lunes, 26 de septiembre de 2011

Elogio de la variedad

Repercusiones de los recientes Premios Nacionales de Poesía



Por Sergio Pereyra

En un artículo aparecido unas semanas atrás en el que cuestiona la adjudicación de los Premios Nacionales de Poesía, la poeta y ensayista Ivonne Bordelois, autora de los estupendos La palabra amenazada y El país que nos habla, luego de analizar un poema («Sudorosos en el porche») de la galardonada con el primer premio, Diana Bellessi, se detiene en un verso («batiendo grácil las alas»), ante el cual se interroga: «¿se puede escribir así en el 2011?». Y nos preguntamos el porqué de esta pregunta que, amén de tener ya una respuesta (el verso existe), es tan prescriptiva. Es decir, ¿hay una única forma de escribir?

Que Bordelois estime que la hay, parece contradecir otro pasaje de su nota donde elogia «el capital poético extraordinario de nuestro país», porque, ¿no es acaso la presencia simultánea de poetas como Bellessi, Arturo Carrera, Hugo Gola (acreedores del segundo y tercer premio respectivamente) y Jorge Leónidas Escudero (apenas mencionado, y pan de la discordia); y muchos pero muchos otros, un factor determinante de este saldo positivo?

Como lectores una de las experiencias más interesantes que nos pueden suceder es precisamente encontrarnos (en ocasiones, toparnos) con una variedad de obras que cubren un arco que va de lo lírico a lo prosaico, de la elaboración puntillosa al aparente descuido. Y es que hay poesía para todos los gustos, aun para los distintos gustos de un mismo lector; pues, «si ser siempre el mismo es un fastidio» (Foucault), leer siempre lo mismo, además de empobrecedor, es aburrido; y el aburrimiento, el peor pecado que un aficionado a las letras puede cometer. Entonces, según las circunstancias, ¿por qué no regocijarse con estéticas diversas, a veces incluso opuestas? O sea, hay momentos cuando ansiamos que nos hablen de determinadas cuestiones y de determinadas maneras, y otros, todo lo contrario. ¿O un mismo señor no puede disfrutar de los arabescos verbales de una Bárbara Belloc («Quiero un poncho del color de los caminos./ Quiero un poncho hecho de lana de la luna./ Un velo más de la cebolla menos un pétalo, un paso/ sin huella…») tanto como del ascetismo de la gran Juana Bignozzi? («Consagré y consagraron mi vida/ a tareas que se cumplirán sin mí// no veré morir a mi madre/ no conoceré el delirio por un hombre/ no viviré en la revolución») Y si esto sucede cuerpo adentro de un sujeto, imaginemos lo que puede ocurrir en una comunidad de lectores.

En cuanto al poeta, ¿quién, sino su propio deseo, podría indicarle qué o cómo debe escribir? Aunque hoy por hoy la rima (la consonante sobre todo) huela a naftalina, si fuera del gusto de un autor usarla, nadie podría impedírselo; en última instancia serán los receptores (los de a pie, los especializados) quienes juzguen si en ese caso concreto tal procedimiento resultó adecuado, o si merece –o no- ser premiado. Y ya que el asunto de los premios regresa (en el caso del restaurado Premio Nacional de Poesía, causa de algunos enojos, y de muchas alegrías), qué decir, sino que son poco más que un frágil puente –publicitario- tendido entre el poema y sus posibles lectores, ya que, por lo usual, un poeta premiado solo accede -cuando accede- a su cuarto de hora de pequeña fama en las páginas de los suplementos culturales, páginas que, también por lo usual, suelen ser las primeras destinadas por el comerciante de barrio a envoltorio de huevos. Por experiencia sabemos que ningún libro por muy internacional y merecidamente laureado que sea (valgan como ejemplos los muy bellos la vista de Claudia Masin y La llave Marilyn de Laura Yasan) provoca amontonamientos histéricos a las puertas de las librerías cual si del último Harry Potter se tratara. O sea, de lo que se habla es de «una ausencia de demanda que hace de la poesía un margen, pero un margen (y no es un consuelo de tontos) en el que ha estado y está su posibilidad de resistencia, su posibilidad de fiesta y de goce» (Genovese).

***


MUESTRARIO DE VARIEDAD



Un poema por poeta mencionado.


Títere de la moneda

Pringles, 4 de enero de 2004.
Viene un chico a la puerta y grita desde afuera:
“Señor, ¿tiene una monedita?”
Abro la mirilla grande de la puerta negra,
Le digo entre los relieves oscuros: “¡Sí; ya
Vuelvo!” Y voy hasta la caja donde guardo
Los títeres de guante; me calzo uno y
Lo llevo hasta la mirilla, ahora Boca de Teatrino:


“-Siiiiiiiiiiiiiiiiiiii?”- y el chiquito se ríe.


Y el títere de la moneda le da la moneda.
¡Por suerte no soy yo!
El títere de la moneda le da la bienvenida a mi puerta.
¡Por suerte no soy yo!
El títere le dice que todos los remordimientos
Son esa moneda trucha que le da.
Que todo el dinero del mundo
Es su mentira que le entrega.
Que toda la falsedad de la tierra cabe
En nuestro dolor, en la mísera alegría
De ese instante sin rencor: “¡Gracias, Señor,
Hasta mañana!”


Arturo Carrera. Potlach.

*

SI SOLO FUERA UN SOPLO
el amor
poco valdría

si fuera solo un fuego
el paso de los días
lo apagara

si un agua suave fuera
el sol lo absorbería
con su llama imperial

qué es entonces
si no es soplo
ni fuego
ni agua?

tal vez una sed
que clama
un llamado que no puede
ser oído
una memoria que traspasa
los días
un olvido que vuelve
y vuelve
más vivo que todo
lo vivido.


Hugo Gola

*



LE DIGO A UN GRAN POETA


Hölderlin,
a tu mamá una carta le dijiste,
¿recuerdas?, «todo lo alcanza el amor». Escribiste eso y hoy
desdícete, por favor te lo pido, Hölderlin,
pues quise detener lo que huía
con palabra a mujer y no alcancéla.

Es por eso me duele haber creído
lo tan absoluto que escribiste
y tan serio en mi que speranzado
corrí tras el amo a lo tonto
cayéndose la baba.

¿Es que mentiste?
Sea como sea desdícete, Hölderlin,
así ningún pobre namorado en desgracia
se largue al infinito con todo
y sufra como yo destrozo de alas.


Jorge Leónidas Escudero. Antología personal



Hosanna:
Oculato osario

Apenas se puede mover el viejo, está hecho concha: todo blanquito y calcáreo, quietecito en el fondo de la residencia Egeo, sin una perla en la boca ni una moneda en los bolsillos, con los huesos ensanchados como una mantarraya y un abanico estático en la mano aun más estática. Está esperando la visita, mudo, tieso; un bailarín congelado en el aire en pleno salto y sometido de inmediato a rayos X cuyos efectos lo convierten en la idea de un muerto capturada en la fugacidad del movimiento, cuando comienzan a caer al suelo las costillas, las dos rótulas, el fémur, el sacro. Es una víctima nuclear, todo él digno de relicario; esperando el más allá como quien espera un barco que zarpó recién, como quien espera cura, o amor de parte de quien no ama. Parece un aljibe. Parece una fuente de agua sin agua, de piedra. Pero el viejo escucha todo, pero no lo que pasa: escucha el río que corre y los grillos de madera, la burbuja de la valva que sube a superficie, el crujido de la piel de la serpiente.

(recuerdo de la rambla)
A propósito de: Ítalo Svevo: Senilitá.

