticas, su sexualidad, sus adicciones (sesenta cigarrillos, codeína y litros de alcohol que no desdeñaban, a falta de whisky, el medicinal 96º) y sus arranques de violencia (televisores, máquinas de escribir y hasta una gata “que lo miraba mal” arrojados por la ventana de octavos pisos, la destrucción del depto de Perlongher en compañía de una suerte de díler proto-skinhead a principios de los ‘80) le dieron, en fin, la típica aura del “maldito”. Su último libro publicado en vida fue Poemas, de 1980, por la editorial Tierra Baldía, de Rodolfo Fogwill, quien divertido propicia unas cartas donde Osvaldo, a causa de los obstáculos tipográficos y de distribución que sufre el poemario, no deja de mostrar su diabólico talento para recontraputearlo: así, el arte argentino de la injuria (Sarmiento, Viñas) llega aquí a su cenit, con un fondo de carcajadas del autor de Los pichiciegos. Tras su reclusión y aparente silencio en Barcelona, Osvaldo muere en 1985. Tres años después Aira, su albacea y “mejor amigo”, reúne su obra narrativa en Novelas y cuentos, dando a conocer los inéditos Las hijas de Hegel, La causa justa y El pibe Barulo, ficciones magistrales que le corroborarían, a un pequeño público ya ávido de devorar al misterioso gólem, su infrecuente genio. Recién en 2001 Sudamericana, otra vez vía Aira, saca en cuatro tomos toda su obra, que incluye todos sus Poemas (1969-1985) y su novela Tadeys.

96 cartas a Aira, 15 a Fogwill, 42 al matrimonio de Tamara Kamenszain y Héctor Libertella, más muchas otras enviadas también por Lamborghini a sus mujeres, amigos, editores y familiares; archivos públicos y personales; manuscritos, agendas, cuadernos, subrayados de libros, recibos de hoteles; testimonios de 92 personas que conocieron a Osvaldo (de Tina Serrano a Lilia Ferreira, de Jorge Asís a Alan Pauls), inclusive de su su hermano Leónidas (junto a Marechal el más grande poeta peronista, voz inmensa de Las patas en las fuentes y El solicitante descolocado), su hija y su última compañera, Hanna Muck; más una cantidad excepcional de bibliografía, la necesaria para poner a trabajar críticamente esa obra con el resto de cultura latinoamericana. Estos son, apenas, los indicios cuantitativos de la importancia de esta investigación del también novelista Ricardo Strafacce: proyecto hecho sin ningún tipo de ayuda (ni beca, ni subsidios) y largamente esperado por los fans de Lamborghini. Entre ellos, su autor el primero: en 1985 “después de leer ‘La novia del gendarme’ [capítulo de Las hijas de Hegel] empecé a necesitar ese libro que me revelara cómo era Osvaldo Lamborghini. Y me prometí que iba a ser uno de los primeros en leerlo, de punta a punta y a toda velocidad, en cuanto alguien lo escribiera”, confiesa Strafacce. Pero como en la raíz de estas palabras están clavados los años que pasaron y pasaron sin que nadie lo escribiera, entonces, en el transcurso de los 90, decidió ser él mismo quien lo llevara a cabo: diez años de trabajo recopilando datos y relatos en Argentina y España, pero también leyendo y releyendo con lucidez microscópica las inscripciones más herméticas y punzantes que jamás hijo alguno hizo en la carne desnuda de su lengua materna, con una devoción obscenamente extrema para exhumar el secreto letal e indecible de su funcionamiento, de su origen: “Y sin embargo SOY Edipo / Un Edipo que besa los pies de su madre ahorcada / […] / Y arrodillado / Lengüetea Lame / con su única lengua / lengua posible / La vagina todavía tibia de su madre ahorcada: / en el momento crucial”. Trabajo heurístico, pero también filológico, que va desde percibir los cambios de lapicera hasta determinar motivaciones atroces o banales para abandonar o retomar algún proyecto, y que determina, además de fechas de escritura, los porqués de los cambios de palabras, sustituciones y tachaduras entre distintas versiones. Así asistimos al develamiento de sus procedimientos para alcanzar lo más sorprendente e inalienable del estilo de Lamborghini, esa la “prosa cortada” que se respira como verso pero se inscribe “todo seguido”: “cuando se reemplaza una palabra por otra, en ningún caso se trata de sinónimos, sino de palabras que casi siempre tienen la misma cantidad de sílabas y casi siempre la misma asonancia y acentuación”. Música porque sí, música vana…

