domingo, 20 de marzo de 2011

Tribulaciones de un lector



por Sergio Pereyra


Lo he hecho. He leído. Todo el día he leído. Las horas de la mañana se escurrieron mientras, cual voyeur, husmeaba el cadáver del amor que las palabras de una mujer se empeñan en revivir. En tanto, el aturdimiento de la siesta me sorprendió oyendo el verso poderoso, concentrado, inteligente que otra mujer usa como un arma en sus batallas éticas, en sus batallas estéticas.

En estas horas Idea Vilariño y Juana Bignozzi, que de ellas se trata, han sido para mí más nítidas que los muebles que me rodean.


Idea que escribe cartas a un hombre sin importarle que ya no esté o que no se acuerde. Ella igual va enajenada por la casa apagando las luces, guardando los vestidos, pensando en él, sin dejarlo caer, anhelándolo, amándolo, diciéndole querido. Ella igual compara su recuerdo con el círculo que en la arena dibuja el leve junco. Idea, que aunque escriba, piense, lea, aunque traduzca veinte páginas u oiga el informativo, y vuelva a escribir y escribir, al final solo tiene en mente saber dónde está ese que ya no la abrazará como aquella noche, ese al que no volverá a tocar ni verá morir. Tan intensa Idea, tan apasionada. Y sin embargo no se engaña: sabe que a pesar de los versos de los hombres, el amor es solo sueño, glándulas, locura.


Juana interesada en novios, poetas, revistas de opinión, secretarios de barrio, amigos imbuidos de una colonizada cultura pavesiana. Juana que aunque con la edad está cada vez más enojada con los cultos pensadores que han confundido la ideología con las ciencias aplicadas, la ética con el espontaneísmo, el arte con la habilidad manual y la lucha de clases con la renovación de generaciones, no se da por vencida y, minuto a minuto, recuerda que no debe quebrantarse el frente interno, aunque ya ese frente solo sean su memoria y su soledad. Porque pese a no creer en una poesía para impresionar con grandes, imposibles olvidos que no llegan, o esas frases de tengo para poco, esta Juana de hoy, la que rememora a la otra, la joven que escribía de noche en su Saavedra natal, se obstina en dejar una palabra que ampare a alguien en las tardes inhóspitas de recuerdos, una palabra que ayude a salir de un universo de horizonte cerrado, porque Juana ha empezado a sentir gusto por la vida en serio.

Mi desdicha entonces, la de un lector (¿la de todos?), estalla entrada la tarde al salir a la calle y encontrarme con eso que llaman «realidad», que para mortificarme adopta rostros diversos, vulgares todos, empapados de la tontería de su pequeño poder. ¿Será que soy uno de esos hombres que, según T.S. Eliot, no soportan demasiada realidad?

Y quisiera que estas situaciones no me hallaran tan sin defensas, que la poesía, ese prisma a través del cual miro el mundo, fuera el instrumento adecuado para capear los temporales que día a día se desploman sobre mí.





POEMAS DE IDEA VILARIÑO

Lo que siento por ti es tan difícil...

Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.
Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.
Lo que siento por ti, tan doloroso
como pobre luz de las estrellas
que llega dolorida y fatigada.
Lo que siento por ti, y que sin embargo
anda tanto que a veces no te llega.

*


Mediodía

Transparentes los aires, transparentes
la hoz de la mañana,
los blancos montes tibios, los gestos de las olas,
todo ese mar, todo ese mar que cumple
su profunda tarea,
el mar ensimismado,
el mar, a esa hora de miel en que el instinto
zumba como una abeja somnolienta...
Sol, amor, azucenas dilatadas, marinas,
Ramas rubias sensibles y tiernas como cuerpos,
vastas arenas pálidas.
Transparentes los aires, transparentes
las voces, el silencio.
A orillas del amor, del mar, de la mañana,
en la arena caliente, temblante de blancura,
cada uno es un fruto madurando su muerte.


*

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto...

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.
Tal vez debí quedarme en los amores quietos
que podrían llenar mi vida con un nombre
en vez de buscar al evadido del hombre,
despojado, sin alma, ser puro, esqueleto.
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto.
sino amarse y amar, perdida, ingenuamente.
Tal vez pude subir como una flor ardiente
o tener un profundo destino de semilla
en vez de esta terrible lucidez amarilla
y de este estar de estatua con los ojos vacíos.
Tal vez pude doblar este destino mío
en música inefable. O necesariamente...







POEMAS DE JUANA BIGNOZZI


Soy una mujer sin problemas

Todos lo saben
y entonces buscan mi compañía para charlar por las noches.
Sin embargo yo conozco a alguien que quiere morir en paz consigo mismo
y me produce estremecimientos, insomnio, soledad
porque la paz conmigo misma sería una guerra sin fin
dos o tres asesinatos inevitables y alguna entrega desmedida
que no entra en mis planes.
Sin embargo yo sueño por las noches
con un jardín inmenso donde los muertos se levantan para saludarme;
yo sueño con un hombre que me inquieta y como lo ignora
me habla amigablemente del resto del mundo
y de mis múltiples amores, tan simpáticos
tan apropiados como tema de conversación.


*



Era fácil quedarme sola brillante intocable en mi agresividad
tirar los pedazos que aún valían entre gente conocida
cartas prestigiosas de desprestigiados
disimular el paso de los años
su asqueroso pelo infiltrado
con frasecitas jactanciosas

pagar la buena conciencia con reuniones de seudo peligrosos
dedicarme a la solidaridad difusa
era tanto más fácil
que entrar a patadas en esta turbia y compleja realidad
si toda vida es un reemplazo y no existe el lugar en blanco
el sueño de estar a la vuelta de esta historia
con aquellos viejos ácratas revolucionarios principios
es el crujido de la muñeca de madera en la noche

abandonen la hermosa escena familiar
no hablen más de un ciego retrato en colores
sobre él ha caído una permanencia
la de la sangre



*


después de décadas vos me anunciarás mi muerte


el día que dejes de hablarme de manera irónica
seca y un poco desatendida
sabré que me estoy muriendo
el día que dejes de decirme
por favor se habla con el subjuntivo lo has olvidado
no se viste uno con flores y rayas
no se sale así a la calle
ese día seré conmovedora
digna de piedad
y toda forma de felicidad habrá desaparecido
el día que me disculpes cualquier

viernes, 4 de marzo de 2011

Sin títulos no hay paraíso


A favor de los títulos en los poemas




por Hernán Schillagi

En una época donde la gélida tecnología nos permite comprimir información -visual, acústica y gráfica- para poder salir por las calles de la ciudad con la discografía completa de Pink Floyd, o hasta con El Quijote en un artefacto del tamaño de una chaucha; un nuevo fenómeno está sucediendo en cuanto a la identificación de las obras: la pereza de no titular los discos, las canciones y -teníamos que llegar vivos para esto- también los poemas.

De este modo, un adolescente tardío salta de carpeta en carpeta, de track en track y, mientras chequea la actualización del twytter, da lo mismo don Chicho que San Martín, como atizaba Discépolo en Cambalache. Por lo tanto, contrario a lo que se piensa, es cada vez más habitual encontrar esta «no-práctica» en los blogs de poesía, donde los poetas digitales cuelgan sus escritos en verso sin un título que los encabece. ¿Revolución contra la nobleza de los títulos? Me permito pensar que a muchos ni se les cruza la idea de que al otro lado de la pantalla hay un receptor ansioso de contar con todos los estímulos posibles.

Pero es más llamativo todavía, abrir hoy un libro y que, luego de leer cinco o seis poemas rotulados, aparezca un grupo de versos decapitados. Diez o quince líneas abandonadas al blanco baldío de la hoja. Entonces, el paciente lector de poesía -y vale recordar que no abunda- debe reformular su modo de lectura ante semejante holgazanería creativa. Es decir, se siente expulsado del paraíso profano que supone leer un poemario.

