sábado, 24 de octubre de 2009

Una antología que dará para hablar (y leer): Promiscuos&Promisorios


Ya está en prensa y sale el mes que viene. Promiscuos&Promisorios contiene a poetas mendocinos que van del '60 al '79. El sello es Ediciones de LunaRoja, que arranca con esta primera obra, a su vez se presenta como la primera de tres antologías: Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI), Quién dijo que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI). Todos los títulos están ya en preparación.
La dirección de esta editorial la comparten el poeta y docente Dionisio Salas Astorga con Juan Redmond, mendocino licenciado en Filosofía que se está doctorando en la Universidad de Lille, Francia. Cada antología tiene un consejo editorial que se renueva. En Promiscuos... fueron Juan López, poeta y periodista, Alejandro Frias, escritor y editor de la revista Serendipia y Fernando G.Toledo, periodista y poeta. Se trata de construir independientemente (pero no en contra) de los avales de la academia o el canon, una parte de la historia de esta literatura.

La revista El Desaguadero ofrece a sus lectores un adelanto: el más que inquietante y nada complaciente prólogo a la antología.


Promiscuos&Promisorios

Antología de la poesía en Mendoza para el siglo XXI. Ediciones de LunaRoja.


Por Dionisio Salas Astorga*




Los poetas de esta antología tienen en común sus diferencias. Comparten el envasado en origen de Mendoza, pero no a todos los ha deshojado por igual la rosa del viento Zonda del siglo XXI. Por más que desilusionen a un romántico lector, no hicieron sus primeras letras sobre la arena de desierto que aprieta a la ciudad. No gritaron a un amor perdido desde la altura del Aconcagua -6969 m sobre el nivel del mar-; no distinguen los matices del blanco andino ni se han bañado cuando chicos en las sospechosas aguas de las acequias que refrescan el cuerpo de sus calles. Son mendocinos, pero algunos toman gaseosa.

De sus improbables pecados, el de Edipo o Electra no los atormenta cuando llegan a la almohada. Son hijos/hijas de una familia numerosa, «moderna» así empujan con serenidad su filiación literaria. Cierto que estudiaron en escuelas con nombres de probos escritores mendocinos, pero esa literatura húmeda y pastoril al modo de Tudela o Bufano, andina o telúrica a la manera de Ramponi y Tejada, no llegó a cismar sus destinos.

Los poetas mendocinos del s. XXI, entonces, no son extraños o bárbaros a los hombres que habitan más allá de las columnas de Hércules (Arco del Desaguadero, Uspallata, Luján). A su birome rara vez la inclina la presencia magnética de los Andes y su verso no es más diáfano por la sola presencia de los ríos que hacen trekking. La poesía de los poetas del sol y el buen vino para el tercer milenio -como la poesía de Santiago, Rosario o Córdoba- sufre de claustrofobia y agorafobia, de ombliguismo, del síndrome del hermano del medio y otras tantas cosas que acosan también al resto de los organismos vivos, escritores o lectores del reino de este mundo.

Ninguno/a alegaría responder a un plan providencial para sus vidas poéticas. Los/la/el poeta está fundido con su circunstancia: es un ser indefenso frente al televisor, los mismos canales y el inestable servidor de Internet. Viaja por el mundo desde su casa, come sobras de pie, escribe crónicas de municipio o policiales o dicta clases a adolescentes que siguen por ventanas sin vidrios las huellas del mensajito en el que sin saber –por no prestar la atención debida– pudieron digitar algo de poesía.

En las noches de San Rafael, en San Martín o Las Heras, desde Chapanay (aterrorizados por la factura del gas cuando preparan la milanesa de rigor), ninguno -o casi ninguno- aceptaría ser un instrumento en la orquesta de la Providencia.

No impera ni opera sobre ellos ninguna definición de escuela secundaria sencilla que los pueda desordenar: la poesía mendocina actual es narrativa, concreta, hermética, transparente, barroca, neo barroca, coloquial, realista, neo romántica, objetiva, estética, experimental, canónica, de barrio. A veces quiere comunicarse, otras no tiene crédito para nadie. Unos se asoman hasta el borde de la página –prefieren como el Axolotl mirar detrás del vidrio de la literatura– porque para ellos el lenguaje es un acuario confortable, el único territorio. Otros, sobrevuelan las calles del Borbollón en plena siesta, cuando el techo de un Falcon en llantas es cama solar sin regulador o una atalaya desde donde calcular a las cajeras del súper. Los más, juegan a la rayuela buscando en la extensa nube de la hoja limpia flechas o carteles que conduzcan su nave hacia el sentido irónico de las cosas o las cosas sin sentido.

De insistir, se pueden reconocer en su poesía –cuándo no, quién no- «influencias extranjeras» como decían los críticos de antes, lo que no podemos decir ahora es dónde, qué es lo extranjero. O mejor, lo extranjero es el espacio interior que defienden, el lote moral o intelectual que «okupan» en medio o al margen de una sociedad de infinitos guetos y hordas que asolan los muros, de niños que limpian vidrios en las esquinas para que los vean.

Si para los autores latinoamericanos de los ’70 la cuestión era «el compromiso», sin importar el mapa de su geografía intelectual, en los poetas mendocinos montados en la medianera de los dos siglos, las urgencias pasan por otra vereda: el agujero negro en el que se ha convertido el mundo (propio y ajeno), la heladera vacía, su promiscua, adúltera relación con el periodismo o la docencia, la soledad pertinaz que los acompaña por las calles como una mascota sin correa. Son tipos especiales viviendo vidas comunes y corrientes. Ven perder a la selección, compran a desgano en el shopping y lavan el auto los domingos a la mañana (si no les toca cocinar). Uno las/los puede encontrar estacionando en doble fila a la salida de algún colegio, probando el volumen del escote que se impone, acurrucados debajo de una novela aguantando el colectivo, eligiendo costillas, tintura, lavandina sin olor en el súper o mirando libros de oferta unos metros más allá. Los une la corrupción de la lectura, el amor por otros escritores como ellos, pero canonizados por el marketing o por las revistas contra el marketing.

Algunos desaparecerán con el tiempo. ¿Quién no desaparecerá con el tiempo?

Los 14 antologados aquí no tuvieron la suerte ni mucho menos la enorme desgracia de atravesar una guerra civil o mundial declarada; a los grandes dictadores los reconocen por el History y por más que se pellizquen, se emocionan más con los primeros garabatos de sus hijas que con las últimas estadísticas de muertos en Sudán, cuestión que por supuesto cada tanto los hace sentir normales y se preguntan, con justa razón: ¿Ante quién doblar las rodillas? Son casi todos nihilistas, ateos sin vocación de culto y a la fe la ven pasar por las carpetas de la escuela de retoños o sobrinos por los que ya vendieron su alma; fuera de eso, aprenden a perdonar porque dan crédito a la conciencia.

Unos cuantos son hijos no reconocidos del rock argentino (20 años ha), sus poemas saludan a Spinetta desde noches de estricta soledad en compañía. Leyeron lo que había en los primeros casetes y después en la Biblioteca Central, lo que encontraba Susana en la de Filo, los suplementos de Clarín o La Nación atrasados. Cuando vieron que nunca saldrían en sus páginas empezaron a publicar en fotocopias amarillas, a repartir entre las estudiantes de inglés sus poemas de amor encolerizado (serían como precursores del rap latino); entraron a los diarios y fundaron Altillos donde refugiar lo que se pudiera del asalto, echaron a andar editoriales financiando con la amistad y la confianza. Últimamente, y a pesar de las pestes bíblicas que imponen la asepsia comunitaria, se volvieron cíclicos, elefantiásicos; llenan de atriles y cerveza la vieja alameda para proclamar su lealtad condicional a la poesía. Se escuchan como en un coro de sirenas frente a al mercado del puerto.

Escribir no es fácil. Nada es fácil.

El/la poeta de estas latitudes cordilleranas tuvo que asumir con dignidad su existencia ad hoc. Aceptar el equilibrio de elefante con el que se enrosca a su destino. Se pregunta, más o menos como Altazor, quién es él para condenarse por los pecados del mundo. Sabe claramente que no es un pequeño dios sino a penas quien lo niega, un modesto profesor de lengua o comunicación, un periodista escrito por la realidad.

Se les imputa, a algunos, auto legitimarse, pelear en pareja (como los espartanos, los romanos, esa gente), pero quién no ha construido desde el principio de los tiempos su muralla China. Su sintonía con el imperio masmediático y monopolizar los escasos suplementos de cultura. Se sabe: la literatura hispanoamericana está llena de honrosas biografías salvadas por la empresa periodística, sin que éstas sean –por supuesto– mesiánicas. Los escritores de todos los tiempos han estado ligados al tráfico de la información, porque estos silos fueron hasta hace poquísimos años el único sitio donde hacer pública y masiva la palabra, además de los baños y los bancos de la plaza (hasta que los montaron en cemento áspero).

