sábado, 25 de julio de 2009

Historia del poema Salmo de las orquídeas





Son contadas las ocasiones en que recordamos cómo se escribió un poema porque éste, casi por definición, «sucede». Y no necesariamente lo hace encarnado en la sobrevaluada imagen de la musa que irrumpe como una mujer pidiéndonos algo más que atención. Esa suerte de rayo misterioso necesita no ya el radar activado, si no que exige una sensibilidad mínima donde impactar y a su vez redundar en versos como esquirlas. O al revés.

En Salmo de las orquídeas, poema que elegí para contar su envés, recuerdo que ese llamado tácito provino desde el otro lado de la ventana. Sentado frente a la computadora, distraje por un momento la atención de la pantalla y vi pasar por la vereda a una mujer de unos treinta años, medio encorvada; una posición corporal que aún joven ya la delataba derrotada. Llevaba flores y, creo recordar, una mirada que supuraba tristeza. A partir de esos elementos intenté reconstruir –desde la ficción, claro– el posible porqué de su sombría imagen.

Si algo faltaba para que fuera más desoladora su situación era que caminara bajo la lluvia y que fuera domingo. Pues bien, la mujercita debería volver del cementerio donde –tal vez– la esperaba y la despedía el amor de su vida. Su adiós había dejado marcas claras, visibles: le hablaba a un perro “atado a su sombra”, su paraguas permanecía cerrado a pesar de la lluvia y siempre regresaba de aquella tumba con más flores que las que había llevado en la mañana. Sólo la distorsión de la fe podría explicar que le crecieran orquídeas dentro de su cuerpo. Pero, ¿qué es el amor, o por extensión la poesía, si no una llave para dejar salir esos ángeles y demonios que nos habitan el jardín de adentro?





Salmo de las orquídeas


Llueve adentro,
del lado en que la vemos pasar
mirando sin ver, hablándole
al perro fiel encadenado a su sombra.
Llueve de palabra, entre libros y mensajes
cifrados en unos anteojos empañados.
Con percusivo ritmo de selva citadina
caen las aguas del amor que aún no se escribe.
Llueve adentro de los ojos
y desde ese faro agónico hacia la vereda
donde precipita sus pasos la mujercita
del paraguas cerrado como un signo de preguntas,
la del silencio cosido a su muda boca sin pintar.
Las luces de la calle la delatan aviesamente,
ponen en primer plano su tristeza sin orillas,
su anegada nube de dolor desdibujándola.
Atada al sumiso caracol que arrastra sus pies
regresa sola del cementerio de los solos
con más flores de las que llevó temprano a la mañana.
También dentro de su cuerpo está
lloviendo como en domingo
y donde llueven penas le van creciendo orquídeas
para el día de todos los santos.



Rubén Valle, de Placebos (Ediciones Culturales, 2004).

martes, 21 de julio de 2009

Pizarnik revisitada



Alejandra:


Como un badajo contra las paredes de mi cabeza, repica: «Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido». Palabras con las que Cristina Piña epiloga tu biografía. Y pienso que, efectivamente, el ingreso te fue concedido, no ya para alegría tuya sino nuestra, de tus lectores.

¿Cómo llegué hasta vos? Si no me equivoco, en una charla de café con compañeros de la facultad. Antes creo haber tenido alguna referencia, muy oscura por otra parte. De lo que sí estoy seguro es de que fue allí, en una de esas mesas, entre el humo pseudointelectual de nuestros cigarrillos, donde «el libro azul» llegó a mis manos por primera vez, y con él, una de las voces más bellas de la literatura argentina: la tuya.

En un artículo anterior, y perdoname la «autocita», hablé de cómo la familiaridad convierte en amor la atracción casi sexual de la primera lectura. Nada mejor para ilustrarlo que esto que me ha sucedido a lo largo de los años con vos. La ultima inocencia y Las aventuras perdidas fueron los libros del flechazo. Libros adolescentes, intensos, feroces casi. ¿Cómo evitar, entonces, que esa misma adolescencia feroz que fue la tuya encantara la mía que pretendía serlo? Versos citados hasta la saciedad. Probablemente te hubiera causado gracia oírnos anunciar: «he de partir», y que los amigos remataran: «pero arremete viajera». Gracia e incomodidad, tal vez. De todos modos esta actualización de la palabra poética en la vida cotidiana no deja de ser buen síntoma.

El tiempo, lo supiste como pocos, pasó dejando atrás aquellos juegos de estudiantes, no mi admiración. Es cierto que por temporadas más o menos prolongadas te he abandonado, como también, que un día cualquiera, sin demasiadas explicaciones, he vuelto a tus páginas. Inolvidable, en uno de estos reencuentros, el calor que las pequeñas brasas de Árbol de Diana les infundieron a mis noches en las que solo había sed y ningún encuentro. Y las preguntas, insistentes: ¿cómo lograste esa condensación de la belleza?, ¿cómo hiciste tanta música con tan módicos recursos? ¡Vaya trampa nos tendiste! La de inducirnos a creer que el brillo de unas pocas palabras era suficiente. ¡Ah, cándidos, ignorábamos que para alcanzar tal hondura había que construir la casa, emplumar los pájaros, golpear al viento con los propios huesos, terminar solos lo que nadie comenzó! Alguna vez leí de la existencia de autores sobre cuyos acólitos pesaba la condena de Salieri. Ahora lo entiendo.

Llegó luego, de los tuyos, mi libro preferido: Los trabajos y las noches, donde te atreviste a mirar y a decir esa sombra unida a tu nombre, a hacer arder en tu poema ese rostro que dispersa un perfume a amado rostro desaparecido. Nunca, hasta este poemario, el tú amado había sido una presencia tan intensa, constante. Y todavía, lo juro, no comprendo la miopía de algunos profesores, su darte la espalda. Actitud que, de todas maneras, no ha menguado la fascinación de quienes por fuera de la academia te conocimos; acaso porque de vos, mucho más que de ella, aprendimos que «cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa».

Este sería el momento de evocar a tus amigos: Juan Jacobo Bajarlía (Anatomía de un recuerdo), tu cara Ivonne Bordelois (Correspondencia Pizarnik), la misma Piña que, sin haberte tratado, se ocupó tan amorosamente de tu obra y de vos (Alejandra Pizarnik); quienes, superado el escándalo de tu ausencia y «desobedeciendo el voto de abstención estructuralista de buscar sentido por fuera de los textos» (María Moreno), nos hablaron no sólo de la niña alucinada -que lo fuiste-, sino fundamentalmente de la escritora que leyó todo lo que un escritor debe leer, la paciente merodeadora de LA palabra, la ensayista sagaz, la linterna sorda, en fin, que en la noche, toda la noche, palabra por palabra escribió la noche. Es que, aun a riesgo de sonar ingenuo, lo digo: una obra como la tuya, Sasha, no se hizo sola. Te explico: en torno a vos se ha generado una confusión enraizada en parte en tu mito, en parte en ciertos pasajes de tu poesía. Aquel, por ejemplo, donde clamás «ojalá pudiera vivir en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo», cuyo brillo ha encandilado a tantos poetas, los muy jóvenes sobre todo; y los ha hecho soslayar su terrible paradoja. Pues, aunque pudiera vivirse en éxtasis, aunque pudiera incluso hacerse algo semejante al cuerpo del poema con el propio cuerpo -el subjuntivo no es aleatorio-, es forzoso que la escritura dé cuenta de esos procesos. Léase: no con momentos o sentimientos, tampoco con éxtasis -naturales, artificiales, lo mismo da-, se construye un poema.