Bárbara Belloc. Espantasuegras


*


después de décadas vos me anunciarás mi muerte


el día que dejes de hablarme de manera irónica
seca y un poco desatendida
sabré que me estoy muriendo
el día que dejes de decirme
por favor se habla con el subjuntivo lo has olvidado
no se viste uno con flores y rayas
no se sale así a la calle
ese día seré conmovedora
digna de piedad
y toda forma de felicidad habrá desaparecido
el día que me disculpes cualquier
cosa que diga
sabré que ha llegado el final


Juana Bignozzi. Si alguien tiene que ser después



*

Madre e hijo


Despacio, despacio, que hasta aquí no llegue la prisa
de la muerte. No quiero que venga la primavera
dijiste, no tengo ropa que ponerme. En las montañas
pareciera que siempre está a punto de desatarse
una tormenta, pero hay una sola tormenta en todo
el invierno. Cuando sucede salimos los dos
a verla. Te tiemblan las manos como a una niña
pequeña, siempre me pregunté si de alegría
o de miedo. Todas las cosas únicas aterran.
A veces quisiera protegerte, taparte los ojos,
que no adviertas la primera gota
desprendiéndose, inevitable, del cielo. Que no sepas
que por más que hagamos silencio por meses,
por años enteros, acabaremos por decirnos una
u otra palabra y en ese momento comenzará
a correr el tiempo.

Claudia Masin. la vista

*


Plegado en sí

como un juego de cubos infinito
una muñeca rusa que guardara en el fondo
los gajos de una flor crecida en una grieta
hago trinchera en el silencio
y es la palabra que no digo
el ladrillo de furia en la cara del miedo
un lunes con la lengua cortando el paladar

lo que resta es apenas un átomo de tiempo
una laguna quieta duplicando la imagen del presente
plegándola en sí misma para aguantar la vida adentro de la vida
mi corazón latiendo en su mensaje turbio

¿es posible morir de intensidad en la jaula del cuerpo?
¿es posible que en ese atardecer
brille el error como una luna enferma
que me devuelva limpia al punto de partida?

lo real es impuro
podría soportar esa fragilidad
si conservara intactos los ojos cuando vuelvo
si pudiera ganarme la otra parte del día
merecer el misterio

Laura Yasan. Ripio


*


PRIMAVERA

I

Las calas, aros de Etiopía, abren su corola
blanca. Señalan un sol. La forma más simple
y perfecta.
Un aro de música para esta mañana.
un viento del oeste
y la decisión de sostener la vida
entre los brazos abiertos.

II

Un pato biguá
deja su estela de plata.
Ramón cruza a remo
como oficiando misa en el agua.
Él es el símbolo, la clave.
De espuma que se borra,
de espuma la canoa
donde el Mudo
despliega su canción.


Diana Bellessi

viernes, 9 de septiembre de 2011

«Principio de permanencia», de Laura Yasan


por Paula Seufferheld



principio de permanencia

                                                                     a Juan Luis Andrade

así como en lo puro habrá crudeza
como fue lucifer el más hermoso entre los ángeles
abril el más ligero de los meses
y nadie
ha caminado jamás sobre papel de arroz sin dejar huella
ni trazado un sendero sobre el agua

      creés en la distancia

y nada más girás sobre tu centro a la velocidad de un disco de vinilo
una voz te persigue
una carta te pisa los talones y lo darías todo por convertirte en sal si volteás a mirarla
      (que un relámpago surque de nervaduras líquidas el cielo
      que te lleven las aguas si con eso evitaras sus ojos implorando)

      creés en el avance

así la travesía es el principio
de una ley que refuta el movimiento

no hay recuerdo tan límpido que pueda atravesarte cuando ya te hayas ido
tan lejos como puedas es demasiado cerca
no hay cuchillo tan lento

***

La excusa del poema

El poema que nos conmueve se escribe en el cuerpo porque nos habla de quiénes somos con palabras que no conocíamos pero intuíamos. Así el poema se vuelve revelación. Intentaré transcribir con palabras –a menudo torpes y mezquinas- mi experiencia luego de leer y releer «principio de permanencia» del libro Ripio (NuevoHacer, 2007) de Laura Yasan.
Mi propuesta: interactuar con el texto, ser una voz que trabaja entre los versos, que los interpela y resignifica. Mostrar mi hoja de ruta para que al enfrentar el poema y mis impresiones, en ese juego de espejos, tanto yo como ustedes quedemos atrapados en un sinnúmero de imágenes que se replican y repelen.

así como en lo puro habrá crudeza
como fue lucifer el más hermoso entre los ángeles
abril el más ligero de los meses
y nadie
ha caminado jamás sobre papel de arroz sin dejar huella
trazado un sendero sobre el agua


Las antítesis se suceden y no sé donde te llevan. Asentís con la cabeza luego de repasar cada verso: lo puro y lo crudo, el viejo tópico de la rosa con espinas… no hay tersura que no tenga un revés de aspereza, pensás. El señor de la muerte fue el primero de los ángeles en el paraíso perdido. El más gris de los meses es también el de la brisa amable que se asimila a la libertad de las hojas. El papel más delicado, material para flores y acuarelas, imposible de escribir, es, a la vez, tierra firme para imprimir tu huella. Y el agua por más que recupere continuamente su forma, ya fue surcada por tus pies descalzos.


creés en la distancia

Cierre de la antítesis. Aquí hay una afirmación que destruye un acto de fe: creer en la distancia es absurdo, imposible como todo lo enumerado.
Te detenés y observás en la mitad del poema una duda: ¿la distancia es imposible o tiene una naturaleza diferente a la que le atribuiste siempre?

y nada más girás sobre tu centro a la velocidad de un disco de vinilo
una voz te persigue

La voz que habla sentencia, como en el mito de Edipo, llega el momento de mostrar la verdad, destapar los ojos: a 33 ½ rpm, en un disco donde solo has grabado los latidos de tu corazón, el bombeo monocorde se confunde con el chirrido de la púa. Diástole y sístole que saltan en los surcos sucesivos de tu larga duración y el centro se aproxima más y más. No hay distancia física (la probaste, ¿te acordás?) y en un páramo perdido gritaste y en lugar de tu eco, hallaste esa voz que insiste, que no da tregua, que persigue.

una carta te pisa los talones y lo darías todo por convertirte en sal si volteás a mirarla

Voz, carta… «el otro» hecho texto, trama que amenaza, que quiere enredarte. Escapar es girar en círculos y la distancia un acto imposible. Atrás Sodoma. Fuego y azufre para los condenados pecadores. El desastre. Aunque no girés la cabeza el resplandor de la ciudad incendiada se refleja en los objetos que tenés por delante. Orfeo miró y terminó perdiendo el amor para siempre. Pero atrás no está Eurídice, bien podría estarlo, reemplazar los terrores de Sodoma por el mito griego, mirar y perder, eso es lo que querés, perder. Olvidar, aquí y ahora. Pero el olvido se demora, apenas se arrastra en su letanía de caracol.

    (que un relámpago surque de nervaduras líquidas el cielo

Y girás pero la luz del cielo y su tormenta te enceguecen, no ves a quien amás y agradeces el acto piadoso de esa naturaleza encrespada. Cuando volvés la espalda seguís siendo un hato de carne y huesos caliente, excitado, concentrado en tu huida.

     que te lleven las aguas si con eso evitaras sus ojos implorando)

Pero las aguas forman remolinos y dejarte arrastrar es volver al centro, como en el disco, pero ahora la melodía de tu sangre es disonante, violenta y adquiere la contundencia de las olas al romper contra las piedras.

     creés en el avance

así la travesía es el principio
de una ley que refuta el movimiento

Primero fue destruir tu fe en la distancia, ahora, el poema intenta demoler tu fe en el avance. Recordás algunos pasajes del poemario Viajero inmóvil de Fernando G. Toledo. Los versos del poeta mendocino llegan a conclusiones similares sobre el concepto de distancia vertidos por Yasan: «Con este vicio nómade estancado en la partida» (poema 1), «Cuento los pasos otra vez uno a uno despacio/ Y descubro que dibujan un círculo obsceno» (poema 13), «Viajero inmóvil que gira sin eje/ Hacia un remedo de repeticiones» (poema 18).


no hay recuerdo tan límpido que pueda atravesarte cuando ya te hayas ido
tan lejos como puedas es demasiado cerca
no hay cuchillo tan lento

Si el camino es el círculo, el disco de vinilo, la púa que dibuja el surco o el dedo que da forma al remolino de agua; si convertirse en estatua de sal es ver por una eternidad unos ojos implorando, conviene abandonar tu fe en la distancia y dejarte desangrar hasta el olvido.

jueves, 11 de agosto de 2011

La disputa por el margen



Esa empleada doméstica indocumentada del mercado.
María Moreno.