Los que se asoman al balcón de los 40 han hecho sus primeras armas en las carreras de Comunicación o Letras y, contrariamente a lo que dice el mito, las terminaron. Sus premios y sus libros han trasnochado con ellos y nacieron mientras la ciudad ululaba o los domingos en que los civiles se aferran al mate. Como Carver, no tienen espacio ni tiempo, pero escriben porque una página es todo lo que flota, a veces, después del naufragio.

Los que vienen del fondo del mapa -según cómo pongamos el mapa- sin confesar oficios varios, enumeran sin equivocarse los clásicos del siglo, la selección ideal y su reserva. No sería acertado fotografiarlos profesando algún canon tardío, más bien se abanican con él, deshojan la historia literaria con la irreverencia del que sabe que se puede cortar todo, menos el tallo.

Y dos o tres son peregrinos solitarios. Como los derviches, se tejen sobre la manta del camino que recorren.

Y aunque los más mentados de la academia lamenten que estos últimos años de poesía solo amontonen anécdotas, que nada supera los recursos métricos de Horacio (Anadón) o que la poesía solo hable de la épica del hombre común, lo confesional y la falta de énfasis (Piña) es innegable que esta poesía mendocina de fin y principio de siglo está viva y consciente, contando las pesadillas de este mundo, no del otro. No siente remordimientos «versiculares» y parece saber con más claridad (e ironía) que ninguna, que no puede confiar en un género zurcido de palabras. De ahí que, inaugurales, emergentes o novísimos (Castellino), promiscuos y promisorios, los poetas mendocinos de hoy no recogen las esquirlas del mundo. Escriben para leerse, para que los quieran los amigos, porque el poema es un petroglifo con el que se exorcizan estos años de invierno o porque el lenguaje es un columpio solitario en la plaza una mañana de domingo.

¿Qué es un poema? Una página de color que espera que daltónicos lectores la encuentren en el espacio cibernético. Una voz o el coro que resuena en la caverna informática. Un mensaje en la botella de plástico al costado de la ruta.

O quizá lo que sentenció Teillier mucho antes que nosotros: palabras, palabras, para ocultar quizás lo único verdadero, que respiramos y dejamos de respirar.



Setiembre de 2009

Los 14 poetas de Promiscuos&Promisorios (de arriba a abajo, de izquierda a derecha):


Bettina Ballarini, Patricia Rodón, Juan López, Rubén Valle, Claudio Rosales, Fabricio Capelli, Darío Zangrandi, Fernando G.Toledo, Claudio Ferreyra Barro, Pablo Martín Arabena, Hernán Schillagi, Débora Benacot, Eugenia Segura y Eliana Drajer.


*Dionisio Salas Astorga (1965) ha publicado Sentimiento -Valparaíso, 1982- y Sábanas sin flores -Mendoza, 2003- poesía. Su novela infantil Las aventuras de Cepillo el león -Mendoza, 2007- (financiada por el Ministerio de Turismo y Cultura de la Provincia), fue llevada al teatro en el 2008 y avalada con un subsidio del Fondo (Ubriaco, investigación teatral) para su representación en escuelas primarias de Mendoza ciclo 2009/2010. El 2006 y 2008 obtuvo subsidios para la producción cultural de la Subsecretaría de Cultura del Gobierno de Mendoza. Cursó el profesorado de Lengua y Literatura y la Maestría en Literatura Argentina Contemporánea (2006) en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNC.

sábado, 17 de octubre de 2009

Aquel que ayer nomás decía...

Ricardo Strafacce, Osvaldo Lamborghini; una biografía, Buenos Aires, Mansalva, 2008.

por Gastón Ortiz Bandes*
-Colaboración especial-








Osvaldo Lamborghini, una biografía de Ricardo Strafacce es un largo relato, minucioso hasta el mareo, en torno de un hombre que fue leyenda al hacer de su relación con la escritura un solo cuerpo ya violentamente indisociable. Pues pocos textos de nuestra literatura tajean más hasta el hueso el idioma de los argentinos y, con tanta intensidad y crudeza, llegan a desnudar, en el más acá físico de la letra, la monstruosa maquinaria de sexo y muerte que este país pone en marcha con cada acto de habla, que ese conjunto de papeles inacabados que constituyen su (por comodidad llamésmole) obra. Y porque tampoco ningún otro escritor fue venerado con tanto celo y sigilo como este sensei de un grupo de pares que, con los años, vendrían a imbricar -alianzas aquí, trifulcas allá- la red más interesante, quizá, del corpus literario y teórico argentino de los últimos años: César Aira, Josefina Ludmer, Fogwill, Néstor Perlongher, María Moreno, Arturo Carrera, Tamara Kamenszain, Luis Gusman, Héctor Libertella, Daniel Link… Strafacce, contextualizando el trayecto vital de Lamborghini hasta en sus últimos intersticios, pone en crisis las formas de leer y pensar la cultura nacional de los últimos 40 años: aquellos que, al leer literatura, se ufanan por atesorar un “mensaje” edificante o, como diría Macedonio, “alucinar la vida”, suelen –obvio- deleznar a Lamborghini. Sin embargo, su lugar en el canon argentino añuda “la lengua desatada” hacia el pasado (Echeverría, Alberdi, Hernández, Arlt, Girondo, Borges, Gombrowicz) y el futuro: Roberto Bolaño vaticinó que, si hubiera un mañana para la literatura rioplatense, éste sólo podría estar en esa cajita olvidada en el sótano (de la institución literaria) que contiene todo su infierno…

Sabido es que, para crearse alrededor de su persona un mito, a Osvaldo Lamborghini le bastó publicar en vida apenas tres libritos y un puñado de poemas, relatos y artículos en revistas y diarios muy disímiles. En 1969 su carta de presentación fue El fiord, orgía de retóricas imperativos retóricos e idiolectos inconciliables, donde cierta Carla Greta Terón (CGT) paría a un bebé onanista, Atilio Tancredo Vacán (Augusto Timoteo Vandor), en medio de un grupúsculo guerrillero formado por un yo narrador ex-seminarista y antaño militante de la Restauradora, un marxista con look de campo de concentración (Sebas, “bases” al vesre) y una cancerígena burguesa pro-salir-en-manifestación, que aterradamente obedecían a un tal Loco Rodríguez, ultraviolento padre de la malograda “criatura”[1]. En 1973, y siguiéndolo ya el rumor minoritario de poseer genio, Lamborghini publica, dificultosamente, Sebregondi retrocede, nouvelle que contiene “El niño proletario”, narración exasperante en que tres niños burgueses violan y asesinan con saña al típico canillita de la tradición boedista: “Identificarse con el proletariado = Regodearse con los sufrimientos de los oprimidos mediante la coartada masoquista de sentirlos, cómo diríamos: ‘en carme propia’”, aullaba, como correlato teórico, un artículo de la última revista vanguardista de la Argentina, Literal, que por ese mismo año, junto a Germán García y Luis Gusman (entonces compiches y luego enemigos íntimos), urdió. Por una práctica subversiva de la letra en defensa del significante y en detrimento del significado (“Terminar con los juegos de palabras = Conservar analmente la representación decimonónica”), Literal disparaba contra la izquierda biempensante y sus novelas “de denuncia” que pactaban “con la escritura burguesa de los medios de información” fundando “el imperialismo de la representación realista”.

Suficiente entonces para que, miembro VIP de la bohemia setentista, deviniera mito viviente: además de su parla hechizante y una actitud entre histriónica y cimarrona, muchas anécdotas y chismes en torno de sus filiaciones políticas, su sexualidad, sus adicciones (sesenta cigarrillos, codeína y litros de alcohol que no desdeñaban, a falta de whisky, el medicinal 96º) y sus arranques de violencia (televisores, máquinas de escribir y hasta una gata “que lo miraba mal” arrojados por la ventana de octavos pisos, la destrucción del depto de Perlongher en compañía de una suerte de díler proto-skinhead a principios de los ‘80) le dieron, en fin, la típica aura del “maldito”. Su último libro publicado en vida fue Poemas, de 1980, por la editorial Tierra Baldía, de Rodolfo Fogwill, quien divertido propicia unas cartas donde Osvaldo, a causa de los obstáculos tipográficos y de distribución que sufre el poemario, no deja de mostrar su diabólico talento para recontraputearlo: así, el arte argentino de la injuria (Sarmiento, Viñas) llega aquí a su cenit, con un fondo de carcajadas del autor de Los pichiciegos. Tras su reclusión y aparente silencio en Barcelona, Osvaldo muere en 1985. Tres años después Aira, su albacea y “mejor amigo”, reúne su obra narrativa en Novelas y cuentos, dando a conocer los inéditos Las hijas de Hegel, La causa justa y El pibe Barulo, ficciones magistrales que le corroborarían, a un pequeño público ya ávido de devorar al misterioso gólem, su infrecuente genio. Recién en 2001 Sudamericana, otra vez vía Aira, saca en cuatro tomos toda su obra, que incluye todos sus Poemas (1969-1985) y su novela Tadeys.