Pero regresemos a lo nuestro. De uno de los impasses mencionados más arriba, me arrancó tu impresionante catálogo de crueldades de la condesa Erzébet Báthory, muestrario sólo tolerable por la elegancia austera de tu estilo. Más tarde Extracción de la piedra de locura y El infierno musical me enseñaron las posibilidades del poema en prosa.

Tus textos humorísticos son la última parada en este viaje. Textos que plantean un nuevo dilema: ¿era tu intención que se publicaran o eran apenas ejercicios de experimentación? En cualquier caso, te abocaste a ellos, vieron la luz, fueron leídos, criticados: «Pizarnik es muy semejante a sí misma, salvo en sus últimas prosas, donde rompió completamente con su estilo anterior, pero esa parte de su obra no me interesa, es muy inferior al resto» (Cristina Peri Rossi). Más que el aspecto valorativo de este comentario me interesa la idea del desvío, notorio, pero no exclusivo. Es decir, tu generación respiraba desconfianza hacia el lenguaje y vos, amén de formularla como nadie (la lengua natal castra/la lengua es un órgano de conocimiento/del fracaso de todo poema/castrado por su propia lengua/que es el órgano de la re-creación/del re-conocimiento/pero no el de la resurrección), te dedicaste, como un niño se dedicaría a desarmar un juguete, a desmontar su aparato. No obstante, también en esto, la peor parte la llevan tus chirolitas de impostada voz, que edificaron sus poemas sobre la base del puro juego verbal, descuidando aspectos, a mi juicio, más relevantes: la armonía de las formas, el sentido; que transformaron la poesía en un código de templarios, un juego para iniciados... ¡en psicoanálisis!

Hoy, pisando la edad en que te confinaste al exilio definitivo, me inquieta la posibilidad de que me suceda lo que otrora a Juana Bignozzi, cuando sintió que tu obra, al excluir los avatares del mundo, la sofocaba. De cualquier modo, si como creo, de la poesía atesoramos unas pocas imágenes, unas pocas palabras-talismanes, no dudés de que, una vez concedido el ingreso, vas a morar como querías en la memoria de unos cuantos locos.


Tuyo, S.


Pd: Finalmente, un agradecimiento: el esplendor del minuto aquel en que por fin comprendí con el cuerpo cómo su ritmo, unido al de otro cuerpo, alejaba el vuelo de los cuervos.

viernes, 17 de julio de 2009

Nuevo libro de Zediciones: «Glasé» de Rocío Pochettino

por Hernán Schillagi




Luego de ganar la edición 2008-09 del concurso Todo poético 3, organizado por María García y la editorial mendocina Zediciones; Rocío Pochettino pudo ver, al comienzo de este mes, los poemas de Glasé convertidos en formato libro. Pequeño aunque de un rosado furioso, se hace imposible de ignorar. El libro aparece como un insecto mutante que busca manos y ojos donde ocultarse, para luego comenzar a abrir poco a poco su caparazón a los lectores.

Mezcla del sostén anecdótico de la prosa y de la cadencia del verso, Glasé es un breve poemario que apuesta a la intensidad del brillo de las palabras, al mismo tiempo que aparece como un viaje alucinado de la voz adulta a los juegos de la infancia y a su microcosmos trémulo e inquietante: «las niñas juegan a/ser madres y esposas/con esmero cuidan los/platos que llenarán de hojitas/para la cena»; para luego decir en otro poema: «canesú sin bordado/señal de la pérdida antepuesta y átona del yo sin regalos».

Como si fueran dos tapas virtuales, Glasé está abrazado por un inteligente prólogo de la poeta Romina Freschi, por un lado. Por otro, cierran unas palabras de contratapa de la misma María García que, a su pesar, aportan sólo confusión. Freschi destaca: «Breve en apariencia, la lectura de glasé no tiene por qué serlo. Lo que queda resonando es el olvido, aquellos dones que nos fueron ofrecidos, aquello que nos fue dado, repetido, festejado, reprimido, pero configura nuestra subjetividad como una gramática». También es importante resaltar el serio trabajo de la editorial y los organizadores del certamen, que con recursos mucho menores que los del Estado, han cumplido en tiempo y forma con las bases del premio y la publicación.

El libro y su autora (nacida en Río Tercero, Córdoba) serán partícipes del llamado TOURNÉE GLASÉ, una serie de presentaciones y encuentros multigenéricos que arrancan en julio y terminarán en noviembre. Por los motivos de la emergencia sanitaria, la fecha de Mendoza se reprogramó para setiembre. Sin embargo, la obra rodará por Córdoba y Buenos Aires.

Todos aquellos que consideran a la poesía como una complicidad convulsa, estarán a la espera de probar la cobertura, la musicalidad y los destellos de los poemas de Rocío Pochettino.




Algunos poemas de la autora


fiesta

Mecer el columpio hasta que el dedo se moje / saliva protectora que libras del fuego / del cese del canto y la captura,

hay:

bizcochuelo de jaspe / para los conejitos de lana / que guardan sus ojos para la foto.

La niña bañada en Coqueterías escucha: / “cerrá la manito, para que pase la manga, ay ay, los conejitos bandidos que saben hacer su casita a la sombra” / Puñito cerrado, mordido. / La palma surcada de uñitas

*


cántico

callas
y todo florece:

las niñas juegan a
ser madres y esposas
con esmero cuidan los
platos que llenarán
de hojitas para la cena

él
regresará y será reconocido

el fértil silencio
de lo dispuesto.

*

souvenir

Mejor vida la del pubis lavado de ruda / bichito que pica la cola y la lela lo lava / los dulces robados y sus papeles brillantes que hacen ruidito, / mentira remota rezada entre flores, la tina mayúscula de cielo dormido en mi vientre.

viernes, 10 de julio de 2009

Chapa y pintura


Informe sobre la Beca del taller de poesía del Fondo Nacional de las Artes en Mendoza


De izquierda a derecha de pie: Conna, Parral, Jiménez y Arenas. Sentadas: Drajer, Stocco, Benítez Schaefer y Genovese.




por Hernán Schillagi


Coordinadora: Alicia Genovese

Becarios: Alejandra Privitera, Antonio Rolando Arenas, Eliana Drajer, Facundo López, Gabriel Jiménez, Gabriel Vanella, Laura Miranda, Luciana Benítez Schaefer, Melisa Stocco, Mercedes Parral, Yvan Conna.