1.
Apenas el muchacho con veleidades de poeta llena su primer cuaderno de versos, tarea que suponemos concreta con rapidez, pues «escribir para abajo» rinde, y como le urge que el mundo se anoticie de sus miserias -las del mundo-, o de la belleza de los pechos de su novia –de la novia del poeta-, sale en busca de edición en editorial prestigiosa. Mas como en tales empresas nadie se interesa por su trabajo ni, en general, por el de poeta alguno, el muchacho repudiado de manera tan grosera cuélgase el mote de marginal. Y como todo margen para serlo necesita de un centro, el mencionado muchacho edifica uno -imaginario- habitado por aquellos que sí publicaron, a quienes desdeñosamente comienza a referirse como a «los comprados»; rótulo con el que, aunque por razones distintas, concordamos: «comprados», sí, porque fueron ellos mismos quienes financiaron la impresión de sus libros.

El paso siguiente en su camino autoconsagratorio como bardo de los bordes es despotricar contra el adocenamiento de esta sociedad (incluidos los poetas que no comulgan en su capillita), incapaz de captar la intensidad de sus iluminaciones (del muchacho con ínfulas de poeta, se entiende); lo cual no sería censurable si sólo se efectuara junto al oído de alguna jovencita deseosa de entibiar las sábanas del novel escritor, pero que cuando se erige en programa estético hace agua por los cuatro costados.

2.
De un tiempo a esta parte, tanto en las grandes ciudades como en las de provincia, asistimos al cíclico recrudecimiento de la lucha por el margen; no por su enunciación, sino por la exclusividad de enunciar desde él. No obstante, si ponemos la lupa sobre el fenómeno de la lectura veremos que se trata de una actividad más o menos marginal. Si continuamos nuestro examen, descubriremos además que dentro del universo de lectores, los de literatura representan a su vez un margen, puesto que un porcentaje significativo se inclina, entre otras temáticas, hacia la autoayuda, la metafísica o las biografías de famosos. Y si lo proseguimos, esta vez con lupa de mayor espesor (tal es la dificultad para hallarlos), apreciaremos que dentro de los lectores de literatura, los de lírica son un número aún más exiguo. Por lo tanto, en un mercado que no llega a «despensa» (las ediciones de poemarios raramente superan los 200 ejemplares, que con viento a favor su autor distribuye a precio de costo entre amigos y familiares), donde la poesía es un margen dentro del margen del margen: ¿qué poeta no es un «marginal»?

Es decir, muchacho con pretensiones de chamán, como el de dios, el de la poesía no es un reino de este mundo. No en un país como el nuestro, donde los poetas pagan sus cuentas con las pobres monedas que les brindan la cátedra o el periodismo, con los billetes obtenidos en el estudio o el consultorio; no mientras, en todos sus niveles, la institución escolar se digne a recuperar su rol de entrenadora de lectores eficientes –y amorosos- de poesía. O sea, no deberías confundir «lo que da de comer con lo que alimenta» (Silvestri). Deberías en cambio aceptar -y agradecer- que la publicación de versos tenga todavía mucho de amateurismo, porque en esta condición radica una de sus más altas virtudes: la libertad; que a vos, muchacho, te permitirá, si es ese tu deseo, seguir alabando las prominentes o modestas curvas de tu novia o lanzando diatribas contra el mundo, sin la obligación amarga de cautivar a los lectores o gerentes de las casas editoriales (testimoniada por más de un novelista mártir); tendrás tan solo que gustarte y, con suerte, gustarle a aquellos que naturalmente se inclinen hacia tu obra.

3.
¿Cuál fue el objetivo que impulsó el movimiento de los dedos sobre el teclado para la redacción de estas notas? ¿Fue acaso la sola crítica de conductas? En parte. De algún modo (solo en este momento se visibiliza) estas líneas procuran que tanto el joven poeta como quienes ingresamos a un bar sin mostrar los documentos, abandonemos las minucias y animemos el fuego de una polémica genuina en torno a cuestiones relevantes para nuestro género; mientras, dejamos en manos de psicólogos (¿de qué otra cosa, sino de egos maltrechos o paranoicos, se habla cuando se instala el problema del margen y del centro?) y sociólogos el abordaje de temas para los que sin dudas están mejor calificados que nosotros. Nosotros que apenas sabemos del amor -¿obsesión?- por las palabras, nosotros que a duras penas intentamos escribir.


martes, 2 de agosto de 2011

La honda necesidad de seguir escuchando

Foto: Maximiliano Ríos.

Del amor. Lectura: Juan Gelman. Música: Mederos Trío. Dirección: Cristina Banegas. Lugar: teatro Plaza. Público: 900 personas.



Por Fernando G. Toledo


«¿Puedo por fin al fin llorar?» podría haber repetido, como en un inolvidable poema, la chica de la butaca de al lado. Ella no quería que todo acabara, pero ya era tiempo: dos horas después de que Juan Gelman y el Rodolfo Mederos Trío pisaran el escenario del teatro Plaza de Godoy Cruz, el espectáculo Del amor concluía consiguiendo el extraño prodigio de dejar a toda la audiencia en estado de éxtasis.

Gelman en su voz y sus textos, Mederos con su bandoneón infinito, más la guitarra de Armando de la Vega y el contrabajo de Sergio Rivas entretejieron una trama sutil que fue envolviendo al auditorio como con las artes de un hipnotizador. No es común ver un público tan amplio y heterogéneo (aunque en él abundaran escritores y diletantes), tan entregado a lo que, de seguro, muchos esperaban que fuera magnífico pero pocos que resultara así, avasallante.

Quizá porque Gelman eligió esos poemas de amor en los que las palabras más gastadas alcanzan un nuevo brillo, en los que las palabras novísimas copulan con las primeras para gestar al verso siguiente una nueva música, un nuevo sentido. Poco importaba que leyera esos sus poemas más célebres como alguno quizá más reciente y menos calado aún en nuestros huesos: su voz cansina, su constante embeberse en el silencio que acechaba, desgranó poemas como Mujeres, Gotán, Ofelia, Oración, Cada vez que paso por Rue des Arts, Cerezas, La estela. Y fue así como, desde el borde del escenario hasta la pared final del teatro Plaza, en el primer piso, una masa humana se rindió ante ese poeta sentado su mesa de madera amplia, quien parecía a veces estar, a veces esfumarse como el humo del cigarro.

Al otro lado de la escena, en cambio, Mederos comenzaba a viborear con su música por entre los versos que caían. De a ratos, vale decir, el sonido de uno acallaba al otro, y desde las butacas era imposible elegir qué escuchar. Pero en otros momentos, los mejores, en cambio, un tango del trío era la siembra para la cosecha del poema siguiente. Y a veces lo que Gelman arrojaba al surco fértil de la noche del lunes, Mederos lo recogía para regarlo con su sonoridad sin par. Tocaba Merceditas, Sur, La pulpera de Santa Lucía o los valsecitos compuestos especialmente para este espectáculo, y era como soldar a cada espectador contra las butacas, hacerle a cada uno de los presentes más lento el tiempo, más honda la necesidad de seguir escuchando.