96 cartas a Aira, 15 a Fogwill, 42 al matrimonio de Tamara Kamenszain y Héctor Libertella, más muchas otras enviadas también por Lamborghini a sus mujeres, amigos, editores y familiares; archivos públicos y personales; manuscritos, agendas, cuadernos, subrayados de libros, recibos de hoteles; testimonios de 92 personas que conocieron a Osvaldo (de Tina Serrano a Lilia Ferreira, de Jorge Asís a Alan Pauls), inclusive de su su hermano Leónidas (junto a Marechal el más grande poeta peronista, voz inmensa de Las patas en las fuentes y El solicitante descolocado), su hija y su última compañera, Hanna Muck; más una cantidad excepcional de bibliografía, la necesaria para poner a trabajar críticamente esa obra con el resto de cultura latinoamericana. Estos son, apenas, los indicios cuantitativos de la importancia de esta investigación del también novelista Ricardo Strafacce: proyecto hecho sin ningún tipo de ayuda (ni beca, ni subsidios) y largamente esperado por los fans de Lamborghini. Entre ellos, su autor el primero: en 1985 “después de leer ‘La novia del gendarme’ [capítulo de Las hijas de Hegel] empecé a necesitar ese libro que me revelara cómo era Osvaldo Lamborghini. Y me prometí que iba a ser uno de los primeros en leerlo, de punta a punta y a toda velocidad, en cuanto alguien lo escribiera”, confiesa Strafacce. Pero como en la raíz de estas palabras están clavados los años que pasaron y pasaron sin que nadie lo escribiera, entonces, en el transcurso de los 90, decidió ser él mismo quien lo llevara a cabo: diez años de trabajo recopilando datos y relatos en Argentina y España, pero también leyendo y releyendo con lucidez microscópica las inscripciones más herméticas y punzantes que jamás hijo alguno hizo en la carne desnuda de su lengua materna, con una devoción obscenamente extrema para exhumar el secreto letal e indecible de su funcionamiento, de su origen: “Y sin embargo SOY Edipo / Un Edipo que besa los pies de su madre ahorcada / […] / Y arrodillado / Lengüetea Lame / con su única lengua / lengua posible / La vagina todavía tibia de su madre ahorcada: / en el momento crucial”. Trabajo heurístico, pero también filológico, que va desde percibir los cambios de lapicera hasta determinar motivaciones atroces o banales para abandonar o retomar algún proyecto, y que determina, además de fechas de escritura, los porqués de los cambios de palabras, sustituciones y tachaduras entre distintas versiones. Así asistimos al develamiento de sus procedimientos para alcanzar lo más sorprendente e inalienable del estilo de Lamborghini, esa la “prosa cortada” que se respira como verso pero se inscribe “todo seguido”: “cuando se reemplaza una palabra por otra, en ningún caso se trata de sinónimos, sino de palabras que casi siempre tienen la misma cantidad de sílabas y casi siempre la misma asonancia y acentuación”. Música porque sí, música vana…

Como buena biografía “clásica”, ésta se desentiende de las modas universitarias (luego de Barthes y el primer Foucault, conectar vida y obra para interpretar textos literarios implica el ostracismo de la academia) y empieza, tradicionalmente, por “la familia”: orígenes, problemas económicos, la militancia sindical, la fascinación por la gauchesca… Y aquí sí se plantea ya uno de los ejes principales de esta absorbente non-fiction: la áspera e ineluctable relación del menor Osvaldo con el (trece años) mayor Leónidas. Para demostrar esta competencia entre hermanos poetas hipnotizados por la rima octosílaba del Martín Fierro y la terrible ambigüedad de la lengua oral, Strafacce no sólo se sirve de cartas de Osvaldo y otros testimonios, también confronta fragmentos de las obras de ambos cuya carga autobiográfica no deje dudas al respecto: de la violencia anal contra el nalgudo Nal y su goleador hermano Noel (León[idas] al vesre) en El pibe Barulo, hasta la descarnada gritería de las “Diez escenas del paciente” de El solicitante…: “…dando vueltas con eso penetrándolo por detrás / que tenía desde niño / de años / hace años // y trataba de hablarme de eso de clavarme eso […] -¡pero eso fue solo un penetrante accidente! / nada más / le grito violento // entonces / -¡no elijas la inocencia! / me gritó él también”. ¿Abuso infantil, violación?: todo un conflicto familiar que producirá dos de los más radicales deslengües de nuestra poesía, una payada privada y pública que, a la vez, es un siniestro y consanguíneo pacto de silencio alrededor de secreto inenarrable[2].

De entre las muchas tesis o, mejor, revelaciones del libro, quizás tres sean las que posiblemente cambien la forma de leer, si la desordenada biblioteca argentina de los últimos años no, al menos esa temible “cajita de cartón, pequeña, con la superficie llena de polvo” (Bolaño) que comunica con lo más peligroso y socialmente inconveniente de nuestro “salón literario”.

1) La imposibilidad estructural de que la escritura de Lamborghini entrara en el mercado literario de los ‘70, a pesar de los desesperados deseos de su autor por figurar en el pelotón de los “grandes renovadores” de la literatura anti-boom: Puig, Sarduy, Cabrera Infante, Sánchez. Ahora bien, la causa de que la mayoría de su obra acabara –muerto su autor- inédita, no se debió a una política de escritura (caso Macedonio) o a la voluntad más o menos explícita de su autor (caso Kafka, Rimbaud), como muchos suponen (Saccomano, Prieto), sino porque su estilo y su temática, es decir, su propuesta, eran literalmente ilegibles para el negocio editorial de entonces (“impotencia para hacerme un lugar en el mercado”). Y sin embargo, pese a los esfuerzos de Libertella[3], su único amigo entonces “académico”, a Osvaldo, ingenuo pero valiente, indeclinable, jamás se le ocurrió cambiar de modo de escribir, hacerse más “claro”, más soft, más –cómo decirlo- digerible: “Sólo cuando pueda afirmar que ‘naides me entiende’ habré llegado al punto casi de la sabiduría”.

2) La comprobación de que la condición fragmentaria de su obra radica en que fue escrita “desde” la muerte (o el suicidio), como una producción en vida de los típicos papeles de escritor genial hallados post-mortem. Suerte de afasia que Lamborghini padeció durante todos los ‘70 (“Me es difícil escribir porque ya lo hice, porque ya escribí”), pero que, ya tranquilamente radicado en España, desaparecería dando lugar a un frenesí creativo ilimitado, como lo demuestran sus últimas novelas (de su congénere Kafka y sus novelas inconclusas, Blanchot –creo recordar- dijo que ese mismo no acabar era la condición misma de su producción, lo cual puede ser asignable asimismo a la etapa final de Lamborghini).

3) Una insólita concepción del género a partir del deseo masculino heterosexual que, posiblemente, ponga en crisis –fortaleciéndolos- tanto al feminismo como a los queer studies: la idea de que es el deseo de (ser) mujer (es decir, de “poseer” –en todos los sentidos del término- un cuerpo femenino) lo que, “por una cuestión de rigor lógico”, unifica tanto a heterosexuales como a homosexuales en la envidia de la Otredad: una noción que dejaría sin palabras a las propuestas filosóficas más sólidas de este siglo para corroer el sistema patriarcal, tanto al “devenir-mujer” de Gilles Deleuze como a la deconstrucción del falogocentrismo derridiana.

¿Por qué este libro excede por todos lados su propio objeto de estudio? Porque sus derivas cartográficas, al poner la matriz lamborghiniana en relación con lo que se escribía entonces en Argentina y Latinoamérica, ofrecen un panorama espléndido de las líneas de fuerza discursivas, ideológicas y mercantiles en pugna en nuestra cultura contemporánea. Transcripciones de entrevistas; préstamos, homenajes, afinidades electivas, contraseñas, missed readings, debates, peleas. Toda una radiografía espeluznante de una ciudad que entonces bullía de un público ansioso de literatura, filosofía, psicoanálisis, antropología, semiótica, teoría política… Ah, tiempos: el libro de Strafacce es, por último, la crónica melancólica de una época intelectualmente hiperproductiva, y sabiamente tiene como protagonista al más marginal y utópico de sus testigos, el que eligió vivir post-mortem en la más cruda intensidad de su lengua materna.


Enero y octubre, 2009

*Gastón Ortiz Bandes nació en Mendoza en 1977. Es docente, escritor y, eventualmente, periodista y performer. Ha publicado pequeños ensayos sobre literatura en Los Andes. Algunos de sus poemas y narraciones breves serán publicadas este año en las antologías La ruptura del silencio (DGE) y Desertikón (Eloísa Cartonera)".

