jueves, 19 de agosto de 2010

El Desaguadero / Número 7



ENTREVISTAS

«La palabra es un dios sin ateos para los poetas»

por Fernando G. Toledo

NOTAS Y ENSAYOS


por Paula Seufferheld


por Sergio Pereyra


EL REPORTAJE HAIKU


por Fernando G. Toledo


LA HISTORIA DE UN POEMA


por Alicia Genovese


RESEÑAS CRÍTICAS


por Hernán Schillagi


INFORMES Y CRÓNICAS

(Crónica poética a mitad de semana)

por Cecilia Restiffo


VERSO LIBRE


presentación por Hernán Schillagi


NOTICIAS Y ADELANTOS



sábado, 7 de agosto de 2010

Entrevista a Carlos Levy

«La palabra es un dios sin ateos para los poetas»



por Fernando G. Toledo


Había una promesa: le iba a hacer una entrevista. Me había preguntado por qué, y le había dicho que estaba de más explicarlo: él es una leyenda de las letras mendocinas y es bueno que las leyendas se presten al diálogo. Lo que no le había dicho es que quería una entrevista para que él hablara en el Día del Escritor, es decir, el 13 de junio. Porque había que buscar a alguien a quien no le quedara grande representar a un escritor a quien mereciera saludar en ese día. Y a Carlos Levy el traje le quedaba a medida.
Los días conspiraron al principio. Me esperó en su librería, en el café, y nos desencontramos. Así que el encuentro se dio en un lugar extraño: el hall de la Municipalidad de San Martín, donde se apersonó para la presentación del último libro de su amigo Oscar D’Angelo. «Es el segundo año consecutivo que festejo el Día del Escritor en San Martín. Las cosas que están organizado últimamente en Cultura son lamentables», anotó, y antes que nos diéramos cuenta habíamos comenzado la charla.

–Estamos dialogando, Carlos. ¿Un poco es eso la poesía?
–La poesía es un diálogo... un diálogo del hombre con el cosmos. Solía decirse que los poetas eran los espías de Dios, pero no es así. Si es espía de alguien, lo es de sí mismo. Se pregunta para hablar con el cosmos. La poesía es un nexo entre un microcosmos, que está adentro, y un macrocosmos, que está afuera. Pero los dos son infinitos y, así, siempre hay un diálogo.

–Sos la excusa para hablar del Día del Escritor. ¿Por qué creés que te elegí? O, digamos: ¿Qué has hecho para merecerlo?
–¡Yo no hice nada! En todo caso, lo hicieron mis maestros. Ortega y Gasset decía que el hombre era él y sus circunstancias: el poeta es él y sus maestros. Yo tuve a (Ricardo) Tudela, (Américo) Calí, (Vicente) Nacarato, (Juan) Draghi (Lucero) y, fundamentalmente, Fernando Lorenzo. Con ellos compartí noches interminables de vino, de poesía... y de cabarets también.

–Carlos Levy nació en Tunuyán en 1942, ¿allí también nació el escritor?
–Sí. Cuando me hacen dejar Tunuyán, a mis 10 años, se convierte en mi paraíso perdido. Allí pierdo mi diálogo con la geografía abierta... Ahora soy sordo. Pienso que voy a seguir siéndolo hasta que regrese a Tunuyán a recuperar el murmullo de esa naturaleza. No hay silencio en el campo...

–...hay que saber escuchar...
–Exacto. Por eso puedo soportar no vivir en Tunuyán, pero no podría soportar morirme fuera de Tunuyán.

–Esto es algo que puede decir el poeta, pero antes de que lo fueras, ¿cómo te fuiste convirtiendo en eso?
–Con preguntas. Todo empieza con preguntas. Tengo un recuerdo de una tarde, un libro, un «té con hielo», y todo eso me hace preguntar, empezar a partir... Ahí hubo un conjuro. Que no es misterioso, ni mágico, ni teológico, ni siquiera artístico. Es simplemente una insistencia de seguir preguntando. Todo por el amor a esto que se llama la palabra. Siempre fui charlatán. Amo la palabra. Creo que, para un poeta o para todos los poetas, la palabra es un dios sin ateos.

–A propósito, en un poema decís que la poesía es «pan del corazón». ¿Quiénes son los que más te dieron de comer?
–Son muchos: todo poeta tiene su maestro mediato y su maestro inmediato. Mis maestros inmediatos fueron Tudela, Fernando Lorenzo o Ricardo Embrioni. Y entre mis otros maestros, más lejanos, el fundamental fue César Vallejo. Un poeta de la búsqueda desesperada por una pregunta. De alguna manera, Pablo Neruda también es un paradigma, como lo fue Walt Whitman. Y un poeta formidable, norteamericano, considerado un poeta menor hasta que escribe la Antología del Spoon River: Edgar Lee Masters. Y más cercano, creo que Juan Gelman, Francisco Urondo, Marcos Silber.

–Lo judío está muy presente en tu poesía... Poeta, judío, argentino... ¿no es demasiado?
–No lo sé. Fijate: en una novela que terminé hace poco, le preguntan a un religioso qué significa ser judío. «Es fundar el adiós», responde, «es saber rendirse, saber perder». Por el otro lado, el ser judío no significa ser israelí. Eso es clarísimo. A mí me parece que en estos momentos Israel es un estado nazi. Ningún genocida puede ser judío. Por otra parte, no hay mayor judío que yo en la superficie de la Tierra, pero soy ateo.

–Eso está claro: en uno de tus poemas le prometés a Dios que te vas a olvidar de él. Ese «señor» parece que está bien olvidado para vos...
–Ésa es una oración de un ateo, que escribí. Los ateos tienen un dios: está en todos lados y en ninguna parte, está en el corazón de un amigo, en la desidia de una mujer, en la soledad de Marilyn Monroe, en la azada del labriego, en el golpe que le dan al torturado. Es un dios de los no creyentes, de los desesperados.

–Hacé de cuenta que estás a punto de ponerte a escribir un poema. ¿Qué sabés que no le va a faltar a eso?
–Le pongo, sobre todo, emoción. Creo en el trabajo del poeta, no en la inspiración. Creo en las correcciones, en las búsquedas, en la endonavegación, en las preguntas. No creo en los poemas que vienen del cielo como un rayo misterioso, como dice el tango. Eso no existe. La poesía es un oficio, un ejercicio. Yo soy poeta como pudiera haber sido panadero, médico, agrimensor, sastre, bailarín.