A ratos, incluso, nada parecía suficiente. Un poema de Gelman despertaba un ansia por volver a oírlo pasar las hojas para seguir con el siguiente, y que nunca se detuviera. Pero luego, con Mederos, De la Vega y Rivas acaecía otro tanto. Quizá no sabían, ni el poeta ni los músicos, el modo soberano con que despertaban el aplauso fervoroso. Y por eso, tal vez, todo funcionaba mejor; porque estaban pasándola soberanamente bien, mientras desfilaban por encima de sus cabezas las proyecciones de las obras de Juan José Cambré, que era lo único que se parecía a los minutos que pasaban, como un desfile inmóvil.

«¿Puedo por fin al fin llorar?» podría haber dicho esa chica o cualquiera de los presentes. Gelman, Mederos, la poesía y la música merecían por igual lágrimas y aplausos, el llanto y la alegría, que es lo que el arte de los grandes conjuga, y enjuga.

Publicado también en Diario UNO.




Un poema de
Juan Gelman



Cerezas

a elizabeth

esa mujer que ahora mismito se parece a santa teresa
en el revés de un éxtasis/hace dos o tres besos fue
mar absorto en el colibrí que vuela por su ojo izquierdo
cuando le dan de amar/

y un beso antes todavía/
pisaba el mundo corrigiendo la noche
con un pretexto cualquiera/en realidad es una nube
a caballo de una mujer/un corazón

que avanza en elefante cuando tocan
el himno nacional y ella
rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos
por la llovizna nacional/

esa mujer pide limosna en un crepúsculo de ollas
que lava con furor/con sangre/con olvido/
encenderla es como poner en la vitrola un disco de gardel/
caen calles de fuego de su barrio irrompible

y una mujer y un hombre que caminan atados
al delantal de penas con que se pone a lavar/
igual que mi madre lavando pisos cada día/
para que el día tenga una perla en los pies/

es una perla de rocío/
mamá se levantaba con los ojos llenos de rocío/
le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío/
en la mitad de la noche me despertaba el ruido de sus cerezas
creciendo/

el olor de sus ojos me abrigaba en la pieza/
siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día/
limpiaba suciedades del mundo/
lavaba el piso del sur/

volviendo a esa mujer/en sus hojas más altas se posan
los horizontes que miré mañana/
los pajaritos que volarán ayer/
yo mismo con su nombre en mis labios/

lunes, 25 de julio de 2011

Historia del poema Oda de Irene Gruss


Por Irene Gruss
(Especial para El Desaguadero)

Voy a intentar contar la escritura de un poema publicado solamente en revistas e internet porque no pude incluirlo en ninguno de mis libros; sentía, siento todavía, que no pega con nada en la unidad o el discurso de cada uno, si bien tiene sus buenos añitos. Se trata de «Oda», poema al que nunca le di mucha expectativa, y sin embargo repercutió de variada manera, casi diría a mi pesar, porque nunca como en este, como en muy pocos en realidad, pude separar tanto lo que suele llamarse el proceso de creación (es decir, como dijo Valéry, lo que una hace en el poema) con lo que el poema dice o intenta decir; en cambio choqué con lecturas literales, lineales, lo que me decepcionó bastante. ¿Estará la falla precisamente en el poema? No lo sé; no lo considero barato pero me pregunto si algo de pobreza no debe tener, dados esos «resultados».

Estaba yo con mi libretita y sentí que la cosa iba a ser para largo, por lo que me levanté y agarré una hoja de resma tamaño oficio (sabrán algunos que a veces la A4 es corta, no alcanza). Esto me sucede sin saber todavía qué, cómo ni cuánto voy a escribir pero en la nebulosa del inicio se «activa» lo que va a precisar ese texto; es casi inherente. (Me pasó también con «El rito», que escribí en un barcito de una playa, con Charly García al mango; no tenía papel y robé un volante de propaganda y le pedí al mozo uno más, si no era molestia. El silencio que exigía el poema y su longitud me los hice a pura concentración, encapsulada casi únicamente en ese leitmotiv «dejen conversar al mar conmigo».)

Decía, estaba yo con las manos en la masa; quería hacer el recorrido del cuerpo pero no un manual de anatomía, como suele ser muchas veces este tipo de textos. Sabía que la enumeración iba a ser complicada con esto en cuenta, pero también sabía -o fui sabiendo- cómo era esa mujer que se masturbaba y por qué se masturbaba. No era solo gozar con su cuerpo; había una historia medio patética además: el otro está ajeno, lejano. Ese convivir de la autocompasión y el disfrute, y al mismo tiempo tratar de que este último prevaleciera sobre el estereotipo de la mujer sola que espera, «la lástima», fueron una de las cosas que más me divirtieron mientras lo escribía. Y también el hacerla moverse, sentirse quizá por primera vez. El uso del tú y del imperativo me ayudó a conseguir un tono entre irónico y grave, que me separaba aún más de la anécdota. No tenía la menor idea de cómo llegar a un final pero también sabía que este debía ser brutal, casi diría cruel. Y justo sonó el teléfono; era uno de esos aparatos sólidos, pesados, de antes, esos que proveía Entel. El acto de levantar el tubo y sopesarlo me dio, cual iluminación no me atrevo a decir divina, el final. Agradecí a quien llamó, corté, y terminé el poema.

La primera versión decía en su momento «Lubrica tu vagina», cosa que sonaba y suena a lubricación de automóviles. Lamentablemente, se publicó así en una revista. Por irresponsable o ansiosa, vaya a saberse. Lo leí por primera vez en Cemento, en un ciclo que organizó Fernando Noy; éramos diez mujeres poetas leyendo antes de la hora en que la gente iba a bailar, entre otras cosas. Mi hijo mayor, de unos quince años en ese entonces, estaba (no así mi hija menor, de unos diez, once) entre el público. Empecé a recibir llamados y mensajes pornográficos ¡de escritores! Y ahí empezó mi malestar. Corregí este poema por última vez el año pasado y ahora navega por internet en sitios de escritura erótica, y otros. Una anécdota de humor: allá por los ’80, un trío de actrices, Marta Paccamici, Lydia Raggi y Damiana (no recuerdo ahora su apellido), alumnas de Helena Tritek, hacía un espectáculo en el que decían y desacralizaban poemas, a la manera de Batato Barea; una vez, en el Centro Cultural Rojas de Recoleta, se aparecieron las tres vestidas de monjas. Primero paseaban entre el público (había una muestra de arte erótico) como si nada; en eso salen con incienso, rosarios, etc., y empiezan a decir como una oración la «Oda». Todavía no eran buenos momentos; vinieron los de seguridad y la policía y tuvimos que correr y subirnos al auto de una de ellas para salvarnos de los golpes y obviamente del ir presas. Las carcajadas todavía suenan.






Oda


Úntate cada pezón con miel
y baja el mentón, la lengua,
saben dulces, toca
circularmente cada punta morada, agrietada o lisa
y luego acaricia el vientre, el ombligo,
haz cine o literatura
con la mente pero no olvides los pezones,
la miel, el dedo circular
hazlo frente al televisor mientras te ríes
y te humillas: mastúrbate, abandona,
cuida el clítoris como a la piel de un niño,
escucha el viento que suena detrás
de la ventana cerrada, guarda tu jugo
a escondidas del mundo
y mastúrbate, que tus piernas
comiencen a abrirse y cerrarse
que tu murmullo sea un gemido ronco,
grito agudo en el aire, en el hueco que pide
penetración, contacto,
habla despacio
hazlo en silencio pero gime
aúlla
murmura aunque sea el goce
el rozarse de tu pelo en la almohada
en la alfombra en la nuca,
mastúrbate,
hasta que las rodillas tiemblen,
hasta que caigan
lágrimas y suene esta vez
no un viento sino un timbre
y otro, regular campanilla,
recién entonces
dilátate como en el parto,
húmeda, tu vagina, el tubo que sigue llamando,
levántalo, bájalo,
introdúcelo, y escucha ahora su voz
lejana, ajena,
y cierra tus ojos, su boca
tan adentro.


