«Este libro significa detenerse a ver la noche»
por
Fernando G. Toledo
Poeta de la duda instalada en la frente del lector, de la descripción inocente sólo en apariencia, poeta del silencio detrás del cual acecha el pensamiento,
Matías Vernengo (Buenos Aires, 1963) editó este año su tercer libro de poemas, a una década de su libro anterior,
El ojo y la cerradura. En
Cuaderno blanco (Alción Editora), Vernengo ahonda en las señas particulares de su escritura: esas dudas, esas descripciones inocentes y esos silencios que iluminan se alzan, entonces, como potentes rasgos de estilo de un poeta, y también editor, que apuesta a una lírica sin altisonancias.
Desde el murmullo del viento en Cortaderas, San Luis, donde vive desde hace un año y medio, Vernengo responde a estas preguntas por las que también pasan sus búsquedas, la realidad poética actual, un antepasado de su misma «raza» y nombres como Giannuzzi, Eliot y Spinetta.
Detrás de la puerta
–La aparición de Cuaderno blanco se da luego de un largo compás de espera tras su libro El ojo y la cerradura. Sin embargo, hay una continuidad, al menos aparente, en lo estilístico y lo temático. ¿Es más que aparente esa coherencia, esa persistencia en ciertos temas y tonos?
–Creo que hay un tono que se mantiene entre los dos libros y que también persisten ciertos temas, pero por otro lado creo también que en
Cuaderno blanco hay un intento de mayor despojo y una profundización de esos temas y formas y obsesiones, como el tiempo, la memoria, la desolación, los pájaros negros, la noche. El tiempo que pasó entre
El ojo y la cerradura y
Cuaderno blanco me permitió trabajar mucho cada texto, seleccionar poemas, reescribirlos, dejarlos decantar, ajustar el sonido y el sentido, y descartar otros. Además, se fueron publicando poemas sueltos, pertenecientes a
Cuaderno..., desde el 2003, en revistas como
Hablar de poesía y otras. No tuve ningún apuro en publicar mi tercer libro. Creo que uno sabe cuándo es el momento y cuándo un libro está realmente terminado como tal, para ser publicado.
Como dice Hugo Mujica (poeta leído y admirado por mí): «la noche no es no ver, es ver la noche». Creo que
Cuaderno blanco es haberse detenido a ver la noche, la noche de la infancia, la noche en la memoria, la noche de otros momentos de la vida, y ese trabajo fue arduo y hondo, y a la vez doloroso.
–Hay una tendencia a la concentración y la brevedad en sus poemas. ¿Es un poeta de poemas breves?
–La concentración y la brevedad, el intento de ellas, producen un poema cuya forma es la que más me apasiona. Y tal vez, la que siento como una manera natural de expresión en mí a la hora de escribir. Cuando comencé con la escritura de mis primeras cosas también había poemas más extensos. Pero el desarrollo de mi escritura en el tiempo me fue llevando a la concentración, a la búsqueda de una imagen más nítida, a intentar una mayor precisión, y por otro lado a permitir el silencio, el silencio en el blanco de la página, el silencio que sigue y estalla luego de la lectura de un texto breve. Cuando años después publiqué mi primer libro,
El gesto del que danza (1994), ya los poemas eran en su mayoría breves.
–Junto a ese rasgo hay en muchos de sus poemas otro, más bien conceptual, y que tiene que ver con cierta corriente, si es que existió como tal, el objetivismo. Pongo como ejemplos más claros poemas como Pausa breve, El viaje, y otros en que ese objetivismo tiende atenuarse con algunos elementos psicológicos y filosóficos, como en La mitad de una palabra, El escritorio o La desembocadura. ¿Es este objetivismo deliberado?
–Posiblemente mis poemas estén más cerca de la corriente llamada objetivismo que de otras corrientes poéticas como el neobarroco y el neorromanticismo. Pero de todas maneras, es una relación solamente de cercanía. Me interesan las obras de muchos poetas, y cada obra de cada poeta puede inscribirse dentro de diferentes corrientes poéticas y estéticas.