***
[1] ¿Perón?, ¿el Padre de la horda (Freud/fiord)? El libro de Strafacce torna inconducentes, sin embargo, estas preguntas, pues viene a desmentir la relación causal que la crítica estableció entre el lacanismo y este texto inaugural. “El fiord se abre a la producción literaria que privilegia el discurso psicoanalítico como procedimiento desautomatizante del realismo. Lamborghini (como García) pertenecía al círculo de Oscar Massota”, dice Martina López Casanova en su estudio incluido en la Historia crítica de la literatura argentina (tomo 11) sobre la “narración de los cuerpos” de los ’70. Pero, en este caso inusual, no es una novedad teórica importada de París lo que produce el texto literario, sino que, al revés, Masotta lo utilizará para ejemplificar a sus alumnos ciertas ideas de Freud y Lacan –castración, parricidio, etc.-, que el relato de Lamborghini, en cierto modo, escenifica.

[2] Por qué, siempre, todos los personajes de Lamborghini son violados y, a la vez, ejercen una violencia sexual de la cual la explicitada en la lengua no es más que un preámbulo o un correlato. Cuenta pendiente: pensar las relaciones entre obsesium de escritura –la patografía (Libertella)- y violencia sexual, analizar la configuración de lo simbólico y lo imaginario en textos firmados por sujetos víctimas de abuso durante la infancia. Ahora bien, ¿cómo saber si ha sucedido esto (Strafacce, respetuoso, no indaga demasiado en este punto)? Conjeturo, un poco irresponsablemente tal vez, que el enigma de la escritura de Lamborghini (y de Pizarnik, Silvina Ocampo, Puig y muchos otros), posiblemente radique en cierta marca indeleble en el cuerpo y la psique, cierta herida de silencio central e irreversible en torno de una experiencia impronunciable –iniciación funesta, análogo de la muerte. Una herida áfona, sí, pero por causas menos “platónicas” quizá que las formuladas por Julia Kristeva en su famosa teoría de la khora semiótica.

[3] Libertella lo incluyó como ejemplo de la Nueva escritura en Latinoamérica junto con Puig, Sarduy, Arenas, Elizondo y Lihn, oponiéndolos a García Márquez, Carpentier, Cortázar, Vargas Llosa y Goytisolo, los representantes del canon que Carlos Fuentes instauraba en su Nueva novela en Hispanoamérica (los títulos de ambos ensayos ayudan a percibir las “diferencias” políticas): Strafacce recomienda sopesar cómo y por qué se insertaron en los discursos dominantes las novelas llamadas “de imaginación” (el boom) y no las “del lenguaje” (agrupadas irresponsablemente bajo el sambenito de neobarrocas) e, inclusive, confrontar el destino de los propios autores, bien asentados en los ámbitos oficiales y llenos de salud y responsabilidades cívicas los unos, enfermos, olvidados y en el exilio los otros.

viernes, 9 de octubre de 2009

El reportaje haiku: Facundo López y su moledora de palabras


por Hernán Schillagi

Intro

La sección consiste en que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku) que están referidas a las tres características esenciales -según Matsuo Basho- del haiku japonés: en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión.

El mendocino Facundo López, autor del poemario Mariposa sobre las cenizas (Libros de Piedra Infinita, 2007), partícipe de la antología Policronías y reciente ganador de la Beca del Fondo Nacional de las Artes para el taller dictado por Alicia Genovese; con paciencia oriental respondió a las tres preguntas que, de algún modo, lo definen.



1/En este momento
¿Cómo ves tu primer libro, «Mariposa sobre las cenizas», hoy, a dos años de haberse publicado?

Este libro es la primera caída. Es saber que ya no se vuelve ileso de la poesía, me permite mirar atrás y reconocer dónde no debí poner el pie antes de dar el paso; es reconocerme en la necesidad y la torpeza de mi escritura. Es saber que el poema sigue siendo una necesidad. Es tener conciencia de lo mucho que falta y lo difícil que me resulta escribir un buen poema.


2/En este lugar
¿En qué se modificó tu escritura actual con la experiencia del Taller del Fondo Nacional de las Artes aquí en Mendoza?

La experiencia del taller es aun muy reciente, pero intuyo que mi escritura se modificó mucho más de lo que ahora alcanzo a percibir. Se logró con la ayuda de Alicia Genovese conformar muy buen grupo; logramos funcionar como tal y a mi entender cada uno fue trabajando y entrando en la escritura del otro con sinceridad y compromiso. Los poemas llegaban a la mesa y comenzábamos a triturarlos, con el mayor de respetos hacia el dueño. Llegabas con un poema y te ibas con un «requecho» de poesía, y no te quedaba otra que seguir masticándolo y rumiándolo hasta sacarle el jugo. Para mí ha sido un ejercicio importantísimo.

A partir este trabajo, alguien del grupo dijo que éramos una Moledora de carne, y un poco en broma un poco en serio, el nombre quedó. Hasta el momento nos seguimos juntando a moler papeles. De hecho pensamos acercarnos a la Feria del libro con lo que sobreviva a la molienda.


3/Una reflexión
¿Cuáles son tus «rituales» a la hora de acercarte al momento de creación?

Más allá de los rituales creo en la pulsión, en el espasmo que nos arroja a la palabra y nos deja expuestos. Luego se instala el ritual y sus artefactos, y allí surge el desgarro y la pelea con uno mismo. Creo que en mi poesía todo el ritual gira en torno a evitar el sentimiento de comodidad, de complacencia en la propia palabra. Intento desconfiar del poema que cierra de entrada. Mi ritual consiste en escribir desde la incomodidad de la palabra, ese lugar desde donde siempre se podría haber dicho mejor.

Poemas inéditos
Facundo López

EL OTRO

Desconozco al que mira
detrás de tanta noche.

Sus ojos son un negro abismo
sin fondo,
donde nada comienza,
donde el reflejo cae
y se despide.

NO SON PALABRAS

Mancha oscura
en la que buscas
el rostro
que te niegan
los espejos.

*

Con la cara en el asfalto
y el frío en los bolsillos,
observaba desde el suelo,
como la helada cubría
a los que se iban
sin palabras.

*

Acaso te encuentras intimado
a cabalgar el alcohol,
a viajar montado sobre vinos flojos
y pianos desmayados.
Reventado ante el vaso,
El hielo azul contra el iris en llamas.

martes, 29 de septiembre de 2009

Las lecciones del destino


Profesor Hado, por Débora Benacot. Jueves 17 de setiembre, Ciclo Elefante, Bar Iguanahaní. Alameda, Mendoza

Por Sergio Pereyra


Activando conocimientos previos

Abierto mi correo, leída la invitación (Profesor Hado por Débora Benacot. Poemas con estrella y algunos cuentos estrellados. Destino y desatino de palabras), mi cabeza comienza su tarea: ¿hado? Sí, el destino. Pero ¿sólo el destino? Como cada vez que intimo con la duda, acudo al diccionario: «Hado (Del lat. fatum). 1. m. En la tradición clásica, fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos. 2. m. Encadenamiento fatal de los sucesos». Sí, «lo fatal» de Darío. Ahora ¿por qué Profesor Hado? ¿Es sólo un juego de palabras o detrás se ocultan segundas intenciones? Asociaciones mediante arribo al «Historia vitae magistra est» ¿Será porque, una vez cumplido, visitado en la memoria el destino nos enseña algo? ¡Ay, de mis asociaciones!

Acompañado por estas y otras ideas me embarco en Palmira rumbo a la ciudad de Mendoza, lugar en el que habrá de cumplirse el tal «evento». Como suele ocurrirme me quedo dormido. Más, merced al «hola, hola, hola» de mi compañera de asiento, es muy breve mi sueño. Entonces, pienso «debería desistir de mi siestecilla en los colectivos, pues parece que el ser despertado por los chillidos de personas que se empeñan en hablar por teléfono, y mi consiguiente malhumor, están en mi hado».


La motivación

A las 22:20 aproximadamente y con un telón de fondo musical kistch, portafolio en mano y look profesoral, entra la artista a escena. De inmediato, suspendida la incredulidad de los espectadores, lo que se supone un recital de poemas deviene parodia de una clase escolar: la profesora desde su sitial se presenta (Olga Orozco-po u Horóscopo, como gustéis), anuncia el tema (Hado: destino, predestinación, sino), enumera la bibliografía (I ching, Escuela del Futuro, La magia del tarot), formula una pregunta motivadora: «¿por qué están esta noche aquí y no en otro lugar?» y, a manera de ejemplo, narra una anécdota: «este espectáculo, con este título estaba destinado a realizarse hace un par de semanas y por motivos varios se postergó hasta hoy, 17 de setiembre, o sea, día del profesor». Creer o reventar, diría mi madre.


