viernes, 15 de noviembre de 2019

Me abro al cierre



Círculo abierto, de Daniel Mariani. Borde perdido Editora, Córdoba 2018, 68 págs.


por Cecilia Restiffo


El estilo de un escritor se construye en un laboratorio donde la visita de temas y preocupaciones son motivo y límite de su esencia poética.  Con el tiempo estas motivaciones se pueden vislumbrar en su obra, sin embargo en el caso de Daniel Mariani (Córdoba, 1981), esta recurrencia se percibe, más que en los temas, en la forma de mirar, en la manera de decir la materia verbal. La textura de sus poemas se reconoce en los matices de sentido que otorga al lenguaje utilizado. Sin grandilocuencia y con una precisión de bisturí, este autor recupera lo fundamental de la poesía: su universalidad, su resistencia.

En Círculo abierto (Borde Perdido Editora, 2018), Mariani presenta su itinerario en  dos partes. El primer capítulo, de los días: recorre lugares y experiencias que trazan un camino reconocible, así el levantarse y reconstruirse antes de comenzar el día, la oficina y su tedio, una ida al mercado, la noche que desciende en un baño reparador, los aromas de la casa como un registro de cariño cotidiano; ponen en primer plano los detalles de la vida diaria y su importancia para la existencia y el sentido humanos: «Aunque el trabajo acorte los días / y no pueda quedarme / salgo al balcón y riego / convencido: / un viento sur / y nuestra habitación será de albahaca y menta. // Cuando llegues -con el cansancio / de la ciudad y el verano- / sentirás que estuve». Por otro lado, el segundo capítulo, agua/fuego: nos presenta una variedad de textos que recuperan los dos elementos esenciales de la naturaleza. En este apartado la presencia de los tópicos es una excusa para rememorar la infancia, las aventuras de pesca, los paseos con amigos, las tradiciones familiares. Aquí se respira otro aire, algo fresco proveniente de la naturaleza invade cada texto, para cerrar con dos poemas que nos sitúan ya en un presente adulto. Este salto es también un descubrimiento en el tono, ya no se presenta solo como nostalgia: es crecimiento, es encontrar en el agua del vaso y en el fuego del nombre la propia historia; que si bien fue forjada por esa infancia, ahora se reconoce como propia. El círculo se cierra, aparentemente, con la recuperación de ese presente que se despliega en el primer texto; sin embargo, si fuimos leyendo en el orden que el autor propone, estaremos preparados para que este último poema sea en realidad el que abra la idea de una búsqueda que puede siempre volver a comenzar. 

El ático y Círculo abierto, los dos libros del autor
 Mariani, así, ofrece un trabajo con la palabra que revitaliza el lenguaje cotidiano en el espacio del poema. Esta condición de equilibrio permite que los lectores entremos en los textos sin una evidente dificultad, pero a medida que recorremos las aristas del poema comprendemos -no sin asombro- que es la combinación de ese lenguaje, lo que nombra por primera vez: «Abro la ventana sin violencia / y puedo ver / algunos árboles, edificios, / ropa tendida en los balcones. / La ciudad / desde arriba / disimula sus trampas...». Atravesamos, entonces, el umbral que impone la lengua poética con la sensación de experimentar la transformación de una idea en otra. Aunque esto no es del todo así, ya que lo que ha cambiado es la forma de nombrar, si convenimos en que el lenguaje hace posible o impide la experiencia y luego la interpela. Es necesario, además, pensar en la forma como un todo que se fusiona con el fondo, en este sentido la poética del autor reside precisamente en encontrar el modo nuevo de pronunciarse, de inaugurar lo cotidiano; entonces como diría Slavoj Žižek: «El aparente desplazamiento de un objeto, su deslizamiento de posición sobre contexto, es causado por un cambio en la posición de observación que brinda una nueva línea de visión…». Esta línea de visión nueva es, además, la que trasforma lo dicho para sorpender al lector y llevarlo a la reflexión de su propia experiencia, que como en un diálogo se completa con la expresada por este yo lírico. Aquí, finalmente, el poeta logra la idea del círculo que se abre de algún modo hacia el otro: al que escucha, al que lee, al que termina de dar sentido al texto con la complicidad y maestría de uno que sabe decir bien la palabra.

En este segundo libro, Mariani confirma su calidad de observador, su paciencia en la elaboración de un lenguaje que se despliega como una sutil telaraña, cuyos puntos de contacto contienen la experiencia de un hombre y su mundo, esta referencia permite recorrer ese «círculo» hasta el final, pero a su vez en cada texto hay una razón para volver a empezar, ese camino de reflexión sobre lo pequeño resulta ser, sin más, lo que nos lleva a los grandes temas o preocupaciones humanas: el paso del tiempo, la mentira, la verdad, lo inasible, los sueños, el amor, el desamor.  Si en El ático (2009), estos temas se avizoraban en una muestra de precisión, en Círculo abierto se despliega el tubo de ensayo para lograr una alquimia poética que soprende en cada lectura.

***



Cuatro poemas de Círculo abierto,
de Daniel Mariani



Sobre la mesa

 
Todo fue mezclado.
La vida
se parece a esta sopa
fría y oscura
en la que nada se distingue.

Mi cuchara de bronce
con los años
logró el filo de un cuchillo

para cortar la lengua.
O sacar el corazón
y ponerlo sobre la mesa.

*

Variaciones

Destino tus postales de viaje
al trabajo del fuego
mientras vigilo
sus letras encendidas.

Algo dibujan
entre el humo y la noche.

Algo que,
suspendido en el aire,
ya no es nuestro.

*

Círculo

En la única noche fría del verano
hacemos una fogata.
Los amigos
repiten las mismas historias
y el desorden de la luz
oculta
lo que el tiempo hizo con nosotros.
Yo repaso en el fuego
el año terminado.

El viento dispersa
las últimas chispas.
Anticipan la próxima claridad.
O la sombra
que cerrará el círculo.


*

Cucheta

Antes de llevarlo con su madre
armamos la vieja cucheta.

Reconozco
las iniciales de mis hermanos
como escritas con fuego
en las tablas.

Sábado.
Duermo abajo,
solo.
Recuerdo el insomnio,
los ruidos,
el miedo de la infancia.
Hasta que advierto una letra
firme y clara:
tu nombre, hijo.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Reportaje haiku: Claudio Archubi y la poesía que se alimenta del caos

Claudio Archubi.

Basho definía al haiku como «lo que está sucediendo en este momento, en este lugar y atravesado por una reflexión». Inspirados en esas líneas, proponemos un «reportaje haiku», cuyas preguntas y respuestas se apoyen en esos pilares.

por Fernando G. Toledo

La literatura y la física, dos disciplinas en apariencia difíciles de conciliar, convergen en Claudio Archubi (Mar del Plata, 1971), quien además de ser doctor en Física ha publicado numerosos libros (la mayoría, de poemas) sin abandonar su tarea con una de las ciencias más duras. En su bibliografía aparecen: La forma del agua (cuentos, Editorial de la Universidad de La Plata, 2010), Siete maneras de decir tristeza (poemas en prosa, Lima, 2011), Sísifo en el Norte (poemas en prosa, Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012),  La casa sin sombra (poema en prosa, Buenos Aires, 2014), La ciudad vacía (Trópico Sur, Uruguay, 2015), La máquina de las alegorías (poemas en prosa, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016), Arca rota jardín de nadie (Valparaíso Ediciones, España, 2018). Del caos a la intensidad: vigencia del poema en prosa en Sudamérica (Hijos de la lluvia, Buenos Aires-Juliaca, 2017).

Archubi acaba de obtener el Segundo Premio del concurso del Fondo Nacional de las Artes 2019, con su libro Cielo al revés (metafísica de la imagen de «Teresa» soñando el Sur). En este reportaje haiku nos adelanta de qué va el libro y reflexiona sobre su propia poética.

