jueves, 11 de agosto de 2011

La disputa por el margen



Esa empleada doméstica indocumentada del mercado.
María Moreno.



1.
Apenas el muchacho con veleidades de poeta llena su primer cuaderno de versos, tarea que suponemos concreta con rapidez, pues «escribir para abajo» rinde, y como le urge que el mundo se anoticie de sus miserias -las del mundo-, o de la belleza de los pechos de su novia –de la novia del poeta-, sale en busca de edición en editorial prestigiosa. Mas como en tales empresas nadie se interesa por su trabajo ni, en general, por el de poeta alguno, el muchacho repudiado de manera tan grosera cuélgase el mote de marginal. Y como todo margen para serlo necesita de un centro, el mencionado muchacho edifica uno -imaginario- habitado por aquellos que sí publicaron, a quienes desdeñosamente comienza a referirse como a «los comprados»; rótulo con el que, aunque por razones distintas, concordamos: «comprados», sí, porque fueron ellos mismos quienes financiaron la impresión de sus libros.

El paso siguiente en su camino autoconsagratorio como bardo de los bordes es despotricar contra el adocenamiento de esta sociedad (incluidos los poetas que no comulgan en su capillita), incapaz de captar la intensidad de sus iluminaciones (del muchacho con ínfulas de poeta, se entiende); lo cual no sería censurable si sólo se efectuara junto al oído de alguna jovencita deseosa de entibiar las sábanas del novel escritor, pero que cuando se erige en programa estético hace agua por los cuatro costados.

2.
De un tiempo a esta parte, tanto en las grandes ciudades como en las de provincia, asistimos al cíclico recrudecimiento de la lucha por el margen; no por su enunciación, sino por la exclusividad de enunciar desde él. No obstante, si ponemos la lupa sobre el fenómeno de la lectura veremos que se trata de una actividad más o menos marginal. Si continuamos nuestro examen, descubriremos además que dentro del universo de lectores, los de literatura representan a su vez un margen, puesto que un porcentaje significativo se inclina, entre otras temáticas, hacia la autoayuda, la metafísica o las biografías de famosos. Y si lo proseguimos, esta vez con lupa de mayor espesor (tal es la dificultad para hallarlos), apreciaremos que dentro de los lectores de literatura, los de lírica son un número aún más exiguo. Por lo tanto, en un mercado que no llega a «despensa» (las ediciones de poemarios raramente superan los 200 ejemplares, que con viento a favor su autor distribuye a precio de costo entre amigos y familiares), donde la poesía es un margen dentro del margen del margen: ¿qué poeta no es un «marginal»?

Es decir, muchacho con pretensiones de chamán, como el de dios, el de la poesía no es un reino de este mundo. No en un país como el nuestro, donde los poetas pagan sus cuentas con las pobres monedas que les brindan la cátedra o el periodismo, con los billetes obtenidos en el estudio o el consultorio; no mientras, en todos sus niveles, la institución escolar se digne a recuperar su rol de entrenadora de lectores eficientes –y amorosos- de poesía. O sea, no deberías confundir «lo que da de comer con lo que alimenta» (Silvestri). Deberías en cambio aceptar -y agradecer- que la publicación de versos tenga todavía mucho de amateurismo, porque en esta condición radica una de sus más altas virtudes: la libertad; que a vos, muchacho, te permitirá, si es ese tu deseo, seguir alabando las prominentes o modestas curvas de tu novia o lanzando diatribas contra el mundo, sin la obligación amarga de cautivar a los lectores o gerentes de las casas editoriales (testimoniada por más de un novelista mártir); tendrás tan solo que gustarte y, con suerte, gustarle a aquellos que naturalmente se inclinen hacia tu obra.

