martes, 29 de septiembre de 2009

Las lecciones del destino


Profesor Hado, por Débora Benacot. Jueves 17 de setiembre, Ciclo Elefante, Bar Iguanahaní. Alameda, Mendoza

Por Sergio Pereyra


Activando conocimientos previos

Abierto mi correo, leída la invitación (Profesor Hado por Débora Benacot. Poemas con estrella y algunos cuentos estrellados. Destino y desatino de palabras), mi cabeza comienza su tarea: ¿hado? Sí, el destino. Pero ¿sólo el destino? Como cada vez que intimo con la duda, acudo al diccionario: «Hado (Del lat. fatum). 1. m. En la tradición clásica, fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos. 2. m. Encadenamiento fatal de los sucesos». Sí, «lo fatal» de Darío. Ahora ¿por qué Profesor Hado? ¿Es sólo un juego de palabras o detrás se ocultan segundas intenciones? Asociaciones mediante arribo al «Historia vitae magistra est» ¿Será porque, una vez cumplido, visitado en la memoria el destino nos enseña algo? ¡Ay, de mis asociaciones!

Acompañado por estas y otras ideas me embarco en Palmira rumbo a la ciudad de Mendoza, lugar en el que habrá de cumplirse el tal «evento». Como suele ocurrirme me quedo dormido. Más, merced al «hola, hola, hola» de mi compañera de asiento, es muy breve mi sueño. Entonces, pienso «debería desistir de mi siestecilla en los colectivos, pues parece que el ser despertado por los chillidos de personas que se empeñan en hablar por teléfono, y mi consiguiente malhumor, están en mi hado».


La motivación

A las 22:20 aproximadamente y con un telón de fondo musical kistch, portafolio en mano y look profesoral, entra la artista a escena. De inmediato, suspendida la incredulidad de los espectadores, lo que se supone un recital de poemas deviene parodia de una clase escolar: la profesora desde su sitial se presenta (Olga Orozco-po u Horóscopo, como gustéis), anuncia el tema (Hado: destino, predestinación, sino), enumera la bibliografía (I ching, Escuela del Futuro, La magia del tarot), formula una pregunta motivadora: «¿por qué están esta noche aquí y no en otro lugar?» y, a manera de ejemplo, narra una anécdota: «este espectáculo, con este título estaba destinado a realizarse hace un par de semanas y por motivos varios se postergó hasta hoy, 17 de setiembre, o sea, día del profesor». Creer o reventar, diría mi madre.


La clase

Metidos de lleno en «la clase», Benacot informa que ésta contará con dos partes, separadas, como no podía ser de otro modo, por un breve recreo. La primera, lírica, se subdivide en varias secciones cuyos títulos rezan: Presas del destino, Destinos adversos, MEZCL-HADOS, Señales del destino, Lo que nos depare el destino y Cuando el destino nos alcance. En cuanto a la segunda, titulada Destinos en prosa -que no es lo mismo que destinos prosaicos-, cuenta con dos secciones: EN-RED-HADOS y CONT-HADOS. Como se ve los textos merodean un tópico único. Sin embargo, tanto los motivos como el estilo espantan la monotonía. Es que Benacot se mueve con igual soltura en los terrenos de la gravedad como en los de la ironía, la parodia y el humor. ¿Es necesario aclarar que, aunque provoque la carcajada, nunca deja de ser «seria»? Menuda faena enfrentará el estudioso que pretenda catalogar el trabajo de esta poeta, renuente a los rótulos, al que perfectamente le cabe lo afirmado por Paula Jiménez del suyo propio: «en mi ultimo libro no soy la misma que en el anterior; construyo una poética en cada proceso…».


Transferencia del conocimiento

Mientras uno tras otro los textos se suceden, este cronista se pregunta dónde reside su encanto; y de pronto, cree descubrir que la magia está en la mirada de la poeta: una mirada «otra» de las cosas, que desarticula la realidad tal como habitualmente la percibimos, una mirada de niña traviesa y precozmente sabia, que, en algún sentido, recuerda la de Silvina Ocampo. Y acaso la lección, para el auditorio, resida justamente en aprender (¿reaprender?) este desautomatizar la mirada, volver nosotros también a mirar el mundo, las personas y los objetos como si fuera la primera vez.


Evaluación

Que esta «clase» cumpla con sus objetivos es mérito exclusivo de Benacot que, a sus condiciones de poeta (subjetividades al margen, estimo –y no soy el único- que es una de las voces más interesantes de la joven poesía mendocina, pues su palabra además de inteligente y honda es, como quiere Ivonne Bordelois, una palabra gozosa de su cuerpo, de las posibilidades de su cuerpo), a sus condiciones de poeta decía, suma sus dotes de lectora/intérprete de lírica: un dominio ejemplar del género, un manejo de la voz alejado tanto de las exageraciones de la declamación como del «te leo un poema como leo el diario», dan cuenta de ello. El público, agradecido.

Concluido el espectáculo, experimentamos la satisfacción de que una fuerza desconocida nos haya arrastrado irresistiblemente, allá lejos y hace tiempo, hacia la poesía y de allí a la amistad. Y más cerca, esta noche, a este bar, a esta artista.


Débora Benacot
Tres poemas inéditos

Rocío baldío

9 en una pieza para 3
por eso ella se siente libre
por las noches.

Cuando vuelve
de su prolija cacería de cartones
siempre para en una plaza desierta
taciturna
allí abre los brazos, cierra los ojos, respira la sombra,
contempla en calma las almas del verde
la ausencia de los pájaros que duermen.

Durante esos segundos
olvida un poco el hambre
el sinsabor
de manos extrañas en su ropa.

Entonces juega -sin saber-
la ritual comunión del desamparo:
y es la novia que lleva algo viejo (casi todo)
algo azul (el frío de sus pies descalzos)
algo robado (manojo de flores rancias que oficiarán de ramo)

Suspira cuando piensa, resignada,
qué perra suerte tuvo
qué lejos ve pasar por su costado
la fastuosa nave de los pocos.

En cambio,
mientras siente en los párpados cerrados
el aire libre de la noche fresca,
en su comarca de ratas y luciérnagas
ella sueña que es la reina buena
del final feliz de un cuento
que nunca le contaron.

*

Lo que nos depare el destino

El hado te ha signado
con jaquecas, dudas y torpezas.

el hado te ha negado
la belleza
el glamour
las matemáticas

Ahora que has finado
el hado, au contraire,
te ha compensado, juguetón,
con montañas de helado de pitufo
para que puedas codearte y regodearte
a perpetuidad
con toda la crema del cielo.

*

Ne me quitte pas/il faut oublier/Tout peut s'oublier
No me dejes/es necesario olvidar/todo puede olvidarse
Jacques Brel
(epígrafe cantado)


Olfateas la fragancia de su amante
en el cuello de la prenda
que estás a punto de lavarle
y en ese acto doméstico y mecánico
confirmas la peor de tus sospechas.

Qué harás ahora
-ya no eres inocente-
si él está a diez minutos
de cruzar por esa puerta.