En este momento

Cielo al revés (metafísica de la imagen de «Teresa» soñando el Sur) acaba de ser premiado por el Fondo Nacional de las Artes. ¿Qué podés contarnos acerca del libro?
–Es un poema-libro de 90 páginas, escrito en prosa, que extiende los límites del poema en prosa hasta tocar los de la nouvelle. Trabaja con un fuerte trasfondo emocional porque está dedicado a mi esposa, la poeta peruana Teresa Orbegoso, dialoga con su mirada y sus libros y con el tema de su enfermedad, que es también el tema de su último poemario, Abro el miedo. Sin embargo, la imagen de «Teresa» trasciende a Teresa, lo mismo que Beatriz trasciende a Beatriz en la Divina Comedia, representando a la Teología, y  convirtiéndose en un punto de fuga hacia el cual tiende el poema, la imagen de «Teresa» es símbolo de la imagen como núcleo del poema, y la construcción de esa imagen es una especie de arte poética que describe la génesis misma del poema, y es desplegada dentro del libro evolucionando hasta tomar el control del texto. El poema está dividido en 34 prosas o «cantos» separados por interludios y va recorriendo lugares emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires, no exentos de la problemática social, a la vez que dialoga con el Infierno, de Dante. La traducción del poeta Jorge Aulicino, unida a sus minuciosas notas aclaratorias, fue en parte una matriz generadora de este libro, que también tiene, esporádicamente, notas poéticas al pie de página, que no son explicativas sino otra parte del mismo poema, donde se extiende la semántica del poema a la vez que se señalan algunos puentes con el libro de Dante.

En este lugar 

–Sos cultor del poema en prosa, que para la poesía argentina actual (aunque tenga representantes célebres) es más bien una rareza. ¿Qué te atrae de ese formato y qué pierden tus textos con el verso?
–Me parece que el poema en prosa es un formato que me permite un despliegue más cómodo de la potencia vital de las imágenes y los pensamientos que nacen de estas, tan válido como en otros autores lo es el formato del verso. No se pierde musicalidad sino que la musicalidad es distinta, de más largo aliento. Me gusta pensar en un concepto de ritmo del poema en prosa extenso asociado al corte de párrafo, a las pausas sintácticas, a los silencios, las repeticiones y el eslabonamiento de los textos en el libro, algo que bauticé como «ritmo estructural». Es similar a lo que en narrativa se suele denominar «la respiración del texto».  En el caso de mi libro premiado, ese ritmo está dado por los interludios y por ciertas recurrencias, por rupturas sintácticas que aceleran el texto y por las pausas. Si bien el poema en prosa no es un formato que haya sido tan visitado en nuestro país, actualmente tiene fuerte vigencia en el resto de Latinoamérica, como intenté mostrar a través de una antología de autores actuales que lo trabajan de una forma sorprendente: Del caos a la intensidad: vigencia del poema en prosa en Sudamérica.

Una reflexión

–¿Cómo combina tu formación científica con el cultivo de la poesía?
–En cuanto a las relaciones entre ciencia y poesía, he escrito un artículo al respecto, publicado en medios virtuales: «El juego de la ciencia y el juego de la poesía, dos formas de mirar el mundo». En diálogo con el profesor Osvaldo Picardo, que ha escrito el libro Colgados del lenguaje, poesía en las ciencias, también hemos discutido el rol de la metáfora en la ciencia así como el tema de la ciencia en la poesía. Actualmente, las modernas epistemologías de la ciencia analizan hasta qué punto el pensamiento analógico interviene en el corazón mismo de un modelo científico. Se publican papers que discuten apasionadamente ese tema. Pero más allá de estos tecnicismos, es importante tener en cuenta que la ciencia y la poesía son dos formas de interrogar el mundo como misterio y asombrarse ante eso.  En particular trabajo esos ires y venires en mi poemario La Máquina de las alegorías (Buenos Aires Poetry, 2016) donde abordo la imagen del místico catalán Ramón Llull, que dijo haber inventado una máquina capaz de dar cuenta del conocimiento universal, al que se llega por medio de la razón y el amor, superando todas las dicotomías. Ese intento de superar la escisión entre intelecto y sentimiento me parece admirable y es algo que a nuestra época, dominada por la razón práctica o por los irracionalismos más fundamentalistas, le falta. Yo siempre digo que en ese sentido nos hace falta más Edad Media. Y en cuanto al amor como superación de los comportamientos binarios, Robert Musil, en su novela-ensayo El hombre sin atributos,  hace una observación muy profunda comparándolo con un tercer estado, donde uno no es uno ni el otro sino ambos, haciendo analogía con la lógica cuántica, donde ya no vale el principio de identidad de Leibniz ni la lógica de opuestos. Si por caos se entiende eso, el amor se alimenta del caos. Y la poesía se alimenta del caos, organizándolo a su manera, con su propia especificidad que es distinta de la que emplea la ciencia. La opción por la poesía, es por eso en sí misma, política, pues va contra el enajenamiento que nos impone la maquinaria social, sea esta de izquierda o de derecha. La poesía va en busca del ser humano en lo que tiene de ser humano auténtico, como criatura que vive a la intemperie, entre el amor y la muerte, más allá de toda ideología dominante o mandato social de moda.


Un poema de
Cielo al revés (metafísica de la imagen de «Teresa» soñando el Sur),
de Claudio Archubi
Segundo Premio del Fondo Nacional de las Artes 2019



Entrada a la ciudad

Yo, Beatriz*, soy quien te hace caminar;  
vengo del sitio al que volver deseo 
(La divina comedia. Dante Alighieri)

Estoy creando la imagen de Teresa. Está enferma.

Pienso: he dado vida. Pero ella dice que está muerta.

Estoy creando la imagen de Teresa. Hago que se mueva poco a poco.

Pienso: debo ayudarla. Pero ella dice: no se puede sanar a una sombra.

Estoy creando la imagen de Teresa. Comienza a moverse y yo con ella.

(Ella ha puesto su cara contra mi cuerpo: en el cuarto frente a la vibrante autopista he sentido el tiempo temblar contra el vidrio he sentido a sus constructores he sentido la velocidad del amor, y lo que una vez declaré mío contemplé cómo crecía en la triple flecha del tiempo cómo se marchitaba golpe tras golpe hasta desaparecer. Toda una noche a través de los años ella y yo en lo que éramos y en lo que seríamos huella tras huella soñamos nuestro tango que tiembla.
Flor pesada este mundo flor vibrante en un cuarto ajeno el florero que cae y la luna que sube sobre los vidrios para iluminar lo que nunca estuvo ahí.

Brillaba tanto que ambos nos apartamos para contemplarlo).


(*Toda imagen puede transmutar: Beatriz o Virgilio cuando el cielo se da vuelta).

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Tres poemas de Julieta Lopérgolo

Julieta Lopérgolo.


por Fernando G. Toledo

Hasta hace poco años no era fácil encontrarse con poemas de la rosarina Julieta Lopérgolo. Nacida en esa ciudad santafesina en 1973, la psicóloga y Licenciada en Letras comenzó su andadura poética en 2018 con Para que exista una isla (2018), al que inmediatamente siguió Más lento que la noche (2019); ambos libros publicados por la editorial cordobesa Postales Japonesas.
Ahora, la poeta (que reside desde 2017 en Montevideo, Uruguay) acaba de ganar el tercer premio de poesía del Fondo Nacional de las Artes 2019 por Pero en el aire. Aquí publicamos por primera vez tres de los textos que integran el libro galardonado. En ellos, Lopérgolo toma objetos de la naturaleza exterior (las estrellas, los pájaros, el monte, un arroyo) para transformarlos, por efecto de su lírica, en posesiones íntimas; para hacerlos formar parte de un pasado, como un papel sobre el que se vuelcan los inesperados versos.


Tres poemas de
Pero en el aire
de Julieta Lopérgolo
Tercer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2019


Las estrellas colgaban como cirios helados
sobre el monte.
Sólo nosotros mirábamos la luz suspendida
en silencio.
Los animales soñaban con el fuego
dentro de sí.
Los pájaros se hincaban

*

Nos desacostumbramos a los sonidos del monte,
al poco cuerpo de la oscuridad,
clavamos nuestros sollozos como espinas
en los pliegues de un idioma que no conocemos
para marcar un camino,
nosotros,
los que no sabemos llorar.