3.
¿Cuál fue el objetivo que impulsó el movimiento de los dedos sobre el teclado para la redacción de estas notas? ¿Fue acaso la sola crítica de conductas? En parte. De algún modo (solo en este momento se visibiliza) estas líneas procuran que tanto el joven poeta como quienes ingresamos a un bar sin mostrar los documentos, abandonemos las minucias y animemos el fuego de una polémica genuina en torno a cuestiones relevantes para nuestro género; mientras, dejamos en manos de psicólogos (¿de qué otra cosa, sino de egos maltrechos o paranoicos, se habla cuando se instala el problema del margen y del centro?) y sociólogos el abordaje de temas para los que sin dudas están mejor calificados que nosotros. Nosotros que apenas sabemos del amor -¿obsesión?- por las palabras, nosotros que a duras penas intentamos escribir.


martes, 2 de agosto de 2011

La honda necesidad de seguir escuchando

Foto: Maximiliano Ríos.

Del amor. Lectura: Juan Gelman. Música: Mederos Trío. Dirección: Cristina Banegas. Lugar: teatro Plaza. Público: 900 personas.



Por Fernando G. Toledo


«¿Puedo por fin al fin llorar?» podría haber repetido, como en un inolvidable poema, la chica de la butaca de al lado. Ella no quería que todo acabara, pero ya era tiempo: dos horas después de que Juan Gelman y el Rodolfo Mederos Trío pisaran el escenario del teatro Plaza de Godoy Cruz, el espectáculo Del amor concluía consiguiendo el extraño prodigio de dejar a toda la audiencia en estado de éxtasis.

Gelman en su voz y sus textos, Mederos con su bandoneón infinito, más la guitarra de Armando de la Vega y el contrabajo de Sergio Rivas entretejieron una trama sutil que fue envolviendo al auditorio como con las artes de un hipnotizador. No es común ver un público tan amplio y heterogéneo (aunque en él abundaran escritores y diletantes), tan entregado a lo que, de seguro, muchos esperaban que fuera magnífico pero pocos que resultara así, avasallante.

Quizá porque Gelman eligió esos poemas de amor en los que las palabras más gastadas alcanzan un nuevo brillo, en los que las palabras novísimas copulan con las primeras para gestar al verso siguiente una nueva música, un nuevo sentido. Poco importaba que leyera esos sus poemas más célebres como alguno quizá más reciente y menos calado aún en nuestros huesos: su voz cansina, su constante embeberse en el silencio que acechaba, desgranó poemas como Mujeres, Gotán, Ofelia, Oración, Cada vez que paso por Rue des Arts, Cerezas, La estela. Y fue así como, desde el borde del escenario hasta la pared final del teatro Plaza, en el primer piso, una masa humana se rindió ante ese poeta sentado su mesa de madera amplia, quien parecía a veces estar, a veces esfumarse como el humo del cigarro.

Al otro lado de la escena, en cambio, Mederos comenzaba a viborear con su música por entre los versos que caían. De a ratos, vale decir, el sonido de uno acallaba al otro, y desde las butacas era imposible elegir qué escuchar. Pero en otros momentos, los mejores, en cambio, un tango del trío era la siembra para la cosecha del poema siguiente. Y a veces lo que Gelman arrojaba al surco fértil de la noche del lunes, Mederos lo recogía para regarlo con su sonoridad sin par. Tocaba Merceditas, Sur, La pulpera de Santa Lucía o los valsecitos compuestos especialmente para este espectáculo, y era como soldar a cada espectador contra las butacas, hacerle a cada uno de los presentes más lento el tiempo, más honda la necesidad de seguir escuchando.

A ratos, incluso, nada parecía suficiente. Un poema de Gelman despertaba un ansia por volver a oírlo pasar las hojas para seguir con el siguiente, y que nunca se detuviera. Pero luego, con Mederos, De la Vega y Rivas acaecía otro tanto. Quizá no sabían, ni el poeta ni los músicos, el modo soberano con que despertaban el aplauso fervoroso. Y por eso, tal vez, todo funcionaba mejor; porque estaban pasándola soberanamente bien, mientras desfilaban por encima de sus cabezas las proyecciones de las obras de Juan José Cambré, que era lo único que se parecía a los minutos que pasaban, como un desfile inmóvil.

«¿Puedo por fin al fin llorar?» podría haber dicho esa chica o cualquiera de los presentes. Gelman, Mederos, la poesía y la música merecían por igual lágrimas y aplausos, el llanto y la alegría, que es lo que el arte de los grandes conjuga, y enjuga.