Como buena biografía “clásica”, ésta se desentiende de las modas universitarias (luego de Barthes y el primer Foucault, conectar vida y obra para interpretar textos literarios implica el ostracismo de la academia) y empieza, tradicionalmente, por “la familia”: orígenes, problemas económicos, la militancia sindical, la fascinación por la gauchesca… Y aquí sí se plantea ya uno de los ejes principales de esta absorbente non-fiction: la áspera e ineluctable relación del menor Osvaldo con el (trece años) mayor Leónidas. Para demostrar esta competencia entre hermanos poetas hipnotizados por la rima octosílaba del Martín Fierro y la terrible ambigüedad de la lengua oral, Strafacce no sólo se sirve de cartas de Osvaldo y otros testimonios, también confronta fragmentos de las obras de ambos cuya carga autobiográfica no deje dudas al respecto: de la violencia anal contra el nalgudo Nal y su goleador hermano Noel (León[idas] al vesre) en El pibe Barulo, hasta la descarnada gritería de las “Diez escenas del paciente” de El solicitante…: “…dando vueltas con eso penetrándolo por detrás / que tenía desde niño / de años / hace años // y trataba de hablarme de eso de clavarme eso […] -¡pero eso fue solo un penetrante accidente! / nada más / le grito violento // entonces / -¡no elijas la inocencia! / me gritó él también”. ¿Abuso infantil, violación?: todo un conflicto familiar que producirá dos de los más radicales deslengües de nuestra poesía, una payada privada y pública que, a la vez, es un siniestro y consanguíneo pacto de silencio alrededor de secreto inenarrable[2].

De entre las muchas tesis o, mejor, revelaciones del libro, quizás tres sean las que posiblemente cambien la forma de leer, si la desordenada biblioteca argentina de los últimos años no, al menos esa temible “cajita de cartón, pequeña, con la superficie llena de polvo” (Bolaño) que comunica con lo más peligroso y socialmente inconveniente de nuestro “salón literario”.

1) La imposibilidad estructural de que la escritura de Lamborghini entrara en el mercado literario de los ‘70, a pesar de los desesperados deseos de su autor por figurar en el pelotón de los “grandes renovadores” de la literatura anti-boom: Puig, Sarduy, Cabrera Infante, Sánchez. Ahora bien, la causa de que la mayoría de su obra acabara –muerto su autor- inédita, no se debió a una política de escritura (caso Macedonio) o a la voluntad más o menos explícita de su autor (caso Kafka, Rimbaud), como muchos suponen (Saccomano, Prieto), sino porque su estilo y su temática, es decir, su propuesta, eran literalmente ilegibles para el negocio editorial de entonces (“impotencia para hacerme un lugar en el mercado”). Y sin embargo, pese a los esfuerzos de Libertella[3], su único amigo entonces “académico”, a Osvaldo, ingenuo pero valiente, indeclinable, jamás se le ocurrió cambiar de modo de escribir, hacerse más “claro”, más soft, más –cómo decirlo- digerible: “Sólo cuando pueda afirmar que ‘naides me entiende’ habré llegado al punto casi de la sabiduría”.

2) La comprobación de que la condición fragmentaria de su obra radica en que fue escrita “desde” la muerte (o el suicidio), como una producción en vida de los típicos papeles de escritor genial hallados post-mortem. Suerte de afasia que Lamborghini padeció durante todos los ‘70 (“Me es difícil escribir porque ya lo hice, porque ya escribí”), pero que, ya tranquilamente radicado en España, desaparecería dando lugar a un frenesí creativo ilimitado, como lo demuestran sus últimas novelas (de su congénere Kafka y sus novelas inconclusas, Blanchot –creo recordar- dijo que ese mismo no acabar era la condición misma de su producción, lo cual puede ser asignable asimismo a la etapa final de Lamborghini).

3) Una insólita concepción del género a partir del deseo masculino heterosexual que, posiblemente, ponga en crisis –fortaleciéndolos- tanto al feminismo como a los queer studies: la idea de que es el deseo de (ser) mujer (es decir, de “poseer” –en todos los sentidos del término- un cuerpo femenino) lo que, “por una cuestión de rigor lógico”, unifica tanto a heterosexuales como a homosexuales en la envidia de la Otredad: una noción que dejaría sin palabras a las propuestas filosóficas más sólidas de este siglo para corroer el sistema patriarcal, tanto al “devenir-mujer” de Gilles Deleuze como a la deconstrucción del falogocentrismo derridiana.