*
El agua sigue siendo cristalina
bajo mis pies.
Aun entreverada con la noche
es fresca el agua donde termino.
La voz de mi madre trepa
desde ese fondo transparente,
también la risa invicta de mis hermanos
y el calor perfecto del mediodía
unido como un hueso de luz
a nuestros cuerpos.
Una alegría sin edad se choca
contra mi frente
casi como un recuerdo
que se mantiene un segundo, dichoso,
en el aire.

martes, 12 de noviembre de 2019

Entrevista a Valeria Pariso

Valeria Pariso.


«Me maravilla lo silencioso, lo pequeño, lo que no puede salir»


por Fernando G. Toledo


Su mirada es la del asombro, la de quien ve en el mundo que la rodea un desfile maravilloso simplemente porque existe, porque es real. Pero, también, su mirada es la de quien teme con la palabra agregar un peso ajeno a ese espectáculo. La poesía de Valeria Pariso no sólo busca nombrar: busca, al mismo tiempo, asombrarse y preservar lo observado. Y también: seguir saboreando esa existencia gracias a la libertad que la propia poesía construye.
Eso, al menos, es lo que muestran los libros que conocemos: Cero sobre el nivel del mar (2012), Paula levanta la persiana (2013), Donde termina esta casa (2015), Del otro lado de la noche (2015), Triza (2017) y la trilogía Uva negra / Mascarón de proa / El castillo de Rouen (2018) .
La autora, nacida San Miguel (Provincia de Buenos Aires) en 1970, acaba de ganar el primer premio en la convocatoria de este año del Fondo Nacional de las Artes. La obra inédita que la consagró en este prestigioso galardón es Zarmina, un libro en el que, según nos dice en esta entrevista, ahonda en su búsqueda y sus preocupaciones de siempre.

–¿Qué podemos saber de Zarmina, el libro que acaban de premiar con el galardón del Fondo Nacional de las Artes?
–Zarmina es el resultado de cuatro años de investigación sobre la fuerza de cohesión de la poesía y la construcción de la libertad a través del lenguaje.

–Antes de este trabajo, Conocimos tus primeros poemas con la publicación de Cero sobre el nivel del mar (2012). Ese libro no era el de una poeta recién iniciada sino de alguien que, en su madurez, comenzaba a publicar con una voz ya consolidada. ¿Cómo se dio en vos el proceso de escritura y búsqueda de una estética y por qué esperaste hasta los 40 para editar?
–Soy una obsesiva corrigiendo y no era prioritario para mí publicar. Escribo desde muy pequeña y en cada ámbito donde estuve, circuló mi poesía. De manera informal, pero siempre fue así. Mis compañeros de colegio (en cada uno de los niveles educativos) saben de lo que hablo. Mis compañeros de trabajo, también. De modo que yo desde muy chica sentí que era leída y que lo que escribía, circulaba. Hasta los 40 años no había sentido la necesidad de publicar un libro. No dejé de ser obsesiva al corregir, pero aprendí a disculparme por los errores, porque siempre se va a escapar algo.

–Leer tus libros es como leer capítulos del mismo libro: hay una coherencia en los climas, un tono siempre medido pero al mismo tiempo asombrado, una evidente apuesta por un lirismo sin estridencias. ¿Cómo calificás a tu propia poesía?
–Ay, eso no lo sé, eso lo dirán los lectores. Yo escribo porque es mi manera de estar en el mundo.



–Cuando mencionaba antes que al leer tus poemas nos aparece alguien asombrado por el espectáculo del mundo, eso sucede a pesar de que muchas veces tus preocupaciones son objetos, de la casa o de la naturaleza, que te rodean y pueden pasar desapercibidos, y que estuvieran allí para ser nombrados. De hecho, uno de tus versos dice: «Mi obsesión son las cosas por su nombre», ¿eso se explica por tu manera de escribir, quizás surgida de la observación de las cosas simples? 
–Sí, me maravilla lo silencioso, lo pequeño, lo que no puede salir. Me maravilla lo que está por suceder, lo que no puede evitarse, lo que se va romper de todos modos. Me maravilla lo que duele, lo que sana, lo que resiste. Y mi mayor empeño está en encontrar, entre la palabra y el silencio, la mejor manera de nombrar eso que se me acaba de revelar, sin exponerlo, para que el lector tenga su propia revelación.

–¿Cuáles son tus «rituales» de lectura?
–Mi ritual de lectura es leer varios libros a la vez, un poco de cada uno. También es una forma de asegurarme de que no se me pegue la voz poética de nadie, por mucho que me guste lo que estoy leyendo.

–No hay buenos poetas que no sean buenos lectores de poesía, casi como regla. ¿Cuáles han sido tus lecturas recurrentes, tus lecturas formativas?
–Vuelvo siempre a leer a Antonio Gamoneda, a Zurita, a Federico García Lorca, a Alfonsina Storni. Vuelvo a Pizarnik, a Thenon, a Marosa Di Giorgio, vuelvo a Juan Gelman, a Calveyra, a Sor Juana Inés de la Cruz, vuelvo a cada libro de poemas que me conmovió. Porque la poesía tiene eso, uno vuelve porque siempre se encuentra otra cosa. Mis lecturas formativas son todas, soy el resultado de cada libro de poemas que leí, desde el primero hasta el último, y mirá que recibo muchos libros de poemas cada año. El cartero que llega a casa puede dar fe de lo que estoy diciendo.

No todo es poesía
–Hablábamos del lirismo que se aprecia en tu poesía y esto no parece tan extraño cuando está acabando la segunda década del siglo XXI, pero parecía anatema a fines de los 90. ¿Cómo ves la poesía de tus contemporáneos, qué poetas te atraen?
–Leo todo el tiempo a mis contemporáneos. Por un lado, hay mucho que se está escribiendo y bien, muy bien. Por el otro, se escribe mucho que para mí no es poesía aunque la nombren como tal. No todo es poesía. No todo es un poema. Es muy probable que cuando volvías de tomar una birra en la esquina te haya pasado algo fabuloso que te voló la cabeza, y es probable que sientas el impulso irrefrenable de sentarte a escribir un poema, pero hay que saber revelarlo, hay que hacer un laburo para que aparezca la espuma en ese juego misterioso que hacen las palabras y el silencio, porque si no, con lo único que nos quedamos en con que fuiste y volviste de tomar una birra en la esquina. Y eso habrá estado buenísimo, pero no es un poema. Me atraen las poetas y los poetas que van al hueso en el poema, que no le temen a lo que tienen para decir o que temen y se la juegan igual, y lo escriben.

–Además de poeta, sos tallerista y organizadora de lecturas de poesía. ¿Cómo influye en un poeta en ciernes la realización de talleres? ¿Qué particularidad tienen tus talleres?
–Dar talleres de poesía es para mí el trabajo más feliz. Amo dar talleres. Nada se parece a la forma en que mira alguien que acaba de darse cuenta de que escribió y leyó en voz alta eso que tenía para decir y logró decirlo con su propia voz. Mis talleres se llaman Mojito (mojito quiere decir «pequeño embrujo») y se centran en eso, en la búsqueda de la voz propia. Eso exige estar dispuesto a conocerse, a asumirse, a sacar esa voz. Y una vez que esa voz salió hay que desplegarla. Organizar ciclos de lectura de poesía es lo más. El ciclo de poesía en Bella Vista se viene realizando desde 2014 y, año tras año, cada vez más vecinos vienen a leer poesía para otros vecinos. Es una experiencia increíble.

–Si tuvieras que elegir un poema tuyo o un verso, incluso, que represente tus inquietudes poéticas, ¿cuál sería?
–Creo que ese verso que citaste antes: «Mi obsesión son las cosas por su nombre». Entre la palabra y el silencio hay algo, que no es una palabra, que no es un silencio,  que se mueve y que toca lo que quiero nombrar. Mi gran inquietud es el ala de esa mariposa.