Irene Gruss

lunes, 11 de julio de 2011

Una campaña del desierto




Libro del desierto, Omar Ochi. Ediciones Culturales de Mendoza, 2011. 84 pág.


por Hernán Schillagi


Los premios literarios, más allá de la vanidad y el esnobismo, justifican su existencia entre los escritores solo cuando posibilitan el conocimiento de la obra de un poeta que -de otro modo- le hubiese llevado mucho tiempo llegar a los lectores y cobrar visibilidad. Omar Ochi (Mendoza, 1988) resultó el ganador de la edición 2010 del Gran Premio Vendimia con el poemario Libro del desierto. Digámoslo, obtener el primer puesto en un certamen de poesía no se encuentra en los intereses que desvelan a los jóvenes de i-pod en mano, y mucho menos provoca una «mejora» en la escritura de nadie. Sin embargo es al menos auspicioso que un estudiante de la carrera de Letras se anime -entre el fárrago de voces medianeras- a levantar la mano empuñando la palabra poética.


Piedra y camino

La propuesta de Ochi en su Libro del desierto se hace explícita desde el primer poema: romper con el pasado, tanto literario como íntimo, para plantear el tránsito hacia el desierto, es decir, hacia una metáfora de lo desconocido. Rápidamente descubre en dónde se encuentra. Sabe que el camino de la poesía paisajista y sentimental ya está agotado. Como un doctor Jekyll hastiado de lo remanido y acomodaticio separa su cuerpo de lo anterior y se lanza esta vez a buscar el cuerpo informe y malhadado del poeta: «hoy, abriendo el cofre del pensamiento/ y desenvainando la palabra,/ encuentro mi laberinto de arena…»

El poeta, entonces, debe dinamitar sus habilidades aprendidas para lograr descubrirse. Toda búsqueda en lo conocido se vuelve inútil. Únicamente a través de la reflexión, la voz se abre paso y avanza. Es así cómo la arena se le presentará como un símbolo del lenguaje infinito o, al menos, como algo inabarcable. Hay una dificultad, es cierto, la de ser una unidad luego de la separación. «Repaso el día en que te desprendiste de mí…», dice en uno de los primeros textos; para rematar luego: «Partirme en dos canciones/ y volverte a perder».


Todos tus desiertos

El libro también apuesta a un viaje con tres paradas obligadas. La primera, como hemos visto, la «Separación». La segunda, ahora, es un adentrarse en el desierto con los escasos fragmentos que han quedado en las alforjas. Si en la primera parte, los poemas tienen título e intentan dar nombre a cada paso; en «Espejismos» hay una serie de 14 textos numerados como un inventario improbable de lo visto entre la arena y el sol. La esquiva unidad la da el espacio: un desierto silente, inhóspito, alucinado. Es por eso que la reflexión aquí atiza sin miramientos. El dolor se hace presente entre tanta ausencia y de algún modo habla: «una traición sin sospechas/ es tan real como la ilusión». Los hallazgos se vuelven cada vez más temerarios: «pero oímos/ que la muerte es la primera nota del silencio». La voz se desdobla en su soledad, comienza un enfrentamiento vital y se indaga como si fuera otro: «y encuentra un hombre/ que huye del hombre/ que lleva adentro». Entonces, el poeta se encuentra en el oxímoron, en todos los opuestos que desafían la lógica, pero que van produciendo palabras y zonas extranjeras:


aunque lo tenía todo
el halcón se despojó de sus alturas
bajó al desierto
y murió
infinitamente vivo

(Espejismos, XIV)



El libro de arena

La última y anhelada parada, por lo tanto, es la «Poesía». La innumerable arena (¿el tiempo?) sigue siendo el motivo, la base de despegue; sin embargo el poeta encuentra las palabras a través de un «pacto secreto» con el desierto. En esta parte, si bien la tensión que hemos venido palpitando decae y se dispersa, también es cierto que Ochi nos ofrece las piedras ocultas de lo no transitado. Una veintena de poemas sobre la belleza, la escritura, la eternidad, la materia poética en sí; aunque sin la solemnidad que ya estarán suponiendo algunos «bardos culposos» de la actualidad que piensan que, sin ironía y humor, la poesía deviene altisonante y engreída. Ochi, por el contrario, hace una defensa de la poesía, de su acto de escribir a través del tono bajo - sin énfasis- de los que tienen certezas, con vocablos precisos que condensan un eje verterbrador, con el escandido firme y trabajado de una música hipnótica: «Escribo esto que no es mío,/ sino de las manos de un verso/ y mis pedazos». Cuando el silencio dice, el desierto termina.

Omar Ochi con su Libro del desierto nos provoca, de algún modo, a realizar otros viajes de búsqueda poética y humana por algunas obras escritas en Mendoza como Segundo Diluvio de Fernando Lorenzo o, más cerca en el tiempo, La iluminada de Raúl Silanes. Distancias, seguro que las hay y de todo tipo; sin embargo como exige Rodolfo Alonso: «La devoción por la poesía, en la poesía, […] implica aún, mal que les pese a tanto profeta posmoderno, a la vez exigencia y entrega, precisión e infinitud, solvencia e instinto, cerebro y oído…» Quizá por eso, un poeta no merezca un premio; sino que los premios son los que se merecen a la poesía.


Algunos poemas de Omar Ochi



Repaso

Ya ves, ninguno ganó.
Perdimos la historia, las manos, la piel
por tirar nuestras cartas y jugar a llovernos.

Repaso el día en que te desprendiste de mí,
el maldito día, la bendita lluvia
escrita para siempre en el texto de las lágrimas.

Luego te pierdo en la arena,
sangrando tus voces, llorando así:
con la verdad que se sufre en los ojos del tiempo,
en el latido innumerable,
en el final y al revés.

Pues sucede que para volver a hallarte
debo hallarme mil veces,
partirme en dos canciones
y volverme a perder…

*

I

en las dunas
el hombre estaba solo

sólo acompañado
de sus piedras invisibles
sus dudas
y un pueblo de fantasmas
solos

entonces de su costilla
salió un poema

*

Mientras alguien callaba

Reíste cuando algo desentonó
cuando alguien perdió su pájaro y nevaba en otra parte.

Cantaste, dijiste una música;
vengaste el silencio, su crueldad, sus sonidos:
y le diste al amor tu nota más alta.

Reíste, lanzaste luz por la boca
mientras alguien, en el invierno de una rosa,
y en alguna otra parte, callaba.

domingo, 3 de julio de 2011

La incertidumbre ante la poesía: Nueva antología de poetas hispanoamericanos




por Hernán Schillagi


La editorial Visor publicó en mayo, en conjunto con otras cuatro editoriales en Latinoamérica, Poesía ante la incertidumbre: Antología de nuevos poetas en español. Ocho poetas hispanoamericanos nacidos en los '70. Más que «ante la incertidumbre», estos jóvenes poetas han levantado la mano ante una polvareda de comentarios adversos por su «defensa de la poesía» y por el recelo que -de seguro- ha despertado sus ya más de 10.000 ejemplares vendidos. Entre los «cinco latinos» se cuela una poeta argentina, Ana Wajszczuk, una interesante inclusión que no responde tanto a la hegemonía poética de los últimos años en nuestro país, sino más a un camino solitario que se abre paso hacia el continente.

Ana Wajszczuk
Hasta la poeta Tamara Kamenszain (Ñ de Clarín, 26/6/2011) ha tomado posición frente a esta antología marcada por la incertidumbre de la crisis: «El tono un tanto anacrónico del manifiesto parece más afín a un momento literario español que a las tensiones que atraviesa la producción poética latinoamericana...». Aquí, entonces, reproducimos el manifiesto en forma de «defensa». Como siempre, la poesía espera sentada -con más de una certeza- en la última fila para ser leída.