Publicado también en Diario UNO.




Un poema de
Juan Gelman



Cerezas

a elizabeth

esa mujer que ahora mismito se parece a santa teresa
en el revés de un éxtasis/hace dos o tres besos fue
mar absorto en el colibrí que vuela por su ojo izquierdo
cuando le dan de amar/

y un beso antes todavía/
pisaba el mundo corrigiendo la noche
con un pretexto cualquiera/en realidad es una nube
a caballo de una mujer/un corazón

que avanza en elefante cuando tocan
el himno nacional y ella
rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos
por la llovizna nacional/

esa mujer pide limosna en un crepúsculo de ollas
que lava con furor/con sangre/con olvido/
encenderla es como poner en la vitrola un disco de gardel/
caen calles de fuego de su barrio irrompible

y una mujer y un hombre que caminan atados
al delantal de penas con que se pone a lavar/
igual que mi madre lavando pisos cada día/
para que el día tenga una perla en los pies/

es una perla de rocío/
mamá se levantaba con los ojos llenos de rocío/
le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío/
en la mitad de la noche me despertaba el ruido de sus cerezas
creciendo/

el olor de sus ojos me abrigaba en la pieza/
siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día/
limpiaba suciedades del mundo/
lavaba el piso del sur/

volviendo a esa mujer/en sus hojas más altas se posan
los horizontes que miré mañana/
los pajaritos que volarán ayer/
yo mismo con su nombre en mis labios/

lunes, 25 de julio de 2011

Historia del poema Oda de Irene Gruss


Por Irene Gruss
(Especial para El Desaguadero)

Voy a intentar contar la escritura de un poema publicado solamente en revistas e internet porque no pude incluirlo en ninguno de mis libros; sentía, siento todavía, que no pega con nada en la unidad o el discurso de cada uno, si bien tiene sus buenos añitos. Se trata de «Oda», poema al que nunca le di mucha expectativa, y sin embargo repercutió de variada manera, casi diría a mi pesar, porque nunca como en este, como en muy pocos en realidad, pude separar tanto lo que suele llamarse el proceso de creación (es decir, como dijo Valéry, lo que una hace en el poema) con lo que el poema dice o intenta decir; en cambio choqué con lecturas literales, lineales, lo que me decepcionó bastante. ¿Estará la falla precisamente en el poema? No lo sé; no lo considero barato pero me pregunto si algo de pobreza no debe tener, dados esos «resultados».

Estaba yo con mi libretita y sentí que la cosa iba a ser para largo, por lo que me levanté y agarré una hoja de resma tamaño oficio (sabrán algunos que a veces la A4 es corta, no alcanza). Esto me sucede sin saber todavía qué, cómo ni cuánto voy a escribir pero en la nebulosa del inicio se «activa» lo que va a precisar ese texto; es casi inherente. (Me pasó también con «El rito», que escribí en un barcito de una playa, con Charly García al mango; no tenía papel y robé un volante de propaganda y le pedí al mozo uno más, si no era molestia. El silencio que exigía el poema y su longitud me los hice a pura concentración, encapsulada casi únicamente en ese leitmotiv «dejen conversar al mar conmigo».)

Decía, estaba yo con las manos en la masa; quería hacer el recorrido del cuerpo pero no un manual de anatomía, como suele ser muchas veces este tipo de textos. Sabía que la enumeración iba a ser complicada con esto en cuenta, pero también sabía -o fui sabiendo- cómo era esa mujer que se masturbaba y por qué se masturbaba. No era solo gozar con su cuerpo; había una historia medio patética además: el otro está ajeno, lejano. Ese convivir de la autocompasión y el disfrute, y al mismo tiempo tratar de que este último prevaleciera sobre el estereotipo de la mujer sola que espera, «la lástima», fueron una de las cosas que más me divirtieron mientras lo escribía. Y también el hacerla moverse, sentirse quizá por primera vez. El uso del tú y del imperativo me ayudó a conseguir un tono entre irónico y grave, que me separaba aún más de la anécdota. No tenía la menor idea de cómo llegar a un final pero también sabía que este debía ser brutal, casi diría cruel. Y justo sonó el teléfono; era uno de esos aparatos sólidos, pesados, de antes, esos que proveía Entel. El acto de levantar el tubo y sopesarlo me dio, cual iluminación no me atrevo a decir divina, el final. Agradecí a quien llamó, corté, y terminé el poema.