La clase

Metidos de lleno en «la clase», Benacot informa que ésta contará con dos partes, separadas, como no podía ser de otro modo, por un breve recreo. La primera, lírica, se subdivide en varias secciones cuyos títulos rezan: Presas del destino, Destinos adversos, MEZCL-HADOS, Señales del destino, Lo que nos depare el destino y Cuando el destino nos alcance. En cuanto a la segunda, titulada Destinos en prosa -que no es lo mismo que destinos prosaicos-, cuenta con dos secciones: EN-RED-HADOS y CONT-HADOS. Como se ve los textos merodean un tópico único. Sin embargo, tanto los motivos como el estilo espantan la monotonía. Es que Benacot se mueve con igual soltura en los terrenos de la gravedad como en los de la ironía, la parodia y el humor. ¿Es necesario aclarar que, aunque provoque la carcajada, nunca deja de ser «seria»? Menuda faena enfrentará el estudioso que pretenda catalogar el trabajo de esta poeta, renuente a los rótulos, al que perfectamente le cabe lo afirmado por Paula Jiménez del suyo propio: «en mi ultimo libro no soy la misma que en el anterior; construyo una poética en cada proceso…».


Transferencia del conocimiento

Mientras uno tras otro los textos se suceden, este cronista se pregunta dónde reside su encanto; y de pronto, cree descubrir que la magia está en la mirada de la poeta: una mirada «otra» de las cosas, que desarticula la realidad tal como habitualmente la percibimos, una mirada de niña traviesa y precozmente sabia, que, en algún sentido, recuerda la de Silvina Ocampo. Y acaso la lección, para el auditorio, resida justamente en aprender (¿reaprender?) este desautomatizar la mirada, volver nosotros también a mirar el mundo, las personas y los objetos como si fuera la primera vez.


Evaluación

Que esta «clase» cumpla con sus objetivos es mérito exclusivo de Benacot que, a sus condiciones de poeta (subjetividades al margen, estimo –y no soy el único- que es una de las voces más interesantes de la joven poesía mendocina, pues su palabra además de inteligente y honda es, como quiere Ivonne Bordelois, una palabra gozosa de su cuerpo, de las posibilidades de su cuerpo), a sus condiciones de poeta decía, suma sus dotes de lectora/intérprete de lírica: un dominio ejemplar del género, un manejo de la voz alejado tanto de las exageraciones de la declamación como del «te leo un poema como leo el diario», dan cuenta de ello. El público, agradecido.

Concluido el espectáculo, experimentamos la satisfacción de que una fuerza desconocida nos haya arrastrado irresistiblemente, allá lejos y hace tiempo, hacia la poesía y de allí a la amistad. Y más cerca, esta noche, a este bar, a esta artista.


Débora Benacot
Tres poemas inéditos

Rocío baldío

9 en una pieza para 3
por eso ella se siente libre
por las noches.

Cuando vuelve
de su prolija cacería de cartones
siempre para en una plaza desierta
taciturna
allí abre los brazos, cierra los ojos, respira la sombra,
contempla en calma las almas del verde
la ausencia de los pájaros que duermen.

Durante esos segundos
olvida un poco el hambre
el sinsabor
de manos extrañas en su ropa.

Entonces juega -sin saber-
la ritual comunión del desamparo:
y es la novia que lleva algo viejo (casi todo)
algo azul (el frío de sus pies descalzos)
algo robado (manojo de flores rancias que oficiarán de ramo)

Suspira cuando piensa, resignada,
qué perra suerte tuvo
qué lejos ve pasar por su costado
la fastuosa nave de los pocos.

En cambio,
mientras siente en los párpados cerrados
el aire libre de la noche fresca,
en su comarca de ratas y luciérnagas
ella sueña que es la reina buena
del final feliz de un cuento
que nunca le contaron.

*

Lo que nos depare el destino

El hado te ha signado
con jaquecas, dudas y torpezas.

el hado te ha negado
la belleza
el glamour
las matemáticas

Ahora que has finado
el hado, au contraire,
te ha compensado, juguetón,
con montañas de helado de pitufo
para que puedas codearte y regodearte
a perpetuidad
con toda la crema del cielo.

*

Ne me quitte pas/il faut oublier/Tout peut s'oublier
No me dejes/es necesario olvidar/todo puede olvidarse
Jacques Brel
(epígrafe cantado)


Olfateas la fragancia de su amante
en el cuello de la prenda
que estás a punto de lavarle
y en ese acto doméstico y mecánico
confirmas la peor de tus sospechas.

Qué harás ahora
-ya no eres inocente-
si él está a diez minutos
de cruzar por esa puerta.

Frenética, pones manos a la obra:
desmantelas el amor de un par de décadas,
llenas valijas y bolsos
(uno de mano alcanza para la poca dignidad
que te ha quedado).

Ahora vienen sus cosas:
prendes fuego a su colección de pipas
vacías sobre el álbum familiar
su botella del alcohol más exclusivo -acto seguido, flambeas-

estás en eso cuando
la parte racional
le toca el hombro a tu cerebro
y vuelves de un tirón a tus zapatos
a su figura hipócrita
enmarcada en el umbral
su voz
-¿Qué hay de cenar, amor?

y vos
-Nada especial, improvisé con las sobras.

sábado, 26 de septiembre de 2009

El Desaguadero / Número 4




Donde confluyen
la nueva poesía y la reflexión


ENTREVISTAS

Entrevista a Matías Vernengo: «Este libro significa detenerse a ver la noche»,
por Fernando G. Toledo

NOTAS Y ENSAYOS

Pizarnik revisitada, por Sergio Pereyra

El cruce entre el voseo y el tuteo, por Hernán Schillagi


INFORMES Y CRÓNICAS

Chapa y pintura: Informe sobre la Beca del taller de poesía del

Fondo Nacionalde las Artes en Mendoza, por Hernán Schillagi


LA HISTORIA DE UN POEMA

Salmo de las orquídeas, por Rubén Valle

RESEÑAS CRÍTICAS

Un paseo sin paraguas: «Lluvias» de Laura Wittner, por Paula Seufferheld

Glasé» de Rocío Pochettino, por Hernán Schillagi


EL REPORTAJE HAIKU

Eliana Drajer chocadora, por Hernán Schillagi


NOTICIAS Y ADELANTOS



Los desaguaderos

De pie, de izquierda a derecha: Toledo y Seufferheld. Sentados: Schillagi, Pereyra y Restiffo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Entrevista a Matías Vernengo

«Este libro significa detenerse a ver la noche»




por Fernando G. Toledo

Poeta de la duda instalada en la frente del lector, de la descripción inocente sólo en apariencia, poeta del silencio detrás del cual acecha el pensamiento, Matías Vernengo (Buenos Aires, 1963) editó este año su tercer libro de poemas, a una década de su libro anterior, El ojo y la cerradura. En Cuaderno blanco (Alción Editora), Vernengo ahonda en las señas particulares de su escritura: esas dudas, esas descripciones inocentes y esos silencios que iluminan se alzan, entonces, como potentes rasgos de estilo de un poeta, y también editor, que apuesta a una lírica sin altisonancias.
Desde el murmullo del viento en Cortaderas, San Luis, donde vive desde hace un año y medio, Vernengo responde a estas preguntas por las que también pasan sus búsquedas, la realidad poética actual, un antepasado de su misma «raza» y nombres como Giannuzzi, Eliot y Spinetta.

Detrás de la puerta

–La aparición de
Cuaderno blanco se da luego de un largo compás de espera tras su libro El ojo y la cerradura. Sin embargo, hay una continuidad, al menos aparente, en lo estilístico y lo temático. ¿Es más que aparente esa coherencia, esa persistencia en ciertos temas y tonos?
–Creo que hay un tono que se mantiene entre los dos libros y que también persisten ciertos temas, pero por otro lado creo también que en Cuaderno blanco hay un intento de mayor despojo y una profundización de esos temas y formas y obsesiones, como el tiempo, la memoria, la desolación, los pájaros negros, la noche. El tiempo que pasó entre El ojo y la cerradura y Cuaderno blanco me permitió trabajar mucho cada texto, seleccionar poemas, reescribirlos, dejarlos decantar, ajustar el sonido y el sentido, y descartar otros. Además, se fueron publicando poemas sueltos, pertenecientes a Cuaderno..., desde el 2003, en revistas como Hablar de poesía y otras. No tuve ningún apuro en publicar mi tercer libro. Creo que uno sabe cuándo es el momento y cuándo un libro está realmente terminado como tal, para ser publicado.
Como dice Hugo Mujica (poeta leído y admirado por mí): «la noche no es no ver, es ver la noche». Creo que Cuaderno blanco es haberse detenido a ver la noche, la noche de la infancia, la noche en la memoria, la noche de otros momentos de la vida, y ese trabajo fue arduo y hondo, y a la vez doloroso.