* * *

Dos poemas del libro 
Zarmina (inédito)
de Valeria Pariso
Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes 2019


1

Mi ex marido fabrica chalecos explosivos.
Hui de nuestra casa con mis hijos
y nos refugiamos en Kabul.

He visto a mi ex marido
rociar con gasolina
la falda de su hermana Gulalai.

La falda era larga
y cubría
los tobillos amados de mi cuñada.

La falda era pesada
y oscura
como la mirada de los enemigos.

Gulalai se enamoró de un hombre.
Un hombre se enamoró de Gulalai.

Yo he visto a mi ex marido
encender un fósforo
para que nadie
hable de amor.



16

La construcción de este artefacto
requiere de templanza.

El espacio es pequeño entre el burka
y el cuerpo.

Cuesta respirar junto al pequeño horrible.

El artefacto debe ser conciso
porque no hay tiempo para poemas extensos.

Debe ser redondo. Negro.

Debe caber en un puño.

Debe equilibrar la ira,
el amor, la pena.

Dos versos pesan igual que una paloma.

Eso es, hermanas,
el poema debe parecer una paloma.

Háganlo explotar.

domingo, 10 de noviembre de 2019

A los saltos por la lengua


La lengua del ahorcado, de Rubén Valle. Ediciones Culturales de Mendoza, 2019, 84 págs.





1

El nombre de Rubén Valle (San Martín, 1966), no solo comenzó a circular por Mendoza hacia finales de los ‘80 con el grupo «Las Malas Lenguas», a través de recitales que proponían renovar la palabra poética de la comarca; sino que, además, desde 1993, dirigió por años el suplemento joven más rabioso, rockero y literario de este lado del país: Zapping. Tal vez allí, desde las secciones y columnas de carácter proteico, hacía honor al zapeo de temas, de ambientes, de tonos, de autores. Un cambio frenético de programación, un saltar de canales con tanta felicidad como con rasguños vitales. Entonces, ¿puede decirse que Rubén Valle viene escribiendo desde esa época su flamante y octavo libro de poemas La lengua del ahorcado


Suplemento Zapping, Diario Uno, 1995


2

Al abrir la obra, editada por Ediciones Culturales de Mendoza en la prometedora Colección Cactus, la miscelánea se impone en cinco secciones tituladas, con epígrafes de narradores, poetas y cineastas como una muestra incipiente, pero feroz, de esta cacería de la mirada. No hay inocencia en la elección de los versos de Jorge Leonidas Escudero con que echa a rodar su maquinaria verbal: «¿Cómo hago para dar el salto? / ¿Pero de qué salto estoy hablando? / No sé, simplemente un salto, / salir de esto de siempre / donde no hallo y sigo buscando…». Sin forzar la interpretación, ¿no es una hermosa –y revulsiva- manera de definir el zapping? Porque el que toma el control y lee (o escribe) poemas, no cambia únicamente por aburrimiento, salta también por inquietud, por un interés hacia todo con una ansiedad festiva; aquí Valle no puede esperar desde el primer poema y se agita para expresarlo: «Escribo en la lengua / del ahorcado / No sobre sino desde / En su idioma digo / Es decir como si me faltara / el aire // Mejor dicho: escribo para respirar».


3

Así, aparecen juegos de palabras en los títulos y en los poemas («Plan Ves», «Últimos auxilios», por caso), hay alteraciones en el fraseo con un tabulado que va más allá de la puntación canónica, como también los espacios en blanco entre los versos, para así crear una sintaxis personal. Si bien recuerda a Museo flúo, su primer libro de 1996, las más de dos décadas transcurridas de refinamiento en el corte de los versos, la búsqueda de una música precisa se presentan en La lengua del ahorcado hasta con un significado caligramático, como en el poema llamado «A4», justamente, en clara referencia al tamaño del campo de acción de la escritura donde a veces «sobra el mundo», y también falta.



4

Borges en El Aleph proponía, como es sabido, una percepción simultánea del mundo y del tiempo en un pequeño objeto. Del mismo modo, la cabeza ecléctica de Rubén Valle organiza las partes en busca de un ambiente íntimo en cada una de ellas, así el libro se convierte en una navegación similar a la del buscador de Google, con ventanas abiertas y jamás cerradas: variedad, información, sorpresas, afinidades electivas donde se dan cita sincrónicamente Bolaño, Waits, Berger, Chejov, Cioran y Szymborska. La cultura pop se entrecruza con la alta literatura para hablar siempre de una obsesión, el lenguaje: el ser políglota, la Torre de Babel, el esperanto, la Biblioteca de Alejandría. Así, camina ileso por las contradicciones y escribe en oxímoron: «Me traduzco a mí mismo / Mi idioma no se habla más que en mi lengua / Mi lengua puede decir fuego y otros leer agua…». Por lo tanto, ¿todos los poemas son el mismo? El poema, quizá, como un punto que contiene todos los puntos del universo como quería el autor de Ficciones.

Algunos libros de Rubén Valle


5

Una vez desplegadas las ventanas, entonces, comenzamos a ver: una primera parte donde la figura del poeta aparece casi como un personaje que reflexiona acerca del oficio, como también de la escritura en sí: «La poesía es un mueble viejo / En él será astilla tu palabra / Poema su incesante oronegro», para hacer comparecer en la página siguiente a un «Cazador dixit»: «El bosque es un idioma talado por la lengua / La lengua otro bosque y el silencio un verdugo serial…». La voz del yo lírico inhala y exhala a través de la tinta, donde el final del poema puede ser también el fin de la vida, y el epitafio, un último gesto poético. Toda la segunda sección de La lengua… está atravesada por la idea de la muerte donde, si bien el espectáculo ha terminado, aún queda algo más para decir: «Mañana alguien leerá / No hay nadie aquí // Y será cierto». En la tercera parte los textos abordan la soledad con un interlocutor femenino a la expectativa: «Ella me ve como un reloj pero / hay una pieza -dice- que no es mía…», para sorprender en el cuarto apartado con una vuelta de tuerca sobre la literatura y los escritores donde surgen Comala, Borges, Bioy, las piernas de Sor Juana, con el deseo como un motor inagotable. Al arribar a la última parte, las palabras que promete Luis Benítez en la contratapa hace rato que nos vienen sonando, ya que el poeta habla de una «imaginería contundente». Contundencia, sí, para elaborar en modo orfebre enumeraciones tan caóticas como reveladoras, una profusión de imágenes sensoriales, sinestesias inesperadas, hipérboles bien calculadas, antítesis que estallan en las manos; todo como un resumen apretado (¿o aleph, o zapping?) del resto del libro: «La isla que me llevaría a un libro / Mi aleph en la cabeza del alfiler / El luminoso útero de mis poemas…».


6

Tarea para el lector curioso: hacer un relevamiento de los índices de cada uno de los ocho libros de poemas del autor, desde el inicial Museo flúo hasta La lengua del ahorcado de 2019, pasando por Los peligros del agua bendita, el premiado Placebos, o el ya maduro Tupé; entre otros. Las partes, los títulos, los textos irán surgiendo como flashes, destellos cambiantes de una variedad inusitada, para demostrarnos que tras esas múltiples capas sonoras, la voz de Rubén Valle se sostiene categórica e inconfundible; como el que se sujeta a la brújula de un control remoto en medio de la noche y quiere ver más, siempre más.

***

                                            


                                                 

                                                  Tres poemas de La lengua del ahorcado,

                                                                        de Rubén Valle


Nombrar


Me traduzco a mí mismo
Mi idioma no se habla más que en mi lengua
Mi lengua puede decir fuego y otros leer agua
Mi voz viene de lo indecible
pero dice se siente
piedra en el techo bala en el hueso
Balbucea un mundo escrito desde el oído
Ínfima música que se pronuncia con las manos
Me traduzco para besar lo que no tiene boca
Sangrar lo que no se abre abrir lo que se termina

Nombrar la belleza hasta asirla.