La primera versión decía en su momento «Lubrica tu vagina», cosa que sonaba y suena a lubricación de automóviles. Lamentablemente, se publicó así en una revista. Por irresponsable o ansiosa, vaya a saberse. Lo leí por primera vez en Cemento, en un ciclo que organizó Fernando Noy; éramos diez mujeres poetas leyendo antes de la hora en que la gente iba a bailar, entre otras cosas. Mi hijo mayor, de unos quince años en ese entonces, estaba (no así mi hija menor, de unos diez, once) entre el público. Empecé a recibir llamados y mensajes pornográficos ¡de escritores! Y ahí empezó mi malestar. Corregí este poema por última vez el año pasado y ahora navega por internet en sitios de escritura erótica, y otros. Una anécdota de humor: allá por los ’80, un trío de actrices, Marta Paccamici, Lydia Raggi y Damiana (no recuerdo ahora su apellido), alumnas de Helena Tritek, hacía un espectáculo en el que decían y desacralizaban poemas, a la manera de Batato Barea; una vez, en el Centro Cultural Rojas de Recoleta, se aparecieron las tres vestidas de monjas. Primero paseaban entre el público (había una muestra de arte erótico) como si nada; en eso salen con incienso, rosarios, etc., y empiezan a decir como una oración la «Oda». Todavía no eran buenos momentos; vinieron los de seguridad y la policía y tuvimos que correr y subirnos al auto de una de ellas para salvarnos de los golpes y obviamente del ir presas. Las carcajadas todavía suenan.






Oda


Úntate cada pezón con miel
y baja el mentón, la lengua,
saben dulces, toca
circularmente cada punta morada, agrietada o lisa
y luego acaricia el vientre, el ombligo,
haz cine o literatura
con la mente pero no olvides los pezones,
la miel, el dedo circular
hazlo frente al televisor mientras te ríes
y te humillas: mastúrbate, abandona,
cuida el clítoris como a la piel de un niño,
escucha el viento que suena detrás
de la ventana cerrada, guarda tu jugo
a escondidas del mundo
y mastúrbate, que tus piernas
comiencen a abrirse y cerrarse
que tu murmullo sea un gemido ronco,
grito agudo en el aire, en el hueco que pide
penetración, contacto,
habla despacio
hazlo en silencio pero gime
aúlla
murmura aunque sea el goce
el rozarse de tu pelo en la almohada
en la alfombra en la nuca,
mastúrbate,
hasta que las rodillas tiemblen,
hasta que caigan
lágrimas y suene esta vez
no un viento sino un timbre
y otro, regular campanilla,
recién entonces
dilátate como en el parto,
húmeda, tu vagina, el tubo que sigue llamando,
levántalo, bájalo,
introdúcelo, y escucha ahora su voz
lejana, ajena,
y cierra tus ojos, su boca
tan adentro.


Irene Gruss

lunes, 11 de julio de 2011

Una campaña del desierto




Libro del desierto, Omar Ochi. Ediciones Culturales de Mendoza, 2011. 84 pág.


por Hernán Schillagi


Los premios literarios, más allá de la vanidad y el esnobismo, justifican su existencia entre los escritores solo cuando posibilitan el conocimiento de la obra de un poeta que -de otro modo- le hubiese llevado mucho tiempo llegar a los lectores y cobrar visibilidad. Omar Ochi (Mendoza, 1988) resultó el ganador de la edición 2010 del Gran Premio Vendimia con el poemario Libro del desierto. Digámoslo, obtener el primer puesto en un certamen de poesía no se encuentra en los intereses que desvelan a los jóvenes de i-pod en mano, y mucho menos provoca una «mejora» en la escritura de nadie. Sin embargo es al menos auspicioso que un estudiante de la carrera de Letras se anime -entre el fárrago de voces medianeras- a levantar la mano empuñando la palabra poética.