¿Por qué este libro excede por todos lados su propio objeto de estudio? Porque sus derivas cartográficas, al poner la matriz lamborghiniana en relación con lo que se escribía entonces en Argentina y Latinoamérica, ofrecen un panorama espléndido de las líneas de fuerza discursivas, ideológicas y mercantiles en pugna en nuestra cultura contemporánea. Transcripciones de entrevistas; préstamos, homenajes, afinidades electivas, contraseñas, missed readings, debates, peleas. Toda una radiografía espeluznante de una ciudad que entonces bullía de un público ansioso de literatura, filosofía, psicoanálisis, antropología, semiótica, teoría política… Ah, tiempos: el libro de Strafacce es, por último, la crónica melancólica de una época intelectualmente hiperproductiva, y sabiamente tiene como protagonista al más marginal y utópico de sus testigos, el que eligió vivir post-mortem en la más cruda intensidad de su lengua materna.


Enero y octubre, 2009

*Gastón Ortiz Bandes nació en Mendoza en 1977. Es docente, escritor y, eventualmente, periodista y performer. Ha publicado pequeños ensayos sobre literatura en Los Andes. Algunos de sus poemas y narraciones breves serán publicadas este año en las antologías La ruptura del silencio (DGE) y Desertikón (Eloísa Cartonera)".

***
[1] ¿Perón?, ¿el Padre de la horda (Freud/fiord)? El libro de Strafacce torna inconducentes, sin embargo, estas preguntas, pues viene a desmentir la relación causal que la crítica estableció entre el lacanismo y este texto inaugural. “El fiord se abre a la producción literaria que privilegia el discurso psicoanalítico como procedimiento desautomatizante del realismo. Lamborghini (como García) pertenecía al círculo de Oscar Massota”, dice Martina López Casanova en su estudio incluido en la Historia crítica de la literatura argentina (tomo 11) sobre la “narración de los cuerpos” de los ’70. Pero, en este caso inusual, no es una novedad teórica importada de París lo que produce el texto literario, sino que, al revés, Masotta lo utilizará para ejemplificar a sus alumnos ciertas ideas de Freud y Lacan –castración, parricidio, etc.-, que el relato de Lamborghini, en cierto modo, escenifica.

[2] Por qué, siempre, todos los personajes de Lamborghini son violados y, a la vez, ejercen una violencia sexual de la cual la explicitada en la lengua no es más que un preámbulo o un correlato. Cuenta pendiente: pensar las relaciones entre obsesium de escritura –la patografía (Libertella)- y violencia sexual, analizar la configuración de lo simbólico y lo imaginario en textos firmados por sujetos víctimas de abuso durante la infancia. Ahora bien, ¿cómo saber si ha sucedido esto (Strafacce, respetuoso, no indaga demasiado en este punto)? Conjeturo, un poco irresponsablemente tal vez, que el enigma de la escritura de Lamborghini (y de Pizarnik, Silvina Ocampo, Puig y muchos otros), posiblemente radique en cierta marca indeleble en el cuerpo y la psique, cierta herida de silencio central e irreversible en torno de una experiencia impronunciable –iniciación funesta, análogo de la muerte. Una herida áfona, sí, pero por causas menos “platónicas” quizá que las formuladas por Julia Kristeva en su famosa teoría de la khora semiótica.

[3] Libertella lo incluyó como ejemplo de la Nueva escritura en Latinoamérica junto con Puig, Sarduy, Arenas, Elizondo y Lihn, oponiéndolos a García Márquez, Carpentier, Cortázar, Vargas Llosa y Goytisolo, los representantes del canon que Carlos Fuentes instauraba en su Nueva novela en Hispanoamérica (los títulos de ambos ensayos ayudan a percibir las “diferencias” políticas): Strafacce recomienda sopesar cómo y por qué se insertaron en los discursos dominantes las novelas llamadas “de imaginación” (el boom) y no las “del lenguaje” (agrupadas irresponsablemente bajo el sambenito de neobarrocas) e, inclusive, confrontar el destino de los propios autores, bien asentados en los ámbitos oficiales y llenos de salud y responsabilidades cívicas los unos, enfermos, olvidados y en el exilio los otros.

viernes, 9 de octubre de 2009

El reportaje haiku: Facundo López y su moledora de palabras


por Hernán Schillagi

Intro

La sección consiste en que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku) que están referidas a las tres características esenciales -según Matsuo Basho- del haiku japonés: en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión.

El mendocino Facundo López, autor del poemario Mariposa sobre las cenizas (Libros de Piedra Infinita, 2007), partícipe de la antología Policronías y reciente ganador de la Beca del Fondo Nacional de las Artes para el taller dictado por Alicia Genovese; con paciencia oriental respondió a las tres preguntas que, de algún modo, lo definen.



1/En este momento
¿Cómo ves tu primer libro, «Mariposa sobre las cenizas», hoy, a dos años de haberse publicado?