Hablo de los títulos porque hace un tiempo, el escritor Fabio Morábito redactó una columna titulada Contra los títulos[1], donde se despacha sin piedad sobre «la innecesaria manía de titular los poemas». Trata a los títulos como si fueran una «extraña anomalía de lectura» de su parte, ya que siempre se los olvida. Los tilda de poco esclarecedores, inútiles y hasta de una formalidad. No conforme, se lanza también contra los epígrafes en los poemas, porque los considera «elementos decorativos y, lo mismo que los títulos, un mero preámbulo para aclararse la garganta…» Pues, como todo buen ensayo, este breve texto del poeta italiano residente en México me generó varios cuestionamientos.

Todo poema tiene título. Es casi impensado hallar un libro impreso sin nombre alguno. Recorrer con la mirada un anaquel de libros, leer los nombres de cada lomo hasta que aparece uno de ellos completamente en blanco resulta angustiante. Mezquindades de la editorial, me dirán. Aunque sí es muy común toparse con poemarios enteros que tienen los textos sin titular. Poemas que aparecen numerados, o con un asterisco, o hasta sin nada. Aquí Morábito asesta casi con razón: «La poesía sigue siendo en buena medida un arte oral […] los títulos son mudos por naturaleza…» En los cuentos pasa lo mismo con respecto a la oralidad, y no exagero si digo que no existen casi relatos sin nombre. No obstante, recuerdo la Poesía Vertical de Roberto Juarroz y sus sucesivos tomos. Un ejemplo extremo donde el autor elige un único nombre para toda su obra y para todas las piezas que la integran. Esos poemas, entonces, sí tienen un título. Pero cuando ya vamos leyendo la Novena o la Décima Poesía Vertical pedimos a gritos, como Dante extraviado en el medio de la selva oscura, a un Virgilio que nos guíe un poco en tanta maraña verbal y numérica. Para el caso, si un título es mudo, el poema sin él comienza a tener problemas de disfonía.

Vox populi. Ante la falta de títulos, los lectores -y también los críticos- han ido creando anticuerpos ingeniosos, ganchos para no caerse en el aljibe sin fondo del silencio. Son evidentes e inevitables las históricas «soluciones» formales en las «Coplas» de Manrique, las «Églogas» de Garcilaso y las «Rimas» de Bécquer. Me imagino a los amigos del inolvidable Gustavo Adolfo resolviendo cándidamente qué hacer, post mortem, con las más de 80 «rimas» dispersas. Además, ¿alguien puede negar, más allá del arbitrario número, que su rima más famosa no se llama «Volverán las oscuras golondrinas»?[2] Es allí donde los lectores comunes imponen su voz. Hablan sin consultarle a José Hernández de la «Ida del Martín Fierro» para referirse a la primera parte de la obra en consecuencia con «La vuelta».

Concentración máxima. De todos los géneros, la poesía se destaca por la brevedad de su discurso, por concentrar en un puñado de palabras todo un mundo de significados. Cualquiera puede leer un par de veces en su vida La guerra y la paz o Bomarzo sin necesidad de revisitar esas páginas en su totalidad; pero un poema tiene la capacidad proteica de decirnos algo nuevo y sorprendernos en las diferentes etapas de nuestra vida. Modestamente, todo poema concentra a toda la poesía. Como dice Víctor Redondo en una entrevista: «El poeta tiene que sacar el mayor jugo posible de la menor cantidad de palabras; en ese sentido, debe leer como el más inteligente de los lectores…»[3] Por lo tanto, el nombre de un poema sería la expresión máxima de esa síntesis. Los más sagaces poetas utilizan el título como si fuera algo inseparable del resto; a veces el título contradice lo dicho, a veces abre puertas insospechadas y, en las mejores ocasiones, funciona como un primer verso autónomo que se potencia con la lectura de los demás. Es el caso de este poema del español José Agustín Goytisolo:


ÉXITO DE UN POEMA

Escribiste un poema a fin de cautivar
a una muchacha y el resultado fue
que la muchacha se enamoró perdidamente
del mensajero que le entregó el poema.


en Palabras para Julia y otros poemas (Plaza & Janés, 1997)

M´hijo el pueta. Es cierto que muchos poetas utilizan los epígrafes como un elemento de adorno. Es más, que los colocan en una esquina superior del poema como los petulantes padres amuran la chapa de su «hijo el dotor» junto a la puerta. Inseguridad y mucho esnobismo de algunos «puetas» que necesitan darse a conocer a través de la voz prestigiosa de otros, tal vez. «Sufren de para-citología», me dice una amiga escritora. Es injusto que Morábito los compare con los títulos, ya que estos son distintivos del poema como el nombre de una persona o de un lugar. Así y todo, un sincero y pertinente epígrafe -muy de vez en cuando- demuestra que el poeta está dispuesto a dialogar con otros, propone a los lectores que hagan links analógicos hacia los autores que lo han deslumbrado.

Pecado capital. De todos los vicios condenatorios, se dice que la pereza es el peor, debido a que genera otros pecados. No es que me sienta Brad Pitt y Morgan Freeman persiguiendo a un asesino, sin embargo sospecho que más de un poeta rotula deficientemente un poema o prescinde de los títulos por flojera. Admiro los poemarios que proponen una serie de poemas numerados -o no- a partir de un solo nombre, siempre y cuando sostengan la idea motriz de principio a fin. Por el contrario, la miscelánea implica indefectiblemente la titulación de los textos; el poema se encuentra dentro de un alucinante revoltijo de ideas, ritmos, emociones y temas donde el lector realiza una lectura random, un paseo aleatorio y a los saltos por las páginas del libro. Entonces se hace necesario encontrar carteles en la ruta poética, señales de una causa más que personal, parafraseando a Joaquín Giannuzzi. Desalienta chocarse en el camino con poemas que repiten el primer verso como título, encontrarse además con los que al azar eligieron una sola palabra perdida entre el texto, como también resulta una neblina impenetrable aquellos que impíamente los borran de la cabeza del poema. Invito a hojear los libros de cualquier biblioteca y los ejemplos ilustres y desconocidos estarán de sobra. Hacia el final, Fabio Morábito arremete: «Ponerle el título es delatar el hecho oprobioso de que volvimos la cabeza en algún momento para, justamente, ponerle un título, siendo que lo propio de un poema es no volver nunca la cabeza y solo admitir un camino hacia delante…». ¿No será -digo- un hecho más vergonzoso olvidarse de los lectores en medio del caos sin mirar para atrás, como un Lot hipermoderno escapando de Sodoma?

Sin etiqueta. Para mi sorpresa, me encontré unos meses después de leer la opinión de Morábito con una entrevista[4] donde el escritor sacude otra vez a los títulos con obsesión: «Los títulos, por un lado, no tienen mayor importancia. Hay que ser sinceros. Creo que les importan más a los editores que a los escritores. No es que el escritor viva con el título metido en la cabeza. Yo casi siempre los encuentro al final, y de una manera muy azarosa. Por ejemplo, La lenta furia, tenía dos o tres títulos, y de repente apareció, pero todavía no sé si tiene que ver realmente con lo que escribí…» Sería interesante que los lectores -tan dejados de lado por el autor- encontraran también la relación entre el nombre y el texto.


Finalmente, el arduo trabajo del poeta entraña otra cosa más importante. Escribir poesía es una lucha constante y lúcida con el lenguaje. Aunque vemos, por ejemplo, cómo Santiago Sylvester ha reparado -en el fragor del combate- en los lectores. Ante la pregunta de por qué los títulos de su último libro, El reloj biológico, están entre paréntesis responde: «Es que no son tanto títulos como ‘indicaciones de lectura’. El hecho de que hubiera un tema general hacía que no tuviera sentido poner títulos, pero sí ‘orientar’.»[5] Orientar sugiere, por tanto, guiar sin imposiciones. En una hermosa carta/poema a Álvaro Mutis[6], el poeta y crítico Alfredo Veiravé reflexiona risueñamente sobre la escritura de su nuevo libro: «No quiero exagerar sobre los/ nombres pero/ en verdad, el título es un rótulo un símbolo un signo/ una señal en el camino que debe indicar la dirección del viento/ al caminante para que no se extravíe en sus alucinaciones…» Por lo tanto, la guerra de guerrillas con las palabras supone ganar de vez en cuando alguna que otra batalla, que se traduce en el cuerpo del poema. Pero, una vez enfriadas las armas, aún quedarán las negociaciones diplomáticas con los títulos que pueden convertir ese pequeño y anhelado triunfo, en nada.