Pista de despegue.
A finales del verano se hizo la convocatoria. El Fondo Nacional de las Artes, nada más y nada menos, ofrecía una beca para «darles una posibilidad de crecimiento y perfeccionamiento a creadores con condiciones para el oficio literario», exclusivo para mendocinos en narrativa o poesía. Los cursos comenzarían en abril y desde allí 4 meses de intensivo trabajo. Los reconocidos Vicente Battista (cuentista y novelista) y Alicia Genovese (poeta y ensayista) coordinarían los talleres en dos encuentros mensuales, con la Biblioteca San Martín como marco ideal.
Pero, me dije: ¿Qué es un taller literario?¿Se puede enseñar a escribir poesía?¿Cómo está el panorama en Buenos Aires en cuanto a talleres?. Demasiadas preguntas, sí. Entonces, me subí sin demora al 270, directo a las respuestas.

Corte y corrección.
Antes de llegar, en el micro iba haciendo memoria. Las experiencias en Mendoza sobre talleres literarios han sido más bien aisladas y esporádicas. En los ’90 estaban los que dictaban en la SADE Ulises Naranjo y Patricia Rodón. También los que se nucleaban en Luján encabezados por Gladys Guerrero y Lía Truglio. Amanda Buttini coordinó alguno que otro de poesía. Sin embargo no siempre fueron episodios que dejaran una huella o marcaran un camino poético en cuanto a estilo. Si hasta cuando en el 2006 vino Santiago Sylvester a dar una «clínica de poesía», una poeta de boina levantó la mano para decir «algunos de los que estamos acá, no necesitamos que nos enseñen nada». Siguiendo esa lógica, hay algunos que dicen que, si poetas como Alejandra Pizarnik y Oliverio Girondo no necesitaron ir a aprender a escribir, para qué un taller. Al prejuicio yo respondo con una pregunta: ¿Por qué el boom de los talleres en la joven poesía argentina?

Antes del atardecer.
Nuestros encuentros fueron dos. Uno a fines de mayo y el otro en junio, siempre a la salida del curso, a eso de las 7 de la tarde en un bar de la Alameda. En el primero, la charla fue informal, más de café. Alicia Genovese nos encantó a todos con su recorrido de experiencias, anécdotas jugosas y reflexiones agudas sobre la poesía actual. Los chicos que hacen el taller estaban más bien callados, observaban cada gesto y capturaban cada palabra como si fueran fotos digitales para algún álbum furtivo. El segundo, ya fue con libreta en mano y el grupo estaba más que afilado. En el bar, Charly García nos susurraba «Éxtasis, todo mundo quiere éxtasis» como para romper el hielo.

El poeta y su poema.
Marcelo di Marco, que coordina talleres hace años y hasta ha publicado el libro Hacer el verso: Apuntes, ejemplos y prácticas para escribir poesía, avisa al comienzo: «En el arte no existen dogmas ni las recetas infalibles. Sí poéticas, sí experiencias, sí lecturas aprovechables». Por lo tanto, a la pregunta sobre qué los motivó a inscribirse en la Beca, Antonio Rolando Arenas me dispara: «Quería estar incluido, y probarme luego de una selección». Casi al unísono dice lo suyo Luciana Benítez Schaefer: «Vivir la nueva experiencia, aprender cosas nuevas. También buscar una opinión autorizada»; y para rematar Yvan Conna aporta: «Es atravesar la experiencia con otra mirada no contaminada de mí mismo.»
Redoblo, por tanto, la apuesta: «¿Creen que la poesía sin trabajo merece ser leída por otros o publicarse?». Gabriel Jiménez se sonríe mientras me responde: «Es relativo a la expectativa del autor». Y con cierta ironía sigue: «Si te tomás esto como un hobbie, puede ser»

Puentes.
El formato del taller, propuesto por Genovese, consiste en 4 ó 5 encuentros donde la poeta hace devoluciones en profundidad (y no correcciones): «Hago devoluciones y no crítica. La diferencia es hacerles un aporte. Éste es un taller muy heterogéneo». Y es cierto, ya que el grupo se forma con poetas que tienen su primer libro editado, como Arenas, Conna y Facundo López; otros, como Eliana Drajer, que tiene uno terminado y varias presentaciones en concursos; están Gabriel Jiménez y Gabriel Vanella que han asumido «estado público» en blogs literarios. Y el resto, algunos estudiantes de Letras, que vienen enfrentándose en silencio con la palabra.
Por eso, la coordinadora aclara sus objetivos: «Los ubico en el momento en que cada uno se encuentra dentro de su producción. Algunos no diferencian aún los momentos de logro y cuándo se les va de las manos un texto y no son poemas».

La voz de los otros.
No es secreto para nadie que detrás de todo buen poeta se esconde un mejor lector. Por eso es que Genovese los ha enfrentado a autores representativos de algunas líneas estéticas. El gran poeta Joaquín O. Giannuzzi fue uno de ellos. Melisa Stocco reflexiona: «Analizar el objeto sin alejarse es muy interesante. Como también recibir el aporte de otras estéticas y lecturas, entre ellas, Marosa di Giorgio, Susana Thénon o el peruano José Watanabe». Otra experiencia determinante es la de leerse entre pares. Eliana Drajer rescata: «En este proceso conocés otras voces mendocinas. Me criticaron mis textos y fue una experiencia muy interesante y riesgosa».

Impacto profundo.
La coordinadora me aclara que en el primer encuentro ella quiere provocar un «shock» en el poeta, a partir de sus devoluciones. En ese momento, Mercedes Parral comienza a reírse y se confiesa: «Cuando llegué a mi casa, quería quemar todo lo escrito luego del ‘shock’ que propone Alicia» Aunque agrega inmediatamente: «Pero fue increíble poder reencontrarse con lo que uno escribe».

Cauterizar la herida.
Cuenta la leyenda que, en 1923, Borges le regaló Fervor de Buenos Aires a su padre; éste lo recibió en silencio y lo guardó en la biblioteca. Tiempo después, el joven Georgie lo sacó de entre los libros y lo encontró todo rayado con anotaciones del propio padre. Esto quiere decir que los grandes escritores también necesitaron una voz mayor que los iluminara para ver las cosas de otro modo. «Desde la década del ‘70», me dice Alicia, «que los talleres proliferan en Buenos Aires. Denostarlos es un anacronismo». Además, la autora coordina de forma individual a poetas que tienen una obra a punto de publicar. El auge de los talleres de poesía está tan instalado que la joven poeta Clara Muschietti transcribe en los datos de su primer libro, La campeona de nado: «Realizó seminarios en la Casa de la Poesía con Irene Gruss y Andy Nachón y participó en la Clínica del Rojas con Fabián Casas». Algo impensado hace 10 años.
Entonces, bienvenida la nueva experiencia, bienvenida la voz que hace de la duda una red de contención, bienvenida también porque, como dice Alicia Genovese en un poema de La hybris: «Escribir, la hechura/de palabras/cauteriza la herida,/sin la simpleza/del olvido»

domingo, 5 de julio de 2009

El Desaguadero / Número 3

Un blog de poesía escrito
por poetas


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ÍNDICE

ENTREVISTA
Javier Piccolo, autor del libro ganador del Certamen Vendimia de Poesía 2009
por Hernán Schillagi


NOTAS Y ENSAYOS
Leer poesía en la adversidad
por Sergio Pereyra


INFORMES Y CRÓNICAS



Ropa sucia, afuera
por Paula Seufferheld

LA HISTORIA DE UN POEMA
Boxeador de barrio, de Dionisio Salas Astorga
por Dionisio Salas Astorga