–Como un panadero... ¿siempre están los mismos ingredientes?
–Los poetas siempre hablan de la mismas cosas: el amor, la vida, la soledad y la muerte. Si vos lográs un texto, un poema que no hable de alguna manera de eso, yo creo que tenés que figurar en el libro de los récords Guinness. Es imposible. Pero, por otra parte, la magia de la poesía está en que para hablar de cuatro cosas, que tenemos que reducir después a una, hay 80 mil vocablos. De la única manera que se puede hablar de eso es con memoria. ¡Cómo no va a haber magia en la poesía! La única exigencia es que aquella poesía que no esté llena de seres vivos, de situaciones límites (alegría o dolor, odio o amor, muerte o nacimiento), no sirve y está señalada por el dedo del olvido.

–El Arco del Desaguadero recibe a sus visitantes diciendo de Mendoza que es la «tierra del sol y del buen vino». Vos le agregarías «de las buenas minas»...
–(Asiente con la cabeza).

–¿Y tendría que decir también: «la tierra de los poetas»?
–Hay poetas que lo ameritan: Armando Tejada Gómez. Fernando Lorenzo... ¡la pucha! Y hay miles de poetas, y hay miles de poetas inéditos, y hay poetas que no saben que son poetas. Pero eso no es importante, porque del Desaguadero para allá también hay poetas en San Luis: Marta Baigorria, Mario Jofré, Antonio Esteban Agüero. En San Juan, Leónidas Escudero... Las provincias no deben adueñarse de sus poetas. Creo que, a esta altura de los acontecimientos, lo importante es hablar de la patria como planeta, como territorio cósmico. Cada uno con su bandera, cada uno con su himno, con sus comidas, su estrella, sus próceres, pero pensando planetariamente. Eso es lo que el poeta es.

–También sos librero. Si entro a tu librería y te pido que me recomendés un libro de Carlos Levy, ¿cuál es?
–Primero te recomendaría que comprés otro...

–Pero los lectores son cabezas duras...
–Te recomendaría el último: Viejo hotel. A otro le recomendaría mi traducción al sefardí del Martín Fierro, que es una de mis más grandes satisfacciones. Porque me permitió unir a la Argentina, que es mi tierra prometida, con esa cultura heredada y enquistada en mí.

–Me parece que elegí bien al buscarte para homenajear a los escritores dejándote hablar... Pero me dijiste que eras charlatán: ¿qué te quedó por decir?
–Una vez me pidieron un currículum, y al final le puse: «Me considero mejor cocinero que poeta. Ninguno de mis amigos leyó dos veces un libro mío, pero todos me piden que los invite a almorzar de nuevo».

Algunos poemas de Carlos Levy


Oración un 31 de diciembre


Oh Dios de los ateos
de los locos y los suicidas,
de los marineros sin mar
y de los que se navegan por dentro,
vos que no hiciste ni el cielo ni la tierra
ni el sol
ni el bien
ni el mal
que estás en el viento y en la lluvia
y alterás tu ruta ante los templos;

Dios silente que fundaste la palabra soledad
y nos diste los puntos cardinales

Dios Señor de los manicomios
de los mapas húmedos y olvidados
en la oscura dimensión de las postales;
Dios de Artaud y Dios de Whitman
de Erdosain y de Fijman
del Lucio que tenía cada vez más fantasmas
y de aquella,
Marylin que se murió de estar tan sola.


A esta hora de la tristeza
Dios que estás en nosotros
no nos olvides ahora.

Hoy 31 de diciembre de este siglo pavoroso
danos a nosotros un poco menos de cordura
quítanos los límites humanos
y desata las cuerdas de nuestros cuerpos
no nos dejes caer en la tentación del letargo
no nos prives del viento, tu palabra
no nos abandones mientras estemos vivos
que el día de nuestra muerte
prometemos olvidarte


                                  Amén

*


Génesis de un poema de amor

Escribo tu nombre
y tengo el comienzo del poema
Le agrego tal vez la palabra aire
entonces digo
«tu nombre y el aire»
Pero acaso puede haber
un poma con tu nombre
donde no navegue un barco?
Es claro, lo que quiero decir es que,
«tu nombre navega
en el aire como un barco».
Sin embargo
hay que aceptar
que los barcos del crepúsculo son tristes,
y que el poema
ya no es el que fuera.
Leo:
«tu nombre navega como un barco
triste en el crepúsculo».
Y me niego
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo».
Reflexiono. Demasiado breve.
Afuera el otoño crece en el amarillo de la melancolía.
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo
aunque el otoño te empuje
con el viento de las melancolías».
Pero, caramba, se me ha filtrado la palabra viento,
y, el viento es un pájaro de aire, ay.
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo
aunque el otoño te empuje
con el viento de las melancolías
te prefiero volando como un pájaro de aire».
Además, hay algo más;
debo confesarte que te imagino,
girando,
en un sistema de risas, por eso,
«No quiero que tu nombre
navegue como un barco
triste en el crepúsculo
aunque el otoño te empuje
con el viento de las melancolías.
Te prefiero volado
como un pájaro de aire,
te prefiero girando
como un sistema de risas,
volando,
             girando,
                         volando».
Ya ves,
no escribí tu nombre, todavía,
y ya tengo
el comienzo del poema…

*
de Viejo hotel, 2008

YO

          No dejo de preguntarme qué habrá sido de aquél que fui.

Ya no soy,
la aventura que iba a llevar mi apellido,
y sólo me quedan del pasado los retazos,
         que se le antoja devolverme la memoria.

Han de creerme que tuve mi buen tiempo,
cuando las cosas me ocurrían
         sin cuestionarme demasiado.

Pobrecito de mí,
         creí que todo lo sabía.

Ahora entiendo
la filosofía aquella,
          del sólo sé que no sé nada.

Es tarde,
el reloj idiota
          no se detiene ni para que yo le dé cuerda.


viernes, 23 de julio de 2010

Tamara Kamenszain, Solos y solas

por Hernán Schillagi

Como un extraño espécimen de la poesía neobarroca argentina, Tamara Kamenszain se admite sobria y de pocas palabras. La potencia de sus poemas surge quizá desde las fuentes de la narrativa. Es allí, entonces, donde una cadencia sensual y hasta tanguera sale a cazar los versos. Autora de varios volúmenes (La casa grande, Tango bar, El ghetto), ensayista especializada en poesía (imperdible La boca del testimonio), publicó en 2005 Solos y solas (Lumen) de donde son extraídos estos poemas.