–Hay una tendencia a la concentración y la brevedad en sus poemas. ¿Es un poeta de poemas breves?

–La concentración y la brevedad, el intento de ellas, producen un poema cuya forma es la que más me apasiona. Y tal vez, la que siento como una manera natural de expresión en mí a la hora de escribir. Cuando comencé con la escritura de mis primeras cosas también había poemas más extensos. Pero el desarrollo de mi escritura en el tiempo me fue llevando a la concentración, a la búsqueda de una imagen más nítida, a intentar una mayor precisión, y por otro lado a permitir el silencio, el silencio en el blanco de la página, el silencio que sigue y estalla luego de la lectura de un texto breve. Cuando años después publiqué mi primer libro, El gesto del que danza (1994), ya los poemas eran en su mayoría breves.

–Junto a ese rasgo hay en muchos de sus poemas otro, más bien conceptual, y que tiene que ver con cierta corriente, si es que existió como tal, el objetivismo. Pongo como ejemplos más claros poemas como Pausa breve, El viaje, y otros en que ese objetivismo tiende atenuarse con algunos elementos psicológicos y filosóficos, como en La mitad de una palabra, El escritorio o La desembocadura. ¿Es este objetivismo deliberado?

–Posiblemente mis poemas estén más cerca de la corriente llamada objetivismo que de otras corrientes poéticas como el neobarroco y el neorromanticismo. Pero de todas maneras, es una relación solamente de cercanía. Me interesan las obras de muchos poetas, y cada obra de cada poeta puede inscribirse dentro de diferentes corrientes poéticas y estéticas.


–Hay en poemas, de Cuaderno blanco como de El ojo y la cerradura, algunos temas muy notables. Uno es la violencia contenida en el seno de un ambiente familiar, expresado en algo a punto de explotar o que ya ha estallado, por ejemplo, por la vía del suicidio. ¿Hay un interés especial suyo en esos temas? ¿Qué lo atrae de ellos?

–Tiene que ver con mi biografía. Desde la infancia estuvo permanentemente girando, en torno al seno familiar, la amenaza del suicidio. Esa amenaza, llevada a cabo casi sistemáticamente por mi padre, generó siempre un estado de tensión. Siempre algo estaba a punto de caer. Finalmente, ya pasada la infancia y la adolescencia y parte de la juventud, y a mis casi treinta años, mi padre se suicidó. Pero aquella tensión y crispación sostenida en el tiempo influyó en mi escritura, en mi visión del mundo. Creo que hay en mi poesía, esa tensión en el verso entrecortado, y ese dolor seco. Recuerdo un poema de Giannuzzi, El suicida, que siempre me impresionó. Una frase de ese poema dice: «El mundo insistió en sus mecanismos de hierro / hasta cortar la lengua del que llamaba a nadie».

Bajo sus influencias

–Uno de los jurados que distinguió El ojo y la cerradura fue Joaquín O. Giannuzzi. ¿Podemos pensar en él como una influencia en su propia escritura? ¿Cuáles otras reconoce?
–Joaquín Giannuzzi es uno de los poetas argentinos que más admiro. Y seguramente hay una influencia de su escritura en mis poemas. Pero no es la única. Las lecturas han sido múltiples y variadas, y finalmente todas ellas influyen de alguna manera. De todos modos, puedo mencionar también como poetas que admiro, y que son influencias iniciales, a Ungaretti y a Quasimodo: la posibilidad de síntesis que hay en esas obras y a la vez su capacidad de sugerir, de no explicar, de intentar llegar al hueso, ahí en esos breves poemas como ráfagas, me conmueve en todos los sentidos. También admiro y soy lector de las obras de poetas argentinos como Raúl González Tuñón, Alberto Girri, Enrique Molina, Olga Orozco o Héctor Viel Temperley. Y debo mencionar también, sin dudas, las obras de Pessoa, Eliot, Celan, Holan y Bonnefoy. Si tuviera que agregar una obra, un autor, una mirada del mundo, como influencia, como lectura personal e intensa a lo largo del tiempo, tendría que nombrar a Kafka, su obra de ficción, y por supuesto sus Diarios. Y además, hay dos artistas argentinos que de algún modo me han marcado desde la adolescencia, y que vienen de la música. Son Charly García y Luis Alberto Spinetta. Su música y sus palabras, sus canciones, han sido muy importantes para mí, y mostraban en una época oscura de la Argentina, que coincidió con mi adolescencia, que alguien podía crear y buscar el sentido y la belleza y transmitir el dolor y los interrogantes de la existencia a través de un arte posible y presente. Por eso están ahí, de algún modo, Charly y Luis Alberto, con sus discos de aquella época y los que han seguido produciendo hasta hoy.

Vuelco editorial

-Además de poeta es también editor. Cuéntenos de esa tarea, además de su propia trayectoria o profesión, y del hecho de ejercer como escritor y editor en San Luis, provincia vecina a Mendoza, dato que hace constar en la solapa de Cuaderno blanco.

–El trabajo del editor es otra pasión. Una pasión por los libros y por las palabras. Una pasión de lector. Tener la posibilidad de editar, colocar a la luz una obra, transformar un texto en un libro, es una tarea maravillosa. Desde que decidí mudarme de Buenos Aires y comenzar a vivir aquí, en San Luis, más precisamente en este pueblo, Cortaderas, ubicado a los pies de las Sierras de Comechingones, tuve la intención de generar desde aquí una editorial, y poder trabajar en conexión con Buenos Aires y también con otras localidades y provincias como Córdoba o Santiago del Estero o también Mendoza. Mi pequeña editorial se llama La Volcada Libros y lleva el nombre de la casa en la que vivo, La Volcada, una casa que perteneció a mi familia, que a su vez tiene una tradición literaria y que en el año 2011 cumple 100 años. Esta casa, que antes de pertenecer a mi madre perteneció a mi tía bisabuela Celia de Diego, escritora y periodista, inspiró el nombre para la editorial. Intento hacer, desde esta casona de adobe a los pies de las sierras, un lugar que sirva como centro, y continuar con la tarea de dedicarse a los libros, la lectura y la literatura.

–Para terminar, nos gustaría que nos brindara su visión de la poesía argentina de hoy, así en general, y de algunos poetas que le interesen particularmente.

–En la Argentina siempre ha existido un fuerte movimiento vinculado a la poesía. Han existido siempre revistas, publicaciones, pequeñas editoriales y poetas y gente alrededor de la poesía. Me interesa la obra y la escritura de muchos poetas argentinos, como J. Aulicino, H. Mujica, R. Herrera, A. Nicotra, A. Carrera, J. Adúriz, D. Bellessi, E. Moore, J. Castellanos, María del Carmen Colombo. Y puedo nombrar también a muy buenos poetas como Gustavo Romero Borri, Espel, Kofman, Rivelli, Solinas, Mattoni y Beatriz Vignoli, entre otros y otras. En fin, los poetas escriben, trabajan, editan, dirigen publicaciones. Ha habido muchas revistas muy buenas en los últimos 30 años en la argentina, como las ya famosas Diario de poesía, Xul, Último Reino, o La danza del ratón y Satura, en los ’80, y otras publicaciones que han ido apareciendo en el tiempo, como Omero, Hablar de poesía, La guacha, Barataria, Fénix, para mencionar algunas nada más. He conocido poetas, y su forma de entregarse a la poesía es muy fuerte, diría, en algunos casos, incondicional. Como dice Francisco Madariaga en un poema: «Sólo no hay trampa para la orden de hacer fuego hasta que todo arda». Una vocación como la del poeta requiere esa entrega y esa pasión.

Poemas de
Cuaderno blanco
(2009)



Pausa breve

El pájaro
-pausa breve y amarilla
del paisaje-
coquetea con el infierno de zumbidos
alrededor del panal.

Y a dos pasos
un mortero antiguo de madera
aplasta las semillas de los árboles del porvenir.


El viaje

Inmóvil la noche en la ventana del tren
que avanza como una escritura
en línea recta hacia el sur.

Inmóvil la luna sobre el mapa.


La mitad de una palabra

Ella, con su vestido
aún intacto,

deambula
por la casa con la mitad de una palabra
apretada entre los dientes,

y busca
en los rincones

fragmentos.


El escritorio

Sobre la madera negra del escritorio
quedan restos, tazas y cucharitas,
hojas sueltas, lapiceras,

los giros
de un monólogo entrecortado, errante, las frases
en punta, la redondez de los párrafos extensos,
el espiral
que se expande alrededor del sustantivo,
los recomienzos, las pausas

y los granos de azúcar disperos sobre la madera negra,

como una vía láctea en miniatura.