Frenética, pones manos a la obra:
desmantelas el amor de un par de décadas,
llenas valijas y bolsos
(uno de mano alcanza para la poca dignidad
que te ha quedado).

Ahora vienen sus cosas:
prendes fuego a su colección de pipas
vacías sobre el álbum familiar
su botella del alcohol más exclusivo -acto seguido, flambeas-

estás en eso cuando
la parte racional
le toca el hombro a tu cerebro
y vuelves de un tirón a tus zapatos
a su figura hipócrita
enmarcada en el umbral
su voz
-¿Qué hay de cenar, amor?

y vos
-Nada especial, improvisé con las sobras.

sábado, 26 de septiembre de 2009

El Desaguadero / Número 4




Donde confluyen
la nueva poesía y la reflexión


ENTREVISTAS

Entrevista a Matías Vernengo: «Este libro significa detenerse a ver la noche»,
por Fernando G. Toledo

NOTAS Y ENSAYOS

Pizarnik revisitada, por Sergio Pereyra

El cruce entre el voseo y el tuteo, por Hernán Schillagi


INFORMES Y CRÓNICAS

Chapa y pintura: Informe sobre la Beca del taller de poesía del

Fondo Nacionalde las Artes en Mendoza, por Hernán Schillagi


LA HISTORIA DE UN POEMA

Salmo de las orquídeas, por Rubén Valle

RESEÑAS CRÍTICAS

Un paseo sin paraguas: «Lluvias» de Laura Wittner, por Paula Seufferheld

Glasé» de Rocío Pochettino, por Hernán Schillagi


EL REPORTAJE HAIKU

Eliana Drajer chocadora, por Hernán Schillagi


NOTICIAS Y ADELANTOS



Los desaguaderos

De pie, de izquierda a derecha: Toledo y Seufferheld. Sentados: Schillagi, Pereyra y Restiffo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Entrevista a Matías Vernengo

«Este libro significa detenerse a ver la noche»




por Fernando G. Toledo

Poeta de la duda instalada en la frente del lector, de la descripción inocente sólo en apariencia, poeta del silencio detrás del cual acecha el pensamiento, Matías Vernengo (Buenos Aires, 1963) editó este año su tercer libro de poemas, a una década de su libro anterior, El ojo y la cerradura. En Cuaderno blanco (Alción Editora), Vernengo ahonda en las señas particulares de su escritura: esas dudas, esas descripciones inocentes y esos silencios que iluminan se alzan, entonces, como potentes rasgos de estilo de un poeta, y también editor, que apuesta a una lírica sin altisonancias.
Desde el murmullo del viento en Cortaderas, San Luis, donde vive desde hace un año y medio, Vernengo responde a estas preguntas por las que también pasan sus búsquedas, la realidad poética actual, un antepasado de su misma «raza» y nombres como Giannuzzi, Eliot y Spinetta.

Detrás de la puerta

–La aparición de
Cuaderno blanco se da luego de un largo compás de espera tras su libro El ojo y la cerradura. Sin embargo, hay una continuidad, al menos aparente, en lo estilístico y lo temático. ¿Es más que aparente esa coherencia, esa persistencia en ciertos temas y tonos?
–Creo que hay un tono que se mantiene entre los dos libros y que también persisten ciertos temas, pero por otro lado creo también que en Cuaderno blanco hay un intento de mayor despojo y una profundización de esos temas y formas y obsesiones, como el tiempo, la memoria, la desolación, los pájaros negros, la noche. El tiempo que pasó entre El ojo y la cerradura y Cuaderno blanco me permitió trabajar mucho cada texto, seleccionar poemas, reescribirlos, dejarlos decantar, ajustar el sonido y el sentido, y descartar otros. Además, se fueron publicando poemas sueltos, pertenecientes a Cuaderno..., desde el 2003, en revistas como Hablar de poesía y otras. No tuve ningún apuro en publicar mi tercer libro. Creo que uno sabe cuándo es el momento y cuándo un libro está realmente terminado como tal, para ser publicado.
Como dice Hugo Mujica (poeta leído y admirado por mí): «la noche no es no ver, es ver la noche». Creo que Cuaderno blanco es haberse detenido a ver la noche, la noche de la infancia, la noche en la memoria, la noche de otros momentos de la vida, y ese trabajo fue arduo y hondo, y a la vez doloroso.

–Hay una tendencia a la concentración y la brevedad en sus poemas. ¿Es un poeta de poemas breves?

–La concentración y la brevedad, el intento de ellas, producen un poema cuya forma es la que más me apasiona. Y tal vez, la que siento como una manera natural de expresión en mí a la hora de escribir. Cuando comencé con la escritura de mis primeras cosas también había poemas más extensos. Pero el desarrollo de mi escritura en el tiempo me fue llevando a la concentración, a la búsqueda de una imagen más nítida, a intentar una mayor precisión, y por otro lado a permitir el silencio, el silencio en el blanco de la página, el silencio que sigue y estalla luego de la lectura de un texto breve. Cuando años después publiqué mi primer libro, El gesto del que danza (1994), ya los poemas eran en su mayoría breves.

–Junto a ese rasgo hay en muchos de sus poemas otro, más bien conceptual, y que tiene que ver con cierta corriente, si es que existió como tal, el objetivismo. Pongo como ejemplos más claros poemas como Pausa breve, El viaje, y otros en que ese objetivismo tiende atenuarse con algunos elementos psicológicos y filosóficos, como en La mitad de una palabra, El escritorio o La desembocadura. ¿Es este objetivismo deliberado?

–Posiblemente mis poemas estén más cerca de la corriente llamada objetivismo que de otras corrientes poéticas como el neobarroco y el neorromanticismo. Pero de todas maneras, es una relación solamente de cercanía. Me interesan las obras de muchos poetas, y cada obra de cada poeta puede inscribirse dentro de diferentes corrientes poéticas y estéticas.


–Hay en poemas, de Cuaderno blanco como de El ojo y la cerradura, algunos temas muy notables. Uno es la violencia contenida en el seno de un ambiente familiar, expresado en algo a punto de explotar o que ya ha estallado, por ejemplo, por la vía del suicidio. ¿Hay un interés especial suyo en esos temas? ¿Qué lo atrae de ellos?

–Tiene que ver con mi biografía. Desde la infancia estuvo permanentemente girando, en torno al seno familiar, la amenaza del suicidio. Esa amenaza, llevada a cabo casi sistemáticamente por mi padre, generó siempre un estado de tensión. Siempre algo estaba a punto de caer. Finalmente, ya pasada la infancia y la adolescencia y parte de la juventud, y a mis casi treinta años, mi padre se suicidó. Pero aquella tensión y crispación sostenida en el tiempo influyó en mi escritura, en mi visión del mundo. Creo que hay en mi poesía, esa tensión en el verso entrecortado, y ese dolor seco. Recuerdo un poema de Giannuzzi, El suicida, que siempre me impresionó. Una frase de ese poema dice: «El mundo insistió en sus mecanismos de hierro / hasta cortar la lengua del que llamaba a nadie».