Soy la okupa de mi propia casa
desde que la propiedad se fue de mí
ya no tengo escritura y como en los sueños
la puerta de entrada me espera afuera
para que todo empiece de nuevo
atravieso de canto esa hospitalidad
atrás de los cuadros debajo de los muebles
se aquerencia un techo nuevo
donde hubo hogar quedan fotogramas
vos tú él el hombre con la cama doble
mudado por el cuarto a la deriva paso a paso
los libros del living lo siguen arrastrados
en un maletín que se desfonda y es en el baño
donde la mochila ruge por última vez.
Hablo de un inodoro que nos traga lejos
hasta otras casas.

*

Un par de gemelos se ríe de los puños
en el fondo áspero del cajón
ya no hay camisas es gente descamisada
la que ahora me convoca
rozo una manga me aplican lo que pide un codo
entre aprendices nos pisamos el poncho
bailarines a la rastra muñecos de aserrín
acoplan a la orquesta la letra de su anonimato
cuando en el colmo sudado del salón
la fobia a mí me desgañita
hasta el guardarropas en un paso de salida
teatros pizzerías música interrumpida de walkman
pasan de largo por el bajón de la marquesina
off off de los solos y solas
se apaga en la boca del subte.

*

Soy sin ellos la cenicienta en radio taxi
todos en uno se libran de mi fiesta
la soledad da ese paso que arrastra con la música
el eco del eco de lo que pueden los letritas:
hacer una canción que diga lo que somos
nuestro sentir más íntimo
dos o tres palabras lisas y llanas
el camino más corto para llegar a casa
cuando la radio le enciende al del horario nocturno
una compañía. Su nuca me ve: estoy sola,
ni la llave me alcanza para sentirme dueña
de la cama doble.

*

Por la puerta entornada de los sueños
entró todo lo que las palabras no dicen
cada vuelta de llave me introdujo
hasta la casa en su escena primaria
casa ahora es cuerpo y yo
acabo chupada por la lengua
me voy de boca el subte está oscuro
vos no venís ustedes no vienen siempre nosotros
en un efecto pornográfico de grupo
nos desconocemos cuando nadie pero nadie
ni siquiera el que transpiró en mi hombro
tiene el número de teléfono.

*

Te llamo o llamame
en el club en la escuela en el campamento
repetir y repetir nuestros apellidos
dejó agendada de oído
una comunidad futura
entre vernos y dejar de vernos
media vida hasta ahora ya fue
ahora somos parias de casamentera
dos que no hacen uno en la cuenta regresiva
nos encontramos sin nada en común
con otros tan comunes como nosotros.

martes, 13 de julio de 2010

El reportaje haiku: Omar Ochi, en el desierto


por Fernando G. Toledo



Omar Ochi
es el flamante ganador del Premio Vendimia de Poesía 2010. Y no sólo eso, el estudiante de Letras en la UNCuyo, nacido en Maipú, es también, con sus 21 años, el más joven ganador de este certamen hasta ahora. Libro del desierto, el libro con el que obtuvo este galardón, es un viaje hacia la búsqueda de la palabra y, mientras esa cacería silenciosa se produce, el también autor del inédito Edel, se propone responder estas tres preguntas.

1. En este momento
–¿Qué podés decirnos de Libro del desierto, que acaba de ser premiado en el Certamen Vendimia de Poesía 2010?
–Primero que nada, confieso que fue una linda experiencia y un gran privilegio escribir este libro: acá he dejado mi sangre, mi llanto, mis gritos; y antes de construir los escenarios de la obra, he tenido que conocer mis propios desiertos. Ahora paso a decir que el Libro del desierto está basado en la aventura de un poeta que viaja al desierto para encontrar la palabra. En un principio, se habla de la «Separación» tanto física como abstracta de este hombre que se aleja de su amada, de su propio cuerpo y de su mundo espiritual para mirarse de cerca, aprender su nombre verdadero y así estar listo para el encuentro con la poesía. En la segunda etapa, tenemos los «Espejismos», que son poemas titulados con números romanos, y sin comas, ni puntos. Acá, se dan a conocer una serie de visiones y auténticos espejos que enriquecen la obra y traen a escena distintos criterios y distintas marcas de la tradición literaria. Después viene la «Poesía», donde el yo lírico destaca sus valores y se encuentra con ella, cara a cara, justo en el final del desierto. El libro consta de cincuenta poemas de contenido muy significante y métrica libre. En él se hallan inscriptos un conjunto de metáforas, alusiones bíblicas, alusiones al presente y cambios en la persona del yo lírico. Además, es importante añadir que este libro no se refiere a ningún desierto en particular (aunque tiene rasgos muy propios del Sahara y el desierto cuyano), sino que nos ofrece un mundo más completo, o mejor dicho; el desierto de las situaciones humano-literarias.

2. En este lugar
–¿Cómo ves la poesía actual en Mendoza y cuáles son los poetas, de cualquier geografía, que te interesan?

–A Mendoza no le falta letra, ni versos, ni talento. Al contrario. Creo que en este último tiempo se han enfatizado la lucha y la labor de aquellos poetas cuyanos que intentan gritar en voz alta. Es decir, se han multiplicado las posibilidades de sacar a la luz a aquellos genios escondidos (lo vemos en el surgimiento de los certámenes, blogs y grupos literarios). Pues de eso se trata nuestra nueva lucha por la palabra mendocina: incentivar al reconocimiento; sacar todo afuera. Con esto, estoy diciendo que los escritores de nuestra provincia son tan capaces de inventar una obra maestra como el resto de los argentinos que trascienden en el mundo de la literatura. ¿Por qué dudarlo? Hay una gran capacidad. Sólo insisto en que debemos ser perseverantes en la difusión de los poemas y hacerlos circular en todos los lugares posibles. Entonces, veremos qué tan capaces somos aún. Aunque, a decir verdad, paso a paso lo vamos logrando. Hay una evolución. Mendoza tiene su verbo y su caudal. Con respecto a los poetas que me interesan, te puedo nombrar un Juan Gelman. Luego: Neruda, Benedetti, Borges, Pizarnik, Aleixandre y García Lorca. Aunque estos últimos son autores difuntos, sus poemas hablan solos, y la palabra perdura en el tiempo.