Este libro es la primera caída. Es saber que ya no se vuelve ileso de la poesía, me permite mirar atrás y reconocer dónde no debí poner el pie antes de dar el paso; es reconocerme en la necesidad y la torpeza de mi escritura. Es saber que el poema sigue siendo una necesidad. Es tener conciencia de lo mucho que falta y lo difícil que me resulta escribir un buen poema.


2/En este lugar
¿En qué se modificó tu escritura actual con la experiencia del Taller del Fondo Nacional de las Artes aquí en Mendoza?

La experiencia del taller es aun muy reciente, pero intuyo que mi escritura se modificó mucho más de lo que ahora alcanzo a percibir. Se logró con la ayuda de Alicia Genovese conformar muy buen grupo; logramos funcionar como tal y a mi entender cada uno fue trabajando y entrando en la escritura del otro con sinceridad y compromiso. Los poemas llegaban a la mesa y comenzábamos a triturarlos, con el mayor de respetos hacia el dueño. Llegabas con un poema y te ibas con un «requecho» de poesía, y no te quedaba otra que seguir masticándolo y rumiándolo hasta sacarle el jugo. Para mí ha sido un ejercicio importantísimo.

A partir este trabajo, alguien del grupo dijo que éramos una Moledora de carne, y un poco en broma un poco en serio, el nombre quedó. Hasta el momento nos seguimos juntando a moler papeles. De hecho pensamos acercarnos a la Feria del libro con lo que sobreviva a la molienda.


3/Una reflexión
¿Cuáles son tus «rituales» a la hora de acercarte al momento de creación?

Más allá de los rituales creo en la pulsión, en el espasmo que nos arroja a la palabra y nos deja expuestos. Luego se instala el ritual y sus artefactos, y allí surge el desgarro y la pelea con uno mismo. Creo que en mi poesía todo el ritual gira en torno a evitar el sentimiento de comodidad, de complacencia en la propia palabra. Intento desconfiar del poema que cierra de entrada. Mi ritual consiste en escribir desde la incomodidad de la palabra, ese lugar desde donde siempre se podría haber dicho mejor.

Poemas inéditos
Facundo López

EL OTRO

Desconozco al que mira
detrás de tanta noche.

Sus ojos son un negro abismo
sin fondo,
donde nada comienza,
donde el reflejo cae
y se despide.

NO SON PALABRAS

Mancha oscura
en la que buscas
el rostro
que te niegan
los espejos.

*

Con la cara en el asfalto
y el frío en los bolsillos,
observaba desde el suelo,
como la helada cubría
a los que se iban
sin palabras.

*

Acaso te encuentras intimado
a cabalgar el alcohol,
a viajar montado sobre vinos flojos
y pianos desmayados.
Reventado ante el vaso,
El hielo azul contra el iris en llamas.

martes, 29 de septiembre de 2009

Las lecciones del destino


Profesor Hado, por Débora Benacot. Jueves 17 de setiembre, Ciclo Elefante, Bar Iguanahaní. Alameda, Mendoza

Por Sergio Pereyra


Activando conocimientos previos

Abierto mi correo, leída la invitación (Profesor Hado por Débora Benacot. Poemas con estrella y algunos cuentos estrellados. Destino y desatino de palabras), mi cabeza comienza su tarea: ¿hado? Sí, el destino. Pero ¿sólo el destino? Como cada vez que intimo con la duda, acudo al diccionario: «Hado (Del lat. fatum). 1. m. En la tradición clásica, fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos. 2. m. Encadenamiento fatal de los sucesos». Sí, «lo fatal» de Darío. Ahora ¿por qué Profesor Hado? ¿Es sólo un juego de palabras o detrás se ocultan segundas intenciones? Asociaciones mediante arribo al «Historia vitae magistra est» ¿Será porque, una vez cumplido, visitado en la memoria el destino nos enseña algo? ¡Ay, de mis asociaciones!

Acompañado por estas y otras ideas me embarco en Palmira rumbo a la ciudad de Mendoza, lugar en el que habrá de cumplirse el tal «evento». Como suele ocurrirme me quedo dormido. Más, merced al «hola, hola, hola» de mi compañera de asiento, es muy breve mi sueño. Entonces, pienso «debería desistir de mi siestecilla en los colectivos, pues parece que el ser despertado por los chillidos de personas que se empeñan en hablar por teléfono, y mi consiguiente malhumor, están en mi hado».


La motivación

A las 22:20 aproximadamente y con un telón de fondo musical kistch, portafolio en mano y look profesoral, entra la artista a escena. De inmediato, suspendida la incredulidad de los espectadores, lo que se supone un recital de poemas deviene parodia de una clase escolar: la profesora desde su sitial se presenta (Olga Orozco-po u Horóscopo, como gustéis), anuncia el tema (Hado: destino, predestinación, sino), enumera la bibliografía (I ching, Escuela del Futuro, La magia del tarot), formula una pregunta motivadora: «¿por qué están esta noche aquí y no en otro lugar?» y, a manera de ejemplo, narra una anécdota: «este espectáculo, con este título estaba destinado a realizarse hace un par de semanas y por motivos varios se postergó hasta hoy, 17 de setiembre, o sea, día del profesor». Creer o reventar, diría mi madre.