La desembocadura

Corta con un pequeño filo de metal el contorno
de las cosas
y las pega, una por una,
en la superficie azulejada y blanca de la pared.

Un mapa que ocupe
las paredes del pabellón entero, eso busca,

para navegar por sus ríos.


Velorio del suicida

A veces conviene esquivar,

no detenerse.

Entonces se prepara un maquillaje adecuado,
una venda rodeando la frente,
un color
ceniza
en el polvo facial.

A veces conviene esquivar, no
detenerse,

pero insiste ese pequeño círculo detrás,
esa sombra,
ese punto oscuro en la sien del mundo.


domingo, 6 de septiembre de 2009

Alejandro Zambra se atiende a los poetas


Una polémica y más que ácida visión del derrotero de un poeta, sus anhelos y sus miserias nos propone el narrador chileno Alejandro Zambra en esta diatriba tan descomunal como simpática. Era imposible que en una revista de poesía como El Desaguadero pasaran desapercibidos estos dichos. Aquí va el texto completo publicado hace unas semanas, y se abre el fuego, poetas.

Contra los poetas

A los veinte años ya acumulan experiencias importantes: han publicado poemas en revistas y antologías, han participado en talleres, han escrito artículos para anuarios escolares y quizá han concedido una o dos precoces entrevistas. Ya tienen listos sus primeros libros, que están a punto de aparecer en editoriales emergentes. Son libros muy malos, pero por ahora eso no importa. Sus poemas son largos y sentenciosos, abusan de los gerundios, de los signos de exclamación y de los puntos suspensivos. Leen a Vicente Huidobro, a Delmira Agustini y a Oliverio Girondo, pero sobre todo se leen los unos a los otros, en interminables sesiones sólo a veces amistosas.

A los veinticinco años ya han renegado de esos primeros poemas, que consideran lejanos pecados de juventud. Esperan encontrar pronto la madurez como poetas, que a ellos les importa mucho más que la madurez como personas. El segundo libro cumple con creces el objetivo: no es bueno, pero indudablemente es mejor que el primero. Dicen estar todavía buscando una voz propia y mientras tanto planean antologías que incluyen a todo el grupo, pero nadie quiere escribir el prólogo, pues nadie desea correr el riesgo de convertirse en crítico literario.

A los treinta años ya han sufrido varios desengaños. Han sido incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas, pero han sido excluidos de otras tantas publicaciones y les cuesta muchísimo aceptarlo. Por momentos escriben solamente para demostrar cuán arbitrarias han sido esas exclusiones. Han publicado, a esta altura, tres libros de poesía. Han fundado dos editoriales y cuatro revistas literarias. En sus reseñas biográficas se afirma que han participado en más de trece –en catorce– encuentros de poetas y que sus libros han sido parcialmente traducidos al italiano. En realidad les han traducido solamente un poema, pero da lo mismo: los han traducido, eso ya es mérito suficiente.

Recién a los treinta y cinco años comienzan a incomodarse cuando los presentan como poetas jóvenes. Ahora dictan talleres en los que aconsejan a sus alumnos que eviten los gerundios, que cuiden los adjetivos, que declaren la guerra a los puntos suspensivos y a los signos de exclamación. Les inculcan la suprema libertad creadora, pero les prohíben una lista bastante larga de palabras: vacío, angustia, desolación, desesperación, crepúsculo, ocaso, alma, espíritu, corazón, vagina. Les hablan de melopoeia, de fanopoeia y de logopoeia, pero se enredan un poco en la explicación. Se enamoran de poetas de dieciséis años y las comparan con Alejandra Pizarnik, pero nunca han visto una foto de Alejandra Pizarnik.

A los cuarenta años a nadie se le ocurre presentarlos como poetas jóvenes, pues sus caras y sus barrigas han cambiado de forma tal vez irreversible. Los poetas experimentan con mayor sufrimiento que el común de la gente la llamada crisis de los cuarenta. No decidieron ser poetas para tener cuarenta años. De ahora en adelante todo será decadencia. Se han vuelto inofensivos. Es más fácil incluirlos, pedirles prólogos, invitarlos a los recitales y aplaudirlos sin énfasis, respetuosamente. Son, en otras palabras, verdaderos fracasados.

Para que el fracaso se cumpla es necesario que reciban, de vez en cuando, señales equívocas. A los cincuenta, a los sesenta, a los setenta años los poetas ganarán dos o tres premios menores; tímidos estudiantes de pregrado y quizás alguna bella doctora norteamericana analizarán sus libros, que tal vez serán traducidos al francés, al alemán, al griego o al menos al argentino. Por lo demás, siempre habrá alguna editorial emergente interesada en rescatarlos del olvido.

Da lástima verlos junto al teléfono, esperando la noticia de un premio, de una pensión del gobierno, de un homenaje, de un viajecito al sur, lo que sea. Parecen niños asustados, y en el fondo eso son: niños asustados, adolescentes ya muy viejos para suicidarse. A veces algún reportero compasivo les pregunta para qué sirve la poesía en este mundo deshumanizado y consumista. Ellos suspiran y responden lo que han respondido siempre: que sólo la poesía salvará al mundo, que hay que buscar, en medio de la confusión, palabras verdaderas y aferrarse a ellas. Lo dicen sin fe, rutinariamente, pero tienen toda la razón.



Fuentes: http://sinliteratura.wordpress.com/2009/08/20/contra-los-poetas/
Publicado en Etiqueta Negra Nº 65 http://etiquetanegra.com.pe/



viernes, 28 de agosto de 2009

El cruce entre el voseo y el tuteo



Complejos (y complejidades) de los poetas argentinos



por Hernán Schillagi

1.La vendedora de fantasías. Sábado a la tarde. Los intrincados laberintos del zapping me conducen hasta canal 7 de Buenos Aires. Extrañado, observo a una Mirtha Legrand hermosa, aunque sin photoshop de por medio. Sí, toda en blanco y negro, su voz atiplada vuelve loco al galán de turno y me confunde a mí que escucho: «Tú», «Por ti», «Tienes», «Óyeme», como ráfagas discordantes e incómodas. Entonces me pregunto ¿Esto no es el cine de oro argentino?¿O es que puertas para dentro del Río de la Plata no hablamos de vos? Inmediatamente, sin desvíos, la cabeza se me dispara hacia la poesía para trasladar el interrogante: ¿Cómo nos hemos llevado –y nos llevamos- con el voseo los poetas argentinos?

2.No sos vos soy yo. Cualquiera que se haya acercado a la poesía alguna vez sabe que ésta no tiene por qué ser verosímil y mucho menos realista. Hacer creíble el discurso es una mochila que cargan desde siempre la novela y el cuento. A ningún poeta se le ocurriría la necesidad estilística de reflejar «el idioma de los argentinos», como le gustaba decir a Borges. También es cierto que el voseo tiene el estigma de no ser muy musical que digamos. La mayoría de sus flexiones verbales son agudas, cortantes, ásperas y suenan imperativas al resto de los oídos latinoamericanos: «Me gustás cuando callás, porque estás como ausente», recitaría Neruda, apoyado en un farol del barrio de Flores. ¡Todo un engendro! Y así de artificial nos tendría que sonar a nosotros el tuteo de boca de nuestros poetas. Como también, estoy seguro, nos resultaría extrañísimo escuchar en la performance de un argentino el pronunciamiento interdental de las zetas y las ces, como se hace en España.

3.Poesía eres (y siempre serás) tú. Me acerco a mi biblioteca y tanteo sin elegir demasiado. Olga Orozco: «Me reconoces, me palpas, me recuentas». Enrique Molina: «Óyeme:/perdida hechicera del perfume del viento». Amelia Biagioni: «Recuérdate surgir de mi balada». Basta, no sigo más y me alejo. Seguro que alguien pensará que el tuteo no les impidió a estos poetas plasmar una poesía alucinante y única. Nadie lo niega. Sin embargo no puedo dejar de ser un aguafiestas que en medio del carnaval carioca inquiere: ¿Por qué escritores como ellos, con una voz tan poderosa y original, no se atrevieron a vosear? Vuelvo a estirar mi brazo temblando y saco otro libro. No, Alejandra, vos no: «Porque a Ti te debo lo que soy» (Pizarnik).

4.La traición de Tita Merello. Viene un amigo y me trata de convencer. «Usar el voseo», me dice, «nos convertiría en una comarca aislada, cuando afuera nos esperan 400 millones de hispanohablantes que tutean a lo loco». Lo que sí estoy seguro, le contesté, es que Juan Gelman no pensó en lo mismo para convertirse, a fuerza de un lenguaje tan personal como argentino, en el poeta (nacido en estas huestes) más conocido y premiado del mundo en la actualidad. «Pero ponete a escribir tangos, che», y mi amigo pega un portazo y se va. Entonces no me deja decirle que sí, que uno de los «peligros» de vosear es parecerse demasiado a un milonguero de pucho en la boca y pelo engominado. Sin embargo, ¿no sería un desafío mayor escribir poemas sin complejos ni complejidades para no tener que recurrir a la ortopedia del tuteo ibérico?