RESEÑAS CRÍTICAS

In movimento, de Gigliola Zecchin
por Cecilia Restiffo


NOTICIAS Y ADELANTOS
Javier Piccolo ganó el Vendimia de Poesía 2009
por Fernando G. Toledo

La poesía de duelo: murió Mario Benedetti
por El Desaguadero

Viajero inmóvil, nuevo libro de Fernando G. Toledo
por Claudia Masin

Señales rupestres, nuevo libro de Adelina Lo Bue
por Fernando G. Toledo

viernes, 3 de julio de 2009

Ropa sucia, afuera



Crónica de "Textos colgados" por Hernán Schillagi. Ciclo Elefante. Bar Iguanahani, 18 de junio de 2009.




por Paula Seufferheld

Un espacio generoso donde se presentan autores reconocidos y emergentes. Un lugar abierto a las más variadas performances literarias. Un sitio que busca alejarse de las «lecturas públicas» tradicionales porque entiende que la literatura no solo es emoción y reflexión sino también diversión. Todo eso y mucho más es –y, esperamos, seguirá siendo- el Ciclo Elefante. Creado en febrero de 2008, sus organizadores Leandro Hidalgo (foto de la derecha) y Daniel Potachner han programado de manera casi ininterrumpida recitales literarios todos los jueves en el bar Iguanahani de la Alameda.

El 18 de junio, –jueves, por supuesto-, un rato después de las 22, una de «las jóvenes promesas» de la redacción de esta revista, Hernán Schillagi, sorprendió a amigos y desconocidos con un original y muy cálido recital de «textos colgados». La mayoría del material que leyó está en Internet en su blog Quebrantapájaros. También había textos inéditos y otros que han sido publicados en sus poemarios.

Literatura de cordel

En el escenario no había mesa, ni papeles, ni micrófono ocioso de poeta oficinista. En primer lugar, el público se encontraba con una cuerda que sostenía con broches de ropa una serie de escritos que pronto develarían su belleza. Aquí los textos eran textura, trama, tela expuesta. Mucho tiempo colgados, buscaban la libertad de la palabra dicha. En un costado de esta lavandería literaria, Schillagi había dispuesto sus materiales de trabajo: jabón en polvo, suavizantes y quitamanchas. En el centro de la escena, un pie sostenía un micrófono: «¿también cantaría este talento argentino?», se interrogó, un poco asustada, la cronista de este evento.

Después de haber comido y bebido y casi imitando a nuestros ancestros que en torno a la hoguera escuchaban las historias mágicas de sus poetas, el grupo de asistentes fuimos silenciando roces y murmullos para que el artista de pie explicara el porqué de su selección: «Si uno pudiera escaparse de las redes, Internet se hubiera llamado Interjail. Un estar entre jaulas, constantemente saltando de una a otra sin poder salir. Por eso estos ‘textos colgados’ en la red de redes, con el abismo como único fondo. Por eso esta cuerda, también, donde están tendidos al sol de la pantalla azul poemas, relatos breves, textos mestizos y cimarrones».

¡A descolgar, que se viene la lluvia!

El recital se dividió en dos tandas. El tema de Radiohead, Airbag, sirvió de fondo musical para comenzar la primera. El poeta decidió apelar al erotismo para abrir su lectura. Sus palabras calientes, sus «textos húmedos», como los denominó, rozaron los oídos y el cuerpo todo de los presentes. Mientras el tono de voz y las pausas justas creaban imágenes sensoriales potentes, cada uno de los que estábamos allí extraía de su recuerdo algún momento íntimo y feliz. ¿Schillagi pretendió romper el hielo? Esta cronista afirma que incendió el lugar. Y los bomberos estaban lejos. Y nadie iba a ir a buscarlos. Y, en realidad, valía la pena quemarse y gritar hasta derrumbar las paredes de placer como el protagonista del relato Un nuevo hogar. Además de este escrito, en el bloque de «textos húmedos», Hernán leyó: El amor en los tiempos del dengue y El dragón pregunta. En el segundo bloque de esta tanda, aparecieron los textos más expuestos, aquellos «con mucho sol», a decir del poeta, ya que saltaron de la pantalla azul al papel en blanco y hoy son parte de su material publicado: Saliste de mí me encontraste, El sabor de lo perdido recuperado y Tu nombre todo. La que escribe siente particular debilidad por este último poema y su protagonista Marta. Quizás porque encuentra resonancias con su vida presente. Quizás porque todas las nubes son ahora gris marta. Quizás porque sus cielorrasos también se agrietan por las dudas.

El intervalo fue breve. Tiempo suficiente para que Radiohead siguiera sonando, los fumadores tomaran aire fresco, se sumarán nuevos asistentes y los amigos felicitáramos al poeta por el desarrollo de su recital. También hubo muchas fotos, había que registrar el suceso y la «puesta en escena» creada por el poeta porque, ya sabemos, «hay que verla para contarla».

La segunda tanda empezó con «textos mezclados» pero no revueltos. No había una media negra que iba a volver grises todas las camisetas. No. Eran más bien textos teñidos por los colores vivos del humor: zumbón, atrevido y hasta con ciertos toques de picardía de barrio. En El origen de las ficciones cotidianas el relato comienza como una historia de terror y no es para menos: ¡un joven encuentra en la noche negra de su pelo el rayo de su primera cana! Las risas aflojaron a los presentes; incluso, hubo alguna que otra carcajada cuando Schillagi leyó los peculiares Puntos de vista del narrador que persigue en su bicicleta las bondades de una cola femenina. Este bloque incluyó también Deshacer la escritura.

El recital finalizó con «textos ásperos», esa ropa que necesita suavizante para sacarle la mugre, que, por otra parte, nunca se va del todo. Camisetas viejas, jeans gastados como los que seguramente usan los pibes que se encuentran en Camino del espejo. El tono de la lectura se volvió grave, invitando al público a reflexionar sobre la muerte y la marginalidad. Además del relato citado, el poeta leyó La breve y Lo que dura un cigarrillo. En medio de un aplauso cerrado, Hernán se despidió excusándose: «tengo una pila infernal para planchar». Quien escribe pensó que el planchado no era una buena idea. Estos textos eran bellos por sus asperezas, por sus pliegues caprichosos, por sus entramados firmes pero también sutiles. Arrugados y rebeldes como nacieron en la pantalla azul, como viven ahora para envolvernos en los días fríos.

¡A revolver los cupones!

El humor volvió en el cierre de la noche cuando se sortearon dos libros de Schillagi (Primera persona). Otro de nuestros redactores, Sergio Pereyra, se ofreció como «susano» para agitar la canasta con los números de los presentes. Los ganadores no tenían Primera Persona y quedaron encantados con el premio. Es más, demostraron un cholulismo tan exultante que no se fueron del bar hasta que el poeta, de puño y letra, les dedicara sus ejemplares.

Después de brindar por el éxito de la presentación, esta cronista llevó a sus hogares al «susano» y al escritor. ¡Y sí!, uno de sus temores iniciales se volvió realidad sonora. Schillagi, finalmente, cantó. Primero como Sandro y después como Fito. El viaje de regreso, desafinado y todo, fue divertido. Volvíamos a nuestro este, a nuestro Desaguadero que insiste con sus crecidas para bañarnos de buenos momentos y de poesía.