La clase

Metidos de lleno en «la clase», Benacot informa que ésta contará con dos partes, separadas, como no podía ser de otro modo, por un breve recreo. La primera, lírica, se subdivide en varias secciones cuyos títulos rezan: Presas del destino, Destinos adversos, MEZCL-HADOS, Señales del destino, Lo que nos depare el destino y Cuando el destino nos alcance. En cuanto a la segunda, titulada Destinos en prosa -que no es lo mismo que destinos prosaicos-, cuenta con dos secciones: EN-RED-HADOS y CONT-HADOS. Como se ve los textos merodean un tópico único. Sin embargo, tanto los motivos como el estilo espantan la monotonía. Es que Benacot se mueve con igual soltura en los terrenos de la gravedad como en los de la ironía, la parodia y el humor. ¿Es necesario aclarar que, aunque provoque la carcajada, nunca deja de ser «seria»? Menuda faena enfrentará el estudioso que pretenda catalogar el trabajo de esta poeta, renuente a los rótulos, al que perfectamente le cabe lo afirmado por Paula Jiménez del suyo propio: «en mi ultimo libro no soy la misma que en el anterior; construyo una poética en cada proceso…».


Transferencia del conocimiento

Mientras uno tras otro los textos se suceden, este cronista se pregunta dónde reside su encanto; y de pronto, cree descubrir que la magia está en la mirada de la poeta: una mirada «otra» de las cosas, que desarticula la realidad tal como habitualmente la percibimos, una mirada de niña traviesa y precozmente sabia, que, en algún sentido, recuerda la de Silvina Ocampo. Y acaso la lección, para el auditorio, resida justamente en aprender (¿reaprender?) este desautomatizar la mirada, volver nosotros también a mirar el mundo, las personas y los objetos como si fuera la primera vez.


Evaluación

Que esta «clase» cumpla con sus objetivos es mérito exclusivo de Benacot que, a sus condiciones de poeta (subjetividades al margen, estimo –y no soy el único- que es una de las voces más interesantes de la joven poesía mendocina, pues su palabra además de inteligente y honda es, como quiere Ivonne Bordelois, una palabra gozosa de su cuerpo, de las posibilidades de su cuerpo), a sus condiciones de poeta decía, suma sus dotes de lectora/intérprete de lírica: un dominio ejemplar del género, un manejo de la voz alejado tanto de las exageraciones de la declamación como del «te leo un poema como leo el diario», dan cuenta de ello. El público, agradecido.

Concluido el espectáculo, experimentamos la satisfacción de que una fuerza desconocida nos haya arrastrado irresistiblemente, allá lejos y hace tiempo, hacia la poesía y de allí a la amistad. Y más cerca, esta noche, a este bar, a esta artista.


Débora Benacot
Tres poemas inéditos

Rocío baldío

9 en una pieza para 3
por eso ella se siente libre
por las noches.

Cuando vuelve
de su prolija cacería de cartones
siempre para en una plaza desierta
taciturna
allí abre los brazos, cierra los ojos, respira la sombra,
contempla en calma las almas del verde
la ausencia de los pájaros que duermen.

Durante esos segundos
olvida un poco el hambre
el sinsabor
de manos extrañas en su ropa.

Entonces juega -sin saber-
la ritual comunión del desamparo:
y es la novia que lleva algo viejo (casi todo)
algo azul (el frío de sus pies descalzos)
algo robado (manojo de flores rancias que oficiarán de ramo)

Suspira cuando piensa, resignada,
qué perra suerte tuvo
qué lejos ve pasar por su costado
la fastuosa nave de los pocos.

En cambio,
mientras siente en los párpados cerrados
el aire libre de la noche fresca,
en su comarca de ratas y luciérnagas
ella sueña que es la reina buena
del final feliz de un cuento
que nunca le contaron.

*

Lo que nos depare el destino

El hado te ha signado
con jaquecas, dudas y torpezas.

el hado te ha negado
la belleza
el glamour
las matemáticas

Ahora que has finado
el hado, au contraire,
te ha compensado, juguetón,
con montañas de helado de pitufo
para que puedas codearte y regodearte
a perpetuidad
con toda la crema del cielo.