***

[1] Fabio Morábito, en Suplemento Ñ de Clarín (30/04/2010)
[2] Llama al menos la atención que, en vida, Bécquer publicara en periódicos de la época una docena de sus «Rimas» y que más de una vez las presentase con un título. Como pasa con la rima 29 (Imitación de Byron), la 33 (Dos en uno), la 45 (Melodías), la 56 (Al amanecer), entre otras. Me he guiado por el Estudio Preliminar y las Notas de Ivonne Bordelois y María Silvia Delpy en Rimas, Gustavo Adolfo Bécquer, ed. Kapelusz, Buenos Aires 1969.
[3]Entrevista de Marcelo Di Marco a Víctor Redondo, en Hacer el Verso, apuntes, ejemplos y prácticas para escribir poesía, ed. Sudamericana, 2009.
[4] Entrevista de Franco Torchia a Fabio Morábito para el Suplemento Ñ de Clarín (05/11/2010)
[5] Entrevista de Fernando G. Toledo a Santiago Sylvester para el Suplemento Escenario, Diario Uno (17/02/2008)
[6] Carta a Álvaro Mutis bajo el cielo de México, de Alfredo Veiravé, en Laboratorio central, ed. Sudamericana, 1991.

lunes, 21 de febrero de 2011

Dos años de El Desaguadero


En otro febrero, pero de 2009, aparecía el primer artículo/post de un espacio anfibio entre la revista y el blog: El Desaguadero, donde confluyen la nueva poesía y la reflexión.

No pasó mucho tiempo para que se sumara, como un torrente incontrolable, el agua de otras voces que llegaban de distintos lugares de Mendoza y el resto del país. Poetas que nos descubrieron las historias de sus poemas, que nos ofrecieron respuestas meditadas y comprometidas, que se atrevieron a mostrarnos sus momentos, sus lugares y sus poéticas con el impulso eléctrico de un íntimo haiku. Como también aparecieron los lectores/cómplices, los lectores/críticos, los lectores/faros que hacen de todo lo escrito una tarea tan desafiante como placentera.

Por lo tanto, a nuestro pequeño y constante aporte crítico y de difusión, queríamos agregarle un festejo que le hiciera honor al lema «Un blog de poesía escrito por poetas». Los Desaguaderos, agradecidos.




para Carlos Levy, nuestro padrino más que poético.



Sergio Pereyra





Como quien busca una respuesta


El sintagma dulce de leche en mi boca
en una heladería
fue el primer indicio
pues en mi infancia era tu sabor favorito
un sabor de viejos de treinta y pico
los mismos treinta y pico ahora míos

ese nombre dulcísimo por gusto repetido
levantó la compuerta tras la cual
como toros de lidia arremetieron
las primeras canas sobre las orejas
el amarillo del tabaco en los dientes
cierta prominencia abdominal
que de un modo más evidente que la sangre en las venas
ligan mi vida a la tuya

tu vida
de donde escapé con una mochila
cargada de lorcas y cernudas
y a la que sin querer regreso
como quien busca una respuesta

tu vida
sus dudas sus juegos sus amores
por mí desconocidos
prolongados en mí

tu vida
tan ajena

tu vida
tan mía.


del libro Un objeto transparente (inédito)


***

Cecilia Restiffo















Clavel

—Cada pliegue de tu vuelo
se deshace en la infancia.—


He cruzado la bóveda abandonada
y salto a la mañana de un enero sofocante
la búsqueda empezó hace algunos años
cuando todo podía decirse sin remordimientos.

Pruebo ya sin esperanza que su boca pronuncie el crimen,
y sin embargo no obtengo respuesta ni desesperación
“sólo el lazo obtiene la verdad” y esa certeza es otra angustia
a la que debo escapar para seguir creyendo
vuelo otra vez intentando alcanzar el pájaro invisible
que me espía desde su propia pesadilla
las balas golpean el oro invencible de dos estrellas rojas
que trazan el recorrido de la cobardía
es otro día más que, piadoso, se escabulle por los techos.

Este secreto fragmenta la sombra
que desde el fondo de la casa mira distante,
nunca podré abandonar lo que soy
un deseo nacido de los sueños ajenos
de la sed de justicia, a veces.

Giro, giro y giro sobre mis posibilidades
esto queda: un pedazo de una idea fugaz
hecha de cinta y luces de neón,
que guardan en una caja de utilería
en el último estante.



para mi primera heroína, por su maravilla


del libro Casa de flores (inédito)

***

Fernando G. Toledo













Gesto en el universo

La abundancia sideral del mundo allá afuera
No parece bastarme por sí misma: busco
Entre toda esa madeja algo que volcar
En un poema Pero un perro se hace oír a lo lejos
Resolviendo antes que yo sus asuntos
Y pienso en esto que ahora
Voy a poner por escrito:
Un ladrido como un acto reflejo
Contra algo que se mueve en la noche.


del libro Mortal en la noche (inédito)

***

Paula Seufferheld




Primitiva


Hay una música desconocida que se filtra
en espacios que no habita el viento.
De pronto una telaraña de ventanas
decide romperse a la noche y a su melodía.
En ese instante un enjambre de cuerpos
que fatigan cuartos gastados
comienza una danza de saltos sin red.
El movimiento destruye la palabra
y su cárcel: el crepitar de los pájaros
vuelve a ser un signo en la oscuridad.
El baile continúa rodando por las escaleras
para derretirse en veredas sorprendidas.
Hombres y mujeres sin voz
se amarran para besarse y mirarse:
no hay preguntas y la certeza abre ojos húmedos.
Los niños trepan postes en cada esquina
y dibujan palotes sobre el nombre de las calles.
El ritmo cesa y la música quiebra cristales en otra parte.
Acaba la crisis desbordada del gozo
y la vergüenza de la carne desnuda
no encuentra un lugar donde esconderse.


del libro El pan de la soledad (inédito)

***

Hernán Schillagi















lengua extranjera


abre los ojos y siente entre sus labios
el crujir de una ventana antigua
el dolor de unas luces que tragan miradas
para ponerse en funcionamiento

la suma inconmensurable de lo oscuro con las estrellas
le dejó como resultado un sueño inquietante
una actividad cerebral sin rastros visibles
en la memoria pero su frecuencia cardíaca
acusa una agitación extranjera una inmigración
de dudas llegada desde lugares remotos
hasta la frontera ilegal de su cama
hasta la aduana paralela de sus piernas porque ella
saca cuentas en el aire mientras alguien respira
ajeno dormido laxo y marca el peso inesperado de los errores
como también se marcan los pliegues sobre las sábanas
y se vuelven una escritura imposible de traducir
en las primeras horas de la madrugada


del libro Lengua padre (inédito)

miércoles, 9 de febrero de 2011

Entrevista a Santiago Kovadloff


«Ese semblante de lo real al que llamamos poético»