Dos «Textos colgados» de Hernán Schillagi




el sabor de lo perdido recuperado

fría no la soporta la boca
así que se encuentra sobre la heladera

el rallador muestra sumiso
sus dientes desparejos al fruto
del pecado original
porque es la manzana la que le ofrece
su piel de sangre
y mi mano sube baja
rodea las paredes espinosas
para ver cómo los trozos caen al plato
a la infancia
de una tarde de verano en que tres primos
hacían realidad la metáfora

ellos conocían bien el juego
cuando la botella dejó sin apuntar a uno

entonces se quedó tras la puerta
para sólo mirar mientras una serpiente
le crecía torva por debajo del pantalón


De Pájaros de tierra (Libros de Piedra Infinita, 2008)



Lo que dura un cigarrillo

Está sentada en el umbral. Los pies separados y sus rodillas juntas hacen crecer un triángulo falaz. Espera. Tiene el codo clavado en el vértice superior y desde allí se extiende el brazo. Gesto de sostener por una eternidad un marlboro. Desespera. El humo le hace rulos a su melena oscura. La boca se le abre para volverse más amarga. Una boca que dijo, Sabías cuidar de mí. Como un perro, me lamías antes de enterrarme.

La esperanza también puede ser un hueso sucio. Bocanada final.


(Inédito)

lunes, 29 de junio de 2009

Poesía dicha en un susurro

por Cecilia Restiffo*


In movimento, Gigliola Zecchin. Paradiso, 2008, 120 páginas.




Los versos de In movimento, de la poeta Gigliola Zecchin (conocida con el seudónimo de Canela y por su rol como periodista televisiva), apelan al despojo de lo dicho como en un susurro. Este sigilo se propaga a lo largo de las páginas y propone una intimidad hecha de silencio y de imágenes que poco a poco van delineando un paisaje marcado por el ritmo que el lector puede percibir en cada palabra.

Es un estilo sobrio que simula el vaivén de los barcos en alta mar y deja el horizonte libre, amplio para que cada verso se duplique y se revele a sí mismo: «Hay tragedias que los dos acarician / sábanas bordadas en secreto / afuera sobre el dorso de una abeja / el deseo vegetal / colmenas infinitas cubren / la breve ceremonia de la vida…».

Hay en este libro, que fue finalista del prestigioso premio de poesía Olga Orozco 2008, un vuelo rasante sobre los días y las horas vitales. La voz desgrana rincones ocultos y momentos inaudibles que vuelven desde el recuerdo para dejar en las páginas su huella mínima pero constante: «No hay remedio / mientras las abejas sigan su rutina / habrá que elegir una ilusión / y no ser visto // mi padre también se había exiliado en la azotea / con la cabeza oculta entre las manos».

Temas cotidianos que reflejan un estado de asombro frente a la realidad que se palpa desde los versos; así, los poemas de Zecchin están atravesados por la fuerza contenida de la observación, de los ojos atentos que miran por segunda vez: «Una ciudad que vive / en su amor / joven era / con una blusa azul desmemoriada / esa mañana escrita en horizonte /descifrarla».

El tono que propone la autora impone una serenidad de lectura que es, a la vez, invitación cadenciosa y una mirada reflexiva sobre los breves gestos de humanidad que aún conservamos de nuestros antepasados. Su poesía rescata esa tensión que nos define y nos provoca al mismo tiempo: «Hubiera querido cantar / la causa secreta de los cuerpos / no pude /de todos los males / prefiero / la disposición al sacrificio».

El poeta Jorge Boccanera, uno de los jurados del concurso, avisa que vamos a encontrarnos con «postales de una mirada atenta a los mensajes cifrados que viajan de una boca a la otra…». Es por eso que los poemas de Giogliola Zecchin fusionan con firmeza la levedad de la antigua poesía japonesa como el haiku, la concentración de la mejor poesía italiana, junto con una percepción femenina precisa y cálida que hacen de este poemario un compás alternado de consonancias familiares y profundas.



*Reseña publicada originalmente en el suplemetnto Escenario del Diario Uno el 17-05-2009




Algunos poemas de In movimento






la barca quieta

algo pudo haber ocurrido
en la boca del tiempo

mientras la tierra gira
caen los latidos
a un mapa imperfecto

viramos hacia el sur
saltan delfines
otra vez junto al barco

si te quedás mirando
la línea del ecuador
agua y sal te mojan la cara

no hay bitácora
ni mares
ni estrellas

no hay cielo
a la vera de la infancia

*

del arte de naufragar

cinco mujeres sentadas
unas con otras

barajas y la borra del café
la brujería

pasan barcos en la madrugada

con la marea baja
a ras del hambre

ella pensó
partiré para siempre

cavar sabía
la arena es la misma en toda orilla

el parto fue breve

*

cacerolas

a mi madre


agridulce y ladrona
buscando palabras
como botones perdidos
dijo

hijos míos
lo bello cambia

la sangre se busca en los espejos
nacen mártires en cada batalla

tan peligroso es todo

y repartió el silencio
con su misma cuchara

*

restos nocturnos

parada entre excrementos
tengo un niño asombroso
en los brazos

y una corona de margaritas
que me quiere que no me quiere

la loba amamanta
un cadáver pequeñito

todo en cámara lenta
el amor y la tragedia

he despertado varias veces
del mismo sueño.


Gigliola Zecchin

martes, 23 de junio de 2009

Entrevista a Javier Piccolo: ganador del Premio Vendimia de Poesía 2009




«Nadie va a ser mejor ni peor escritor por el resultado de un concurso»



por Hernán Schillagi

Desde el año 2001, el Gran Premio Literario Vendimia recompensa al ganador con la publicación y una suma fuerte de dinero por una obra completa. No son muchos los concursos argentinos que tienen estas características y una continuidad sin fisuras. A pesar de las controversias y gestiones equívocas, Javier Piccolo, con sus 25 años, lo entendió bien, apostó todo este año en el rubro poesía con De Barro y Ceniza y ganó para grata sorpresa de todos. En esta entrevista para El Desaguadero conoceremos qué piensa sobre la escritura literaria, sus afinidades electivas, sus influencias, la pasión por el periodismo literario y todos los proyectos que lo desvelan. El resultado será, seguramente, una necesidad voraz de leer su primer libro.


-¿De qué trata tu libro de poemas De Barro y Ceniza? ¿Tiene una estructura o un punto de partida temático?