Piedra y camino

La propuesta de Ochi en su Libro del desierto se hace explícita desde el primer poema: romper con el pasado, tanto literario como íntimo, para plantear el tránsito hacia el desierto, es decir, hacia una metáfora de lo desconocido. Rápidamente descubre en dónde se encuentra. Sabe que el camino de la poesía paisajista y sentimental ya está agotado. Como un doctor Jekyll hastiado de lo remanido y acomodaticio separa su cuerpo de lo anterior y se lanza esta vez a buscar el cuerpo informe y malhadado del poeta: «hoy, abriendo el cofre del pensamiento/ y desenvainando la palabra,/ encuentro mi laberinto de arena…»

El poeta, entonces, debe dinamitar sus habilidades aprendidas para lograr descubrirse. Toda búsqueda en lo conocido se vuelve inútil. Únicamente a través de la reflexión, la voz se abre paso y avanza. Es así cómo la arena se le presentará como un símbolo del lenguaje infinito o, al menos, como algo inabarcable. Hay una dificultad, es cierto, la de ser una unidad luego de la separación. «Repaso el día en que te desprendiste de mí…», dice en uno de los primeros textos; para rematar luego: «Partirme en dos canciones/ y volverte a perder».


Todos tus desiertos

El libro también apuesta a un viaje con tres paradas obligadas. La primera, como hemos visto, la «Separación». La segunda, ahora, es un adentrarse en el desierto con los escasos fragmentos que han quedado en las alforjas. Si en la primera parte, los poemas tienen título e intentan dar nombre a cada paso; en «Espejismos» hay una serie de 14 textos numerados como un inventario improbable de lo visto entre la arena y el sol. La esquiva unidad la da el espacio: un desierto silente, inhóspito, alucinado. Es por eso que la reflexión aquí atiza sin miramientos. El dolor se hace presente entre tanta ausencia y de algún modo habla: «una traición sin sospechas/ es tan real como la ilusión». Los hallazgos se vuelven cada vez más temerarios: «pero oímos/ que la muerte es la primera nota del silencio». La voz se desdobla en su soledad, comienza un enfrentamiento vital y se indaga como si fuera otro: «y encuentra un hombre/ que huye del hombre/ que lleva adentro». Entonces, el poeta se encuentra en el oxímoron, en todos los opuestos que desafían la lógica, pero que van produciendo palabras y zonas extranjeras:


aunque lo tenía todo
el halcón se despojó de sus alturas
bajó al desierto
y murió
infinitamente vivo

(Espejismos, XIV)



El libro de arena

La última y anhelada parada, por lo tanto, es la «Poesía». La innumerable arena (¿el tiempo?) sigue siendo el motivo, la base de despegue; sin embargo el poeta encuentra las palabras a través de un «pacto secreto» con el desierto. En esta parte, si bien la tensión que hemos venido palpitando decae y se dispersa, también es cierto que Ochi nos ofrece las piedras ocultas de lo no transitado. Una veintena de poemas sobre la belleza, la escritura, la eternidad, la materia poética en sí; aunque sin la solemnidad que ya estarán suponiendo algunos «bardos culposos» de la actualidad que piensan que, sin ironía y humor, la poesía deviene altisonante y engreída. Ochi, por el contrario, hace una defensa de la poesía, de su acto de escribir a través del tono bajo - sin énfasis- de los que tienen certezas, con vocablos precisos que condensan un eje verterbrador, con el escandido firme y trabajado de una música hipnótica: «Escribo esto que no es mío,/ sino de las manos de un verso/ y mis pedazos». Cuando el silencio dice, el desierto termina.

Omar Ochi con su Libro del desierto nos provoca, de algún modo, a realizar otros viajes de búsqueda poética y humana por algunas obras escritas en Mendoza como Segundo Diluvio de Fernando Lorenzo o, más cerca en el tiempo, La iluminada de Raúl Silanes. Distancias, seguro que las hay y de todo tipo; sin embargo como exige Rodolfo Alonso: «La devoción por la poesía, en la poesía, […] implica aún, mal que les pese a tanto profeta posmoderno, a la vez exigencia y entrega, precisión e infinitud, solvencia e instinto, cerebro y oído…» Quizá por eso, un poeta no merezca un premio; sino que los premios son los que se merecen a la poesía.