DEFENSA DE LA POESÍA



El momento de la Historia que nos ha tocado vivir está marcado por la incertidumbre en todos los sentidos. Cuando pensábamos que el siglo XX agonizaba y con él los grandes temores y catástrofes capaces de minar la fe en la humanidad, no han surgido los puentes que destruyan nuestros precipicios. Al contrario, resulta más difícil intuirlos, imaginarlos. La incertidumbre parece abarcarlo todo: la política, la moral, la economía, las nuevas formas de comunicación que paradójicamente han provocado una mayor incomunicación... También las viejas utopías que parecieron realizables y llenaron de ilusión a millones de ciudadanos se han desmoronado mostrando sus miserias cuando han sido suplantadas por los hombres, añadiendo aún más incertidumbre a todo lo que nos rodea.

Nuestra generación está marcada por esta incertidumbre y creemos que es necesario hacer un alto en el camino, reflexionar, mirarnos a los ojos, establecer una cercanía menos artificial, más humana. La poesía puede arrojar algo de luz para alcanzar algunas certidumbres necesarias. "La poesía es un modo de ajustar cuentas con la realidad", ha repetido muchas veces el poeta español Luis García Montero. Sin duda sucede así en los buenos poemas, aquellos que son capaces de provocar emoción, de conmover, de hacer pensar, de llenar un vacío que nos acompaña.

"Deseo expulsar de mí cualquiera palabra, cualquiera sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos", escribió el mexicano Ramón López Velarde en 1916. Casi un siglo después, el poeta Joan Margarit trataba de explicar, porque realmente se hacía de nuevo necesario, que el límite de la poesía es el de la emoción.

La emoción no puede estar de moda. La emoción es universal e intemporal. Y la poesía tiene que emocionar. Ante tanta incertidumbre, para nuestra sorpresa, una gran parte de los nuevos poetas en español se han adscrito a una tendencia tan experimental como oscura. Como los hombres que rodeaban a Orfeo para escucharlo tocar su lira y de ese modo hacer descansar su alma, asisten a las preguntas de nuestro tiempo tratando de ignorarlas, entregándose al arte por el arte, renunciando a las preocupaciones que conmueven a la gente normal, a las almas que buscan respuestas, que rozan el milagro de la supervivencia y que se hacen preguntas, que sienten la incertidumbre en sus manos y en sus aspiraciones. Esa reacción de los artistas, de los poetas en particular, no es nueva. Los jóvenes siempre han tenido la tentación de contradecir a sus mayores en un arrebato adolescente en busca de construir sus identidades. En la poesía actual, ese camino supone oponerse a quienes tanto han trabajado para que la poesía se entienda, se humanice, se aproxime a la gente corriente. Si en la segunda mitad del siglo XX los mejores poetas de nuestra lengua abandonaron las liras y las torres de marfil, la poesía última, en busca de un nuevo camino, de una nueva actualidad literaria, se ha subido a un pedestal. En esta tarea se han visto legitimados por algunos poetas cuyos proyectos literarios fracasaron de manera estrepitosa precisamente por abrazar el barroquismo gratuito y la frivolidad de la moda literaria. Ahora buscan una segunda oportunidad elogiando lo que precisamente les condujo al callejón sin salida de las palabras huecas.

Queremos mostrar nuestra desolación ante esta dinámica que nos parece destructiva para la poesía porque conduce, de manera inevitable, a su deshumanización. Admiramos a poetas a los que hemos tenido o tenemos la suerte de conocer, como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Gonzalo Rojas, Claribel Alegría, José Hierro, Luis García Montero, Benjamín Prado (y los poetas de la conocida como Poesía de la Experiencia), Juan Manuel Roca, Marco Antonio Campos, Jorge Boccanera, José Emilio Pacheco, Mario Benedetti, Gioconda Belli, Oscar Hahn, Omar Lara, Waldo Leyva, Piedad Bonnett... Ellos siguieron el camino, la tradición literaria de Rafael Alberti, Antonio Machado, César Vallejo, el primer Octavio Paz, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Luis Cernuda... Son muchas las lecciones que pueden desprenderse de ese largo camino. Han escrito una poesía perfectamente entendible, han procurado reflexionar sobre el mundo que los rodeaba tratando de ordenarlo en un poema, han dialogado con sus fantasmas y con sus lectores, estableciendo una comunicación imprescindible en cualquier género literario, y han huido de las modas y de la actualidad poética, es decir, nunca han escrito contra nadie, no han tratado de ser novísimos. Estamos convencidos de que no se puede escribir poesía contra alguien, del mismo modo de que la peor idea de todas es escribir un poema sin ideas.

Los discursos fragmentarios, el irracionalismo como dogma y el abuso del artificio han supuesto la ruina de la poesía en muy diferentes etapas de la historia de la literatura. Han hecho tanto daño, que hoy la poesía está considerada como un género difícil que sólo leen los poetas, porque sólo parecen entenderse entre ellos como los habitantes de unas ínsulas extrañas.

Prueba de ello es el estado comatoso que tiene el panorama poético en la mayor parte de los países europeos, algunos de ellos con tradiciones literarias tan importantes como Italia o Francia. También es evidente la marginación que sufren los libros de poesía en cualquier espacio, ya sea una librería, un suplemento cultural, un periódico, una biblioteca... Los lectores empiezan a alejarse peligrosamente de la poesía, entre otras cosas porque cuando empezaban a intuir que se trataba de un género accesible, que transmitía emociones, algunos poetas de las nuevas generaciones están sembrando la oscuridad en la incertidumbre, eso por no mencionar las poéticas del silencio.

Cuando un poema no se entiende, el lector suele culparse a sí mismo, inducido por la idea generalizada de que el poeta es un ser con una sensibilidad diferente, superior. Una idea tan falsa como interesada. Si un poema no se entiende el único responsable es quien ha tratado de establecer la comunicación. O bien no ha sido capaz por sus limitaciones, o bien no lo ha conseguido porque no era su propósito, porque sólo buscaba la erudición y el artificio, algo que está bien visto, que tiene buena prensa y que provoca una palmadita en la espalda de la crítica, sumida en gran parte en la misma torpeza. Si un poema no se entiende, por lo general lo que sucede es que el poeta no ha hecho bien su trabajo. Los poetas somos personas normales, con los mismos temores y preocupaciones que el resto de los seres humanos, aunque tratemos de mirar con atención lo que nos rodea, buscando lo que hay detrás de la apariencia, para después afrontar el acto de incertidumbre que es escribir un poema que pueda arrojar algo de luz a la realidad.

Por estos motivos, todos los inventarios simbólicos artificiales que alejan a la poesía de su consustancial sentido comunicativo no hacen sino ocultar una falta de latido vital o de auténticas ideas. Los versos puros no necesitan disfraces ni simulada complejidad, simplemente redefinen las peculiaridades de la realidad sin abandonar jamás la atalaya de los sueños.

"Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas, / y una voz cariñosa le susurró al oído: / --¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira? / Y él respondió: / --Lo sé; / pero lo que yo siento es de verdad". Este poema de Ángel González resume de forma excepcional lo que entendemos como el milagro de la poesía, la capacidad de transmitir un sentimiento gracias al idioma y a los diferentes recursos que ofrece el género. Sin ese intento de transmitir emociones, de llenar un vacío, de reflexionar sobre el mundo, de convertirse en mil hombres; el poema está hueco, no tiene vida.

Hoy es necesario superar el artificio estéril y soso, el poema que no dice nada, el poema que enuncia y enuncia y jamás encuentra el sentido, la histeria por el experimento per se, la ingenua búsqueda de una "novedad" que jamás se halló.

La poesía nace, como todo arte, de un sentimiento humano universal como es el anhelo trascendente. Va mucho más allá de los atrevidos juegos de estilo o las oscuras construcciones lingüíticas que parecen facturados sólo para un selecto grupo de iniciados. La poesía ha pertenecido y pertenecerá siempre a la humanidad entera, es un caleidoscopio luminoso y claro que se adentra en los recovecos más recónditos de nuestra conciencia. Nace desde un yo poético pero se remansa indefectiblemente en el nosotros, creando ese espacio de comunicación universal que puede existir tan sólo entre corazones humanos liberados de escudos y armaduras. La poesía no encadena ni encorseta a su lector u oyente con fingimientos prefabricados o yuxtaposiciones carentes de significado íntimo. Al contrario, la poesía nos libera y nos reviste de nobleza, pues propicia la sensibilidad a los estímulos del mundo exterior.