3. Una reflexión
–¿Creés que las nuevas tecnologías, como internet y especialmente los blogs y las redes sociales, pueden influir para hacer que la poesía sea un género más leído de lo que es en la actualidad? ¿Te interesa que así sea?

–Muy buena pregunta. Y sí, influye bastante. No hay que olvidar que en estos tiempos la poesía es origen y esencia. Por lo tanto, es necesario que abarque la mayoría de las cosas y sea difundida mediante cualquier sistema global y cualquier método. Y fijate que esto nos facilita el acceso directo a los autores desconocidos, ya que uno tiene el deseo de conocer a un artista, pone su nombre en el buscador, y al instante, encuentra una o varias páginas referidas a tal sujeto. Y lo de los blogs es un gran avance y, a su vez, un incentivo. Ahí establecés un contacto virtual (no deja de ser literario) con otros vecinos de la literatura, y empezás a creer que la poesía no puede ser derrotada por el paso de las distintas edades y no duerme en viejos trapos. Es un tema que me interesa bastante. Pues me preocupa esto de que la poesía, en la actualidad, es un género de pocos lectores si lo comparamos con el impacto de la narrativa. No obstante, me gustan los desafíos, y viendo que los blogs y las redes sociales influyen en la lectura de las obras poéticas, estoy a favor del progreso. Pero tampoco descartemos los tesoros de papel.

Poemas del
Libro del desiertoOmar Ochi


Uno


Estemos juntos, pero separados.
En otros besos; en distintos asuntos.
Vos por tu cuenta,
y yo con el sol en la nuca,
caminando hacia adentro,
errando los lenguajes.
Sangrando esto que es mío y tuyo:
la viajada, el sentirnos, el fuego sobre lo callado.
Uno.
Esto que no pudo ser
y al fin de cuentas,
somos.


V

la historia pone sus manos y su cabeza
en un cadalso

sus faraones o reyes muertos
no saben que saben lo de los párpados

que el ocaso nos sueña
como un pretérito como este ocaso
en que el camello de la memoria
te persigue y es castigado
con los otros

con el filósofo decapitado
con la boca sin guerras
con el amor huérfano de espadas
y la vida sin música y el poeta sin canción

el cadalso se llena del vacío
y no sabemos
pero oímos
que la muerte es la primera nota del silencio



Shida

Un momento de sequía.
No hay frutos, ni riegos, ni palabras.
Nada. Solo el hastío y la sed
de las grandes cosas.

Secos, las rosas, los labrados,
los caudales, las cisternas y la tierra.
Los ganados y las canciones.
El olvido, el buitre, mis ideas.

Secas, las gargantas.
Del día se descuelga una gota de fuego.
Nada llueve. Nadie siembra
las primeras semillas de la esperanza.

Pero sigo esperando…

Una, dos, tres horas de fragua.

La hora del canto.
Suelto la lluvia.



Elogio al barro

Sucede que tengo envidia del barro:
en él veo la carne de mis leones,
los muros del tamaño de la nobleza
y el grano más miserable.

Es todos y uno solo: hombre,
creación, poema del hombre.
Es hijo de sus manos,
y aunque nadie reconoce
sus preludios de agua y polvo,
habla con el gesto de una cara insaciable.

¿Y quién le pone fin a sus apariencias?
¿Quién es quien para despreciar
su pobreza soberana?

El barro es materia poética,
destruye, edifica
y canta antes de nacer;
canta con el beso de una lluvia,
con otra cítara,
con otra boca y otras manos.

El barro (mientras sigue siendo barro)
no tiene voz, ni forma, ni lengua,
pero canta.


La vida de un escritor

No se habla de tus laureles,
ni de los montes que tiemblan
ante el poder del poeta.
No se trata de verdades
la pluma que piensa y juzga
el valor estético de tus venas.

No hablo de tu antigua vida,
sino del rostro que veo
en el fondo del espejo:
espejo de tu voz en la nada,
escribiendo a oscuras,
hombre abandonado.

Hombre y dos veces dolor;
gritando sin ser oído,
llorando lágrimas que lloran.
Puedo imaginarte caminando
entre gentes y ciudades,
pero siempre caminando solo.

Puedo vestirte
con la desnudez de mis canciones,
porque ya conozco este asunto:

Escribir es volver
a la semilla y la tierra,
aprender las virtudes de las piedras
y entregarse al vuelo.

Es esto que sufrís
en la cruz de las palabras
poniendo clavos en el alma
y sangrando luz en cada verso.

miércoles, 30 de junio de 2010

El último juguete posible

El ático, Daniel Mariani, Ediciones del Copista, Córdoba, 2009, 55 págs.
Ilustraciones: María Elena Bazán


por Hernán Schillagi



El secreto mejor guardado de todo poeta es el siguiente: escribir para modificar indirectamente el pasado a su gusto y conveniencia. Pero si ese tiempo pretérito es la infancia, cuánto más todavía hay para transformar con sustancias como la metáfora y las imágenes.

En El ático, Daniel Mariani (Córdoba, 1981) realiza una propuesta serial tan inquietante como perturbadora al titular cada uno de los poemas de su libro con el nombre de un juguete o un juego: «Deslizo un auto rojo/ por la mesa de vidrio./ Nadie ve cómo pruebo su destino sin frenos/ en el borde,/ en el aire,/ en el peso/ que abre su cuerpo indestructible/ para que yo entienda/ la muerte de mi padre» (Duravit). Ya desde el primer poema, un inocente elemento de recreación se transforma en el prisma donde la luz de la realidad se irá descomponiendo hasta mostrar lo sórdido que hay detrás de cada recuerdo, de cada olvido.

Si repasara desprevenido el lector todo el índice, hasta podría caer en la nostalgia: Bicicleta, Trompo, Barco de papel, Barrilete; entre otros entretenimientos infantiles clásicos. Es aquí donde la trampa de Mariani comienza a activarse. Ya que en poemas breves y precisos en adjetivación, un latigazo nos enfrenta a una condensación feroz que nos hace volver la mirada hacia un lugar que creíamos intocable: «Escarbé con una idea y una pala/ pero el mundo era demasiado grande… (Arena)».