Por Fernando G. Toledo


Escritor múltiple, capaz de expresarse con igual intensidad en poemas, ensayos o prosas narrativas, Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942) es una de esas personalidades que expresa sus ideas con una claridad no exenta de contundencia. Sus intereses no son menos múltiples que el modo en que vierte sus reflexiones sobre ellos: de este escritor podemos leer su indagación en la problemática de la educación, de la literatura, de la realidad sociopolítica, del arte, de la religión y de las costumbres
Hablar de «lo último» que haya escrito Kovadloff es siempre trazar un mapa provisorio: su constante producción, sobre todo como ensayista y articulista (en el diario La Nación), hace que la obra de este autor y traductor crezca y se multiplique semana a semana. Lo que resulta, acaso, más claro, es identificar los bordes de su producción poética, y es ésta la que ofreció en 2009 un capítulo más a su bibliografía. Con la publicación de Ruinas de lo diáfano, el filósofo rompió un silencio poético-editorial de 12 años, que son los que lo separan de la publicación de Hombre en la tarde. Algo que quizá da pistas sobre el afán perfeccionista de este autor que supo reconocer, precisamente al hablar de aquel poemario, que ya era un escritor de esos que viven en el peligro que representa que «cualquier libro que lleve a una editorial» le será publicado.
No parece Ruinas de lo diáfano, justamente, esa clase de libros hechos a los tropiezos. Revelan, más bien, un trabajo de lenta decantación, o más bien, de solidificación: es una escultura cincelada hasta sus más pequeñas aristas, de modo que cualquiera de sus formas, de sus curvas, de sus cortes, parecen estar y ser, allí y así, de manera ineluctable.
Cada poema del libro es un registro de un pensamiento. Un diario de la reflexión de un hombre, maduro también, que lo que empieza a anotar en los papeles que tiene enfrente no es ya el espectáculo del mundo, sino su propio pasmo ante el mismo. Es eso lo que le da a su lírica despojada una riqueza acaso disimulada por el tono engañosamente precario de sus versos. Al riesgo de la vida cotidiana, Kovadloff le da sentido (para tomar la imagen de uno de sus ensayos) enfrentando, como con sorpresa, la prosa del presente con el modo en que éste resulta cristalizado en un hallazgo poético «como si una ley redentora impusiera / a lo gris un rumbo luminoso».
En esta entrevista, Kovadloff se muestra no sólo como un entrevistado ejemplar, de esos cuyo decir coloquial tiene la perfección del escrito, sino como un poeta similar al que habla en Ruinas de lo diáfano, es decir, como aquel siempre dispuesto a reflexionar con la pasión de la duda frente a lo que aparece (una frase, una imagen, una pregunta) ante su propia conciencia.

Abordajes de la escritura

–Como un escritor múltiple que es, ¿sabe cuando se sienta a escribir si será para escribir una prosa de ficción, un ensayo o un poema? ¿Cómo convive esa multiplicidad en usted?
–Es una pregunta que me resulta muy interesante. Normalmente, lo que luego será un texto nace en mí inscripto en un registro tonal que me da la idea de si lo que voy a escribir pertenece al campo del ensayo, el poema, un cuento para niños o un artículo. Ya desde el inicio, ese registro indica cuál será la conveniencia de adoptar un género o el otro. Nunca dejo de advertir que lo que ha nacido tiene porvenir como uno y otro género. Y este discernimiento es el resultado de cierta experiencia en la posibilidad de percibir cuáles serán los recursos de esa frase prometedora. Normalmente no es una palabra, sino un enunciado que ya tiene la entonación de una reflexión o un verso.

–En Ruinas de lo diáfano, su último libro de poesía, encontramos a un Kovadloff franco, que se detiene en aspectos cotidianos, y hasta rutinarios, y que de pronto sorprende al encontrar en esos aspectos visos de magia oculta. ¿Eso es lo que busca con su poesía: anunciar su fascinación ante lo trivial?
–Sí, algo de eso hay. Se trata básicamente de advertir que la vida cotidiana, en apariencia previsible, desmedidamente familiar, es la que encierra la posibilidad de los grandes descubrimientos que rompen con la costumbre. No es en otro sitio, sino en la vida cotidiana, desenmascarada por obra del asombro, de la emoción, donde es posible encontrar ese semblante de lo real al que llamamos poético.

–Hablando de lo cotidiano, usted publicó un ensayo llamado precisamente Sentido y riesgo de la vida cotidiana. Allí sugiere usted que la poesía, sin ser útil, es esencial. Me pregunto si para usted seríamos peores sin poesía.
–La vida no se agota en lo funcional. Sin eficacia, difícilmente podríamos sobrevivir. Pero con eficacia solamente no podemos desplegar algunas de las aptitudes más ricas de nuestra especie: el don de la contemplación, la virtud del asombro, la emoción de existir, que no están al servicio de ninguna utilidad. Simplemente son identidades de las que está provista nuestra especie y en las cuales el enigma de estar vivo irrumpe en toda su potencia para convocarnos a una constatación del hecho de que nuestra presencia en el mundo pide celebración, pide reconocimiento, mucho más que soluciones.

Poéticas y poetas

–Volviendo a Ruinas de lo diáfano y a su estilo. ¿Usted se considera un poeta lírico?
–Me considero un poeta lírico en el sentido de que trato de que mi poesía exprese la intensidad de mi experiencia existencial. Pero no sé si mi poesía es estrictamente lírica en un sentido tradicional. Dentro de la poesía del siglo XX y del siglo XXI, el lirismo no aparecería estrictamente asociado al léxico, porque yo trato de frecuentar una entonación oral en mi poesía, que a veces está más cerca de un enunciado coloquial que de un arrebato estrictamente poético en el sentido convencional. Pero si el lirismo es fundamentalmente la expresión relativamente melódica de una experiencia de vida a través de las palabras, pues en ese sentido creo que soy un poeta lírico.

–Se lo preguntaba porque en la poesía argentina de los años ’90 del siglo pasado pareció dejarse de lado la vibración lírica, incluso como premisa.
–Hay una nueva subjetividad en juego en la poesía más joven, una tentativa de expresar en la poesía de esos años cierta dificultad del poeta para discernir sus propias emociones o para caracterizarse como un sujeto accesible a su propia conciencia. En ese sentido, y si ese es el propósito, hay poetas muy logrados. Y hay que reconocer que allí se juega una nueva necesidad elocutiva que mi generación, la del ’70, trabaja mediante otros recursos formales.

–¿Cuáles han sido los escritores que usted más admira y los que más lo influyeron?
–Yo le diría que los poetas que admiro no forman parte de mi pasado, sino que me acompañan a través de relecturas incesantes. Si tuviera que enumerarlos cronológicamente, debería empezar por Píndaro y Horacio entre los grecolatinos, al igual que Catulo, quienes siguen siendo poetas acompañantes. En la poesía medieval, la lectura de Dante me sigue pareciendo imprescindible. Y en la moderna, la lírica de Lope de Vega entre los españoles me resulta importantísima por la potencia con que me sigue convocando. Y así seguiría avanzando hasta llegar al siglo XX, sin dejar de nombrar a tres ingleses del siglo XIX que me emocionan: John Keats, Samuel Coleridge y Percy B. Shelley. Entre los poetas del XX, la poesía brasileña influyó muchísimo en mi propia práctica poética: Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira y Ferreira Gular están entre ellos. Y, claro está, el portugués eminente que fue Fernando Pessoa…

–De quien usted ha sido un gran traductor…
–Siempre lo he traducido con mucho amor. Siempre me ha parecido deslumbrante. Y haber contribuido a su conocimiento en español justifica haber consagrado toda una vida a su literatura.


Lengua y enigma

–Una de sus grandes preocupaciones, además de la educación, ha sido el cuidado del lenguaje y la pereza de pensamiento. ¿Cree que la lengua está en crisis?
–El idioma está permanentemente sometido a una doble incidencia. La de las innovaciones que impone el transcurso del tiempo y las transformaciones culturales, y la del abandono de la riqueza léxica que muchas veces, por obra de la mala educación, afecta el uso del lenguaje. Entonces el cuidado de la lengua, en última instancia, es el cuidado de los recursos elocutivos con que cuenta una persona o una comunidad para poder caracterizar su propia experiencia personal y colectiva. No se trata de desplegar los recursos de un idioma más elegante, se trata de desplegar los de un idioma más eficaz en la caracterización interpretativa de la propia experiencia. Hasta podríamos caracterizar a la cultura no como la experiencia de un individuo o de una comunidad, sino como la conciencia que un individuo o una comunidad tienen de esa experiencia, como para poder conceptualizarla con mayor riqueza de matices, de reflexión, de capacidad crítica.