Algunos poemas de Omar Ochi



Repaso

Ya ves, ninguno ganó.
Perdimos la historia, las manos, la piel
por tirar nuestras cartas y jugar a llovernos.

Repaso el día en que te desprendiste de mí,
el maldito día, la bendita lluvia
escrita para siempre en el texto de las lágrimas.

Luego te pierdo en la arena,
sangrando tus voces, llorando así:
con la verdad que se sufre en los ojos del tiempo,
en el latido innumerable,
en el final y al revés.

Pues sucede que para volver a hallarte
debo hallarme mil veces,
partirme en dos canciones
y volverme a perder…

*

I

en las dunas
el hombre estaba solo

sólo acompañado
de sus piedras invisibles
sus dudas
y un pueblo de fantasmas
solos

entonces de su costilla
salió un poema

*

Mientras alguien callaba

Reíste cuando algo desentonó
cuando alguien perdió su pájaro y nevaba en otra parte.

Cantaste, dijiste una música;
vengaste el silencio, su crueldad, sus sonidos:
y le diste al amor tu nota más alta.

Reíste, lanzaste luz por la boca
mientras alguien, en el invierno de una rosa,
y en alguna otra parte, callaba.

domingo, 3 de julio de 2011

La incertidumbre ante la poesía: Nueva antología de poetas hispanoamericanos




por Hernán Schillagi


La editorial Visor publicó en mayo, en conjunto con otras cuatro editoriales en Latinoamérica, Poesía ante la incertidumbre: Antología de nuevos poetas en español. Ocho poetas hispanoamericanos nacidos en los '70. Más que «ante la incertidumbre», estos jóvenes poetas han levantado la mano ante una polvareda de comentarios adversos por su «defensa de la poesía» y por el recelo que -de seguro- ha despertado sus ya más de 10.000 ejemplares vendidos. Entre los «cinco latinos» se cuela una poeta argentina, Ana Wajszczuk, una interesante inclusión que no responde tanto a la hegemonía poética de los últimos años en nuestro país, sino más a un camino solitario que se abre paso hacia el continente.

Ana Wajszczuk
Hasta la poeta Tamara Kamenszain (Ñ de Clarín, 26/6/2011) ha tomado posición frente a esta antología marcada por la incertidumbre de la crisis: «El tono un tanto anacrónico del manifiesto parece más afín a un momento literario español que a las tensiones que atraviesa la producción poética latinoamericana...». Aquí, entonces, reproducimos el manifiesto en forma de «defensa». Como siempre, la poesía espera sentada -con más de una certeza- en la última fila para ser leída.





DEFENSA DE LA POESÍA



El momento de la Historia que nos ha tocado vivir está marcado por la incertidumbre en todos los sentidos. Cuando pensábamos que el siglo XX agonizaba y con él los grandes temores y catástrofes capaces de minar la fe en la humanidad, no han surgido los puentes que destruyan nuestros precipicios. Al contrario, resulta más difícil intuirlos, imaginarlos. La incertidumbre parece abarcarlo todo: la política, la moral, la economía, las nuevas formas de comunicación que paradójicamente han provocado una mayor incomunicación... También las viejas utopías que parecieron realizables y llenaron de ilusión a millones de ciudadanos se han desmoronado mostrando sus miserias cuando han sido suplantadas por los hombres, añadiendo aún más incertidumbre a todo lo que nos rodea.

Nuestra generación está marcada por esta incertidumbre y creemos que es necesario hacer un alto en el camino, reflexionar, mirarnos a los ojos, establecer una cercanía menos artificial, más humana. La poesía puede arrojar algo de luz para alcanzar algunas certidumbres necesarias. "La poesía es un modo de ajustar cuentas con la realidad", ha repetido muchas veces el poeta español Luis García Montero. Sin duda sucede así en los buenos poemas, aquellos que son capaces de provocar emoción, de conmover, de hacer pensar, de llenar un vacío que nos acompaña.