Pero hay un par de preguntas que, a medida que avanzan los poemas, comienzan a rondar. La primera, «¿en qué consiste el juego?». Mariani revuelve entre los cajones de las palabras para apilar versos como en Rastis, donde logra construir un caligrama sutil y efectivo. También la elipsis es una herramienta lúdica, pero que es utilizada para constituir un sentido, es decir, la fragmentación de los recuerdos: «Papá y el abuelo saben / que cada palabra es una guerra. / Juegan. Mueren de a poco, callados… (Ajedrez)». La otra pregunta que se asoma y pide gancho al autor sería, «¿para qué juega?». Si Roberto Arlt propuso a la literatura como un juguete rabioso, en los rincones de El ático hay una voz que muestra a la poesía como el último de los juguetes posible para un adulto. Un juguete oculto que funciona como un talismán profano para distraer la muerte de los seres queridos, de los momentos felices y, de algún modo, reemplazarlos ante la soledad.

Como afirma Vlady Kociancich: «los niños no sólo crecen en altura sino en profundidad, como las plantas marinas, invisibles hasta que una ola casual las arrastra a la superficie y su rareza desconcierta». Entonces en El ático, lo que sorprende es la honestidad y el lirismo reflexivo –escasos en estos tiempos de cartón pintado- con los que el poeta nos invita a su juego.

Algunos poemas de Daniel Mariani



RASTIS

Unir,
apilar,
disponer
rastis como palabras.
Algún dios pequeño y fugaz
me ofreció estas partes,
impredecibles y exactas,
para ordenar el universo.


TELÉFONO

Cuando cumplí tres años
me regalaron un teléfono
para que hablara con papá.
El primer día corté el cable:
no soportaba los límites espaciales.

Recuerdo el verde oscuro,
los hombres altos y serios
que lo llevaron del brazo,
como me llevaba él
cuando íbamos a jugar.

Algunas noches,
cuando fumo su pipa,
responde mis palabras
con señales de humo.

PELOTA

Mi casa no tenía patio
y el balcón estaba prohibido.
A escondidas abría la puerta
y arrojaba la pelota por la escalera.
Había algo en su viaje.
Una esfera de colores
no necesitaba manos,
ni pasos,
ni miedo
para explorar el mundo.

Yo llegué libre.
Me vistieron,
me guardaron en un moisés,
en una cuna,
en un departamento.

Desde mi ventana se ven los pájaros
jugar con el aire.


GUSANO

Se desprende de la tierra,
cuerpo que ondulan
escaleras del aire,
casi de la luz.
Pero inevitablemente cae
ante el peso de una verdad
que entierra sus ojos en el polvo de la historia.

Así, como el gusano, escribo.

domingo, 20 de junio de 2010

De la relectura (o en busca del niño perdido)



por Sergio Pereyra

El inventario mental de los libros leídos en los últimos meses arroja un saldo que causa estupor: en lo que a lectura se refiere me comporto como un chico: quiero que una y otra vez me cuenten el mismo cuento: es decir: no he leído nada nuevo. Prueba de ello es la restitución a sus propietarios legítimos de tres o cuatro libros sin siquiera hojearlos, porque su presencia, con ese halo de pobres criaturas urgidas de amor, me resultaba intolerable. Es decir: sólo en la relectura encuentro placer.

Vengo, por ejemplo, de zambullirme el fin de semana en “Una hermosa niña”, relato de Truman Capote donde se despliega la figura encantadora, luminosa y siempre frágil de Marilyn Monroe. Tal era al menos la impresión que mi memoria había conservado de lecturas anteriores: la pequeña estaba en primerísimo primer plano. En esta ocasión, sin embargo, algo distinto ocurrió: por primera vez reparé en su compañero de aventuras, el propio Truman ficcionalizado (TC). El truco de Capote consiste en presentarse como el reverso exacto de Marilyn: cáustico, cerebral, cínico, revulsivo. Una anécdota sexual de TC con el astro de cine Errol Flynn resulta de lo más ilustrativa al respecto. Entonces, allí está: ante nosotros la pareja perfecta: la bella muchacha y el maricón de lengua afilada.

No obstante, este personaje, TC, acaso contagiado de la fragilidad de su interlocutora (¿de su interlocutora o de su nostalgia de ella? Eso nunca lo sabremos. Las cronologías nos dicen que las acciones narradas datan del 55, que Marilyn murió en el 62 y que el libro fue publicado en el 80. Y esto, al fin y al cabo, es literatura), TC, decía, hacia el final pierde su máscara, cuando en medio del estrépito de las gaviotas, grita: Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿por qué es una mierda esta vida? (más que nunca hay la impresión del aullido lanzado a través del tiempo y la muerte).

Y yo, este sábado, no pude sustraerme a su influjo que me envolvió por los cuatro costados, tanto que, si busco un paralelo en mi propia historia debo remontarme muy lejos, a mis veinte años, cuando, lapicera en mano y un nudo en la garganta, leía a Lorca (Porque te has muerto para siempre,/ como todos los muertos de la Tierra,/ como todos los muertos que se olvidan/ en un montón de perros apagados), Vallejo (Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!/ Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma… Yo no sé!), Auden (Detengan los relojes/ desconecten el teléfono/ denle un hueso al perro/ para que no ladre/ Callen los pianos y con ese/ tamborileo sordo/ saquen el féretro.../ Acérquense los dolientes/ que los aviones/ sobrevuelen quejumbrosos/ y escriban en el cielo/ el mensaje.../ él ha muerto).

Auden, Vallejo y Lorca releídos

Ahora bien, que un enunciado que condensa una actitud que yo juzgaba adolescente fuera causa de tan vivo estremecimiento, tiene para mí un significado por lo menos ambiguo. Porque, si por un lado, demuestra mi permeabilidad a la amargura destilada en una queja; por el otro, no puedo obviar el hecho de que lo hace en el terreno de la literatura y no en el de mi experiencia cotidiana, donde tan a menudo me siento petrificado. Más tarde, y con la perspectiva que regalan los días, llegué a la conclusión de que no había inocencia alguna en el gesto inicial de tomar ese libro y no otro, pues su contenido me era familiar; y que quizás secretamente buscaba era reavivar una llama.