–Usted mencionó al pasar anteriormente que pareciera que tanto la poesía como la filosofía y la religión van a sobrevivir. De un tiempo a esta parte, la religión fue tema central en grandes debates, después de lo que fueron los atentados en Nueva York, Londres y Madrid. Y se dio mucha relevancia a la crítica a la religión y llegó a la discusión diaria incluso la teología. ¿Cuál es su postura y su propia visión del mundo?
–Primero que nada conviene distinguir el extremismo o el fundamentalismo religioso y las propuestas convivenciales de las grandes religiones, sean o no monoteístas. Creo que la religiosidad es muy viva en el hombre en la medida que remite al enigma no sólo del propio origen, sino al de la autoconciencia. Todas las especies vivas responden a una forma de conciencia que le permiten sostenerse con eficacia en la vida, pero la autoconciencia de saberse vivo, hace de la nuestra una especie singular. Somos uno por una única vez, a mi juicio, y esto de haber pasado por el tiempo con conciencia de nuestra experiencia, remite no tanto a la evidencia de la existencia de un Dios, pero sí a la necesidad de sostenerse en tener fe. Tener fe no es creer en algo, sino abrirse al enigma de la propia presencia tal como nuestra autoconciencia nos lo brinda. Las religiones suelen hacer lugar a esa conciencia. Cuando escapa esa oferta religiosa al dogmatismo encontramos en las religiones un discurso muy cercano al de la filosofía y al de la poesía, en cuanto a la posibilidad de sostener la conciencia en el trato con estos dilemas fundamentales con el tiempo, el espacio, el prójimo y la muerte.

En blanco

Me detengo sin saber cómo seguir.
¿Adónde iba?
Dejé mi mesa,
fui hacia la puerta decidido,
y a mitad de camino,
fulminado por la duda,
me detuve.
¿Adónde iba? ¿Adónde?
No sé, ya no recuerdo,
qué quería, qué buscaba.

Vuelvo a la mesa demolida por la fuerza
de esta ley que me fragmenta
y me ciega con la luz
y en lo oscuro me delata.
Me siento sin estar, sin entender;
suena el teléfono, atiendo
con la urgencia del que busca guarecerse.
Con voz templada digo hola,
pregunto quién me habla, no contestan.
Digo quién soy
como si lo supiera.
Nadie contesta y vuelvo a preguntar
y nadie dice nada. Nadie calla.
Nadie aguarda en el teléfono
que el día me deshaga.


De Ruinas de lo diáfano (Nuevo Hacer, 2009)

lunes, 24 de enero de 2011

Una manta de poemas




Performance poética de Gabriela Bejerman y Luciana Caamaño. Librería Sibelius, 11 de enero de 2011, Mar del Plata.


por Cecilia Restiffo


La búsqueda del tesoro


Como es habitual en cierto tipo de gente al llegar a una ciudad, uno busca los lugares de preferencia, en mi caso -además de las tiendas de artesanías y antigüedades-, rastreo con avidez librerías y afines en donde pueda encontrar algo de poesía.
A pesar de que ya conocía lo que ofrece Mar del Plata en cuestión de libros nuevos, usados, saldos editoriales y alguna otra rareza; pensé en localizar dos nuevos lugares que aún no visitaba. Tal periplo me llevó hasta Sibelius, una pequeña librería al final de una «calle coqueta», como diría Mirtha.
La sorpresa y la gratitud de encontrar una nueva fuente de poesía es casi indescriptible, más cuando fuimos amablemente atendidos y dejados en soledad para explorar y revisar una y mil veces el mesoncito lírico, que como un cofre esperaba pacientemente a los exploradores.



Una cosa lleva a la otra

En el frenesí que nos envolvía al leer nuevos autores, y releer aquellos conocidos fuimos entablando con la vendedora una guía de preguntas y respuestas sobre los precios, las editoriales, los escritores y las actividades poéticas posibles. Entonces fue cuando nos enteramos que en unos días habría allí mismo una lectura de poemas, evento al que se nos invitaba. Las autoras Luciana Caamaño y Gabriela Bejerman estarían allí la tarde del 11 de enero, para atentar líricamente contra la modorra playera.


Los martes, poesía

Los poetas en general sabemos que la convocatoria a los eventos líricos es escasa; por ello cuando llegamos al lugar y a la hora señalada, el movimiento de gente por un momento nos hizo dudar acerca de las coordenadas memorizadas, pero al momento fuimos reconocidos por la organizadora del evento, quien nos guió hacia un pequeño parque en donde estaban dispuestas algunas sillas, bancos, y mantas para los más intrépidos. Hacia la manta fuimos con mi hija, tratando de sortear las hormigas y los abrojos que en el césped nos anunciaban la tarde.

Cuatro ojos leen más que dos

Caamaño lee sus poemas ante el público
Luego de que las autoras fueron presentadas y los asistentes terminaban de llegar, se abrió el fuego. La voz de Luciana interrumpió la tarde para dejar con sus versos una sensación extraña. A la manera de Enrique Pinti sacudió su primer poema sin un furcio -mérito que, para la que escribe, ya es de suma importancia-; así, las palabras quedaron resonando: «…las latas de arvejas como rastro deseable en la alacena». Una historia de amor, una voz lírica que habla y se contesta. El flash de una cámara me sacó de mis reflexiones y al paso apretado avanzó Gabriela quien, desde una silla, intentaba en vano comenzar a escarbar en su lectura, finalmente el ímpetu de los versos la hicieron ponerse de pie para mirar de frente y descargar sobre nosotros «Dos pianos» primero y «El secreto está en la clorofila» después. En el viaje planeado hay una invitación, hay un estilo que juega con el sarcasmo, con las frases hechas redefinidas, caen a cuentagotas imágenes y algunos recursos que sirven de escenografía para el público que asiste a una interpretación teatral de ambos textos: «podrías invitarme a uno de tus sueños / yo te lo cuento y vos te lo acordás / sh, seguí brillando, estrella de mar / y enlazá de vez en cuando este torpe corazón…» (Bejerman). Aplausos y más flashes son el corolario.
En la segunda rueda, las palabras entonaron a dúo experiencias recientes, que se enmarcaban en una visión gris acerca de la sociedad, del ser humano, del amor; la estructura poética dialogada o monologada de los textos fue común a ambas autoras. En Caamaño, el lenguaje referencial introduce en el poema objetos, marcas, lugares que tienen que ver con un espacio urbano; en Bejerman, por tanto, las referencias literarias están parodiadas y el tono irónico intenta reflexionar sobre la propia realidad.


Todos los caminos

Luciana Caamaño
Los oyentes asistieron silenciosos a la cadencia de los versos, el viento húmedo trajo el olor del mar. Luciana ofrece un último texto que anuncia: «te escuché mal y creí que habías dicho algo hermoso…». Esos versos entonados casi en un susurro dan fin a la velada poética. Las autoras ríen como quien después de un par de tragos dijo aquello que desnudaba su alma. Nos miran y todos estamos algo desnudos. Hemos escuchado pero también hemos puesto en el aire esa materia inasible que se amalgama entre el lector y el poema. Lo que me lleva a pensar que sea cual sea el estilo, la voz, el fraseo, la rima o la no rima, lo clásico o lo pop; el ser humano sigue buscando, sigue buscándose en los intersticios del silencio, ese espacio en blanco que no es otra cosa que las preguntas, las dudas y los miedos buceando entre las islas del poema.



El bis

Bejerman dice sus poemas a los de la manta
La pregunta fue directa: «¿Nadie quiere leer un poema?» Los oyentes se miraron sorprendidos, Gabriela instaba a que alguien más revelara sus alma. Luciana espetó: «¡La gente no anda con sus poemas por la vida!», «¿Quién sabe?», sospechó Bejerman. Pero nadie se atrevió, aunque pude ver algunas hojitas arrugadas en los bolsillos de último momento, que desaparecían sordas de miedo.
En la mesa dispuesta se veía un libro expuesto, “Linaje”, de Gabriela Bejerman. Fue entonces cuando alguien del público, intrépidamente instó a que se leyera algo de esa publicación. Bejerman explicó que se trataba de una novela y que como habíamos insistido leería el prólogo; en él podían escucharse la razones de aquel texto y una apretada síntesis argumental que invitaba a leer la historia de dos hermanos.
El aplauso marcó el final, ambas agradecieron y entre saludos y comentarios nos fuimos dispersando en pequeños grupos. «La dueña de casa» ofreció cerveza helada para terminar la ceremonia, mientras las voces arrullaban el rumor de la noche, la ciudad volvía a tomar su forma. El alma no, el alma había transitado por los poemas y, sin querer, ya no sería la misma.