–Hay en poemas, de Cuaderno blanco como de El ojo y la cerradura, algunos temas muy notables. Uno es la violencia contenida en el seno de un ambiente familiar, expresado en algo a punto de explotar o que ya ha estallado, por ejemplo, por la vía del suicidio. ¿Hay un interés especial suyo en esos temas? ¿Qué lo atrae de ellos?
–Tiene que ver con mi biografía. Desde la infancia estuvo permanentemente girando, en torno al seno familiar, la amenaza del suicidio. Esa amenaza, llevada a cabo casi sistemáticamente por mi padre, generó siempre un estado de tensión. Siempre algo estaba a punto de caer. Finalmente, ya pasada la infancia y la adolescencia y parte de la juventud, y a mis casi treinta años, mi padre se suicidó. Pero aquella tensión y crispación sostenida en el tiempo influyó en mi escritura, en mi visión del mundo. Creo que hay en mi poesía, esa tensión en el verso entrecortado, y ese dolor seco. Recuerdo un poema de Giannuzzi,
El suicida, que siempre me impresionó. Una frase de ese poema dice: «El mundo insistió en sus mecanismos de hierro / hasta cortar la lengua del que llamaba a nadie».
Bajo sus influencias
–Uno de los jurados que distinguió El ojo y la cerradura fue Joaquín O. Giannuzzi. ¿Podemos pensar en él como una influencia en su propia escritura? ¿Cuáles otras reconoce?
–Joaquín Giannuzzi es uno de los poetas argentinos que más admiro. Y seguramente hay una influencia de su escritura en mis poemas. Pero no es la única. Las lecturas han sido múltiples y variadas, y finalmente todas ellas influyen de alguna manera. De todos modos, puedo mencionar también como poetas que admiro, y que son influencias iniciales, a Ungaretti y a Quasimodo: la posibilidad de síntesis que hay en esas obras y a la vez su capacidad de sugerir, de no explicar, de intentar llegar al hueso, ahí en esos breves poemas como ráfagas, me conmueve en todos los sentidos. También admiro y soy lector de las obras de poetas argentinos como Raúl González Tuñón, Alberto Girri, Enrique Molina, Olga Orozco o Héctor Viel Temperley. Y debo mencionar también, sin dudas, las obras de Pessoa, Eliot, Celan, Holan y Bonnefoy. Si tuviera que agregar una obra, un autor, una mirada del mundo, como influencia, como lectura personal e intensa a lo largo del tiempo, tendría que nombrar a Kafka, su obra de ficción, y por supuesto sus
Diarios. Y además, hay dos artistas argentinos que de algún modo me han marcado desde la adolescencia, y que vienen de la música. Son Charly García y Luis Alberto Spinetta. Su música y sus palabras, sus canciones, han sido muy importantes para mí, y mostraban en una época oscura de la Argentina, que coincidió con mi adolescencia, que alguien podía crear y buscar el sentido y la belleza y transmitir el dolor y los interrogantes de la existencia a través de un arte posible y presente. Por eso están ahí, de algún modo, Charly y Luis Alberto, con sus discos de aquella época y los que han seguido produciendo hasta hoy.
Vuelco editorial
-Además de poeta es también editor. Cuéntenos de esa tarea, además de su propia trayectoria o profesión, y del hecho de ejercer como escritor y editor en San Luis, provincia vecina a Mendoza, dato que hace constar en la solapa de Cuaderno blanco.