Entonces, y a diferencia de la lectura cuyo atractivo radica en la novedad, podría ser que la relectura fuera una especie de llave para regresar a habitaciones antiguas, conocidas y perdidas; habitaciones, sin embargo, de algún modo queridas. Y si, como afirma Hugo Mujica, debería uno encontrar aquello que la poesía (y el texto de Capote, pese a estar escrito en prosa, lo es) nos hace ver y decir sobre nosotros mismos, esta relectura puso bajo mi ojos la intuición, si no la certeza, de que los años amontonados a mi espalda no han modificado mi afinidad con cierto nihilismo dolido, desesperado; y que, por lo tanto, en algún lugar (y esto es pura metáfora) continúo siendo un hermoso niño.

viernes, 18 de junio de 2010

El año de la muerte de José Saramago




A los 87 años murió el Premio Nobel de Literatura, José Saramago. Fue novelista, poeta y periodista. Sus cenizas serán esparcidas en Portugal, su país natal, y en la isla española de Lanzarote, donde residía junto a su esposa.
El escritor portugués murió este viernes en su casa de la localidad de Tías, en la isla española de Lanzarote, donde residía, tras una larga enfermedad a pesar de la cual se mantuvo activo casi hasta el final de su vida.
Nació el 16 de noviembre de 1922 en el pueblo rural de Azinhaga, cerca de Lisboa, bajo el nombre de José de Sousa Saramago. Fue más conocido por el apodo de su familia paterna, Saramago, que el funcionario del Registro Civil añadió al inscribirlo.
A pesar del prestigio que ganó con sus libros anteriores, obtuvo una fuerte popularidad cuando su novela El evangelio según Jesucristo no participó del Premio Literario Europeo por prohibición del gobierno de Portugal, que lo catalogó como una «ofensa a los católicos». Como acto de protesta, Saramago abandonó su país en 1993 y se instaló en la isla de Lanzarote, con su mujer.
En 1998, la Academia Sueca de las Letras encontró a Saramago merecedor del Premio Nobel de Literatura en mérito a un trabajo que «con parábolas sustentadas con imaginación, compasión e ironía continuamente nos permite captar una realidad fugitiva». Fue el primero y hasta ahora único autor de Portugal que recibió éste premio.
Cualquiera que se acerque a leer alguna de sus novelas como La balsa de piedra, Todos los nombres o La caverna podrá reconocer la poderosa pluma lírica y reflexiva que recorre sus historias. Sin embargo, el portugués contaba con un grupo de poemarios que en 2005 recogió Alfaguara en su Poesía completa. De ese libro compartimos estos poemas.




Hasta el fin del mundo

Ya es tiempo, Inés, el mundo acaba
En que el amor fue posible y urgente;
La promesa tallada en esa piedra,
O se cumple hoy, o todo miente.


Aquí la piedra cae

Aquí la piedra cae con sonido distinto
Porque el agua es más densa, porque el fondo
Se asienta firmemente en los arcos
Del horno de la tierra.
Aquí se refleja el sol y roza la superficie
Una rojiza canción que el viento esparce.
Desnudos, en la orilla, encendemos convulsos
La hoguera más alta.
Nacen aves en el cielo, los peces brillan,
Toda la sombra se fue, ¿qué más nos falta?



Vértigo


No va el pensamiento a donde el cuerpo
No va. Emparedado entre rocas,
Hasta el propio grito se contrae.
Y si el eco remeda una respuesta,
Son cosas de la montaña, son secretos
Guardados entre las patas de una araña
Que teje su tela de miseria
Sobre la piedra suspendida de la cuesta.

domingo, 6 de junio de 2010

Arte de ilusión, de elevación y de engaño

Las artes poéticas

Borges, Horacio, Girri, Pizarnik y Alberti: en el caleidoscopio de las artes poéticas


Por Paula Seufferheld



Las artes poéticas constituyen un material muy valioso para reflexionar sobre el género. Aquí no hay miradas externas que conceptualizan sobre el origen de la poesía, sus funciones o destinatarios. Por el contrario, en ellas es la voz del poeta la que se alza para decir lo que sabe. Un poco hace lo mismo el maestro de magos cuando revela sus secretos para que su arte no perezca.
Desandando el camino de varias artes poéticas intento arrojar luz –y algunas sombras también- sobre algunos interrogantes que nos hacemos constantemente quienes escribimos poesía.


¿Qué es poesía? (Mato tu esperanza romántica: no eres tú)

«¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario», decía Luis Cernuda refiriéndose a la poesía. Al analizar las preguntas iniciales de esta cita, trato de imaginar el momento inmediatamente anterior a la irrupción del poema. Su silencio concreto. Su materialidad preverbal: todo está allí, sin embargo calla. De pronto, un sonido agobia la mente del poeta, forma palabras que comienzan a descomprimir una sucesión de percepciones abigarradas: visiones inusitadas –como las de Cernuda- pero también fantasmales. El caos se agrupa en una tirada de versos sin dejar, paradójicamente, de ser caos. La poesía cumple, otra vez, su propósito de sorpresa y originalidad.

Pero la poesía no solo sacude allí donde la piedra más se resiste, es también promesa de belleza, de goce estético, de escritura y lectura apasionada. Horacio que intuía estas particulares características, clamaba: Poesía, si me concedes tus favores/ creceré tan alto/ que mi frente se clavará como una viga/ entre las mismas estrellas». Llevar a la lengua a su nivel más elevado, desatarla de sus ligaduras cotidianas para que ascienda a ese cielo iluminado, debe ser otra tarea del poeta. Pero esa operación de «extrañamiento» del lenguaje no solo implica un acto de elevación, sino también de magia. Otro poeta, Carlos Barbarito, así lo describe: «Por más que hable con palabras de diccionario o aparentemente comunes, lo que de ellas hace el poeta, en su alquimia, en las sucesivas destilaciones, en la búsqueda de otros planos, de otras significaciones, las sitúa en otra parte, las emparenta con la magia, las llena de poderes, las convierte […] en intrincados jardines encantados».


Sorpresa, belleza por elevación, magia. Para que exista una poesía que convoque estos elementos necesariamente tiene que intervenir el engaño, capaz de trastocar la crudeza de la existencia en material bello y sensible. Como versó Borges, hay que «convertir el ultraje de los años/ en una música, un rumor y un símbolo,// ver en la muerte el sueño, en el ocaso/ un triste oro, tal es la poesía». Pero este fraude no es estafa, más bien es un antídoto frente a una realidad que Gelman imaginó como un martillo que bate las telitas del corazón.