-El punto de partida del libro es simple: la carpeta donde tengo los poemas. Sé de algunos poetas que alrededor de una idea construyen todo un libro donde los poemas son partes específicas de un camino que te lleva desde el principio al final. No es mi caso, no me sale. Se me ocurre algo y, si suena bien en la cabeza, lo escribo. Por ahí después resulta una porquería, o me pierdo en el medio del escrito y de repente se va para otro lado. Ahí decido su destino: basura o firma, archívese y comuníquese.
Sin embargo, al momento de «componer» De Barro y Ceniza recurrí a juntar los poemas que más me gustaban de los que ya tenía escritos y a partir de ahí busqué algún hilo conductor, una manera de unirlos. Me guíe mucho por los consejos que me había dado Sergio Pantaley, mi profesor de fotografía, para montar una muestra fotográfica y los apliqué. De esa forma quedaron afuera varios poemas que me gustaban y otros tantos entraron por la ventana para darle forma al libro.
Al final quedó algo bastante estructurado, en tres partes. La idea que me surgió después de la selección que había hecho fue la de articular los poemas a través de destruir lo que creemos conocer, tratando de alcanzar nuestro propio reconocimientos, encontrarnos a fin de cuentas, sin las torpes mediaciones que nos pone el mundo. A partir de ahí, quedaron tres secciones en el libro: la primera, va por el lado de destruir un poco, de reducirlo todo al barro y a la ceniza. La segunda vendría a ser la estancia en esos escombros, algo un tanto desolador. Y la tercera parte busca mostrar algo un poco más esperanzador, la idea de poder construir(nos), siempre mugrientos, sucios pero puros dado tanto trajín.
Después de todo eso, habrá que ver qué quedó realmente en el libro, jeje.

-¿Te habías presentado antes a algún certamen literario?

-Sí, a varios, locales e internacionales, siempre con rutilante fracaso, salvo escasas excepciones (un par de publicaciones como «finalista»). El problema es que en esas excepciones, no había guita de por medio… Y esa es una de las cosas más importantes de este premio, no voy a negarlo. Eso es lo primero que motiva. La edición de un libro también, claro. Además, está la otra parte, que es la que se mueve por los medios, presentando a este premio como «el más relevante de la provincia». También es un gran incentivo.

-¿Qué importancia tiene este premio para tu poesía y para vos?

-En cuanto a mí poesía, habrá que preguntarle a ella que importancia le da. Seguro que estará contenta de andar en papel dando vueltas por ahí. Y por otra parte, espero que no tome actitud vedette a partir de ahora, porque así me resultaría más difícil acercarme a ella.

-¿Qué pensás de los libros de Ediciones Cultura de Mendoza? ¿Has leído a los ganadores de los certámenes anteriores?

-Confieso que he leído pocos libros de Ediciones Culturales. Sin embargo, publica a veces cosas disímiles, que algunas me interesan más que otras. Sobre los ganadores anteriores del certamen vendimia, he leído a algunos; pero de ellos rara vez he leído el libro ganador. Accedí a muchos escritores por blogs, por los diarios, por revistas, por encuentros, por otros libros, etc., que habían ganado el Vendimia en ocasiones anteriores, como Alejandro Frías, Hernán Schillagi, Fernando G. Toledo, Rubén Valle, Pablo Colombi.

-Si tuvieras que definir tu estilo o tu poética en general ¿Hay una línea estética a la que te adscribís o que te representa?

-Yo suelo decir que primero uno escribe, después viene otro a catalogarlo, a ejercer la función de librero o bibliotecario. «¿Y esto en qué sección lo pongo?». Yo no sé, creo que el lector o el catalogador se encargará de eso en su momento. A mí me cuesta hacerlo con mi propia obra. Una vez, me acuerdo, escribí un cuento que me parecía tristísimo y cuando lo leí, mis amigos se empezaron a cagar de risa. Son cosas que pasan.
Lo que sí puedo decir es que busco (o trato) la sencillez, la simpleza, la contundencia. No me gustan las vueltas, las palabras o metáforas complicadas, los códigos herméticos; siento que marcan una distancia y eso no me gusta en lo más mínimo. De ahí a que lo logre, es otra cosa…
Dentro de esa búsqueda, puedo nombrarte poetas que admiro, o tipos de los que me gustaría tener algunas facilidades de las que carezco. Las imágenes de Martín Albarracín, el juego de Mauco Sosa, la potencia de Darío Vélez, la simpleza de Prevert o Benedetti, el compromiso de Zitarrosa. No me sale mucho, que digamos.


-¿Qué poetas mendocinos y argentinos frecuentás en tus lecturas? ¿A cuáles sentís como referencia y por qué?

-Confieso que no soy un gran lector de poesía. Me he dado cuenta que hay relación inversamente proporcional entre lo que leo y lo que escribo. Lo que más leo son novelas, luego cuentos y en tercer lugar poesía. Y resulta que tengo escritos muchos poemas, algunos cuentos y ninguna novela (salvo aquellas aventuras de la infancia).
Los poetas que admiro y siento como referencia son aquellos que nombré anteriormente y ya que estamos agrego a Juan Gelman. Repito, siento que no he leído suficiente poesía como para hacer más extensa esta lista. Siempre hay poemas sueltos que he encontrado por ahí que también me han gustado mucho, pero no puedo citarlos porque no los recuerdo en este momento.

-Como «agitador cultural» a través de la revista Palabra (que dirige con Mauco Sosa) ¿Cómo observás la movida literaria en Mendoza en los últimos cinco años?

-Los últimos cinco años se corresponden, casualmente, a nuestra entrada al ámbito cultural como agitadores. Antes de eso, mucho no sabía. Aclarado esto, la movida literaria la veo en muchos aspectos desmembrada, como que cada grupo actúa por su cuenta y hasta ahí llegó. Tiene sus cosas buenas, porque de repente cada cual está agitando por su lado y siempre hay algo asomando en cuanto a literatura mendocina se refiere. Pero no dejamos de ser asonantes. Por ejemplo, con los dos números de la revista nos ha ido muy bien, vendimos bien, recibimos buenas críticas, etc.; pero fallamos en la gestión, no aprendimos a dar un salto (aunque fuera al vacío, por lo menos). Me da la sensación de que lo mismo sucede a nivel general con la movida literaria acá.
A raíz de eso empezamos un proyecto con Gonzalo Córdoba (de la Editorial Pan), con la idea de que la movida implique movimiento hacia más o menos el mismo lado. A fin de cuentas, todos los que escribimos queremos que nos lean (aún los que reniegan de ello), más allá de diferencias de estilo y de criterio. La idea es que vayamos hacia allá, a la caza de las ediciones, de los lectores, un gran safari, en fin.

-¿Cuáles son los pasos a seguir de este proyecto gráfico?¿Están trabajando en un nuevo número de la revista?

-Sí, estamos trabajando en el nuevo número. De hecho, pienso utilizar parte del dinero del premio para editar este nuevo número (del cual no voy a arriesgar todavía fecha de salida). Además de eso, estamos con ganas de mandarnos para Internet al mismo tiempo, un recurso que teníamos bastante dejado de lado. De todo esto habrá novedades en cuanto esté listo.

-Antes de ganar el Premio Vendimia ¿Qué opinabas del concurso?

En general, lo mismo que pienso de todos los concursos: el resultado es la opinión de un grupo de tipos sobre lo que leyeron. El Vendimia siempre me pareció un poco hermético. Como que había poca renovación. Y bastante descreimiento. Sin embargo, obstinado y terco, seguí enviando, hasta que a este grupo de tipos en particular les gustó lo que envié.

-Por primera vez desde 2001, el jurado está integrado por un representante que no es de la provincia, Carlos Carbone (de Buenos Aires) ¿En qué aspectos creés que el premio mejora con este cambio?