*

Ne me quitte pas/il faut oublier/Tout peut s'oublier
No me dejes/es necesario olvidar/todo puede olvidarse
Jacques Brel
(epígrafe cantado)


Olfateas la fragancia de su amante
en el cuello de la prenda
que estás a punto de lavarle
y en ese acto doméstico y mecánico
confirmas la peor de tus sospechas.

Qué harás ahora
-ya no eres inocente-
si él está a diez minutos
de cruzar por esa puerta.

Frenética, pones manos a la obra:
desmantelas el amor de un par de décadas,
llenas valijas y bolsos
(uno de mano alcanza para la poca dignidad
que te ha quedado).

Ahora vienen sus cosas:
prendes fuego a su colección de pipas
vacías sobre el álbum familiar
su botella del alcohol más exclusivo -acto seguido, flambeas-

estás en eso cuando
la parte racional
le toca el hombro a tu cerebro
y vuelves de un tirón a tus zapatos
a su figura hipócrita
enmarcada en el umbral
su voz
-¿Qué hay de cenar, amor?

y vos
-Nada especial, improvisé con las sobras.

sábado, 26 de septiembre de 2009

El Desaguadero / Número 4




Donde confluyen
la nueva poesía y la reflexión


ENTREVISTAS

Entrevista a Matías Vernengo: «Este libro significa detenerse a ver la noche»,
por Fernando G. Toledo

NOTAS Y ENSAYOS

Pizarnik revisitada, por Sergio Pereyra

El cruce entre el voseo y el tuteo, por Hernán Schillagi


INFORMES Y CRÓNICAS

Chapa y pintura: Informe sobre la Beca del taller de poesía del

Fondo Nacionalde las Artes en Mendoza, por Hernán Schillagi


LA HISTORIA DE UN POEMA

Salmo de las orquídeas, por Rubén Valle

RESEÑAS CRÍTICAS

Un paseo sin paraguas: «Lluvias» de Laura Wittner, por Paula Seufferheld

Glasé» de Rocío Pochettino, por Hernán Schillagi


EL REPORTAJE HAIKU

Eliana Drajer chocadora, por Hernán Schillagi


NOTICIAS Y ADELANTOS



Los desaguaderos

De pie, de izquierda a derecha: Toledo y Seufferheld. Sentados: Schillagi, Pereyra y Restiffo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Entrevista a Matías Vernengo

«Este libro significa detenerse a ver la noche»




por Fernando G. Toledo

Poeta de la duda instalada en la frente del lector, de la descripción inocente sólo en apariencia, poeta del silencio detrás del cual acecha el pensamiento, Matías Vernengo (Buenos Aires, 1963) editó este año su tercer libro de poemas, a una década de su libro anterior, El ojo y la cerradura. En Cuaderno blanco (Alción Editora), Vernengo ahonda en las señas particulares de su escritura: esas dudas, esas descripciones inocentes y esos silencios que iluminan se alzan, entonces, como potentes rasgos de estilo de un poeta, y también editor, que apuesta a una lírica sin altisonancias.
Desde el murmullo del viento en Cortaderas, San Luis, donde vive desde hace un año y medio, Vernengo responde a estas preguntas por las que también pasan sus búsquedas, la realidad poética actual, un antepasado de su misma «raza» y nombres como Giannuzzi, Eliot y Spinetta.

Detrás de la puerta

–La aparición de
Cuaderno blanco se da luego de un largo compás de espera tras su libro El ojo y la cerradura. Sin embargo, hay una continuidad, al menos aparente, en lo estilístico y lo temático. ¿Es más que aparente esa coherencia, esa persistencia en ciertos temas y tonos?
–Creo que hay un tono que se mantiene entre los dos libros y que también persisten ciertos temas, pero por otro lado creo también que en Cuaderno blanco hay un intento de mayor despojo y una profundización de esos temas y formas y obsesiones, como el tiempo, la memoria, la desolación, los pájaros negros, la noche. El tiempo que pasó entre El ojo y la cerradura y Cuaderno blanco me permitió trabajar mucho cada texto, seleccionar poemas, reescribirlos, dejarlos decantar, ajustar el sonido y el sentido, y descartar otros. Además, se fueron publicando poemas sueltos, pertenecientes a Cuaderno..., desde el 2003, en revistas como Hablar de poesía y otras. No tuve ningún apuro en publicar mi tercer libro. Creo que uno sabe cuándo es el momento y cuándo un libro está realmente terminado como tal, para ser publicado.
Como dice Hugo Mujica (poeta leído y admirado por mí): «la noche no es no ver, es ver la noche». Creo que Cuaderno blanco es haberse detenido a ver la noche, la noche de la infancia, la noche en la memoria, la noche de otros momentos de la vida, y ese trabajo fue arduo y hondo, y a la vez doloroso.