Bajo sus influencias

–Uno de los jurados que distinguió El ojo y la cerradura fue Joaquín O. Giannuzzi. ¿Podemos pensar en él como una influencia en su propia escritura? ¿Cuáles otras reconoce?
–Joaquín Giannuzzi es uno de los poetas argentinos que más admiro. Y seguramente hay una influencia de su escritura en mis poemas. Pero no es la única. Las lecturas han sido múltiples y variadas, y finalmente todas ellas influyen de alguna manera. De todos modos, puedo mencionar también como poetas que admiro, y que son influencias iniciales, a Ungaretti y a Quasimodo: la posibilidad de síntesis que hay en esas obras y a la vez su capacidad de sugerir, de no explicar, de intentar llegar al hueso, ahí en esos breves poemas como ráfagas, me conmueve en todos los sentidos. También admiro y soy lector de las obras de poetas argentinos como Raúl González Tuñón, Alberto Girri, Enrique Molina, Olga Orozco o Héctor Viel Temperley. Y debo mencionar también, sin dudas, las obras de Pessoa, Eliot, Celan, Holan y Bonnefoy. Si tuviera que agregar una obra, un autor, una mirada del mundo, como influencia, como lectura personal e intensa a lo largo del tiempo, tendría que nombrar a Kafka, su obra de ficción, y por supuesto sus Diarios. Y además, hay dos artistas argentinos que de algún modo me han marcado desde la adolescencia, y que vienen de la música. Son Charly García y Luis Alberto Spinetta. Su música y sus palabras, sus canciones, han sido muy importantes para mí, y mostraban en una época oscura de la Argentina, que coincidió con mi adolescencia, que alguien podía crear y buscar el sentido y la belleza y transmitir el dolor y los interrogantes de la existencia a través de un arte posible y presente. Por eso están ahí, de algún modo, Charly y Luis Alberto, con sus discos de aquella época y los que han seguido produciendo hasta hoy.

Vuelco editorial

-Además de poeta es también editor. Cuéntenos de esa tarea, además de su propia trayectoria o profesión, y del hecho de ejercer como escritor y editor en San Luis, provincia vecina a Mendoza, dato que hace constar en la solapa de Cuaderno blanco.

–El trabajo del editor es otra pasión. Una pasión por los libros y por las palabras. Una pasión de lector. Tener la posibilidad de editar, colocar a la luz una obra, transformar un texto en un libro, es una tarea maravillosa. Desde que decidí mudarme de Buenos Aires y comenzar a vivir aquí, en San Luis, más precisamente en este pueblo, Cortaderas, ubicado a los pies de las Sierras de Comechingones, tuve la intención de generar desde aquí una editorial, y poder trabajar en conexión con Buenos Aires y también con otras localidades y provincias como Córdoba o Santiago del Estero o también Mendoza. Mi pequeña editorial se llama La Volcada Libros y lleva el nombre de la casa en la que vivo, La Volcada, una casa que perteneció a mi familia, que a su vez tiene una tradición literaria y que en el año 2011 cumple 100 años. Esta casa, que antes de pertenecer a mi madre perteneció a mi tía bisabuela Celia de Diego, escritora y periodista, inspiró el nombre para la editorial. Intento hacer, desde esta casona de adobe a los pies de las sierras, un lugar que sirva como centro, y continuar con la tarea de dedicarse a los libros, la lectura y la literatura.

–Para terminar, nos gustaría que nos brindara su visión de la poesía argentina de hoy, así en general, y de algunos poetas que le interesen particularmente.

–En la Argentina siempre ha existido un fuerte movimiento vinculado a la poesía. Han existido siempre revistas, publicaciones, pequeñas editoriales y poetas y gente alrededor de la poesía. Me interesa la obra y la escritura de muchos poetas argentinos, como J. Aulicino, H. Mujica, R. Herrera, A. Nicotra, A. Carrera, J. Adúriz, D. Bellessi, E. Moore, J. Castellanos, María del Carmen Colombo. Y puedo nombrar también a muy buenos poetas como Gustavo Romero Borri, Espel, Kofman, Rivelli, Solinas, Mattoni y Beatriz Vignoli, entre otros y otras. En fin, los poetas escriben, trabajan, editan, dirigen publicaciones. Ha habido muchas revistas muy buenas en los últimos 30 años en la argentina, como las ya famosas Diario de poesía, Xul, Último Reino, o La danza del ratón y Satura, en los ’80, y otras publicaciones que han ido apareciendo en el tiempo, como Omero, Hablar de poesía, La guacha, Barataria, Fénix, para mencionar algunas nada más. He conocido poetas, y su forma de entregarse a la poesía es muy fuerte, diría, en algunos casos, incondicional. Como dice Francisco Madariaga en un poema: «Sólo no hay trampa para la orden de hacer fuego hasta que todo arda». Una vocación como la del poeta requiere esa entrega y esa pasión.

Poemas de
Cuaderno blanco
(2009)



Pausa breve

El pájaro
-pausa breve y amarilla
del paisaje-
coquetea con el infierno de zumbidos
alrededor del panal.

Y a dos pasos
un mortero antiguo de madera
aplasta las semillas de los árboles del porvenir.


El viaje

Inmóvil la noche en la ventana del tren
que avanza como una escritura
en línea recta hacia el sur.

Inmóvil la luna sobre el mapa.


La mitad de una palabra

Ella, con su vestido
aún intacto,

deambula
por la casa con la mitad de una palabra
apretada entre los dientes,

y busca
en los rincones

fragmentos.


El escritorio

Sobre la madera negra del escritorio
quedan restos, tazas y cucharitas,
hojas sueltas, lapiceras,

los giros
de un monólogo entrecortado, errante, las frases
en punta, la redondez de los párrafos extensos,
el espiral
que se expande alrededor del sustantivo,
los recomienzos, las pausas

y los granos de azúcar disperos sobre la madera negra,

como una vía láctea en miniatura.


La desembocadura

Corta con un pequeño filo de metal el contorno
de las cosas
y las pega, una por una,
en la superficie azulejada y blanca de la pared.

Un mapa que ocupe
las paredes del pabellón entero, eso busca,

para navegar por sus ríos.


Velorio del suicida

A veces conviene esquivar,

no detenerse.

Entonces se prepara un maquillaje adecuado,
una venda rodeando la frente,
un color
ceniza
en el polvo facial.

A veces conviene esquivar, no
detenerse,

pero insiste ese pequeño círculo detrás,
esa sombra,
ese punto oscuro en la sien del mundo.


domingo, 6 de septiembre de 2009

Alejandro Zambra se atiende a los poetas


Una polémica y más que ácida visión del derrotero de un poeta, sus anhelos y sus miserias nos propone el narrador chileno Alejandro Zambra en esta diatriba tan descomunal como simpática. Era imposible que en una revista de poesía como El Desaguadero pasaran desapercibidos estos dichos. Aquí va el texto completo publicado hace unas semanas, y se abre el fuego, poetas.

Contra los poetas

A los veinte años ya acumulan experiencias importantes: han publicado poemas en revistas y antologías, han participado en talleres, han escrito artículos para anuarios escolares y quizá han concedido una o dos precoces entrevistas. Ya tienen listos sus primeros libros, que están a punto de aparecer en editoriales emergentes. Son libros muy malos, pero por ahora eso no importa. Sus poemas son largos y sentenciosos, abusan de los gerundios, de los signos de exclamación y de los puntos suspensivos. Leen a Vicente Huidobro, a Delmira Agustini y a Oliverio Girondo, pero sobre todo se leen los unos a los otros, en interminables sesiones sólo a veces amistosas.