En definitiva, somos partidarios de una poesía que formalmente incluso alcance el preciosismo. Pero creemos en una poesía que además comunique, que diga algo, que porte sentido. Una poesía que conmueva y, en el mejor de los casos, estremezca, cimbre, cumpla con el rigor de lo poético que pedía Robert Graves, cuando se refería a la diosa blanca: "El motivo de que los pelos se ericen, los ojos se humedezcan, la garganta se contraiga, la piel hormiguee y la espina dorsal se estremezca cuando se escribe o se lee un verdadero poema, es que un verdadero poema es necesariamente una invocación de la Diosa Blanca". El poema entonces, también es un dictado, un puente hacia lo otro, hacia lo más. Quizá Borges, mitad con ironía, mitad en serio lo explique mejor cuando contaba lo siguiente: "Se trata de una cita de Bernard Shaw. A éste le preguntaron: "¿Usted cree realmente que el Espíritu Santo ha escrito la Biblia?", y Bernard Shaw contestó: "No sólo la Biblia, sino todos los libros que vale la pena releer." Es decir, para Bernard Shaw,el Espíritu Santo es lo que antiguamente llamaban la Musa."

Pero, a fin de cuentas, ¿la musa para qué y por qué? Porque todo se hace para alguien, y la musa es la emoción y el talento, una metáfora de la necesidad de comunicación que tienen todas las personas, de sentirse comprendidas, de encontrar respuestas. Y también para dar cuenta de nuestra existencia concreta, del aquí y el ahora, de la manera en que participamos del mundo. Para mostrar la sensibilidad de nuestro tiempo, un tiempo lleno de incertidumbre sobre el que la poesía puede seguir arrojando algo de luz si los poetas quieren.

Seguimos creyendo que una de las misiones de la poesía es enfrentarse al poder. Y el poder de hoy no hace más que invitarnos al silencio, al fragmento, a las subjetividades ensimismadas y a la pérdida de diálogo entre las conciencias. Queremos decirle adiós a todo eso.

jueves, 23 de junio de 2011

El asombro de los ácaros


Ácaros al sol, Débora Benacot, Fundíbulo Ediciones, Mendoza, 2011, 232 pág.


por Sergio Pereyra

Uno de los trabajos más largamente esperados del ambiente poético mendocino ha visto la luz. Este otoño, por fin, Débora Benacot sacó sus Ácaros al sol. Y a juzgar por el resultado -una suerte de summa poética de esta habitué de recitales y antologías- la espera valió la pena.

Si fuéramos por partes –las cinco que integran el libro- este comentario excedería sus intenciones. Nos concentraremos, por tanto, en el aspecto que, como un perfume, impregna el conjunto. Porque más allá de las temáticas y de las formas que la poeta maneja con singular pericia, el libro responde a lo que en este momento se nos ocurre denominar como «una poética de la extrañeza».

Es que el sujeto que enuncia los poemas de Benacot, al mirar el mundo como si fuera la primera vez consigue uno de los propósitos más apreciados de la literatura: presentar la realidad desde una perspectiva nueva, insólita; donde un verso puede desmontar una idea petrificada por el uso. Así, el yo lírico, al dirigirse a una segunda persona, afirma: «Estás ultimando los detalles./ En el minuto más pensado/ lo apuñalas» (el resaltado es nuestro).

Y este sujeto extrañado no lo está solo por lo que ve o piensa (la de Benacot, en diversos grados, es siempre una poesía reflexiva), sino que su asombro se agudiza al usar el lenguaje, que pierde su sentido habitual y se llena de otros más traviesos, menos convencionales. En «Las cosas que hay que bear» el poema concluye: «Este oso también/ es bisexual/ y entonces goza el doble». Juego que, al repetirse, responde a un programa de la poeta enunciado en «Ludópata»: «Jugás con las palabras/ porque acaso/ pensás que ya aprendiste algunas reglas/ y aunque casi siempre/ la lengua te haga trampas/ y pierdas/ no podés evitarlo// tenés debilidad por las revanchas».

Extrañeza que por supuesto nos alcanza a nosotros, los lectores, que nos vemos forzados a desautomatizar nuestro pensamiento, respecto de la vida en general, pero también de los discursos en particular. Entre otros, el de la publicidad:


Si la vida lo agobia
si no halla un sentido
si los dioses pedestres
desoyeron sus ruegos
he aquí una propuesta
que le hará estirar la pata:
sea suicida en nuestras academias,
con todo éxito.

(«Si la vida lo agobia»)


O el de los mandatos sobre los usos del cuerpo (que también son discursos):

A nadie rindes cuentas
a nadie decepcionas
hace tiempo renunciaste a la parodia
de acometer una vez más
el himen perfecto.

Tu cuerpo es una fiesta
y están todos invitados

(al fin y al cabo
nunca soñaste con ser
una heroína
de Mármol).

(«La edad de merecer»)

En un mundo que tiende casi maniáticamente a apoyar sus pies sobre el cemento de lo conocido, que las ideas se desautomaticen, o más técnicamente se (nos) desconloquen, es un obsequio que solo la poesía puede hacernos.

Un cuestionamiento que acaso podría deslizarse hacia algunos pasajes del libro es su carácter de código para el hoy («Amado Vudú», «Justicia poética»); y es probable que si, nos apuran, coincidamos. No obstante estamos cada vez más convencidos de la futilidad de imaginar la trayectoria posterior de un texto. Un texto es presente (presente que incluye a los lectores dispuestos –con los códigos del hoy- a embarcarse en él).

Si como afirma Barthes: «la literatura es una cuestión de efectos, no de intenciones», Ácaros al sol es una lección ejemplar para los jóvenes que se inician en las lides de la poesía (a esta altura de la soiree, ¿alguien duda que un buen poema es el resultado de una lucha encarnizada con el lenguaje?), pues la forma (híper trabajada, trabajada hasta el punto de que cuando el texto ya no puede retocarse, el trabajo sobre la construcción del sentido se continúa en la edición, precisa y preciosa en este caso), la forma, decíamos, nunca asfixia el contenido, y se dispone de acuerdo a un efecto siempre buscado, nunca aleatorio.

La extrañeza –o sorpresa, o asombro-, entonces, que producen estos Ácaros al sol, nos alcanza por varios flancos: por la madurez de un primer libro, por la singularidad de ese libro (el humor nada inocente de la voz que enuncia los textos resulta una rara avis en un medio donde la gravedad y lo coloquial se disputan la hegemonía); por la posibilidad, en fin, de que aunque un poema no cambie el mundo, ni anude el hambre, ni aplaque guerras conserve aún la posibilidad de sorprendernos.


Algunos poemas de Débora Benacot

Cursi

A dos pasos del infierno
está tu beso
ese que aún no me das,
pero que intuyo
tanto ignoro de vos,
igual
te elijo entre los hombres
me afilio a tus pestañas
proclamo el renacer
del fuego en extinción de los amores
que valen el intento.
A tres días del dolor
el purgatorio decide prescribirme
la pena ambulatoria
endeble libertad bajo palabra
por eso aprovechemos
mientras siga en proyección
este holograma.

*

in aeternum

A veces
en mitad de la noche
te incorporas de pronto
de algún sueño
y lo entiendes absolutamente todo
tanto lleva este mundo
boyando en el espacio
naciendo y deshaciendo
las órbitas, las vidas, las estrellas
hace tiempo, algunos
soltaron la flecha
bajaron de los árboles
encendieron el fuego
inventaron la rueda
y hace poco vos,
en tu pieza,
doble clic al insomnio
y sigamos andando.