–Hay una tendencia a la concentración y la brevedad en sus poemas. ¿Es un poeta de poemas breves?

–La concentración y la brevedad, el intento de ellas, producen un poema cuya forma es la que más me apasiona. Y tal vez, la que siento como una manera natural de expresión en mí a la hora de escribir. Cuando comencé con la escritura de mis primeras cosas también había poemas más extensos. Pero el desarrollo de mi escritura en el tiempo me fue llevando a la concentración, a la búsqueda de una imagen más nítida, a intentar una mayor precisión, y por otro lado a permitir el silencio, el silencio en el blanco de la página, el silencio que sigue y estalla luego de la lectura de un texto breve. Cuando años después publiqué mi primer libro, El gesto del que danza (1994), ya los poemas eran en su mayoría breves.

–Junto a ese rasgo hay en muchos de sus poemas otro, más bien conceptual, y que tiene que ver con cierta corriente, si es que existió como tal, el objetivismo. Pongo como ejemplos más claros poemas como Pausa breve, El viaje, y otros en que ese objetivismo tiende atenuarse con algunos elementos psicológicos y filosóficos, como en La mitad de una palabra, El escritorio o La desembocadura. ¿Es este objetivismo deliberado?

–Posiblemente mis poemas estén más cerca de la corriente llamada objetivismo que de otras corrientes poéticas como el neobarroco y el neorromanticismo. Pero de todas maneras, es una relación solamente de cercanía. Me interesan las obras de muchos poetas, y cada obra de cada poeta puede inscribirse dentro de diferentes corrientes poéticas y estéticas.


–Hay en poemas, de Cuaderno blanco como de El ojo y la cerradura, algunos temas muy notables. Uno es la violencia contenida en el seno de un ambiente familiar, expresado en algo a punto de explotar o que ya ha estallado, por ejemplo, por la vía del suicidio. ¿Hay un interés especial suyo en esos temas? ¿Qué lo atrae de ellos?

–Tiene que ver con mi biografía. Desde la infancia estuvo permanentemente girando, en torno al seno familiar, la amenaza del suicidio. Esa amenaza, llevada a cabo casi sistemáticamente por mi padre, generó siempre un estado de tensión. Siempre algo estaba a punto de caer. Finalmente, ya pasada la infancia y la adolescencia y parte de la juventud, y a mis casi treinta años, mi padre se suicidó. Pero aquella tensión y crispación sostenida en el tiempo influyó en mi escritura, en mi visión del mundo. Creo que hay en mi poesía, esa tensión en el verso entrecortado, y ese dolor seco. Recuerdo un poema de Giannuzzi, El suicida, que siempre me impresionó. Una frase de ese poema dice: «El mundo insistió en sus mecanismos de hierro / hasta cortar la lengua del que llamaba a nadie».

Bajo sus influencias

–Uno de los jurados que distinguió El ojo y la cerradura fue Joaquín O. Giannuzzi. ¿Podemos pensar en él como una influencia en su propia escritura? ¿Cuáles otras reconoce?
–Joaquín Giannuzzi es uno de los poetas argentinos que más admiro. Y seguramente hay una influencia de su escritura en mis poemas. Pero no es la única. Las lecturas han sido múltiples y variadas, y finalmente todas ellas influyen de alguna manera. De todos modos, puedo mencionar también como poetas que admiro, y que son influencias iniciales, a Ungaretti y a Quasimodo: la posibilidad de síntesis que hay en esas obras y a la vez su capacidad de sugerir, de no explicar, de intentar llegar al hueso, ahí en esos breves poemas como ráfagas, me conmueve en todos los sentidos. También admiro y soy lector de las obras de poetas argentinos como Raúl González Tuñón, Alberto Girri, Enrique Molina, Olga Orozco o Héctor Viel Temperley. Y debo mencionar también, sin dudas, las obras de Pessoa, Eliot, Celan, Holan y Bonnefoy. Si tuviera que agregar una obra, un autor, una mirada del mundo, como influencia, como lectura personal e intensa a lo largo del tiempo, tendría que nombrar a Kafka, su obra de ficción, y por supuesto sus Diarios. Y además, hay dos artistas argentinos que de algún modo me han marcado desde la adolescencia, y que vienen de la música. Son Charly García y Luis Alberto Spinetta. Su música y sus palabras, sus canciones, han sido muy importantes para mí, y mostraban en una época oscura de la Argentina, que coincidió con mi adolescencia, que alguien podía crear y buscar el sentido y la belleza y transmitir el dolor y los interrogantes de la existencia a través de un arte posible y presente. Por eso están ahí, de algún modo, Charly y Luis Alberto, con sus discos de aquella época y los que han seguido produciendo hasta hoy.