-Mejora en el aspecto de que acá, en el ambiente, casi nos conocemos todos. Entonces cualquier decisión puede estar sujeta a críticas. «Ah, Juancito y Pedrito que fueron jurados premiaron a Cholito porque estuvieron en un recital de poesía el otro día juntos y chanchos amigos». Y a partir de eso, una tonelada de sutilezas, casi siempre hirientes. Y por otro lado, una mentalidad medio pueblerina de que los escritores, jurados, etc., de afuera tienen más «autoridad». No necesariamente es así. Pero lo que sí asegura es algo de imparcialidad. Una queja constante acá es que los concursos los ganan siempre los mismos y hace dos años, con el concurso Municipal (con jurados de afuera y todo) ganaron Rubén Valle y Pablo Colombi: «los de siempre». Ahí no escuché muchas quejas, el jurado de pronto era más «creíble». Qué sé yo, en el fondo lo que está en juego es el ego del escritor, bastante grande por cierto y cuando no está satisfecho, puede rugir por cualquier lado. Repito, el resultado es la opinión de algunos tipos sobre lo que leyeron. Si esos tipos son de Mendoza, Buenos Aires o París, bien; pero eso no asegura que posean más o menos autoridad literaria para juzgar algo. Imaginen de repente que García Márquez, Saramago y Salman Rushdie fueran jurados. Perfectamente podría pensar “«ah, no estos tipos van a juzgar mal porque ya están hechos y no les calienta» o bien «son unos viejos chochos, no entienden la nueva movida». Y si el jurado fuera Mengano, Sutano y Fulano, podría pensar «¿y estos quiénes son?» o «su decisión me importa un pito». Todo resulta muy subjetivo y cuando uno se presenta a un concurso (sea cual fuere), tiene que estar dispuesto a jugar ese juego con las reglas que ya están puestas. Y después, a aguantarse. Nadie va a ser mejor ni peor escritor por el resultado de un concurso.

-El poeta Hugo Mujica dice sobre la poesía: «Escribo para saber». Entonces ¿para qué escribe poemas Javier Piccolo?

Para resistir, para buscar, para creer que encontré y volver a buscar, para no perderme en el intento, para zafar, para jugar, para pensar que estoy haciendo algo que resulta en una multiplicación infinita de la nada, para que yo quiera, para quien quiera, para excusarme de mis derrotas, para minimizar los pocos triunfos, para justificar el próximo trago y el próximo brindis. Para nada y para que eso sea, de alguna forma, algo.




Dos poemas inéditos de Javier Piccolo



Caracoleando

a veces tengo este sueño
me arrastro como una babosa lenta
en una lluvia de sal
hasta que aparecés vos
me ofrecés el caparazón de tu risa
el caracol de tus labios
y me levanto torpemente
y corro torpemente
por el fangal
y me caigo
pero cuando vuelvo la vista atrás
te veo sentada llorando
tu mismo sueño
y sé que a veces tenés este sueño
porque el caracol de tu boca
llega a mi noche
me despierta
pero no te veo acá al lado
sino sentada en tu cama insomne
con el cadáver de una babosa
en tus manos
y corro torpemente al teléfono
para avisarte que tu sueño
se ha despertado
y que lo estoy cuidando
hasta que te vea



Mastoiditis

El hombre murió
De mastoiditis
Imaginé que se había convertido
En mastodonte
Claro, esos bichos
Se extinguieron hace mucho
Era inevitable que muriera.

lunes, 22 de junio de 2009

Javier Piccolo ganó el Vendimia de Poesía 2009

El acto de anuncio de los ganadores del Vendimia 2009, el lunes 22, en Casa de Gobierno. De izquierda a derecha: Luis Ricardo Casnati, Hugo Torre (SADE), Gabriel Dalla Torre (ganador en cuento), Manuel García Migani (mención en dramaturgia), Javier Piccolo (ganador en poesía), María José Alcaya (ganadora en dramaturgia), Ricardo Scollo (secretario de Cultura) y Arturo Roig.



por Fernando G. Toledo

El libro De barro y ceniza, del escritor Javier Piccolo, resultó ganador en la sección Poesía del reciente Gran Premio Literario Vendimia 2009, que organizó la Secretaría de Cultura de Mendoza.
Piccolo nació el 29 de febrero de 1984. Es responsable junto a Mauco Sosa de la revista Palabra, que comenzó a editarse en 2007. Según cuenta, tiene «escritas cuatro novelas, numerosos cuentos y poemas sin editar». De barro y ceniza, por el que recibirá $5.000 y la edición de su poemario, será su primer libro, que según Cultura de Mendoza contará con una tirada de 500 ejemplares.
El jurado que eligió el libro de Piccolo por sobre el resto de los concursantes estuvo integrado por Carlos Carbone (Buenos Aires, poeta y editor de La Bodega del Diablo), Viviana Ramos (SADE Mendoza) y Daniel Israel (UNCuyo).
En el acta de adjudicación del premio, hizo constar estos argumentos para describir el valor de De barro y ceniza: «Este trabajo reúne un conjunto de características que lo hacen impactante: el poema breve y fuerte, con matices un tanto irónicos pero sutiles; la combinación de imágenes elocuentes con el ingrediente infaltable de la musicalidad; la belleza manifiesta- aun en el poema obscuro (sic)- que nace de una nítida sensibilidad; hacen de esta recopilación un caudal vertiginoso de palabras que invita a ser recorrido de principio a fin, sin interrupciones para el lector que gusta de la poesía simple y profunda, donde cada cual se refleja y la vivencia a su manera, pero siempre rozando el alma con la inquietud y la pasión...».


Un poema inédito

Javier Piccolo


Lo que escribo

De mi mente a mi mano se pierde medio texto
De mi lapicera al papel se pierde la otra mitad
Del papel a su mano se construye medio texto
De su ojo a su mente se construye la otra mitad
Mis textos entonces son cuatro
El que pienso y mi mano no escribe
El que mi mano no piensa y escribe
El que usted agarra y ve
El que usted ve y piensa
Pero el texto que pensé
Es el mejor de los cuatro
Por eso no se puede escribir

miércoles, 17 de junio de 2009

La poesía y el calefón



Le pedimos a Paula que hiciera una recorrida por el centro mendocino y buscara libros de poesía de autores locales y nacionales sin morir en el intento. Aquí va su crónica tanguera.









«La poesía trae en su ADN la marginalidad»
Hernán Schillagi



Ser marginal es estar fuera de las normas sociales, glosa el diccionario con su dedo índice rector. En las librerías del microcentro mendocino la poesía nacional y local se atiene a rajatabla a esta definición y la extiende holgadamente: si la consigna es «estar afuera», los poemarios de nuestra literatura están fuera de las primeras estanterías, fuera de los mesones de entrada, fuera de la iluminación, fuera de la limpieza a conciencia, fuera del alcance de la mano –si con eso se entiende no arrodillarse o estirarse como contorsionista de circo ruso- y, fundamentalmente, fuera de cualquier tipo de orden que facilite su búsqueda.