A los veinticinco años ya han renegado de esos primeros poemas, que consideran lejanos pecados de juventud. Esperan encontrar pronto la madurez como poetas, que a ellos les importa mucho más que la madurez como personas. El segundo libro cumple con creces el objetivo: no es bueno, pero indudablemente es mejor que el primero. Dicen estar todavía buscando una voz propia y mientras tanto planean antologías que incluyen a todo el grupo, pero nadie quiere escribir el prólogo, pues nadie desea correr el riesgo de convertirse en crítico literario.

A los treinta años ya han sufrido varios desengaños. Han sido incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas, pero han sido excluidos de otras tantas publicaciones y les cuesta muchísimo aceptarlo. Por momentos escriben solamente para demostrar cuán arbitrarias han sido esas exclusiones. Han publicado, a esta altura, tres libros de poesía. Han fundado dos editoriales y cuatro revistas literarias. En sus reseñas biográficas se afirma que han participado en más de trece –en catorce– encuentros de poetas y que sus libros han sido parcialmente traducidos al italiano. En realidad les han traducido solamente un poema, pero da lo mismo: los han traducido, eso ya es mérito suficiente.

Recién a los treinta y cinco años comienzan a incomodarse cuando los presentan como poetas jóvenes. Ahora dictan talleres en los que aconsejan a sus alumnos que eviten los gerundios, que cuiden los adjetivos, que declaren la guerra a los puntos suspensivos y a los signos de exclamación. Les inculcan la suprema libertad creadora, pero les prohíben una lista bastante larga de palabras: vacío, angustia, desolación, desesperación, crepúsculo, ocaso, alma, espíritu, corazón, vagina. Les hablan de melopoeia, de fanopoeia y de logopoeia, pero se enredan un poco en la explicación. Se enamoran de poetas de dieciséis años y las comparan con Alejandra Pizarnik, pero nunca han visto una foto de Alejandra Pizarnik.

A los cuarenta años a nadie se le ocurre presentarlos como poetas jóvenes, pues sus caras y sus barrigas han cambiado de forma tal vez irreversible. Los poetas experimentan con mayor sufrimiento que el común de la gente la llamada crisis de los cuarenta. No decidieron ser poetas para tener cuarenta años. De ahora en adelante todo será decadencia. Se han vuelto inofensivos. Es más fácil incluirlos, pedirles prólogos, invitarlos a los recitales y aplaudirlos sin énfasis, respetuosamente. Son, en otras palabras, verdaderos fracasados.

Para que el fracaso se cumpla es necesario que reciban, de vez en cuando, señales equívocas. A los cincuenta, a los sesenta, a los setenta años los poetas ganarán dos o tres premios menores; tímidos estudiantes de pregrado y quizás alguna bella doctora norteamericana analizarán sus libros, que tal vez serán traducidos al francés, al alemán, al griego o al menos al argentino. Por lo demás, siempre habrá alguna editorial emergente interesada en rescatarlos del olvido.

Da lástima verlos junto al teléfono, esperando la noticia de un premio, de una pensión del gobierno, de un homenaje, de un viajecito al sur, lo que sea. Parecen niños asustados, y en el fondo eso son: niños asustados, adolescentes ya muy viejos para suicidarse. A veces algún reportero compasivo les pregunta para qué sirve la poesía en este mundo deshumanizado y consumista. Ellos suspiran y responden lo que han respondido siempre: que sólo la poesía salvará al mundo, que hay que buscar, en medio de la confusión, palabras verdaderas y aferrarse a ellas. Lo dicen sin fe, rutinariamente, pero tienen toda la razón.



Fuentes: http://sinliteratura.wordpress.com/2009/08/20/contra-los-poetas/
Publicado en Etiqueta Negra Nº 65 http://etiquetanegra.com.pe/



viernes, 28 de agosto de 2009

El cruce entre el voseo y el tuteo



Complejos (y complejidades) de los poetas argentinos



por Hernán Schillagi

1.La vendedora de fantasías. Sábado a la tarde. Los intrincados laberintos del zapping me conducen hasta canal 7 de Buenos Aires. Extrañado, observo a una Mirtha Legrand hermosa, aunque sin photoshop de por medio. Sí, toda en blanco y negro, su voz atiplada vuelve loco al galán de turno y me confunde a mí que escucho: «Tú», «Por ti», «Tienes», «Óyeme», como ráfagas discordantes e incómodas. Entonces me pregunto ¿Esto no es el cine de oro argentino?¿O es que puertas para dentro del Río de la Plata no hablamos de vos? Inmediatamente, sin desvíos, la cabeza se me dispara hacia la poesía para trasladar el interrogante: ¿Cómo nos hemos llevado –y nos llevamos- con el voseo los poetas argentinos?

2.No sos vos soy yo. Cualquiera que se haya acercado a la poesía alguna vez sabe que ésta no tiene por qué ser verosímil y mucho menos realista. Hacer creíble el discurso es una mochila que cargan desde siempre la novela y el cuento. A ningún poeta se le ocurriría la necesidad estilística de reflejar «el idioma de los argentinos», como le gustaba decir a Borges. También es cierto que el voseo tiene el estigma de no ser muy musical que digamos. La mayoría de sus flexiones verbales son agudas, cortantes, ásperas y suenan imperativas al resto de los oídos latinoamericanos: «Me gustás cuando callás, porque estás como ausente», recitaría Neruda, apoyado en un farol del barrio de Flores. ¡Todo un engendro! Y así de artificial nos tendría que sonar a nosotros el tuteo de boca de nuestros poetas. Como también, estoy seguro, nos resultaría extrañísimo escuchar en la performance de un argentino el pronunciamiento interdental de las zetas y las ces, como se hace en España.

3.Poesía eres (y siempre serás) tú. Me acerco a mi biblioteca y tanteo sin elegir demasiado. Olga Orozco: «Me reconoces, me palpas, me recuentas». Enrique Molina: «Óyeme:/perdida hechicera del perfume del viento». Amelia Biagioni: «Recuérdate surgir de mi balada». Basta, no sigo más y me alejo. Seguro que alguien pensará que el tuteo no les impidió a estos poetas plasmar una poesía alucinante y única. Nadie lo niega. Sin embargo no puedo dejar de ser un aguafiestas que en medio del carnaval carioca inquiere: ¿Por qué escritores como ellos, con una voz tan poderosa y original, no se atrevieron a vosear? Vuelvo a estirar mi brazo temblando y saco otro libro. No, Alejandra, vos no: «Porque a Ti te debo lo que soy» (Pizarnik).