Finalmente, la poesía es lugar propicio para la reflexión filosófica: «un elemento de controversia/ que nos lleve a lo paradojal […] una premisa constante, la duda,/ indagando en la realidad,/ buscándola fuera del contexto». (Alberto Girri).

¿Para quiénes escribir poesía?

«Hago mis economías
pero mis pocas palabras
aunque de todos, son mías».

Rafael Alberti


Para nosotros mismos que pretendemos, como la Pizarnik, leer en nuestro llanto.
Para aquellos que todavía no pierden su capacidad de asombro y fracasan todas las veces buscando redención en los versos.
Para los amigos que esperan de nosotros, además de los gestos y modos habituales, ese puñado de poemas que nos define de frente como la más impiadosa foto carnet: así somos, así pensamos, así miramos el mundo, así lo cantamos.
Para ese lector solitario que nunca conoceremos y ahora o en el futuro, mientras deja enfriar un café, nos lee por azar, recomendación u obligación –poco importa cómo hemos llegado a sus manos- y se alivia de que alguien haya dado con las palabras precisas para traducir sus ideas y emociones.
«Para los pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin oírme, está mi palabra» (Vicente Aleixandre).


Algunas artes poéticas


Del oficio del poeta

Hay que incendiar a la poesía
y cantar luego
con las cenizas útiles.

Jorge Boccanera

*

Poesía Vertical XI – 3

Una escritura que soporte la intemperie,
que se pueda leer bajo el sol o la lluvia,
bajo el grito o la noche,
bajo el tiempo desnudo.

Una escritura que soporte lo infinito,
las grietas que se reparten como el polen,
la lectura sin piedad de los dioses,
la lectura iletrada del desierto.

Una escritura que resista
la intemperie total.
Una escritura que se pueda leer
hasta en la muerte.

Roberto Juarroz

*

Arte Poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.

Jorge Luis Borges


martes, 18 de mayo de 2010

El cubano Waldo Leyva ganó el X Premio Casa de América de poesía


Comunicado de prensa de Casa de América


Reunido en Granada el 15 de mayo, el jurado calificador del X Premio Casa de América de Poesía Americana integrado por Jorge Boccanera (Argentina), Julia Escobar (España), Luis García Montero (España), Jesús García Sánchez (España), Andrés Pérez Perruca (España), Benjamín Prado (España), Juan Manuel Roca (Colombia) y Anna María Rodríguez-Arias (secretaria), concedió por mayoría el Premio de Poesía Casa de América al libro El rumbo de los días del poeta cubano Waldo Leyva.
Casa de América y Editorial Visor Libros comparten la convicción de que la poesía es la más alta expresión artística y que en su cultivo y difusión radica una de las claves de la educación para la democracia. Más aún, en las fronteras de la palabra creadora se juega hoy el destino de la cultura misma como testimonio supremo de la aventura humana. Por ello, el X Premio «Casa de América» de Poesía Americana aspira a estimular la nueva escritura poética en el ámbito de las Américas, con especial atención a poemas que abran o exploren perspectivas inéditas y temáticas renovadoras.
Waldo Leyva, nacido en 1943, es poeta, ensayista, narrador y periodista. Ha publicado, entre una veintena de libros, De la ciudad y sus héroes (Premio de poesía, Editorial Arte y Literatura, Cuba, 1976); Breve antología del tiempo (Cuadernos el Vigía, Granada, España, 2008); Remoto adagio (Ediciones Unión, La Habana, 2008); Asonancia del tiempo (Fundación José Manuel Lara, Ediciones Vandalia, Sevilla, España, 2009); Los signos del comienzo (Monte Avila Editores, Caracas, 2009.
El jurado destacó la emotividad profunda de los poemas de Leyva, la variedad de registros, su intenso lirismo y el dominio de la métrica clasica que contrasta con su modernidad expresiva.


Tres poemas de Waldo Leyva



La distancia y el tiempo


Tú estás en el portal, apenas has nacido.
Caminas hacia el mar y, cuando llegas,
tienes el pelo blanco y la mirada torpe.

Desde la costa se ven las tejas rojas de la casa.

Si quieres regresar, ya no es posible;
a medida que avanzas se borran los caminos.

Tu camisa de niño aún está húmeda
y la veleta de abril en el cordel
indica para siempre la dirección del viento.

Qué gastadas las uñas,
qué frágil la memoria,
qué viejo tu zapato por la arena.

*

Utopía


¿Qué color puede tener mañana el día?
Estamos en verano,
si te detienes a pensar,
si juntas todas las horas de tu vida
tal vez logres imaginar
los olores del amanecer.

¿Qué color puede tener mañana el día?
El canto de algún pájaro perdido,
los ojos del que va a tocar tu puerta.
Ningún día es igual, y tú lo sabes,
pero quieres que mañana
y todos los mañanas de mañana
se parezcan a un día de hace tiempo.

¿Qué color puede tener mañana el día?
Quizás no todo el día, ni siquiera una hora,
sólo el minuto aquel, el segundo preciso
en que pudiste ver como en un sueño
el azul intocable de esa isla.

*

Asonancia del tiempo

Si ya no estoy cuando resulte todo,
cuando el tiempo en que vivo ya no exista,
cuando otros se pregunten si la vida
es el triunfo del hombre, o es tan solo

un perenne comienzo, un grito sordo,
un rasguño en la piedra, la porfía
inútil del abismo, pues la cima
puede llamarse altura porque hay fondo.

Cuando todo resulte sólo quiero
que alguien recuerde que al fuego puse
mi corazón, el único que tuve,

que yo también fui un hombre de mi tiempo,
que dudé, que confié, que tuve miedo,
y defendí mi sueño como pude.

domingo, 9 de mayo de 2010

Pronóstico del tiempo: viento Zonda

(Crónica poética a mitad de semana)






Ciclo de poesía El Desaguadero:



«SALA DE PRIMEROS AUXILIOS»


Paula Seufferheld

Fernando G. Toledo

Hernán Schillagi


Música:

Gastón Abdala


Miércoles 5 de mayo, Magdalena Bar (San Martín, Mendoza)



por Cecilia Restiffo


Primeros síntomas

Son las ocho de la tarde y como animales sin rumbo salimos en busca de un lugar. El viento cálido arremolina la hojarasca que vence los ojos en cada esquina, nuestro viento Zonda ha comenzado a soplar tal como lo advirtió el meteorólogo a la mañana. Nos sentimos agitados, nerviosos, nos duele la cabeza, la boca seca pide el auxilio que se asoma tenue en un bar de esta ciudad. Decidimos entrar.