*

A4


En este espacio
cabe       sobra
  el mundo
su astrolabio de tierra
  a la vista
Puede escribirse de corrido
el universo tiene secretos ocultos en la cabeza de un fósforo
O leerse nunca la belleza será nuestra
y aún queda blanco suficiente tinta a punto
para la melopea de las ballenas
o la pesadilla de las bellas
                        durmientes
En este espacio
cabe       sobra
    el mundo

Faltamos nosotros.


*

Legado


Las cosas no tienen vocación
de servicio. Gratis se dejan llevar
como arañas de anticuario al mar de novedades.
Nada dan nada piden. La antítesis del amor.
Las cosas todo lo saben, todo lo ignoran.
Se guardan, se tiran. Aman o rechazan.
Carecen de idioma pero hablan en lengua muerta.
Son de ayer tanto como de hoy y mañana.
Crujen o anidan en el silencio más sombrío.
No tienen sentido de pertenencia e igual nos pertenecen
como una corbata un lápiz negro o el reloj del abuelo.
Tienen un alma insondable para cualquier purgatorio.
Ratifican el dogma: existen como la música y los unicornios.

sábado, 9 de febrero de 2019

El Desaguadero: 10 años y 10 definiciones de poesía



Los 10 años de El Desaguadero, revista de poesía y reflexión, no representan únicamente un trabajo continuo y tenaz por difundir a poetas de todo el país desde Mendoza; también esta década se ha convertido en un archivo original de voces diversas y potentes que fueron razonando a través de entrevistas, notas, ensayos e historias de poemas. Con el honor de contar con estas definiciones exclusivas sobre el género poético y su creación, Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi lo celebramos y compartimos como un regalo inesperado. Por que la poesía siempre sea un deseo imposible de ocultar.


1
«La poesía, como última red de sentido, es para mí una zona de esclarecimiento. Pero en un segundo momento es un lugar de encuentro. No es una tarea solipsista, sino primordialmente solidaria. Leer un poema en público es ir al encuentro de quien en definitiva lo completará».




2
«Creo que todos los artistas (poetas incluidos) trabajan siempre en contra de lo que ya lograron, en ese sentido son siempre ‘post’. Vale decir que si uno repite constantemente un formato que ya había alcanzado antes, se podría decir que está en problemas… Por eso yo creo que en un sentido todo poeta es ‘vanguardista’ en relación a su época».




3
«La poesía es un don, no un regalo de los dioses –que no existen más que como símbolos– sino un obsequio que viene quién sabe de dónde, pero que no reparamos muy seguido en agradecer, cuando las peripecias de estar vivo nos hacen olvidar, por un momento a veces muy largo, qué suerte tenemos de disfrutar de él, que no se ‘vaya’ al despertar, como cuando recibimos un regalo en sueños y abrimos los ojos buscándolo inútilmente por la habitación. La poesía, en cambio, se queda y es para siempre».




4
«Un poema no es ni una vitrina ni un pedestal para la exhibición de su autor. Y la forma, al menos en mi deseo, tampoco es una vestidura que pretenda añadir belleza, elegancia o estilo, sino algo crecido orgánicamente con lo que se dice, al modo de la propia piel. Que, por cierto, es la vestidura que, siendo la más ceñida, la más justa y propia, permite al mismo tiempo la mayor libertad».





5
«Escribo poesía porque haciéndolo no sé qué es lo que hago, ¿me entendés? Y confío luego en lo que el lector dice de ella, allí se termina el poema, o mejor aún, no termina nunca mientras haya un nuevo lector que abre ese poema. A la luz de lo que vos me das en este momento, podríamos decir que es un intento de avizorar siempre el futuro».




6
«El poema, se sabe, es un elogio incansable a lo imposible. Hay que aceptar que el forcejeo con el lenguaje es doble y paradójico: por un lado se lucha para tratar de devolver toda su plenitud a las palabras ‘de la tribu’ y por otro, para dotarlas de un sentido distinto vinculado a nuestro deseo más oculto. Y todo eso dentro del repertorio formal de la tradición, a la que se cuestiona a fin de establecer desvíos, fracturas, movilidades. De este íntimo núcleo contradictorio, hecho de entusiasmo y desmoralización, nace la escritura».




7
«La poesía nos ayuda a sostener los interrogantes. Hay preguntas que no tienen respuestas y para sostener esas preguntas, yo encuentro en la poesía un camino. La poesía es pregunta. Lo importante son las preguntas».




8
«Por suerte, no he llegado a ninguna certeza. Precisamente ese es el motor para seguir escribiendo. Los interrogantes, los finales abiertos, los mundos a descubrir, siguen siendo la principal razón para no dejar de escribir. Encontrar respuestas significa cerrarse puertas, al menos en el hecho creativo. Es cierto que algunos poemas tienen ese tono casi imperativo, pero tiene más que ver con recuperar cierto dramatismo, cierto nervio, que veo que la poesía está perdiendo en ese afán de realismo que, en muchos casos, la convierte en un relato meramente descriptivo del propio yo y su circunstancia».




9
«La poesía es un nexo entre un microcosmos, que está adentro, y un macrocosmos, que está afuera. Pero los dos son infinitos y, así, siempre hay un diálogo. Creo en el trabajo del poeta, no en la inspiración. Creo en las correcciones, en las búsquedas, en la endonavegación, en las preguntas. No creo en los poemas que vienen del cielo como un rayo misterioso, como dice el tango. Eso no existe. La poesía es un oficio, un ejercicio. Yo soy poeta como pudiera haber sido panadero, médico, agrimensor, sastre, bailarín».




10
«Mi vínculo con la poesía es tan intenso, caprichoso y arduo como siempre. Reconozco algunos matices diferentes en el diálogo entre lo dicho y la necesidad de decirlo, en la tensión entre lo escrito y la voluntad de escribirlo. Más exigencia, más rigor, más autocrítica. Y, claro, una mayor conciencia de la efímera felicidad que produce el escribir un poema. Escribir un buen poema es muy difícil. Un solo maldito poema. Nadie se imagina, salvo otro poeta, la batalla que hay que mantener con uno mismo para aproximarse mínimamente a lo que se quiere decir y para mantenerse alerta ante la autocomplacencia».


domingo, 30 de diciembre de 2018

Entrevista a Pablo Dema


«Tener una voz es producir una diferencia»


Por Augusto Munaro
Especial para El Desaguadero


Pablo Dema (Córdoba, 1979) publicó tres libros de cuentos: Fotos (2005), Sin nada permanece (2007), y Hoteles (2010), y la novela De piedra o de fuego (2009). En 2005 fundó con José Di Marco la Editorial Cartografías, que codirige hasta el presente.

Filos (Ediciones Del Dock), su último libro, es un poemario «sobre la posibilidad de un encuentro, sobre la dinámica de las relaciones que se anhelan, que son imprescindibles para vivir pero no duran y acarrean dolor», como bien aclara en esta entrevista el autor.
El suyo es un libro agudo que indaga la realidad a través de una mirada que destila pensamiento. Así, Dema trabaja la voz de manera personal. Una poesía breve, de pocos versos, que petrifican instantes, pensamientos fugaces, cotidianos.