4.La traición de Tita Merello. Viene un amigo y me trata de convencer. «Usar el voseo», me dice, «nos convertiría en una comarca aislada, cuando afuera nos esperan 400 millones de hispanohablantes que tutean a lo loco». Lo que sí estoy seguro, le contesté, es que Juan Gelman no pensó en lo mismo para convertirse, a fuerza de un lenguaje tan personal como argentino, en el poeta (nacido en estas huestes) más conocido y premiado del mundo en la actualidad. «Pero ponete a escribir tangos, che», y mi amigo pega un portazo y se va. Entonces no me deja decirle que sí, que uno de los «peligros» de vosear es parecerse demasiado a un milonguero de pucho en la boca y pelo engominado. Sin embargo, ¿no sería un desafío mayor escribir poemas sin complejos ni complejidades para no tener que recurrir a la ortopedia del tuteo ibérico?

5.Che papusa, oí. Por lo tanto, el planteo sería el siguiente: ¿Escribimos tuteando por comodidad auditiva?¿Para ampliar el «nicho comercial» de lectores?¿Tenemos miedo que en un futuro distante el voseo sea avasallado por tanta telenovela colombiana y doblaje mexicano y se repliegue hasta desaparecer, como le está pasando al respetuoso y atribulado Usted? Porque si de algo estamos seguros es que al le queda una larga vida en la comunidad hispanoamericana.

6.La voz, ¿a vos debida? En todo este divague compulsivo del voseo contra el tuteo no puedo dejar de pensar en poetas como Dante Alighieri. ¿Creen que me fui muy lejos? Tal vez, pero el florentino se arriesgó con un convencimiento de hierro por su lengua nativa ante el prestigioso e «inmortal» latín. Dante, junto con otros poetas (Cavalcanti y Guinizelli), en el siglo XIII propulsaron el «Dolce Stil Novo»; que era, nada más y nada menos, escribir poemas con el habla de uso cotidiano, aunque los académicos de la época recomendaran, para la perdurabilidad de una obra, la lengua de los antiguos romanos per secula seculorum. Por gestos de valentía como éste nos quedó La divina comedia y, más adelante, los sonetos de Petrarca. ¿Tanto nos costará a nosotros, por tanto, encontrarle la vuelta al ripioso vos?

7.Rezo por vos. Como la hegemonía de lo que se conoce con el mote de «Poesía de los ‘90» está en un lógico y oxigenable retroceso (basta con leer un poco lo que están publicando editoriales como Gog & Magog, Abeja Reina y Del Dock); otro temor sería, pues, que vosear en un poema te convierte en «chabón», «cartonero» o en un «cronista posmo» del reviente nocturno. El verdadero riesgo aquí siempre ha sido el volverse funcional a una estética de moda, en un colaboracionista del eje poético dominante. Es por eso que no dejo de reconocerles (y agradecerles) a Fabián Casas y a Patricia Rodón que, en su momento, levantaran la «bandera del vos» y que, de ningún modo, resignaran lirismo por veracidad sociolingüística.

8.Seremos como el Che. Finalmente, todos saben (aunque prefieren ignorarlo) que el voseo es un fenómeno que está en el habla de casi todos los países de Latinoamérica desde el siglo XVII. En algunos es de uso estrictamente familiar, en otros lo paladean sólo los jóvenes y las clases más populares; o como en Uruguay, el vos se mezcla con las formas del tuteo. Si hasta el mismo Andrés Bello amonestó a los chilenos y su particular «vos, cómo andái»; y los mandó a escribir cien veces al pizarrón de la vergüenza estándar. Lamentablemente, esta realidad del voseo es pasada por alto y nadie conjuga aquí como Martín Fierro manda. Muy pocos poetas se la juegan hoy por encontrarle la verdadera cadencia siglo XXI sin tropezar con los tópicos del 2x4. Quizá, una posibilidad se encuentre en la siempre atenta y punzante Tamara Kamenszain: «donde hubo hogar quedan fotogramas/vos tú él el hombre con la cama doble». Aunque, parece, muchos prefieran ser los que mañana escribirán sus textos como si teclearan en el teleprompter poético de la CNN en español.

Final.Va por vos. Incluir las formas verbales del voseo en los poemas, entonces, no implicaría un regreso lugoniano al nacionalismo reaccionario; sino un salto ecuestre a una nueva musicalidad, un oír «el ruido de rotas cadenas» que nos libere de prejuicios y complejos de inferioridad, una apertura simultánea de ventanas a las naftalinas líricas del tú, un tomarle las astas al toro pesado del canon. ¿Acaso por mucho menos que eso, algunos no andan diciendo que escriben poesía?

martes, 18 de agosto de 2009

Un paseo sin paraguas





por Paula Seufferheld


Lluvias, Laura Wittner, Bajo la luna, 2009, 48 páginas.


Gris plomo. Gris plata. La tapa Lluvias de Laura Wittner anticipa en el color del fondo y la tipografía de su título las variadas y exquisitas cortinas de agua que atravesaremos con su lectura. Si en anteriores poemarios la mirada de la autora se enfocaba en realidades diversas, incluso distantes geográficamente como en Las últimas mudanzas (Vox, 2001) donde los viajes líricos podían concluir en Toronto o Nueva York, esta nueva producción poética cierra el espectro de paisajes y situaciones para centrarse en un único tema que da a la obra un marcado carácter conceptual. Pero este cierre no es sólo temático, el estilo se despoja de enumeraciones excesivas, frases en inglés o superposiciones inconexas de elementos cotidianos que estaban presentes en poemas anteriores. Así Lluvias crea una belleza desnuda y directa forjada de imágenes y metáforas precisas.


El texto se divide en tres secciones: No llueve, Llueve y Llovió. Espera, acto, recuerdo. Quizás la vida misma es una sostenida repetición de esta tríada de momentos. Las lluvias constituyen aquí la excusa para mostrar estos instantes que movilizan cualquier existencia.

A través de intensas imágenes sensoriales, los poemas de No llueve revelan un yo lírico que espera la lluvia como refugio: «Débil olor a lluvia, y las hojas del árbol que empiezan a / moverse. // Deseo inconfesable: que llueva, que no venga nadie». De todos modos, aguardar que llueva no sólo es promesa de intimidad, también puede ser experiencia frustrante: «si todo el día no fue más que / una preparación para el escándalo / y al final no estallara la tormenta».

En la segunda sección, el tono introspectivo desaparece y da paso a versos vertiginosos de fuerte intensidad narrativa. La autora necesita «contar» de manera gráfica y contundente la acción de llover: «La vida es lluvia / que de repente toma envión y hace más ruido / algo así como dos kilos de papas / rallados sin miramientos». Pero la lluvia no sólo asume el ropaje de tormenta destructiva. En su infinita variedad, también es sutileza que capta la mirada poética: «Lluviecita subrepticia / que corrige la mañana».