*

Amado Vudú

Brujas opositoras:
¡Ya está en todas las jugueterías
el auténtico muñeco de trapo
del ministro de economía!
hasta agotar stock
(no incluye alfileres).

*

Rocío Baldío

9 en una pieza para 3
por eso ella se siente libre
por las noches.
Cuando vuelve
de su prolija cacería de cartones
siempre para en una plaza desierta
taciturna
allí abre los brazos, cierra los ojos, respira la sombra,
contempla en calma las almas del verde,
la ausencia de los pájaros que duermen.
Durante esos segundos
olvida un poco el hambre.
el sinsabor
de manos extrañas en su ropa.
Entonces juega -sin saberla
ritual comunión del desamparo:
y es la novia que lleva
algo viejo (casi todo)
algo azul (el frío en sus pies descalzos)
algo robado (manojo de flores rancias que oficiarán de ramo).
Suspira cuando piensa, resignada,
qué perra suerte tuvo
qué lejos ve pasar por su costado
la fastuosa nave de los pocos.
En cambio,
mientras siente en los párpados cerrados
el aire libre de la noche fresca,
en su comarca de ratas y luciérnagas
ella sueña que es la reina buena
del final feliz de un cuento
que nunca le contaron.

*

Muebles de jardín

Una mesa de pequeñas dimensiones
para salir a cebar
mientras los pájaros se aburren
del otoño
una mesa y dos sillas
porque cebar es transitivo
sobre la mesa papeles
preferentemente en blanco
para escribir al vuelo
lo que unos pájaros
cantan a desgano
mientras se aburren
del otoño.

*

Consuelo de tontos

Un poema no cambia el mundo
ni anuda el hambre
ni aplaca guerras
y sin embargo
en el lugar y momento indicados
tal vez pueda ser
una tregua de palabras
embrague de los mundos
cierta especie de alimento.

martes, 14 de junio de 2011

Los primeros 25 años sin Borges



por Pablo E. Chacón*

(Especial agencia Télam)

Nació en Buenos Aires el 23 de agosto de 1899, en una casa de la calle Tucumán, entre Esmeralda y Suipacha –pleno centro de Capital Federal–, hijo de Jorge Guillermo Borges y Leonor Acevedo Suárez, a quien siempre se refirió como “madre”.

La leyenda dice que el escritor Jorge Luis Borges es heredero de una doble tradición, una militar y otra literaria (con algunos cruces): Jorge Guillermo es autor de la novela El caudillo, recuperada de entre diversos cartapacios por la editorial Mansalva, dirigida por el poeta rosarino Francisco Garamona.

En 1901, una vez nacida su hermana Norah, la familia se mudó al barrio porteño de Palermo, donde el joven conoció los ambientes prostibularios, los cuchilleros y los compadritos que desafiaban las buenas costumbres del barrio, mítico exclusivamente gracias a Borges.

Jorge Guillermo leía y escribía inglés, profesión de fe que transmitió a su hijo (también su abuela, Fanny Haslam), además de enseñar psicología y filosofía en sus clases, la lectura de sir George Berkeley y Henri Bergson, teóricos uno del mundo como ilusión y el otro de la duración y el tiempo.

Ese universo se completaba con las figuras del poeta romántico Juan Crisóstomo Lafinur y Edward Young Haslam, editor del diario The Southern Cross. La biblioteca de Borges estaba poblada “de ilimitables libros ingleses”.

La vertiente militar de la familia, representada por Isidoro Suárez, quien “a la edad de 24 años dirigió una famosa carga de caballería peruana y colombiana que decidió la batalla de Junín”, y el coronel Francisco Borges, fallecido en la batalla de La Verde, en 1874.

La leyenda también cuenta que el niño reveló a sus padres el deseo de ser escritor a los 6 años. A los 7 escribió su primer pieza, La visera fatal, inspirada en la lectura de Cervantes. A los 10 publicó una traducción al castellano de El príncipe feliz, de Oscar Wilde.

En 1914, los Borges parten a Europa; recorren Londres, París, Ginebra; estalla la guerra; obligados a quedarse, eligen Ginebra, donde Jorge Luis cursa tres años del bachillerato en el Lycée Jean Calvin, donde aprende alemán y francés que junto al castellano y al inglés cultivará toda su vida –los mismos idiomas que dominaba Samuel Beckett–.

Borges no para de leer, filosofía, poesía, historia, narrativa; frecuenta expresionistas, surrealistas, dadaístas; se traslada a Italia, a España, conoce a Cansinos-Asséns (traductor de Las mil y una noches); forma parte del ultraísmo. Y vuelve a la Argentina en 1921, no sin haber pensado más de una vez en el comunismo.

En la capital argentina publica Fervor de Buenos Aires en 1923; Luna de enfrente, en 1925; Cuaderno San Martín, en 1929. Funda revistas, hojas literarias, la revista Prisma y participa de la segunda época de Proa. Enseguida, su primer libro de ensayos, Inquisiciones.

Después vendrían El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos. Los volúmenes son excluidos de sus Obras Completas, pero publicados después de su muerte.

Es colaborador del diario Crítica y de la revista Sur (fundada por Victoria Ocampo en 1931). Es conocido por su ironía y la precisión de su prosa: el castellano, influido por España, hasta Borges, se caracteriza por el exceso retórico.

Amigo de Adolfo Bioy Casares, Pierre Drieu la Rochelle, Dardo Cúneo, Ezequiel Martínez Estrada, Ulises Petit de Murat, Xul Solar (discípulo de Macedonio Fernández); Discusión, su primer libro oficial, aparece en 1932.

Pasarán 30 años hasta su consagración en Europa, de la mano de Roger Caillois. Será resistido por la izquierda y por la derecha, por los peronistas y los antiperonistas, pero sólo lo leen sus amigos y los izquierdistas de la revista Contorno.

En esos años publicará biografías de Leopoldo Lugones, Evaristo Carriego, estudios de literatura inglesa, escandinava, japonesa, una Antología de la literatura fantástica (junto con Bioy y Silvina Ocampo), los Seis problemas para Isidro Parodi (con Bioy Casares), una Historia universal de la infamia, Historia de la eternidad, Ficciones, Otras inquisiciones y cantidad de poemas e intervenciones.

Su reconocimiento es tardío, posterior a un accidente que le hace perder la vista cuando tenía 55 años, y contemporáneo pero universal. Es la consagración, que redunda en premios, doctorados, invitaciones, distinciones.

Borges es la superación de la literatura regional, que nunca niega que su origen es producto del desierto argentino.

Posiciones políticas complicadas lo excluyen del Premio Nobel, pero en 1980 es una de las personalidades que firma una “Solicitada sobre los desaparecidos”. Y en 1982, durante la guerra de las Malvinas, uno de los pocos que vislumbra el advenimiento de la democracia.

En 1985 se casa con María Kodama, el mismo año que publica su último libro, una colección de poemas, Los conjurados. El 14 de junio de 1986 fallece en la misma ciudad que de joven lo vio estudiar, Ginebra.

Está enterrado en el cementerio de Pleinpalais de esa ciudad, no lejos de la tumba de Voltaire.


*Pablo E. Chacón nació en Mar del Plata en 1960. Poeta y periodista. Publicó por Libros de Tierra Firme los libros El grano del invierno (1994) y El Espía (1997) y Calor quieto (2000).


Tres poemas imprescindibles de Jorge Luis Borges



POEMA DE LOS DONES

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

*


EL AMENAZADO

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. De que me servirán
mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el
aprendizaje de las palabras que uso, el áspero Norte para cantar sus
mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los hábitos, el joven amor d e mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta
a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,
pero la sombra n o ha traído la paz.

Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)

El nombre de una mujer me delata.

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

*

POEMA CONJETURAL


El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:

Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

jueves, 9 de junio de 2011

El Desaguadero/Número 9


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