–Según tengo entendido, la publicación de Filos fue un hecho inesperado.
–En cierto modo sí, porque yo no quería publicar, no quería que me cayera encima la etiqueta de aspirante a poeta. Tengo una relación continua como lector con la poesía desde mis inicios y las primeras tentativas de publicaciones fueron poemas en revistas y periódicos. Paralelamente escribía cuentos. Todo esto en los años en que comencé la carrera de Letras en Río Cuarto y me transformé en un lector más ordenado. Ahí me di cuenta de que nadie leía poesía, ni siquiera los profesores, salvo excepciones. Entonces vi claramente también que los que leían poesía eran aspirantes a poetas y que no había una estética dominante, no había una preceptiva, no había principios claros. A eso había que añadirle que la poesía era un género que muchos practicaban sin ser buenos lectores y sin sostener una práctica. La idea era que un poema lo escribe cualquiera y de cualquier forma, con tal de publicar algo en alguna parte. Esos años, entre los 18 y los 22 años más o menos, fueron tiempos en los que me devanaba los sesos tratando de objetivar algún criterio de valor, de entender qué hacía que un texto (ante todo un poema o un cuento, que era lo que más me interesaba) fuera bueno. Sentía que con la narrativa sí se podía saber en qué terreno se pisaba pero que la poesía era un campo totalmente disperso. Así que avancé más con el cuento, comencé a enviar a concursos, a publicar en revistas, hasta que armé un primer conjunto de relatos y salió un libro, y después otro y otro. La poesía quedó más en un plano íntimo y de lecturas. Durante esos años y hasta hoy fui todo el tiempo a presentaciones de libros y encuentros de poesía y escuché leer a mucha gente. Paralelamente leía también a muchos poetas jóvenes (además de los autores que me gustaban), sobre todo de Río Cuarto, porque armamos con José Di Marco la editorial Cartografías. Di Marco era un poeta respetado para mí, alguien que ya tenía experiencia en armar publicaciones y en la visibilización de la literatura, además de ser un lector muy voraz y agudo. Así que se fue consolidando una imagen mía como un «narrador», como le gusta decir a la gente, mientras tanto siempre mantuve el vínculo con la poesía. Un modo público de hacerlo fue escribir siempre crítica y reseñas sobre poesía. Me marcó mucho ir a escucharlo a Silvio Mattoni en una feria del libro, más o menos por 2007. Ahí Silvio leyó completo Poemas sentimentales y yo lo grabé. Ese poemario de él me pareció bastante a contrapelo de lo que, según mi criterio, dominaba el escenario de la poesía, el noventismo, digamos, el objetivismo, con toda su carga de amargura, de desencanto y hasta de nihilismo. Ese libro de Silvio fue una señal clara. Dije: «lo que hace este poeta es sólido, parte de una visión personal auténtica, está hecho sin miedo y sin complacencia». Entonces pensé que yo también tenía que ser fiel a mis intereses poéticos, a mis lecturas, a un tono que podría llamar «conmovido» y del cual no podía ni quería desprenderme. Los encuentros con poetas me permitieron conocer a mucha gente. En un momento, por ahí por 2010, la conocía Griselda García, una persona que charló conmigo sin ningún prejuicio y a quien le mostré mis poemas. Cuando me sentí afianzado comencé a trabajar con ella en la idea de un libro a partir de todo el material que tenía y salió Filos. Conocí a la persona justa en el momento adecuado.

Filos está compuesto por poemas que hablan sobre la amistad, pero que parten de ese sentimiento opaco y opuesto, llamado soledad. ¿Qué lugar ocupa ella en este libro?
–Sí, es algo que me da vueltas y que abordo, creo yo, en todo lo que escribo. Un poco la pregunta es sobre la posibilidad de un encuentro, sobre la dinámica de las relaciones que se anhelan, que son imprescindibles para vivir pero no duran y acarrean dolor. Un amigo sería una talismán contra la sensación de vacío, una vía para superar la angustia de la separatidad. En cierto modo uso la palabra amigo como una sinécdoque de «vínculos», lo que pasa es que esa palabra está muy cargada de un discurso de la normalidad, de los aportes de la psicología... Es muy importante el epígrafe de Aristóteles sobre los amigos, que para mí muestra la gran ambivalencia de la palabra. ¿De verdad está allí el amigo, estará eventualmente en las horas difíciles, seré yo digno de ese nombre cuando me requieran, sabré responder?

–El poemario está articulado a través de dos partes. ¿Lo pensaste de forma orgánica, o se fue escribiendo de un tirón?
–Como te decía, había mucho material. Cuando comenzamos a trabajarlo con Griselda deseché cosas muy viejas y vi un núcleo en torno al tema del amor filial y otros poemas que se podían unificar en torno a la amistad. La palabra «filos» apuntaba al imaginario del amor  a algo (según la consabida lección escolar sobre la etimología de «filosofía») sin dejar de evocar metonímicamente la cuestión del corte, de la posibilidad de la herida.

Pablo Dema en una lectura junto a Martín Cristal.
–En tu poesía hay una fuerte dimensión apelativa hacia la gramática de los vínculos. ¿Cómo trabajás para llegar a ese meticuloso efecto?
–La amplitud de mi gusto como lector es inversamente proporcional a la limitación de mi escritura, que lo es en varios sentidos. No me siento atraído (ni dotado) para escribir textos extensos, no me interesa mucho el tema de las ficciones con gran despliegue imaginativo, no cultivo los géneros en el sentido más convencional del término. Además escribo poco o, en todo caso, sólo lo que siento necesario. No me interesa la idea del escritor que tiene el compromiso (personal o comercial) de levantarse cada mañana y escribir, ni la figura del escritor profesional ni el escritor compulsivo ganado por una supuesta vocación absoluta, tal vez ganado por algún cliché cinematográfico. Muchas veces me he sentido un irresponsable, alguien que permite que lo traten como un escritor cuando en realidad hago tantas otras cosas. Ante todo doy clases, y leo más que escribir. Sin embargo, los años pasan y siempre vuelvo a escribir o sostengo la escritura, y en general lo hago en los momentos menos pensados, por ejemplo cuando estoy con el discurso de que «no tengo tiempo». Pienso que una beca para escribir y nada más no me resultaría, aparte me da cierto pudor pedir tiempo y dinero para dedicarme a realizar unos tanteos que probablemente no conduzcan a nada, porque al fin y al cabo eso es sentarse a escribir. Entonces si hay algo así como un trabajo yo lo llamaría simplemente un oír lo que llama dentro de uno, atender a ello, buscar su forma, su peculiaridad y darle un cuerpo que sea asequible también a otros. Porque en esto no hay tanto secreto, sé muy bien lo que es y lo que hace la poesía porque he leído Trilce, entonces de lo que se trata es de perseguir una verso que se pueda leer, en un futuro, a continuación de uno de Vallejo o de Pessoa o de cualquier gran poeta. Esto no se hace, de ninguna manera, por ambición o por soberbia, sino por gratitud hacia la poesía. Se trata de querer devolver algo de lo tomado.

–En Un hilo, los últimos tres versos cierran el poema de la siguiente manera: «El recién nacido / inventa a la madre / y no sabe que es el mundo». ¿Qué lugar ocupa la reflexión en tu mirar poético?
–Obviamente, eso surgió de la mirada del padre primerizo que fui siendo bastante joven. Había leído sobre la fusión, sobre la falta de límites que hay entre la madre y su cría el primer tiempo, pero al verlo y vivirlo me conmovió particularmente, y el poema es el rescate de esa conmoción, no mucho más. Nunca había pensado en la reflexión como una instancia concreta del proceso creativo. Sí diría que me preocupa que haya cierta lógica en la totalidad de los poemas y de las series. Y pongo mucho cuidado en eso. Si trabajo con una serie de metáforas por ejemplo, busco que haya una correlación lógica en todo el texto. Por ejemplo ahora estoy tratando de hacer algo sobre el río, porque vivo en Río Cuarto y he notado que ese personaje (si se puede llamarlo así) está marginado del imaginario y de la historia de la ciudad. Más aun, me da la impresión de que una crítica política sobre Río Cuarto, sobre el conservadurismo que la sostiene, debería partir de hablar y de mirar el río. En estos poemas trabajo sobre la idea de la poesía leída durante años como un flujo que recorre el cuerpo (el río de la poesía) y, por otro lado, sobre lo poético del río. Entonces uso mucho la idea de lo fluido, de las corrientes internas (del cuerpo) y subterráneas, de la poesía sobre el río, del río de la poesía. En esos juegos trato de ser muy riguroso con la lógica. Ese rigor muchas veces está al servicio de la ambigüedad, de la anfibología, del excedente de sentido que proviene de las torsiones de la lengua.