La humedad se evapora y los poemas de Llovió recuperan la calma del comienzo. Laura Wittner a través de la memoria intenta apresar la fugacidad del agua aunque sabe que sus intentos son vanos. El cielo es techo distante y seco de nuevo y la lluvia sólo ha dejado algunos rastros: «Unas palomas se sentaron en el piso / a respirar el olor a eucaliptos»


Otro libro


En la página 32 concluye Lluvias para dar comienzo a Huecos, un texto distinto del reseñado en todo sentido. Desde lo temático hasta algunos rasgos de estilo, hay pocos puntos de contacto entre ambos. Entonces, ¿por qué están juntos?, ¿un pedido de la editorial?, ¿la necesidad de la autora de publicar más poemas? Independientemente de cuál sea la respuesta, Huecos reúne una serie de textos muy autónomos entre sí que remiten a temas variados. Dos artes poéticas sobresalen sobre el resto de la producción. Se trata de los poemas Receta de la abuela y Huecos. Para la poeta, empuñar la lapicera puede ser un oficio sombrío: «Lo de encontrar la luz es verso / o está en verso. / Como si esto no fuera / más que una ligera superficie / donde jugamos a danzar / -ratoncitos imantados- / y por debajo el vacío, seriamente, / se dedicara a desplegar sus pasadizos».

Finalmente la lectura de Lluvias termina, pero sus versos persisten como un goteo insistente. Quizás ya formaron un charco donde, una y otra vez, podamos contemplarnos.



Tres poemas de Lluvias



Certeza


No tengo idea de dónde estoy,

perdí toda referencia. Lo único

que te puedo decir es que el rectángulo

de esta ventana apiña árboles

entre los que distingo una palmera,

una magnolia y varios tipos de coníferas,

y que todos se están balanceando con las ramas hinchadas

mientras emiten un uuuuuuu bastante agudo

incentivado por un espeso viento: lo único

que te puedo decir es que se viene

y que voy a ver llover en algún lado.


*


Fuerte


En la extremísima quietud del sueño,

como piedras, los durmientes imaginan

que la tormenta lo que hace no es caer:

es galopar hacia delante en frenesí.

Tronarles órdenes a sus caballos

que si no fuera por las riendas

elegirían desbocarse poniendo como excusa

la aterradora iluminación electrizada.


*


Receta de la abuela


Dejá primero que se te llenen los oídos

de conversación y elementos metálicos.

Volcá sobre esa capa los poemas impresos

y dejá que te llenen la cabeza.

Mientras tanto café, y con viento a favor

suena la alarma y manoteás la lapicera.



Laura Wittner



lunes, 10 de agosto de 2009

El reportaje haiku: Eliana Drajer chocadora


Eliana Drajer (foto: Mercedes Parral)


por Hernán Schillagi

Intro

La idea de la sección es que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku) que están referidas a las tres características esenciales -según Matsuo Basho- del haiku japonés: en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión.

Entonces, le pedimos a la poeta mendocina Eliana Drajer, que está por publicar su primer libro, que nos cuente tres aspectos claves de su manera de ver a la poesía.


1/En este momento
¿En qué etapa se encuentra tu primer libro Muñequitachocadora?¿De qué trata?

En este preciso momento Muñequitachocadora está en manos del editor (Carlos Aldazábal, de «El Suri Porfiado»-Bs.As.-). Seguramente antes de fin de año lo presente. Hoy estoy muy feliz porque he recibido el subsidio que obtuve luego de la selección que realizó el Fondo Provincial de la Cultura de la provincia, en junio de 2008.
En pocas palabras, Muñequitachocadora es la historia, contada por medio de dos voces o registros (poesía y narrativa), de una precoz adolescente y los conflictos, tanto económicos como culturales, que padece por pertenecer a la marginalidad y hablar desde el nuevo lugar de una niña-mujer que intenta descubrir el mundo que la rodea.

2/En este lugar
¿A cuáles poetas mendocinos de tu generación recomendarías a los gritos y por qué?

No sé si de mi generación, preferiría llamarlos contemporáneos a mi proceso de creación o lectura. Recomendaría a gritos a Juan López. Admiro mucho la poesía de Juan. Por su realismo social, la intensidad de su simpleza y la fidelidad de su voz. Juan López es como su nombre. Tan simple y claro que uno no sabe si es real o no.
También disfruto mucho los textos de Rubén Valle. Tanto la poesía como algunos relatos cortos. Admiro su sabiduría y honestidad con la palabra.
Más cercanos a mi «generación» me gusta el minimalismo sanguinario de Eugenia Segura, el realismo sociológico de los microrrelatos de Leandro Hidalgo y las cajitas performáticas y audaces de Débora Benacot. Hay otros jóvenes más que no he tenido la oportunidad de leerlos o escucharlos en profundidad.

3/Una reflexión
¿Cuál es la obra o autor que más te impactó y cómo se refleja en tu poesía?

Alejandra. Pobre… Creo que si Alejandra Pizarnik se levantara de su tumba se volvería nuevamente por la cantidad de seguidores insoportables como yo. Ella fue una voz decididamente oportuna en una etapa de mi vida. Cayó como un «ángel» perverso en mi cotidiana idea de lo que era la poesía. Y lo desbordó todo. No puedo dejar de mencionarla nunca aunque ya no la leo tanto.
Ahora estoy descubriendo otras voces, soy muy curiosa con eso. Necesito siempre estar leyendo algo nuevo. Esa es una de las ventajas que le doy a Internet. Navegar en busca de una nueva palabra, aunque, por supuesto, luego consigo el libro. Nunca será lo mismo.
Hace un mes fui a Rayuela y conseguí una Antología de la poesía beat. Quedé deslumbrada por la crudeza de Ferlinghetti, por ejemplo. Otro descubrimiento, más cercano a nuestra generación y región, es la jovencísima porteña Samanta Schweblin. Hace unos meses atrás le escribí por un tema académico y luego apareció una nota en Los Andes, donde recomendaban su último libro. Al otro día estaba en Yenny comprando Pájaros en la boca. Impecable ese libro. Me dejó casi insomne por dos días, pero eso me gusta también.




Algunos poemas de Eliana Drajer



de Muñequitachocadora



1

Soy un juguete
creado en trapo
papel o cartón
da lo mismo

Tengo una espinaincrustada en la palabra
que durará algún tiempo

Por ahora
es temprano pronosticar un final nuevo
o escalar a otras voces

El cuento no termina cuando yo decido.


Esta es la historia de muñequitachocadora. Muñequita pelirroja, sola, perdida. Parece que fuera gris. Pero es muymuyroja. Prefiere la noche. Las de luna llena son su perdición. En estas noches mira fijo el cristal y lo vacía tirándole piedras negras. Su rito siempre le funciona.

*

3

Me alucina columpiarme
con mi vestidonegro bordado a mano
y cubierta de telarañas

No extraño mi cuna con mantilla rosa
ni las vainillas con Nesquik que
mami servía
a las cinco de la tarde

Ya tuve una vida con
infinitos arco iris de colores
y soldaditos de plomo

Creo estar demasiado vieja
para seguir cuestionando al mundo.


muñequitachocadora casi siempre se viste de negro. Me contó que su mamita tiene mucha ropa de ese color. A ella también le gusta. Mi mami dice que es un color paragentegrande.



*

9

Después de lamer la pantalla
cerraré mis mensajes
pagaré la cuenta
y me iré silbando bajito

Llegaré a mi casa
abriré la puerta
la perra me recibirá
el gato también

Mami destapará la tercera botella
tomará 29 tragos de malbec
y grabará el nombre de papi
en todas las paredes.