Ésta es una reflexión lúgubre. No acostumbro a hacerlas. Por lo general, salgo a la calle a indagar con un candoroso optimismo esperando encontrar experiencias que añadan diversidad a mis crónicas. En este caso, hallé poco, me indigné bastante y traté de sonreír con algunas «ironías» de nuestro mezquino mercado local. Mi metodología de investigación era sencilla, solo dos preguntas a los vendedores de turno: «¿qué me podés mostrar de poesía local?, ¿y de nacional?». Nunca pensé que esta simpleza interrogatoria suscitaría tanta incomodidad.

Empecemos nuestro recorrido por la librería García Santos (San Martín 912 – Ciudad). Aquí encontré mucho material aunque disperso y poco ordenado. Lo primero que me ofreció el vendedor fue Armando Tejada Gómez (Ahí va Lucas Romero y Antología de Juan de Torres Agüero Editor). Acto seguido y sin que yo hubiera emitido sonido, me dijo que no había nada de Alfredo Bufano, Américo Cali y Ángel Bustelo. Le respondí que por el momento no tenía interés en comprar obras de estos autores. Respiró aliviado: «todo el mundo me pide libros de estos poetas y no hay nada. Ni el gobierno, ni las editoriales se preocupan por reeditarlos y hay mucha demanda por parte de las escuelas secundarias, los terciarios y la universidad». Viendo que podía profundizar la charla, le pregunté sobre los poetas locales contemporáneos. «Se venden poco y nada; en general, los compradores son otros escritores interesados por conocer el trabajo de sus pares. También se acercan algunos jóvenes que buscan poesía nueva». Toma aire, duda un poco, pero arroja su conclusión lapidaria: «¿Sabés cuál es el problema? Acá hay más poetas que lectores. Todos publican, poca gente los conoce y las ventas son escasas».

Dejé a nuestro vendedor cavilando y di un vistazo a las estanterías de poesía para encontrar gratas sorpresas: La colección La mesita de luz de Editorial Diógenes, fundamental para comprender el trabajo poético de los 90, se hallaba casi en su totalidad (Postal en movimiento de Carlos Vallejo, Letanía Beat de Luis Ábrego, Los peligros del agua bendita de Rubén Valle, Hotel Alejamiento de Fernando G. Toledo, entre otros). De Ediciones Culturales de Mendoza había menos material y los poemarios Mapas de Adelina Lo Bue y Secuencia del caos del mismo Toledo debían convivir en extraña vecindad con Sabores de la antigua cocina cuyana. Frente a esta estantería sorprendía la calidad de los ejemplares de la editorial porteña El mono armado. Dirigida por el poeta Marcos Silber y su hijo Ramiro, se propone publicar no solo obras de autores de Buenos Aires sino también del resto del país. Quien se acerque a este rincón de la librería encontrará, más allá de un arco iris de lomos coloridos, los poemas del mendocino Carlos Levy (Viejo hotel), la puntana Susana Baigorria (Poemas para decir la luz), el salteño Leopoldo Castilla (Bambú), entre varios más. La Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras estaba presente en unas viejas antologías –con estudios preliminares incluidos- de Vicente Nacarato y Alfonso Sola González. «No te vayas sin ver esto», me dijo el vendedor mostrándome una alta pila de libros de gran formato. Allí estaba mirándome desde las alturas Solo tu nombre de trigo verde de Luis Ricardo Casnati, obra subsidiada por el Gobierno de Mendoza en 2008 y publicada por Zeta editores. El ambicioso poemario iba a recibirme desde pilas semejantes en todas las librerías que visité ocupando, como única excepción a lo que afirmé al comienzo, un lugar central en los negocios recorridos.

Y llegué a la cadena, al limpio e impersonal eslabón céntrico de Yenny (San Martín 1087 - Ciudad). Allí el vendedor fue tajante con mi primera pregunta: «Si querés algo de poetas de acá, andá a García Santos. De poesía nacional vas a encontrar allá abajo» (entiéndase por «nacional» un 80% de porteños y un 20% combinado «resto del mundo» provinciano). Al ras de la tierra, del alfombrado, bah, encontré el vuelo poético necesario para permanecer quince minutos de rodillas sin padecerlo. En el aire me tuvieron Abrigo de Claudia Masin, Solos y solas de Tamara Kamenszain, La máquina de hacer paraguayitos de Cucurto, Oda de Fabián Casas y Tener lo que se tiene de Diana Bellesi. Ya en mi habitual posición bípeda, me despedí del perfume del local, de los acentos foráneos asombrados por los convenientes precios y del olor a tinta fresca.

Pasé por Rayuela recordando que en muchas ocasiones encontré entre sus anaqueles textos que no había hallado en ningún otro lado. Éste no fue el caso. De poesía local tenían los poemarios de Tejada Gómez y Casnati ya vistos y como novedad me enseñaron Los desangelados de Martín Echeverría (Por la huella – Proyectos culturales). Comentario aparte merece el extraño ejemplar Escribir su primer libro de Rodolfo R. Rocha que también me mostraron. Hojeándolo pude encontrar no solo indicaciones de redacción sino también métodos prácticos y caseros de encuadernación, direcciones para el registro de la propiedad intelectual… y cuando me lo iba a llevar, me acordé del vendedor de García Santos y de su “todos publican”. Sentí un poco de tristeza y dejé el texto. Quizás otro lo compraría y saldría entusiasmado a fabricarse un sueño de cuatro vértices.

Concluí mi viaje de tres cuadras en Mendoza Libros (San Juan y Garibaldi). Me volvieron a ofrecer el libro de Casnati y un material desconocido hasta el momento: Poemas para regalarle a su amor de Jorge Sosa (Ediciones Infinito) acompañado por un CD. «¿Se vende?», pregunté, «sí, muy bien», fue la respuesta feliz.

De lo visto y escuchado, pude extraer algunas conclusiones y unas cuantas preguntas:

-El canon escolar pide obras que no edita el mercado (¿los docentes deberían reformularse los textos que solicitan a sus alumnos?, ¿es correcto que pidan “los clásicos” ya que los nuevos autores no han sido lo suficientemente estudiados?).

-El público desconoce la obra de los nuevos poetas (¿deberían tener más difusión en los medios?, ¿el apoyo del estado debería ser mayor?, ¿qué estrategias sería conveniente que implementaran los autores para llegar a más gente fuera del círculo de poetas, periodistas y conocidos?).

-Una obra no vende más ejemplares aun ocupando los lugares centrales de la librería si su autor no es lo suficientemente conocido.

-Un personaje multifacético como Jorge Sosa (escritor, periodista y humorista), muy popular en la provincia, no solo puede vender «muy bien» poemarios, sino también cancioneros infantiles, recopilaciones de monólogos, libros de relatos y hasta recetas de cocina si se propusiera escribirlas.

Conclusiones generales, infinidad de preguntas, pero el gran interrogante que se desprende de estas visitas es el siguiente: ¿las librerías son los canales más propicios para que la poesía encuentre sus lectores? Sin duda, son los más «lógicos». Pero, ya lo sabemos, este género subvierte cualquier lógica, la desafía, «es marginal hasta el hueso» y, quizás, en la circulación de mano en mano, en la recomendación de un amigo entusiasta, en la emoción suscitada por la lectura de un recital, la poesía halla puentes más legítimos para dar con aquel público que no sabía cuánto la necesitaba.