5.Che papusa, oí. Por lo tanto, el planteo sería el siguiente: ¿Escribimos tuteando por comodidad auditiva?¿Para ampliar el «nicho comercial» de lectores?¿Tenemos miedo que en un futuro distante el voseo sea avasallado por tanta telenovela colombiana y doblaje mexicano y se repliegue hasta desaparecer, como le está pasando al respetuoso y atribulado Usted? Porque si de algo estamos seguros es que al le queda una larga vida en la comunidad hispanoamericana.

6.La voz, ¿a vos debida? En todo este divague compulsivo del voseo contra el tuteo no puedo dejar de pensar en poetas como Dante Alighieri. ¿Creen que me fui muy lejos? Tal vez, pero el florentino se arriesgó con un convencimiento de hierro por su lengua nativa ante el prestigioso e «inmortal» latín. Dante, junto con otros poetas (Cavalcanti y Guinizelli), en el siglo XIII propulsaron el «Dolce Stil Novo»; que era, nada más y nada menos, escribir poemas con el habla de uso cotidiano, aunque los académicos de la época recomendaran, para la perdurabilidad de una obra, la lengua de los antiguos romanos per secula seculorum. Por gestos de valentía como éste nos quedó La divina comedia y, más adelante, los sonetos de Petrarca. ¿Tanto nos costará a nosotros, por tanto, encontrarle la vuelta al ripioso vos?

7.Rezo por vos. Como la hegemonía de lo que se conoce con el mote de «Poesía de los ‘90» está en un lógico y oxigenable retroceso (basta con leer un poco lo que están publicando editoriales como Gog & Magog, Abeja Reina y Del Dock); otro temor sería, pues, que vosear en un poema te convierte en «chabón», «cartonero» o en un «cronista posmo» del reviente nocturno. El verdadero riesgo aquí siempre ha sido el volverse funcional a una estética de moda, en un colaboracionista del eje poético dominante. Es por eso que no dejo de reconocerles (y agradecerles) a Fabián Casas y a Patricia Rodón que, en su momento, levantaran la «bandera del vos» y que, de ningún modo, resignaran lirismo por veracidad sociolingüística.

8.Seremos como el Che. Finalmente, todos saben (aunque prefieren ignorarlo) que el voseo es un fenómeno que está en el habla de casi todos los países de Latinoamérica desde el siglo XVII. En algunos es de uso estrictamente familiar, en otros lo paladean sólo los jóvenes y las clases más populares; o como en Uruguay, el vos se mezcla con las formas del tuteo. Si hasta el mismo Andrés Bello amonestó a los chilenos y su particular «vos, cómo andái»; y los mandó a escribir cien veces al pizarrón de la vergüenza estándar. Lamentablemente, esta realidad del voseo es pasada por alto y nadie conjuga aquí como Martín Fierro manda. Muy pocos poetas se la juegan hoy por encontrarle la verdadera cadencia siglo XXI sin tropezar con los tópicos del 2x4. Quizá, una posibilidad se encuentre en la siempre atenta y punzante Tamara Kamenszain: «donde hubo hogar quedan fotogramas/vos tú él el hombre con la cama doble». Aunque, parece, muchos prefieran ser los que mañana escribirán sus textos como si teclearan en el teleprompter poético de la CNN en español.

Final.Va por vos. Incluir las formas verbales del voseo en los poemas, entonces, no implicaría un regreso lugoniano al nacionalismo reaccionario; sino un salto ecuestre a una nueva musicalidad, un oír «el ruido de rotas cadenas» que nos libere de prejuicios y complejos de inferioridad, una apertura simultánea de ventanas a las naftalinas líricas del tú, un tomarle las astas al toro pesado del canon. ¿Acaso por mucho menos que eso, algunos no andan diciendo que escriben poesía?

martes, 18 de agosto de 2009

Un paseo sin paraguas





por Paula Seufferheld


Lluvias, Laura Wittner, Bajo la luna, 2009, 48 páginas.


Gris plomo. Gris plata. La tapa Lluvias de Laura Wittner anticipa en el color del fondo y la tipografía de su título las variadas y exquisitas cortinas de agua que atravesaremos con su lectura. Si en anteriores poemarios la mirada de la autora se enfocaba en realidades diversas, incluso distantes geográficamente como en Las últimas mudanzas (Vox, 2001) donde los viajes líricos podían concluir en Toronto o Nueva York, esta nueva producción poética cierra el espectro de paisajes y situaciones para centrarse en un único tema que da a la obra un marcado carácter conceptual. Pero este cierre no es sólo temático, el estilo se despoja de enumeraciones excesivas, frases en inglés o superposiciones inconexas de elementos cotidianos que estaban presentes en poemas anteriores. Así Lluvias crea una belleza desnuda y directa forjada de imágenes y metáforas precisas.


El texto se divide en tres secciones: No llueve, Llueve y Llovió. Espera, acto, recuerdo. Quizás la vida misma es una sostenida repetición de esta tríada de momentos. Las lluvias constituyen aquí la excusa para mostrar estos instantes que movilizan cualquier existencia.

A través de intensas imágenes sensoriales, los poemas de No llueve revelan un yo lírico que espera la lluvia como refugio: «Débil olor a lluvia, y las hojas del árbol que empiezan a / moverse. // Deseo inconfesable: que llueva, que no venga nadie». De todos modos, aguardar que llueva no sólo es promesa de intimidad, también puede ser experiencia frustrante: «si todo el día no fue más que / una preparación para el escándalo / y al final no estallara la tormenta».

En la segunda sección, el tono introspectivo desaparece y da paso a versos vertiginosos de fuerte intensidad narrativa. La autora necesita «contar» de manera gráfica y contundente la acción de llover: «La vida es lluvia / que de repente toma envión y hace más ruido / algo así como dos kilos de papas / rallados sin miramientos». Pero la lluvia no sólo asume el ropaje de tormenta destructiva. En su infinita variedad, también es sutileza que capta la mirada poética: «Lluviecita subrepticia / que corrige la mañana».


La humedad se evapora y los poemas de Llovió recuperan la calma del comienzo. Laura Wittner a través de la memoria intenta apresar la fugacidad del agua aunque sabe que sus intentos son vanos. El cielo es techo distante y seco de nuevo y la lluvia sólo ha dejado algunos rastros: «Unas palomas se sentaron en el piso / a respirar el olor a eucaliptos»


Otro libro


En la página 32 concluye Lluvias para dar comienzo a Huecos, un texto distinto del reseñado en todo sentido. Desde lo temático hasta algunos rasgos de estilo, hay pocos puntos de contacto entre ambos. Entonces, ¿por qué están juntos?, ¿un pedido de la editorial?, ¿la necesidad de la autora de publicar más poemas? Independientemente de cuál sea la respuesta, Huecos reúne una serie de textos muy autónomos entre sí que remiten a temas variados. Dos artes poéticas sobresalen sobre el resto de la producción. Se trata de los poemas Receta de la abuela y Huecos. Para la poeta, empuñar la lapicera puede ser un oficio sombrío: «Lo de encontrar la luz es verso / o está en verso. / Como si esto no fuera / más que una ligera superficie / donde jugamos a danzar / -ratoncitos imantados- / y por debajo el vacío, seriamente, / se dedicara a desplegar sus pasadizos».

Finalmente la lectura de Lluvias termina, pero sus versos persisten como un goteo insistente. Quizás ya formaron un charco donde, una y otra vez, podamos contemplarnos.



Tres poemas de Lluvias



Certeza


No tengo idea de dónde estoy,

perdí toda referencia. Lo único

que te puedo decir es que el rectángulo

de esta ventana apiña árboles

entre los que distingo una palmera,

una magnolia y varios tipos de coníferas,

y que todos se están balanceando con las ramas hinchadas

mientras emiten un uuuuuuu bastante agudo

incentivado por un espeso viento: lo único

que te puedo decir es que se viene

y que voy a ver llover en algún lado.


*


Fuerte


En la extremísima quietud del sueño,

como piedras, los durmientes imaginan

que la tormenta lo que hace no es caer:

es galopar hacia delante en frenesí.

Tronarles órdenes a sus caballos

que si no fuera por las riendas

elegirían desbocarse poniendo como excusa

la aterradora iluminación electrizada.


*


Receta de la abuela


Dejá primero que se te llenen los oídos

de conversación y elementos metálicos.

Volcá sobre esa capa los poemas impresos

y dejá que te llenen la cabeza.

Mientras tanto café, y con viento a favor

suena la alarma y manoteás la lapicera.



Laura Wittner