Algunos poemas leídos por Caamaño y Bejerman


*
te escuché mal
y creí que habías dicho algo hermoso
hablamos mucho de plantas últimamente
en realidad
no te despertaste pensando en que
le estás haciendo un compañero al cáctus
que este mes, por suerte anda mucho mejor de salud
te despertaste pensando en que
le estás haciendo un cáctus a tu compañero
aún así
podría seguir teniendo algo de hermoso
no te apresures, no terminé
estabas hablando de tu compañero de laburo
y entonces todas las varitas y los magos y los best sellers del mundo al tacho
debería hablar menos de que veo poco
y más de que escucho poco
o simplemente
debería hablar menos de mis ojos
me gustaría que para mi cumpleaños me regales
una semana a puro espiarme
no me lo tenés que decir
sino a la gracia le pasa lo mismo que le pasó a la magia
a menos que me lo digas y yo te escuche mal
y entienda que estás diciendo
algo hermoso

de Luciana Caamaño

*

dos pianos


estamos yendo por el camino de un sueño
caminamos entre altas cumbres que son edificios encendiéndose a la noche
una luna naranja al final de la calle
un puñado de estrellas fugaces con deseos que pasan
todo mi cuerpo está caliente adentro de tu mano
las alas de la noche abren pájaros parpadeantes
cuando soplamos a través de las ventanas vemos las más agudas notas del piano
vamos a pestañear para hacer agua, podríamos dudar pero seguimos
las líneas amarillas de la calle que nos llevan parecen moños estirados
por nuestras manos suaves, tan tímidas, tan curiosas
risa de côté, luz de dientes
un alfiler engancha tus dos labios para que no se pierdan por ahí
si te doy un beso me pinchás
mua, mua… no hay apuro, es manso
tantas maneras que tiene el amor, hasta en los sueños multiplica sus formas
de un salto empezamos a volar
somos naranjas como la luna, lu
somos ella que flota por encima de la ciudad donde se van de joda los jóvenes
nuestros súbditos, nuestra droga social
los dejamos dando vueltas en la pista
con sus sombreritos de paja y sus gafas
con sus pantalones americanos y sus tocados de planta
hemos buscado con ellos los afeites de la magia
aprobamos los hallazgos colocando un tobogán
las locas madrinas, nos hicieron un tango para cantar en taxi
ahora nos lleva ese chofer de 33
gratis, le pagamos cantando
viste cuando los sueños se acuestan a dormir
se diluyen en la cama con tul para los bichos
y así hasta la terraza desde donde se ve uruguay, unas luces
y por arriba nos pasan los aviones
nos muestran su panza de insecto
nos hacen vibrar las cuquis
nos dejan darnos la mano siempre más, y en la punta de los dedos
nos damos besos


de Gabriela Bejerman

martes, 11 de enero de 2011

Antes y después de María Elena Walsh


La fotógrafa Sara Facio, última pareja de María Elena Walsh, es la autora de este retrato.




Por Fernando G. Toledo


No hay en la historia de la literatura argentina una pluma como la de María Elena Walsh (1930-2011). Refinada poeta, activa polemista: era todo eso. Pero su lugar especial en este panteón está bien ganado por lo que es su costado más popular: el de autora (e intérprete) de canciones infantiles.
Canciones, éstas, que conforman un universo literario único, de un nivel lírico pocas veces alcanzado en autores que quieren hablar para niños y muchas veces lo hacen como lactantes. María Elena, en cambio, no hizo más que escribir para niños como lo que era: una poeta, ante todo. Y por eso sus poemas (luego, canciones) están repletos de hallazgos estéticos, de métricas precisas, de giros poéticos acordes con el nivel de su talento.
Quizá esa sea la clave para que la potencia de sus creaciones pensadas para el público infantil hayan calado hondo en tantas generaciones. Desde sus inicios, a dúo con Leda Valladares, sus versos y sus personajes se instalaron en la cultura argentina, y mucho más allá de las fronteras de nuestro país.
Detenerse en cualquiera de sus canciones para niños, ir más allá de cantarla como la canta cualquiera para quien esas canciones hayan formado parte de su infancia, representa un verdadero descubrimiento de todos los pliegues de las mismas. Veamos, por ejemplo, la Marcha de Osías y estos versos:

«Quiero todo lo que guardan los espejos
y una flor adentro de un raviol
y también una galera con conejos
y una pelota que haga gol».


Allí se combinan la vena romántica e intimista del primer verso con el efecto surrealista y juguetón del segundo, para acabar con una alusión tan asequible como inocente en el último de estos cuatro.
En la más célebre canción, El reino del revés, María Elena consigue un efecto particular: celebrar la fantasía más absurda, propia de los juegos imaginarios de los chicos, con la fuerza de una alusión capaz de encerrar una verdadera radiografía de los vicios de una sociedad:

«Me dijeron que en el Reino del Revés
nadie baila con los pies,
que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres».


La poesía a veces llamada «para adultos» de la autora es de un enorme nivel, y sin embargo, a pesar de haber recibido elogios célebres (de Juan Ramón Jiménez, de Jorge Luis Borges), no tuvo la influencia de sus otras creaciones.
En cambio, la literatura infantil en español, en especial la lírica, tiene en esta escritora que el 10 de enero murió una bisagra insoslayable. Hay un tiempo antes y un tiempo después de María Elena Walsh, y todo aquel que vaya a escribir o leer pensando en los chicos lo hará, sin dudas, bajo la luz de su obra.

Poemas y canciones de María Elena Walsh

Término

Yo sé que estoy en vísperas de lo desconocido:
un presagio madura tristemente en mi pulso.
Por él ¡oh despiadado! ya imagino las noches
en que andaré descalza por pasillos oscuros.

Retoños de dolor que imaginó mi frente
en rojas certidumbres florecerán mañana.
Tengo el presentimiento de mi infausto bautismo,
de la amarga parcela que me está reservada.

Que el silencio presida mi pavorosa angustia,
que nada en mí pretenda huir de lo inevitable.
Para sufrir más tarde el tiempo de las lágrimas
vivo ahora esta edad de sed y aprendizaje.

Todas las cosas deben florecer. Que el augurio
se nutra de mi sangre y cumpla mi presente.
Como él es el paisaje que habitará mi dolor
yo soy un sitio que habitará la muerte.

(de Otoño imperdonable, 1947)


Balada del tiempo perdido

«Yo dormía pero mi corazón velaba…»
Cantares


Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.

Poblándome de una
nostalgia distraída,
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.

Cuántos papeles ciegos
en la tarde vacía.
Qué multitud de imágenes miradas
como a través de una mortal llovizna.

Entorpecidas sombras
en vez de manos mías,
de tanto enajenarse en los espejos,
todo lo que tocaba se moría.

Memorias y esperanzas
callaban su agonía:
un porfiado presente demoraba
siempre las mismas ramas amarillas.

Qué tiempo sin sentido
el que mi amor perdía.
Qué lamentable primavera inútil
haciendo en vano flores que se olvidan.

Pero mi corazón
velaba y no sabía.
Recuperada su pasión secreta
ahora enamorado resucita.

Y el tiempo que hoy me guarda
entre sus hojas vivas
es un tiempo feliz desde hace tantos
sueños que nacerán en la vigilia.

(de Baladas con ángel, 1952)


La reina Batata

Estaba la Reina Batata
sentada en un plato de plata.
El cocinero la miró
y la Reina se abatató.