Somos diez, como los mandamientos, como los dedos de la mano, como los diez pasos ante un duelo; en medio de esta noche de miércoles que se avecina en ambulancia para auxiliarnos el corazón agitado de semana.

Tomando el pulso

Llegamos a tiempo, los poetas aún prueban el sonido y la paciencia de una luz que se prende y apaga dejando titilante el escenario; buscamos una mesa y acodados como en una película de cowboys esperamos que algo comience a suceder. Las mesas se van llenando, a un tiempo entran hombres y mujeres ataviados de horas extras. El lugar se agolpa de abrigos olvidados y las sillas se abanican hacia el escenario en ocre. Un murmullo de complicidad se va acallando. Mientras los escritores saludan a propios y extraños que vienen a atender su dolencia de rutina.

Paula arranca: «Así como la música amansa las fieras, algunos dicen que la poesía cura las heridas y lesiones que no pueden verse ni a través de rayos X». Herido del día, contuso de tanta rutina; el público termina de llegar y ahí está ella esperando entre un botiquín lleno de textos y la emoción de la bienvenida.

Lea el prospecto atentamente

La lectura de textos se inicia y a cada poema le sigue un aplauso o un silencio que acompaña al lector en la huida hacia el sentido, hacia las emociones que suturan despacio los ruidos de la calle para dejarnos al descubierto, desnudos frente al texto. Escucho entonces a Fernando: «[…]Pero sobre la pared cuelga una foto que nos retrata/Y que desliza sobre este presente/Espectros de lo que yo sería/Y no soy». El eco del último verso me llena de inquietud, miro de reojo buscando señales pero todos perciben la molestia de lo dicho, como el estetoscopio frío que trata de escuchar el latido del alma.

Me subo a la camilla

Tomo una cerveza negra que, como la boca de un aljibe, me tienta a su fondo. La atmósfera sube con el humo de los cigarrillos. Entra al escenario Gastón y esa guitarra, que hace llorar a los sueños, emite un blues, se mezcla entre la gente y sale a la luna de mayo que, amarilla, espía esta ceremonia poco común. Luego Seufferheld arremete: «Temo tu silencio. Mi habilidad/para descubrirte se gasta como los días/en la punta de los zapatos…»


Diagnóstico reservado

Los poetas siguen desmadejando el ovillo y suenan las palabras: «[…]soy para las ventanas iluminadas ‘la que anda sola’ ‘la loca/ de la bicicleta’ me gusta pensar que por mí los niños/corren a refugiarse bajo las sábanas y esperan historias/ que les cierren los ojos a la verdad/donde el amarillo sucio de mi pelo/corone el rostro de sus brujas y madastras…». Hernán ha terminado y de pronto la luz titilante se apaga, la espectación de los oyentes tensa la corta oscuridad. Luego vuelve a encenderse como un efecto especial del show, todos festejan la ocurrencia. Pero yo sé la verdad, nadie la ha apagado, o tal vez sí.

Mejoría en aumento

El final se acerca, la guitarra vuelve y con ella el agradecimiento de los aplausos. Schillagi anuncia: «[…] la lectura de poesía permite que lo cuestionemos todo para que, sin notarlo, las defensas se nos vayan subiendo y seamos más difíciles a de atrapar. Ante la menor duda, ya saben, consulten con su poeta de confianza[…]». Me inclino hacia mi mesa para compartir un brindis, todos estamos emocionados. Una mirada húmeda nos delata, la cura a llegado al fin, y esta sala de primeros auxilios se llena de abrazos y felicitaciones.

Por la puerta abierta hacia al parque, un viento fresco me trae el aroma de la lluvia, suena un jazz de los cincuenta. Ya no somos diez: somos más, resistiendo a la gripe, a la malaria, a la asfixia que causa el silencio.




Poesía de primeros auxilios


20


El abismo es el punto de partida
¿Y si el más grande error fuera moverse?
Ya no quiero equivocarme No quiero
Cederle más terreno a la distancia
En este viaje de intensa parálisis
Con rumbo al ojo de un rostro vacío
Moverse es como alentar un encuentro
Un encuentro imposible como todos
Puesto que todo encuentro es imposible
«La gente siempre se muere esperando»
Oí decir una vez Y el error
Es un hilo que se enreda en las horas
Nadie después de que ha partido puede
Regresar Ya no quiero equivocarme.

Fernando G. Toledo, en Viajero inmóvil (Libros de Piedra Infinita,2009)

*

rosa de los vientos



quisiera trasladarme como todo el mundo
con una orientación fija
sólo la circulación de mi sangre permite
que la velocidad haga entrar por la caladura
de mis sandalias el poco viento de las noches de verano pedaleo
y mis piernas son como una brújula en el polo norte
que ha perdido su compás magnético
soy para las ventanas iluminadas «la que anda sola» «la loca
de la bicicleta» me gusta pensar que por mí los niños
corren a refugiarse bajo las sábanas y esperan historias
que les cierren los ojos ante la verdad
donde el amarillo sucio de mi pelo
corone el rostro de sus brujas y madrastras

por eso el cielo áspero es otro asfalto gris por eso
la lluvia se convierte en brea y mi viaje sin orillas
entra en un pantano viscoso para morderle el cuello
a la bestia que grita mi nombre por los aires

Hernán Schillagi (inédito)

*

Al cielo por elevación


«El mejor momento es cuando forma un globo por encima de tu cabeza, ahí te metés». Entrás a la soga tensa de la infancia con tu amiga. Picante, picante, más rápido. La cuerda te peina el flequillo haciéndote cosquillas. Saltás en la tierra dura de un patio. El de tu escuela, entre el jardincito y la dirección. Picante, picante, más rápido. Ahora la soga baja para que brinqués agachada. Tu ritmo es perfecto y, antes de elevarte, oís el látigo de la cuerda en el piso. Mirás a tu compañera: sincronía ajustada del arriba y abajo. A veces es ella; otras, sos vos. Siempre alguna se agita, se ríe como disculpándose y pisa la soga. Ya no te acordás si corren a tomar agua o se arreglan el pelo. Están fuera de juego. Y el recuerdo se vuelve este cuaderno con tachones, esta pena de pies atados a la tierra.

Paula Seufferheld (inédito)