Vuelco editorial

-Además de poeta es también editor. Cuéntenos de esa tarea, además de su propia trayectoria o profesión, y del hecho de ejercer como escritor y editor en San Luis, provincia vecina a Mendoza, dato que hace constar en la solapa de Cuaderno blanco.

–El trabajo del editor es otra pasión. Una pasión por los libros y por las palabras. Una pasión de lector. Tener la posibilidad de editar, colocar a la luz una obra, transformar un texto en un libro, es una tarea maravillosa. Desde que decidí mudarme de Buenos Aires y comenzar a vivir aquí, en San Luis, más precisamente en este pueblo, Cortaderas, ubicado a los pies de las Sierras de Comechingones, tuve la intención de generar desde aquí una editorial, y poder trabajar en conexión con Buenos Aires y también con otras localidades y provincias como Córdoba o Santiago del Estero o también Mendoza. Mi pequeña editorial se llama La Volcada Libros y lleva el nombre de la casa en la que vivo, La Volcada, una casa que perteneció a mi familia, que a su vez tiene una tradición literaria y que en el año 2011 cumple 100 años. Esta casa, que antes de pertenecer a mi madre perteneció a mi tía bisabuela Celia de Diego, escritora y periodista, inspiró el nombre para la editorial. Intento hacer, desde esta casona de adobe a los pies de las sierras, un lugar que sirva como centro, y continuar con la tarea de dedicarse a los libros, la lectura y la literatura.

–Para terminar, nos gustaría que nos brindara su visión de la poesía argentina de hoy, así en general, y de algunos poetas que le interesen particularmente.

–En la Argentina siempre ha existido un fuerte movimiento vinculado a la poesía. Han existido siempre revistas, publicaciones, pequeñas editoriales y poetas y gente alrededor de la poesía. Me interesa la obra y la escritura de muchos poetas argentinos, como J. Aulicino, H. Mujica, R. Herrera, A. Nicotra, A. Carrera, J. Adúriz, D. Bellessi, E. Moore, J. Castellanos, María del Carmen Colombo. Y puedo nombrar también a muy buenos poetas como Gustavo Romero Borri, Espel, Kofman, Rivelli, Solinas, Mattoni y Beatriz Vignoli, entre otros y otras. En fin, los poetas escriben, trabajan, editan, dirigen publicaciones. Ha habido muchas revistas muy buenas en los últimos 30 años en la argentina, como las ya famosas Diario de poesía, Xul, Último Reino, o La danza del ratón y Satura, en los ’80, y otras publicaciones que han ido apareciendo en el tiempo, como Omero, Hablar de poesía, La guacha, Barataria, Fénix, para mencionar algunas nada más. He conocido poetas, y su forma de entregarse a la poesía es muy fuerte, diría, en algunos casos, incondicional. Como dice Francisco Madariaga en un poema: «Sólo no hay trampa para la orden de hacer fuego hasta que todo arda». Una vocación como la del poeta requiere esa entrega y esa pasión.

Poemas de
Cuaderno blanco
(2009)



Pausa breve

El pájaro
-pausa breve y amarilla
del paisaje-
coquetea con el infierno de zumbidos
alrededor del panal.

Y a dos pasos
un mortero antiguo de madera
aplasta las semillas de los árboles del porvenir.


El viaje

Inmóvil la noche en la ventana del tren
que avanza como una escritura
en línea recta hacia el sur.

Inmóvil la luna sobre el mapa.


La mitad de una palabra

Ella, con su vestido
aún intacto,

deambula
por la casa con la mitad de una palabra
apretada entre los dientes,

y busca
en los rincones

fragmentos.


El escritorio

Sobre la madera negra del escritorio
quedan restos, tazas y cucharitas,
hojas sueltas, lapiceras,

los giros
de un monólogo entrecortado, errante, las frases
en punta, la redondez de los párrafos extensos,
el espiral
que se expande alrededor del sustantivo,
los recomienzos, las pausas

y los granos de azúcar disperos sobre la madera negra,

como una vía láctea en miniatura.


La desembocadura

Corta con un pequeño filo de metal el contorno
de las cosas
y las pega, una por una,
en la superficie azulejada y blanca de la pared.

Un mapa que ocupe
las paredes del pabellón entero, eso busca,

para navegar por sus ríos.


Velorio del suicida

A veces conviene esquivar,

no detenerse.

Entonces se prepara un maquillaje adecuado,
una venda rodeando la frente,
un color
ceniza
en el polvo facial.

A veces conviene esquivar, no
detenerse,

pero insiste ese pequeño círculo detrás,
esa sombra,
ese punto oscuro en la sien del mundo.