–En Una duda aludís a Joaquín O. Giannuzzi. ¿Comulgás con su poética?, ¿por qué?
–Lleno, a veces en exceso, de alusiones lo que escribo. Desde siempre, es algo que me sale muy naturalmente y que a veces descarto porque se puede caer en la cita o la mención gratuita. A Giannuzzi lo leí tempranamente por un amigo y fue de esos poetas que dejan una impronta muy definida. Para esto mi prueba es la memoria. Pasan cinco o diez años y lo tengo fresco en la memoria y el corazón. Tonos, giros, poemas completos vueltos a leer todos los años. Cuando lo leí me gustó mucho el modo en que tomaba los objetos cotidianos, el tiempo demorado y la amplitud con que los miraba para desprender de allí alguna reflexión que viabilizaba la emoción que integraba todos los elementos del poema. Me identifiqué con cierto pesimismo, con cierta amargura, pero por suerte cambié de frecuencia a tiempo. Criar un gorrión en la garganta, como dice el poema que mencionás, implica que uno no puede apretar demasiado esa corbata hasta ahorcarse por más pálidas que se vean las cosas en un momento.

–La voz en Filos se construye desde la duda, ante el fantasma de la nada: «No perdí mis coordenadas, nunca las tuve», decís en un verso. ¿Notás un sesgo confesional en piezas como Una amiga y El visitante? ¿Por qué?
–En una mitología personal la poesía bien puede coincidir con un centro vital; la escritura como báculo, linterna, machete, como instrumento para llegar a lo más propio de uno. Por más que esté al tanto de la datación histórica y el carácter probablemente perimido de esta concepción de la escritura (vagamente asociada al romanticismo) no puedo alejarme mucho de allí sin sentir que caigo en el oportunismo, la impostura y el esnobismo. Estoy al tanto de que muchas otras ideas sobre el arte y la poesía repudian con mucho énfasis las concepciones más vitalistas, expresivas, existencialistas y confesionales de la poesía. El mote de sentimentalismo, por ejemplo, hizo fortuna en Argentina desde que Osvaldo Lamborghini se lo aplicara a Raúl González Tuñón. Las desventuras del yo, la elaboración poética de la vivencia, todo eso está muy mal visto, sin embargo estos repudios son muchas veces meras declaraciones. En la práctica no se ven tantas diferencias ¿Los mejores poemas «objetivistas» de Fabián Casas, no son pura emoción, puro lirismo? El tema no es abolir el yo. ¿Cuál sería la ventaja de hacer una poesía automática, objetiva? Por otra parte, esa poesía, ¿no es el resultado del acto volitivo de suprimir el yo durante la escritura? Ahora recuerdo un texto de Edgar Bayley sobre la «realidad interna y la función de la poesía». Lo que dice Bayley es que, de los poetas provenzales a Apollinaire, las formas poéticas varían pero la realidad interna y la función de la poesía es algo que reconocemos siempre. En Una amiga, El visitante y Donde yo estaba lo que hay, más que confesión, es una forma anclada a una vivencia no ordinaria que permite entender algo. Cuando digo vivencia no digo anécdota, sino instantes de cierta intensidad que uno quiere retener. Y, paradójicamente, en algunos casos necesito imaginar mucho, ficcionalizar mucho para generar un objeto dinámico del que surja la emoción que está en el origen del poema. Sabemos que Pound vio los rostros rosados salir de la estación del metro que originaron su poema. A mí a veces me pasa que no tengo esa materialidad. La anécdota de Una amiga es una invención completa, absoluta, puesta al servicio de algo que quería transmitir sobre el tema del agobio de la vida cotidiana.

–Pablo, ¿un verdadero poeta tiene una voz propia?, ¿por qué?
–Una amiga a quien respeto mucho dijo sobre Juan L. Ortiz que no le gustaba pero que sin duda tenía una voz. Pienso que es lo que hay que tener, un matiz propio, una perspectiva de las cosas irreductible, eso es lo que nos atrae de un poeta. El que se inicia imita y plagia, está preso de todos los convencionalismos y del sentido común. Tener una voz es producir una diferencia. Pero no como expresión de una biografía singular sino como el hallazgo de algo que se sustrae a lo esperado, a la uniformidad. Acabo de recibir esta tarde, prestado por un amigo, un libro de poemas de Carlos Schilling que se titula Ensayos de voz. Creo que Schiling sabe muy bien qué resonancias tiene un título así en un lector de poesía, si hay ensayos hay tentativas y búsqueda, hay un trabajo para llegar a tener y a colocar (siguiendo con la metáfora del canto que también evoca el título), la voz de manera personal.

–En 2005 fundaste con José Di Marco la Editorial Cartografías. Respecto al catálogo que venís desarrollando, ¿has editado a poetas?
–Eso comenzó con la inquietud de leer y dar a leer lo que se escribía en nuestro medio. Comenzamos publicando a autores jóvenes, casi todos primeros libros, y después el catálogo se fue abriendo. Tenemos una colección que se llama Archipiélago que alberga a autores locales (Pedro Centeno, Diego Formía, María Reineri, Elena Berruti, Marcelo Fagiano, entre otros) y también a algunos autores de la zona, de Villa María, por ejemplo, como Marcelo Dughetti, Gustavo Borga y Alejandro Schmidt. También tenemos un libro de un poeta importante de los 60, Osvaldo Guevara, que es una figura de peso en la cultura local. Ese catálogo implica una gran cantidad de actividades, presentaciones, ciclos, ferias, festivales, lo cual nos puso en contacto con muchos poetas de todo el país. Editando también se aprende a leer de otra manera y a pensar como un escritor. Como digo siempre, siento que soy un tanto irresponsable por dedicarme a editar, a escribir, dar clases, escribir reseñas en los periódicos. Todo indica que no es seria una persona que vive en semejante dispersión. Sin embargo, aunque me agobian las tareas y siempre desatiendo algo, todavía siento que aprendo sobre la literatura haciendo todas estas cosas a la vez y que se puede encontrar un punto de convergencia. A lo mejor a los 40 me doy cuenta de que el tiempo se me va, se me está yendo, y me pongo a escribir de modo más sistemático, la verdad que no puedo saberlo ahora.



Poemas de 
Filos, 
de Pablo Dema



Otra amiga

Tuve un sueño horrible, amiga.
Al despertarme esta mañana me di cuenta
de cuánto me has estado mintiendo
en todos estos meses de amistad.

En sueños entendí
que fingías saber cosas que ignorabas,
que me respondías con seguridad
sólo para que no te rechazara.
Acepto tu falsedad en aras del cariño,
tu pudor, tu debilidad, tu falta de grandeza,
tu miedo a perderme.
Toma mi mano,
tomemos otra vez la ruta
y hundámonos en la noche.

*

Amigo, amigo

Amigo, amigo…
ya ves que te negué
no una ni dos ni tres
sino cientos de veces.
Pero en la noche más oscura
Bajo la tenue ceniza tibia
Perduraba encendida
La brasa de tu corazón


*

Un hilo

Un hilo
de luz
fascinante
los une.

Como si sus auras nimbadas
no supieran todavía
la noticia que los cuerpos conocen.

¡Son dos!

El recién nacido
inventa a la madre
y no sabe que es el mundo

*

Una duda

Durante mucho tiempo
fue mío también
el dilema de J.O.G. frente al espejo.

Me engañaba doblemente:
jamás usé corbata,
crío un gorrión en la garganta
que no tiene a donde ir.

viernes, 28 de diciembre de 2018

El año que leímos en peligro





Una mirada sobre algunos libros mendocinos de 2018



La edición de libros en una provincia como Mendoza, responde más a un secreto deseo que a una publicación programada y continua. Sin embargo, los que somos lectores de poesía -y tenemos una especie de mandato feliz por conocer y hacer difundir estos poemarios- buscamos entre presentaciones, festivales y ferias, los ejemplares de poetas que han decidido convertir en papel las palabras que los justifican. Así, nos sentamos y pusimos sobre la mesa los libros que nos fuimos encontrando en este 2018. El arco va desde la edición autogestiva hasta la publicación en editoriales dentro y fuera de la provincia. La muestra no quiere (ni puede) ser exhaustiva, sino que pretende ser una excusa para convertirnos en cómplices de estos libros y continuar la búsqueda de los que faltan en esta lista.   