Ya les conté que el papi de muñequita está preso. Nunca me he animado a preguntarle porqué. En el barrio dicen que era drogadicto. Andaba comprandoyvendiendoporquería. El otro día estábamos en la placita del barrio y un pibe amigo de muñe se prendió un faso y nadie dijo nada. Yo me fui a mi casa, por las dudas. Creo que muñequita anda en algoraro.



de Chocolate África



hombreimpetuoso

Una tarde soleada
cerca del río Júcar
Caballo y yo
charlábamos

Una paloma blanca se acercó
y le miró fijo los pies
pero fijofijo
la paloma le miró sus dedos
no sacó su mirada de los pies de Caballo

Caballo impetuoso pensé
y él comenzó a acariciar su cuerpecito blanco

la mano negra arriba de la paloma blanca
la paloma blanca debajo de la mano negra
la mano como África arriba de la paloma
acariciando
acariciando suave
suave
y la paloma como yo
sintiendo cosas insólitas.

sábado, 25 de julio de 2009

Historia del poema Salmo de las orquídeas





Son contadas las ocasiones en que recordamos cómo se escribió un poema porque éste, casi por definición, «sucede». Y no necesariamente lo hace encarnado en la sobrevaluada imagen de la musa que irrumpe como una mujer pidiéndonos algo más que atención. Esa suerte de rayo misterioso necesita no ya el radar activado, si no que exige una sensibilidad mínima donde impactar y a su vez redundar en versos como esquirlas. O al revés.

En Salmo de las orquídeas, poema que elegí para contar su envés, recuerdo que ese llamado tácito provino desde el otro lado de la ventana. Sentado frente a la computadora, distraje por un momento la atención de la pantalla y vi pasar por la vereda a una mujer de unos treinta años, medio encorvada; una posición corporal que aún joven ya la delataba derrotada. Llevaba flores y, creo recordar, una mirada que supuraba tristeza. A partir de esos elementos intenté reconstruir –desde la ficción, claro– el posible porqué de su sombría imagen.

Si algo faltaba para que fuera más desoladora su situación era que caminara bajo la lluvia y que fuera domingo. Pues bien, la mujercita debería volver del cementerio donde –tal vez– la esperaba y la despedía el amor de su vida. Su adiós había dejado marcas claras, visibles: le hablaba a un perro “atado a su sombra”, su paraguas permanecía cerrado a pesar de la lluvia y siempre regresaba de aquella tumba con más flores que las que había llevado en la mañana. Sólo la distorsión de la fe podría explicar que le crecieran orquídeas dentro de su cuerpo. Pero, ¿qué es el amor, o por extensión la poesía, si no una llave para dejar salir esos ángeles y demonios que nos habitan el jardín de adentro?





Salmo de las orquídeas


Llueve adentro,
del lado en que la vemos pasar
mirando sin ver, hablándole
al perro fiel encadenado a su sombra.
Llueve de palabra, entre libros y mensajes
cifrados en unos anteojos empañados.
Con percusivo ritmo de selva citadina
caen las aguas del amor que aún no se escribe.
Llueve adentro de los ojos
y desde ese faro agónico hacia la vereda
donde precipita sus pasos la mujercita
del paraguas cerrado como un signo de preguntas,
la del silencio cosido a su muda boca sin pintar.
Las luces de la calle la delatan aviesamente,
ponen en primer plano su tristeza sin orillas,
su anegada nube de dolor desdibujándola.
Atada al sumiso caracol que arrastra sus pies
regresa sola del cementerio de los solos
con más flores de las que llevó temprano a la mañana.
También dentro de su cuerpo está
lloviendo como en domingo
y donde llueven penas le van creciendo orquídeas
para el día de todos los santos.



Rubén Valle, de Placebos (Ediciones Culturales, 2004).

martes, 21 de julio de 2009

Pizarnik revisitada



Alejandra:


Como un badajo contra las paredes de mi cabeza, repica: «Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido». Palabras con las que Cristina Piña epiloga tu biografía. Y pienso que, efectivamente, el ingreso te fue concedido, no ya para alegría tuya sino nuestra, de tus lectores.

¿Cómo llegué hasta vos? Si no me equivoco, en una charla de café con compañeros de la facultad. Antes creo haber tenido alguna referencia, muy oscura por otra parte. De lo que sí estoy seguro es de que fue allí, en una de esas mesas, entre el humo pseudointelectual de nuestros cigarrillos, donde «el libro azul» llegó a mis manos por primera vez, y con él, una de las voces más bellas de la literatura argentina: la tuya.

En un artículo anterior, y perdoname la «autocita», hablé de cómo la familiaridad convierte en amor la atracción casi sexual de la primera lectura. Nada mejor para ilustrarlo que esto que me ha sucedido a lo largo de los años con vos. La ultima inocencia y Las aventuras perdidas fueron los libros del flechazo. Libros adolescentes, intensos, feroces casi. ¿Cómo evitar, entonces, que esa misma adolescencia feroz que fue la tuya encantara la mía que pretendía serlo? Versos citados hasta la saciedad. Probablemente te hubiera causado gracia oírnos anunciar: «he de partir», y que los amigos remataran: «pero arremete viajera». Gracia e incomodidad, tal vez. De todos modos esta actualización de la palabra poética en la vida cotidiana no deja de ser buen síntoma.

El tiempo, lo supiste como pocos, pasó dejando atrás aquellos juegos de estudiantes, no mi admiración. Es cierto que por temporadas más o menos prolongadas te he abandonado, como también, que un día cualquiera, sin demasiadas explicaciones, he vuelto a tus páginas. Inolvidable, en uno de estos reencuentros, el calor que las pequeñas brasas de Árbol de Diana les infundieron a mis noches en las que solo había sed y ningún encuentro. Y las preguntas, insistentes: ¿cómo lograste esa condensación de la belleza?, ¿cómo hiciste tanta música con tan módicos recursos? ¡Vaya trampa nos tendiste! La de inducirnos a creer que el brillo de unas pocas palabras era suficiente. ¡Ah, cándidos, ignorábamos que para alcanzar tal hondura había que construir la casa, emplumar los pájaros, golpear al viento con los propios huesos, terminar solos lo que nadie comenzó! Alguna vez leí de la existencia de autores sobre cuyos acólitos pesaba la condena de Salieri. Ahora lo entiendo.

Llegó luego, de los tuyos, mi libro preferido: Los trabajos y las noches, donde te atreviste a mirar y a decir esa sombra unida a tu nombre, a hacer arder en tu poema ese rostro que dispersa un perfume a amado rostro desaparecido. Nunca, hasta este poemario, el tú amado había sido una presencia tan intensa, constante. Y todavía, lo juro, no comprendo la miopía de algunos profesores, su darte la espalda. Actitud que, de todas maneras, no ha menguado la fascinación de quienes por fuera de la academia te conocimos; acaso porque de vos, mucho más que de ella, aprendimos que «cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa».