–El trabajo del editor es otra pasión. Una pasión por los libros y por las palabras. Una pasión de lector. Tener la posibilidad de editar, colocar a la luz una obra, transformar un texto en un libro, es una tarea maravillosa. Desde que decidí mudarme de Buenos Aires y comenzar a vivir aquí, en San Luis, más precisamente en este pueblo, Cortaderas, ubicado a los pies de las Sierras de Comechingones, tuve la intención de generar desde aquí una editorial, y poder trabajar en conexión con Buenos Aires y también con otras localidades y provincias como Córdoba o Santiago del Estero o también Mendoza. Mi pequeña editorial se llama La Volcada Libros y lleva el nombre de la casa en la que vivo, La Volcada, una casa que perteneció a mi familia, que a su vez tiene una tradición literaria y que en el año 2011 cumple 100 años. Esta casa, que antes de pertenecer a mi madre perteneció a mi tía bisabuela Celia de Diego, escritora y periodista, inspiró el nombre para la editorial. Intento hacer, desde esta casona de adobe a los pies de las sierras, un lugar que sirva como centro, y continuar con la tarea de dedicarse a los libros, la lectura y la literatura.
–Para terminar, nos gustaría que nos brindara su visión de la poesía argentina de hoy, así en general, y de algunos poetas que le interesen particularmente.
–En la Argentina siempre ha existido un fuerte movimiento vinculado a la poesía. Han existido siempre revistas, publicaciones, pequeñas editoriales y poetas y gente alrededor de la poesía. Me interesa la obra y la escritura de muchos poetas argentinos, como J. Aulicino, H. Mujica, R. Herrera, A. Nicotra, A. Carrera, J. Adúriz, D. Bellessi, E. Moore, J. Castellanos, María del Carmen Colombo. Y puedo nombrar también a muy buenos poetas como Gustavo Romero Borri, Espel, Kofman, Rivelli, Solinas, Mattoni y Beatriz Vignoli, entre otros y otras. En fin, los poetas escriben, trabajan, editan, dirigen publicaciones. Ha habido muchas revistas muy buenas en los últimos 30 años en la argentina, como las ya famosas
Diario de poesía, Xul, Último Reino, o
La danza del ratón y
Satura, en los ’80, y otras publicaciones que han ido apareciendo en el tiempo, como
Omero, Hablar de poesía, La guacha, Barataria, Fénix, para mencionar algunas nada más. He conocido poetas, y su forma de entregarse a la poesía es muy fuerte, diría, en algunos casos, incondicional. Como dice Francisco Madariaga en un poema: «Sólo no hay trampa para la orden de hacer fuego hasta que todo arda». Una vocación como la del poeta requiere esa entrega y esa pasión.
Poemas de
Cuaderno blanco
(2009)

Pausa breve
El pájaro
-pausa breve y amarilla
del paisaje-
coquetea con el infierno de zumbidos
alrededor del panal.
Y a dos pasos
un mortero antiguo de madera
aplasta las semillas de los árboles del porvenir.
El viaje
Inmóvil la noche en la ventana del tren
que avanza como una escritura
en línea recta hacia el sur.
Inmóvil la luna sobre el mapa.
La mitad de una palabra
Ella, con su vestido
aún intacto,
deambula
por la casa con la mitad de una palabra
apretada entre los dientes,
y busca
en los rincones
fragmentos.
El escritorio
Sobre la madera negra del escritorio
quedan restos, tazas y cucharitas,
hojas sueltas, lapiceras,
los giros
de un monólogo entrecortado, errante, las frases
en punta, la redondez de los párrafos extensos,
el espiral
que se expande alrededor del sustantivo,
los recomienzos, las pausas
y los granos de azúcar disperos sobre la madera negra,
como una vía láctea en miniatura.
La desembocadura
Corta con un pequeño filo de metal el contorno
de las cosas
y las pega, una por una,
en la superficie azulejada y blanca de la pared.
Un mapa que ocupe
las paredes del pabellón entero, eso busca,
para navegar por sus ríos.
Velorio del suicida
A veces conviene esquivar,
no detenerse.
Entonces se prepara un maquillaje adecuado,
una venda rodeando la frente,
un color
ceniza
en el polvo facial.
A veces conviene esquivar, no
detenerse,
pero insiste ese pequeño círculo detrás,
esa sombra,
ese punto oscuro en la sien del mundo.