La Reina temblaba de miedo,
el cocinero con el dedo
–que no, que sí, que sí, que no–
de mal humor la amenazó.

Pensaba la Reina Batata:
–Ahora me pincha y me mata.
Y el cocinero murmuró:
–Con esta sí me quedo yo.

La Reina vio por el rabillo
que estaba afilando el cuchillo.
Y tanto, tanto se asustó
que rodó al suelo y se escondió.

Entonces llegó de la plaza
la nena menor de la casa.
Cuando buscaba su yoyó
en un rincón la descubrió.

La nena en un trono de lata
la puso a la Reina Batata.
Colita verde le brotó
(a la Reina Batata, a la nena, no).

Y esta canción se terminó.

(de En el país de Nomeacuerdo, 1967)



La cigarra


Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y seguí cantando.

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.

(de Como la cigarra, 1972)


Complicidad de la víctima

Besé la mano del guardián
y lo ayudé a bruñir cerrojos
con esa antigua habilidad que tengo
para borrar innecesariamente
toda huella de bien habida corrupción.
Permití las tinieblas,
rigores me tranquilizaron.
Saludé agradecida al aumentado déspota
y agité flores y banderas
en honor de su rango
de sembrador de oprobios para prójimos
pero no –quizás– para mí.
Odié a las otras víctimas
en lugar de hermanarme
y no quise saber qué sucedía
en el vecino calabozo
o tras los diarios, más allá del mar.
Por eso me dejé vendar los ojos,
sencilla y obediente.
¡Es tan dulce la vida sin saber!
Acepté el castigo
con hipocresía de estampa
por si lo merecía mi inocencia
y fui capaz de denunciar
no al amo sino a la insensata esclava
que desdeñaba protección y ley.
Por pereza me dejé coronar
de puños o serpientes
y admira sin fisuras
a ujieres y embalsamadores,
el fascinante escaparate de los serios.
No supe compartir el sufrimiento
y orgullosa de su exclusividad
inventé argucias contra la rebelión
y jamás en sus aguas dudosas me metí.
Fui custodia del fuego
–a mucha honra– para pequeños meritorios
y santones cubiertos de moscas.
Juro que nunca vertí veneno en su sopa
y en mis tiempos de bruja les alivié las llagas,
favor que me pagaron con incendios
pero yo perdoné
porque ¡es humano quemar!
La razón del verdugo
justifiqué callando y otorgando
y preferir durar decapitada
que trascender a mi albedrío
porque la libertad, ya sabéis, amenaza
con alimañas de perdición
como abismo a los pies de un paralítico.
Dormí con la conciencia
engrillada pero limpia
¿Qué culpa tiene una sombra?
Quise investirme de prestigio ajeno
y el sometimiento era vínculo,
me contagiaba un solemne resplandor.
Por eso permanezco
fiel a iniquidades y censores.
Al fin y al cabo me porté bien,
supe negociar
mi pálida y frágil sobrevivencia.

(de Poemas 1978-1982)

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El Desaguadero / Número 8



«La poesía es un intento de avizorar el futuro»

por Fernando G. Toledo

«Atreverse a leer el mundo con otros ojos»

por Paula Seufferheld


NOTAS Y ENSAYOS


por Hernán Schillagi



EL REPORTAJE HAIKU


por Hernán Schillagi



RESEÑAS CRÍTICAS


por Damián López



por Sergio Pereyra



BIBLIOTECA EL DESAGUADERO


Presentación de José Luis Menéndez



NOTICIAS Y ADELANTOS


por Hernán Schillagi

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Entrevista a Rubén Valle

«Atreverse a leer el mundo con otros ojos»




por Paula Seufferheld

Tupé es el quinto poemario que acaba de publicar el poeta, narrador y periodista Rubén Valle. Editado por Libros de Piedra infinita, editorial dirigida por Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi, este volumen representa para el sello el mejor modo de festejar sus ocho años de vida. El cuidado diseño del libro estuvo a cargo de Fabiola Prulletti y se publicó con el financiamiento de la Municipalidad de Rivadavia.

Hablar con él era una cita ineludible. Si bien el motivo de la entrevista era conocer el revés de Tupé, descoser sus hilos y así develar su hechura; el diálogo se bifurcó por senderos generosos donde el escritor reflexionó además sobre sus obsesiones, sus procesos creativos y su doble oficio como poeta y narrador. De manera contundente, también opinó acerca del devenir de la poesía local en los últimos años.




Tengamos el tupé

-En la cita de la contratapa del poemario decís: «Cada libro supone el desesperado intento por registrar el estado de una obsesión», ¿qué obsesión nueva intentás registrar en Tupé?

- En Tupé me interesaba poner en acción ese «derecho de autor» que se arroga el poeta para jugar a ser una suerte de Dios pero al revés: deconstruir lo que se ve para darle una nueva arquitectura, un nuevo destino. Suena pretencioso, pero como dice el epígrafe inicial: «El maestro dijo Escribe lo que ves/ Pero lo que veo no me emociona./ El maestro respondió Cambia lo que ves». Ese el eje de Tupé, atreverse a «leer» el mundo con otros ojos. En realidad, nada muy distinto a lo que hacen todos los poetas.

-Tupé tiene versos de largo aliento donde la afirmación, a veces con fuerza de sentencia, está más presente que en tus otros libros de poemas, ¿a qué certezas ha llegado el poeta?

-Por suerte, no he llegado a ninguna certeza. Precisamente ese es el motor para seguir escribiendo. Los interrogantes, los finales abiertos, los mundos a descubrir, siguen siendo la principal razón para no dejar de escribir. Encontrar respuestas significa cerrarse puertas, al menos en el hecho creativo. Es cierto que alguno poemas tiene ese tono casi imperativo, pero tiene más que ver con recuperar cierto dramatismo, cierto nervio, que veo que la poesía está perdiendo en ese afán de realismo que, en muchos casos, la convierte en un relato meramente descriptivo del propio yo y su circunstancia.

-Si la poesía no puede hacer volar los barcos a contramano ni cambiar una realidad cuadrada como aseverás en el poema «Derecho de autor», ¿qué sí puede hacer para que valga la pena su escritura y su lectura?

- No, la poesía puede eso y mucho más, lo que yo reivindico es ese derecho del autor de infundirle al poema esa enorme capacidad transformadora donde un náufrago se escriba a sí mismo, los camaleones sean de un solo color o el mundo vuelva a ser nuevo e igual de cuadrado. Escribir y leer poesía siempre valdrá la pena por una simple razón: de una u otra forma, habla de nosotros aunque no lo sepamos.

-Una de las secciones del poemario de titula «z de la belleza», ¿la belleza es un fin último, casi una ascensión para el poeta o se puede ir saboreando y vislumbrando en cada letra del abecedario?

- Prefiero la segunda opción; es decir, ir encontrándose de a poco con ella. Además, es un concepto bastante subjetivo y cada lector puede entender como tal distintas imágenes. Ojalá el lector de Tupé pueda llegar a la z de la belleza sin demasiado esfuerzo, pero quién sabe.

-El último poema, «Arriba», es un homenaje a Fernando Lorenzo, ¿cómo influye ese «viento en altura» en la escritura de Rubén Valle?

- Para muchos escritores de mi generación, Fernando es un referente insoslayable, más de una ética de la poesía que de una estética determinada. El nos enseñó con su ejemplo pero también con lo que escribía que no hay que hacer concesiones ante los mediocres y los estúpidos; que siempre hay que nutrirse de la pasión y la belleza que está en las personas y en las cosas. Sólo hay que saber mirar y, sobre todo, escuchar atentamente. Por ese sendero trato de que discurra mi poesía.

Fraguar la belleza

-¿Cuáles son los puntos de partida de tus poemas?

-Pueden ser imágenes o palabras. A veces un verso se dispara completo y con él cierto «espíritu» que guía para darle su apropiada forma. Tupé, por ejemplo, más que a un poema dio pie al concepto del libro ya que ni siquiera un poema lleva ese título.

-¿En qué momento considerás que ese material mental está listo para «la traducción» en versos?