-Del hombre solo (poemas y entrepoemas), de Fabián Almonacid. Abrapalabra, Mendoza, 2018, s/n.

El poeta, corrector y reconocido tallerista, Fabián Almonacid debuta como editor artesanal con un poemario de tapas de cartón, hermosa encuadernación japonesa e ilustraciones de Lidia Leventeris en los interiores. De entrada, el autor propone un modo de lectura lúdico, ya que en medio de los poemas que hablan de la soledad, del oficio de escribir, de la inminencia de la muerte y de las obsesiones cotidianas; aparecen los «entrepoemas», es decir, pequeños recortes en forma de «stickers» que irrumpen en plan epigramático: «Los viajeros no mienten / sólo lo hacen los establecidos, / los que hace viajes cortos / y deben ver a las mismas personas, /  y a sí mismos / todos los días…». El resultado: un viaje no lineal e intenso por el paisaje de un hombre.


-Lo negro de la nieve & otros poemas así, de Rubén Valle. Ediciones Literarte, Buenos Aires, 2018, 20 págs.

La obra poética de Rubén Valle se inició a mediados de los ’90 con una voz que, rápidamente, se hizo notable al estar atravesada por el pop, las referencias literarias de culto, la ironía y la contundencia cabal de cada verso. Más de dos décadas después -y con un grupo de excelentes libros sobre su espalda-, el autor obtuvo merecidamente el «Primer Premio del Concurso Internacional de Poesía Ediciones Literarte 2017». Una serie breve y miscelánica donde la madurez en el decir se enfrenta con lo indomable del lenguaje: «Confórmense con que logremos / hacer pie en el abecedario / Acertarle con la lengua a un verso bien parecido / Poner en foco lo intuido en la niebla…». Valle, con conocimiento de causa, logra lo que promete en el título: una precisión inusitada, brillante.


-magnética, de Sabrina Usach. Ediciones Culturales de Mendoza, Mendoza, 2018, 41 págs.

Hacía un tiempo que Usach venía pidiendo pista para que su voz fuera escuchada. Dos libros publicados (Versos para beber hasta y Muecas de una voz pájara), además de una activa participación en festivales nacionales y latinoamericanos, hicieron que no fuera una sorpresa cuando este año recibió el «Primer Premio Literario Vendimia de Poesía» por un libro que reúne un grupo de poemas tan esmerado como potente. Los textos de magnética siguen el legado de una lengua femenina, lunfarda y sublevada; como también proponen una sintaxis dislocada, que se rompe para emitir una música propia, resultado de un trabajo arduo con la palabra que, así y todo, nos suena familiar: «vuelvo a pasar por el baúl voy / de reverso me achico hasta ser / la guacha insurrecta o la mínima / recapituladora de inocencia / busco la otra lengua en lo oscuro…».


-Ritual de la memoria, de Andrés Cáceres. Inca Editorial, Mendoza, 2018, 96 págs.

Si editar en la provincia es una especie de milagro, es para celebrar que Cáceres (periodista cultural, poeta y narrador reconocido) vuelva con una reedición del recordado poemario de 1999 dedicado a las Madres de Plaza de Mayo, donde su voz busca la carnadura de la justicia y de la memoria. De este modo, las palabras son preguntas que, de otro modo, nadie más se atrevería a responder: «Soy un pozo / donde la piedra / no halla el agua. /  Me desfondó el desvelo de las madres / en tantas madrugadas / en tantas noches trizadas por la espera…». Un regalo para el final: una generosa carta del recientemente desaparecido Osvaldo Bayer dirigida al autor. El ritual de la memoria y de la lectura se ofrecen una vez más.


-Luna en escorpio, de Victoria Urquiza. Caleta Olivia, CABA, 2018, 66 págs.

Esta poeta, nacida en Catamarca, reside en Mendoza desde  hace varios años y su actividad poética se ha hecho notar con las performances del colectivo «Write like a girl», además de su participación en el «Taller de los Jueves». Luego de la plaqueta Registros (2017), Urquiza levanta ferviente la mano con este primer poemario atravesado por textos tan breves como intensos. Su palabra poética se despliega en cinco capítulos donde se evidencia la búsqueda y el recorrido para construir un tono, una expresión propia. La autora se desdobla sutil, se interroga ferozmente e intenta que los lectores compartamos su impiedad, aunque también su entrega: «Seguiré prefiriendo el libro aquel / que releo y releo, / seguiré buscando entre las excusas / la que mejor me cuadre, / el café no muy fuerte, / el té con canela, / el desorden…».


-Aguas vivas, de Luis Alfredo Villalba. Inca Editorial, Mendoza, 2018, 64 págs.

Si en su libro anterior, Fotogramas (2015), Villalba nos proponía un centenar de poemas cortos como lúcidos fragmentos de una película imposible; en este Aguas vivas, el autor abre la mano para desplegar (y desplegarse) con una vitalidad e irreverencia que sorprenden y emocionan. Humor, ironía, referencias políticas, musicales y literarias van apareciendo con toques de belleza y reflexión. Un poeta de casi 80 años que lleva más de media vida entre preguntas impertinentes en forma de versos: «¿Quién es Milagro Sala? / ¿Alguien que encuentra su yo en el nosotros?...». Al mismo tiempo, su contundencia poética adquiere peso propio para nombrar y definirse: «Luis Alfredo, más que un nombre, / es una clave a descifrar. // Este hombre habla y escribe, pero sin gramática, / porque no tiene dioses. / Este hombre luce un cuerpo traslúcido, / desde que todo lo sólido se desvaneció en el aire…».


-Plano secuencia. Antología poética (1998-2018), de Fernando G. Toledo. Ediciones Del Dock, CABA, 2018, 112 págs.

Otra edición para festejar es esta antología de Toledo que recorre de un modo tan cinematográfico como literario los veinte años de su poesía. Aquí, la selección es variada y contundente; no obstante, este «barrido» visual privilegia una línea que -al decir del poeta Santiago Sylvester en el prólogo- sigue la «poesía de pensamiento». Cinco poemarios, entonces, sustentan el esfuerzo del autor por hallar una forma precisa en cada poema, además de su abordaje a temas incómodos como el ateísmo, el silencio y la escritura, lo cotidiano y la conciencia de un fin: «Me pregunto si hubiera dicho algo / Diferente al saber que tres días más tarde / Ibas a respirar / Por última vez sin decir adiós / En aquel hospital. Decir adiós / Es lo que no se elige decir…». Un grupo de textos inéditos cierra el libro como una auspiciosa y meditada propuesta para el futuro.


-La esperatriz, de Débora Benacot. El Andamio ediciones, San Juan 2018, 88 págs.

A tan solo un año de su emotivo En las fotos todavía corre el viento, Benacot sorprende con este poemario donde, ya en el título, aparece la propuesta de un personaje lírico que fusiona en su nombre la ansiedad con la palabra. Al abrir el libro, nos encontramos página a página con la alternancia formal de la prosa con el verso. De este modo, la autora va a permitirse describir, narrar y hasta reflexionar en el relato, con destellos tan mordaces como poéticos: «La esperatriz vive en un castillo mental, esos son sus dominios. Demasiados inviernos le forjaron una piel de mithril para correr por los jardines sin temor al granizo. Más de una vez la abandonaron a su mala suerte…»; aunque también dará estiletazos certeros de belleza y musicalidad en cada corte de verso en los poemas: «Le han crecido / raíces en la espalda / finos tentáculos que se alimentan / con la aspereza líquida / del pasado…».


-Extra: también nos quedamos con ganas de tener en las manos, leerlos y comentarlos aquí, a libros como El Puerto (Editorial Equinoxio), de Lía Truglio Farina; Fiebre para saciar (Fundíbulo Ediciones), de María de las Mercedes Gobbi; Más destierros en la Zona de Tormentas y Restos del Naufragio (Editorial de Autores), de Carlos Levy;  Apenidad, de Antonio Gómez; Pestañee humanidad, de Janet Grossi, entre muchos otros.