Este sería el momento de evocar a tus amigos: Juan Jacobo Bajarlía (Anatomía de un recuerdo), tu cara Ivonne Bordelois (Correspondencia Pizarnik), la misma Piña que, sin haberte tratado, se ocupó tan amorosamente de tu obra y de vos (Alejandra Pizarnik); quienes, superado el escándalo de tu ausencia y «desobedeciendo el voto de abstención estructuralista de buscar sentido por fuera de los textos» (María Moreno), nos hablaron no sólo de la niña alucinada -que lo fuiste-, sino fundamentalmente de la escritora que leyó todo lo que un escritor debe leer, la paciente merodeadora de LA palabra, la ensayista sagaz, la linterna sorda, en fin, que en la noche, toda la noche, palabra por palabra escribió la noche. Es que, aun a riesgo de sonar ingenuo, lo digo: una obra como la tuya, Sasha, no se hizo sola. Te explico: en torno a vos se ha generado una confusión enraizada en parte en tu mito, en parte en ciertos pasajes de tu poesía. Aquel, por ejemplo, donde clamás «ojalá pudiera vivir en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo», cuyo brillo ha encandilado a tantos poetas, los muy jóvenes sobre todo; y los ha hecho soslayar su terrible paradoja. Pues, aunque pudiera vivirse en éxtasis, aunque pudiera incluso hacerse algo semejante al cuerpo del poema con el propio cuerpo -el subjuntivo no es aleatorio-, es forzoso que la escritura dé cuenta de esos procesos. Léase: no con momentos o sentimientos, tampoco con éxtasis -naturales, artificiales, lo mismo da-, se construye un poema.

Pero regresemos a lo nuestro. De uno de los impasses mencionados más arriba, me arrancó tu impresionante catálogo de crueldades de la condesa Erzébet Báthory, muestrario sólo tolerable por la elegancia austera de tu estilo. Más tarde Extracción de la piedra de locura y El infierno musical me enseñaron las posibilidades del poema en prosa.

Tus textos humorísticos son la última parada en este viaje. Textos que plantean un nuevo dilema: ¿era tu intención que se publicaran o eran apenas ejercicios de experimentación? En cualquier caso, te abocaste a ellos, vieron la luz, fueron leídos, criticados: «Pizarnik es muy semejante a sí misma, salvo en sus últimas prosas, donde rompió completamente con su estilo anterior, pero esa parte de su obra no me interesa, es muy inferior al resto» (Cristina Peri Rossi). Más que el aspecto valorativo de este comentario me interesa la idea del desvío, notorio, pero no exclusivo. Es decir, tu generación respiraba desconfianza hacia el lenguaje y vos, amén de formularla como nadie (la lengua natal castra/la lengua es un órgano de conocimiento/del fracaso de todo poema/castrado por su propia lengua/que es el órgano de la re-creación/del re-conocimiento/pero no el de la resurrección), te dedicaste, como un niño se dedicaría a desarmar un juguete, a desmontar su aparato. No obstante, también en esto, la peor parte la llevan tus chirolitas de impostada voz, que edificaron sus poemas sobre la base del puro juego verbal, descuidando aspectos, a mi juicio, más relevantes: la armonía de las formas, el sentido; que transformaron la poesía en un código de templarios, un juego para iniciados... ¡en psicoanálisis!

Hoy, pisando la edad en que te confinaste al exilio definitivo, me inquieta la posibilidad de que me suceda lo que otrora a Juana Bignozzi, cuando sintió que tu obra, al excluir los avatares del mundo, la sofocaba. De cualquier modo, si como creo, de la poesía atesoramos unas pocas imágenes, unas pocas palabras-talismanes, no dudés de que, una vez concedido el ingreso, vas a morar como querías en la memoria de unos cuantos locos.


Tuyo, S.


Pd: Finalmente, un agradecimiento: el esplendor del minuto aquel en que por fin comprendí con el cuerpo cómo su ritmo, unido al de otro cuerpo, alejaba el vuelo de los cuervos.

viernes, 17 de julio de 2009

Nuevo libro de Zediciones: «Glasé» de Rocío Pochettino

por Hernán Schillagi




Luego de ganar la edición 2008-09 del concurso Todo poético 3, organizado por María García y la editorial mendocina Zediciones; Rocío Pochettino pudo ver, al comienzo de este mes, los poemas de Glasé convertidos en formato libro. Pequeño aunque de un rosado furioso, se hace imposible de ignorar. El libro aparece como un insecto mutante que busca manos y ojos donde ocultarse, para luego comenzar a abrir poco a poco su caparazón a los lectores.

Mezcla del sostén anecdótico de la prosa y de la cadencia del verso, Glasé es un breve poemario que apuesta a la intensidad del brillo de las palabras, al mismo tiempo que aparece como un viaje alucinado de la voz adulta a los juegos de la infancia y a su microcosmos trémulo e inquietante: «las niñas juegan a/ser madres y esposas/con esmero cuidan los/platos que llenarán de hojitas/para la cena»; para luego decir en otro poema: «canesú sin bordado/señal de la pérdida antepuesta y átona del yo sin regalos».

Como si fueran dos tapas virtuales, Glasé está abrazado por un inteligente prólogo de la poeta Romina Freschi, por un lado. Por otro, cierran unas palabras de contratapa de la misma María García que, a su pesar, aportan sólo confusión. Freschi destaca: «Breve en apariencia, la lectura de glasé no tiene por qué serlo. Lo que queda resonando es el olvido, aquellos dones que nos fueron ofrecidos, aquello que nos fue dado, repetido, festejado, reprimido, pero configura nuestra subjetividad como una gramática». También es importante resaltar el serio trabajo de la editorial y los organizadores del certamen, que con recursos mucho menores que los del Estado, han cumplido en tiempo y forma con las bases del premio y la publicación.

El libro y su autora (nacida en Río Tercero, Córdoba) serán partícipes del llamado TOURNÉE GLASÉ, una serie de presentaciones y encuentros multigenéricos que arrancan en julio y terminarán en noviembre. Por los motivos de la emergencia sanitaria, la fecha de Mendoza se reprogramó para setiembre. Sin embargo, la obra rodará por Córdoba y Buenos Aires.

Todos aquellos que consideran a la poesía como una complicidad convulsa, estarán a la espera de probar la cobertura, la musicalidad y los destellos de los poemas de Rocío Pochettino.




Algunos poemas de la autora


fiesta

Mecer el columpio hasta que el dedo se moje / saliva protectora que libras del fuego / del cese del canto y la captura,

hay:

bizcochuelo de jaspe / para los conejitos de lana / que guardan sus ojos para la foto.

La niña bañada en Coqueterías escucha: / “cerrá la manito, para que pase la manga, ay ay, los conejitos bandidos que saben hacer su casita a la sombra” / Puñito cerrado, mordido. / La palma surcada de uñitas

*


cántico

callas
y todo florece:

las niñas juegan a
ser madres y esposas
con esmero cuidan los
platos que llenarán
de hojitas para la cena

él
regresará y será reconocido

el fértil silencio
de lo dispuesto.

*

souvenir

Mejor vida la del pubis lavado de ruda / bichito que pica la cola y la lela lo lava / los dulces robados y sus papeles brillantes que hacen ruidito, / mentira remota rezada entre flores, la tina mayúscula de cielo dormido en mi vientre.