-Es relativo, porque a veces hay palabras sueltas, posibles títulos, versos aislados, que en el momento menos esperado se encuentran con lo que les hacía falta para tomar cuerpo y ahí es cuando el poema «aparece». Son como epifanías; una extraña sensación donde esa magia que se le asigna a la poesía se revela misteriosamente.


-¿Terminás los poemas en tu cabeza y después solo los escribís?

-Nunca los termino en mi cabeza. El proceso es similar a lo que decía Truman Capote a la hora de explicar su método de trabajo: «oda mi estrategia se resume en construir un roble para luego reducirlo a la semilla». Es decir, escribo un poema más bien rústico para después pulirlo hasta dejar «eso» que resonó primero en la cabeza. A veces, que quede como se pretende puede llevar años. El poema reposa y después el oficio o el olfato determinan que ya maduró lo suficiente como para ganarse el lugar en un libro.


-¿Qué momentos del día y lugares elegís para escribir poesía?

- Si hay algo buenísimo que tiene la poesía es que irrumpe en cualquier momento y en cualquier parte. Mañana, tarde o noche. Afuera o adentro. Con lluvia o con sol. No exige sentarse determinadas horas por día, como ocurre con una novela, para darle continuidad a una historia. Eso no quiere decir que la poesía no exija trabajo, pero tiene una amable «portabilidad» que facilita la creación. Por caso, un simple papel mientras vamos en el micro basta para capturar esa idea o ese verso que surgió de pronto. Habitualmente escribo los poemas a mano, en una pequeña libreta, después los transcribo y si siento que les falta, vuelvo todas las veces que sea necesario para que sean lo más parecido a lo que intuí. La semilla de Capote o algo así.


-¿Cómo separás, a la hora de escribir, al poeta y al narrador que conviven en vos? Te lo pregunto porque es bastante diferente el estilo del cuentista, tan despojado, casi minimalista -muy «norteamericano», si me permitís esta opinión- al del poeta que satura los versos con imágenes y metáforas tan potentes.

-Me alegra que se note la diferencia porque mi intención con la narrativa siempre fue evitar caer en la prosa poética. No obstante, cierta mirada poética se cuela, pero pongo el acento en contar historias. Hay como otra libertad, en lo formal, cuando cuento esas historias. También creo que me permito un humor que suelo sublimar en la poesía. Me oxigena pasar de un registro a otro; hay ideas o imágenes o frases que desde el vamos ya tengo en claro si serán un poema o un relato corto.


El compromiso ético de ocupar un lugar

-Es imposible negar tu visibilidad e influencia en el panorama de la poesía mendocina actual, ¿este lugar destacado te genera responsabilidades extras frente a tus pares, los viejos y nuevos lectores, los investigadores que se acercan a tu obra?, ¿o Rubén Valle, ante todo, escribe para sí mismo?

-Como todo escritor, uno primero escribe para sí mismo, pero no todo el tiempo de uno mismo. Uno es el primer y más duro lector de la propia obra; una vez que el poema pasa esa peligrosa frontera éste busca completar el circuito con la mirada ajena. En cuanto al «lugar» que cada uno ocupa, el mío –independientemente de si importante o no- se sustenta en haber tratado siempre de mantener una coherencia ética y estética, con mucho laburo hacia dentro y hacia fuera. El resto, por suerte, es tarea de quienes se encargan generosamente de analizar y divulgar en círculos académicos nuestra producción. Aquí me gustaría destacar el trabajo incansable de gente como Gustavo Zonana y Marta Castellino. La responsabilidad, la única, ante uno y los demás, sean estos colegas o lectores, es que cada libro sea mejor que el anterior. Hay pactos que se dan por sentados si uno se considera escritor y no mero armador de versos. Seguir aprendiendo de los poetas de ayer y, por qué no, de hoy, es parte de ese impredecible camino que abre la escritura.

Poesía mendocina actual: culto del yo y falta de rigor

-¿Cuál es tu opinión de la poesía que se viene gestando en la provincia en los últimos años? ¿Qué diferencias encontrás (tópicos, modos de circulación, influencias) con la que se hacía en los 90?

-Veo una producción tal vez excesiva, poco rigurosa, cuyo principal tópico es el ombligo, el culto al yo, y cuyo talón de Aquiles es la jactancia de que se puede prescindir de la lectura de los grandes y de cierto rigor en la puesta a punto del poema. Desconfío de los escritores que no son buenos lectores. En cuanto a los modos de circulación, sin dudas que Internet (y todos sus caminos y atajos) ofrece una maravillosa posibilidad de globalizar lo que uno hace, ya sin la necesidad imperiosa -como ocurría en otras épocas- de publicar «en papel» para «existir». En los 90 tal vez había menos producción, menos vedettismo y mayor autenticidad. De todos modos, como ha pasado siempre, hay que esperar los tiempos literarios para ver claramente qué pasó el cedazo y que quedó, justicieramente, en el olvido.


-Uno supone abultados los borradores de un escritor prolífico como vos, ¿querés contarnos algo de tus nuevos proyectos de escritura?

- Siempre suelo estar trabajando en varias cosas a la vez. Acabo de terminar un libro muy cortito que se llama También vuela la piedra y más lentamente avanzo en Islas para leer en un poema desierto, con un concepto bastante abierto en lo temático. Por otra parte, con una selección de los textos del blog la pereza le di forma a un segundo libro de relatos cortos que se titula Desperté en el bosque después de haber soñado un bosque (el primero -también inédito- es Preferiría no hacerlo).

Paradas obligadas de su ruta poética

Museo flúo (1996)
Los peligros del agua bendita (1999)
Jirafas sostienen el cielo (2003)
Placebos (2004)

Totalmente pájaros


Ella tenía
dos palomas tiernas
atrapadas
en la arena de sus
pechos
dos lunas inquietas
en la marea
roja del deseo
Tenía
-repito,tenía-
hasta aquel domingo
de invierno
en que abrió
en forma piadosa
su suéter
sobre un escenario
de colmillos afilados
de labios chupasangre
Ese día
los niños de la calesita
inmóvil
nos volvimos totalmente pájaros.


de Museo Flúo




Puzzle


Ella es
un arma cargada

Ella le dispara
a ella
en el espejo

Cae su imagen

otra vez
un rompecabezas
de ella

la réplica
el rito de volver
a ser ella

Ella es
lo que era
ella
antes de dejar
de ser

de Los peligros del agua bendita



20


Hagamos un pacto
con el cielo de testigo
Hagamos con el cielo
un bolero de año nuevo
Hagámoslo con las manos
Hagámoslo con la boca llena

de Jirafas sostienen el cielo



El otro yo


Debería robar un banco con el poder de la fe,
travestirme de austronauta cosmopolita
o capturar un ángel entre dos silencios
para ganarme tu confianza,
para que me absuelvas
del mar que se hunde en tu pañuelo.
Debería, me digo, darte mis manos
para que las leas como un libro encantado.
Debería irme o quedarme como un perfume,
dilucidando acertijos en la borra del café que nos enfría.
Debería huir como el ladrón inexperto
disparándose a sí mismo,
como el ángel enredado en una discusión de sordomudos.
Debería admitir que hay amores que nos pasan
como inocua música de aeropuerto
y así abrirle mi caja negra a lo trágico y a lo absurdo,
a tus llegadas con escalas,
a tus constantes viajes sin retornos.

Debería, te digo, estar más atento.


de Placebos



Poema para leerle a un pez


No soy el anzuelo
para que me mirés con la boca
abierta como una pecera del grito.
Igual podés escucharme desde tu silencio
arañando el vidrio. El mar o este símil
en modesta escala también es un bosque
donde se dilapidan las palabras o se las come el oso.
No me mirés así con ojos de puerta sellada
escapar de la sed vale tanto como volar en tierra
o poner el cuerpo a las balas. Inútil pájaro de agua
cara a cara nuestro monólogo fluye como un mantra
No tener amor es como nadar en la nada nadar la nada nadar nada.

de Tupé