"Deseo expulsar de mí cualquiera palabra, cualquiera sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos", escribió el mexicano Ramón López Velarde en 1916. Casi un siglo después, el poeta Joan Margarit trataba de explicar, porque realmente se hacía de nuevo necesario, que el límite de la poesía es el de la emoción.

La emoción no puede estar de moda. La emoción es universal e intemporal. Y la poesía tiene que emocionar. Ante tanta incertidumbre, para nuestra sorpresa, una gran parte de los nuevos poetas en español se han adscrito a una tendencia tan experimental como oscura. Como los hombres que rodeaban a Orfeo para escucharlo tocar su lira y de ese modo hacer descansar su alma, asisten a las preguntas de nuestro tiempo tratando de ignorarlas, entregándose al arte por el arte, renunciando a las preocupaciones que conmueven a la gente normal, a las almas que buscan respuestas, que rozan el milagro de la supervivencia y que se hacen preguntas, que sienten la incertidumbre en sus manos y en sus aspiraciones. Esa reacción de los artistas, de los poetas en particular, no es nueva. Los jóvenes siempre han tenido la tentación de contradecir a sus mayores en un arrebato adolescente en busca de construir sus identidades. En la poesía actual, ese camino supone oponerse a quienes tanto han trabajado para que la poesía se entienda, se humanice, se aproxime a la gente corriente. Si en la segunda mitad del siglo XX los mejores poetas de nuestra lengua abandonaron las liras y las torres de marfil, la poesía última, en busca de un nuevo camino, de una nueva actualidad literaria, se ha subido a un pedestal. En esta tarea se han visto legitimados por algunos poetas cuyos proyectos literarios fracasaron de manera estrepitosa precisamente por abrazar el barroquismo gratuito y la frivolidad de la moda literaria. Ahora buscan una segunda oportunidad elogiando lo que precisamente les condujo al callejón sin salida de las palabras huecas.

Queremos mostrar nuestra desolación ante esta dinámica que nos parece destructiva para la poesía porque conduce, de manera inevitable, a su deshumanización. Admiramos a poetas a los que hemos tenido o tenemos la suerte de conocer, como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Gonzalo Rojas, Claribel Alegría, José Hierro, Luis García Montero, Benjamín Prado (y los poetas de la conocida como Poesía de la Experiencia), Juan Manuel Roca, Marco Antonio Campos, Jorge Boccanera, José Emilio Pacheco, Mario Benedetti, Gioconda Belli, Oscar Hahn, Omar Lara, Waldo Leyva, Piedad Bonnett... Ellos siguieron el camino, la tradición literaria de Rafael Alberti, Antonio Machado, César Vallejo, el primer Octavio Paz, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Luis Cernuda... Son muchas las lecciones que pueden desprenderse de ese largo camino. Han escrito una poesía perfectamente entendible, han procurado reflexionar sobre el mundo que los rodeaba tratando de ordenarlo en un poema, han dialogado con sus fantasmas y con sus lectores, estableciendo una comunicación imprescindible en cualquier género literario, y han huido de las modas y de la actualidad poética, es decir, nunca han escrito contra nadie, no han tratado de ser novísimos. Estamos convencidos de que no se puede escribir poesía contra alguien, del mismo modo de que la peor idea de todas es escribir un poema sin ideas.

Los discursos fragmentarios, el irracionalismo como dogma y el abuso del artificio han supuesto la ruina de la poesía en muy diferentes etapas de la historia de la literatura. Han hecho tanto daño, que hoy la poesía está considerada como un género difícil que sólo leen los poetas, porque sólo parecen entenderse entre ellos como los habitantes de unas ínsulas extrañas.

Prueba de ello es el estado comatoso que tiene el panorama poético en la mayor parte de los países europeos, algunos de ellos con tradiciones literarias tan importantes como Italia o Francia. También es evidente la marginación que sufren los libros de poesía en cualquier espacio, ya sea una librería, un suplemento cultural, un periódico, una biblioteca... Los lectores empiezan a alejarse peligrosamente de la poesía, entre otras cosas porque cuando empezaban a intuir que se trataba de un género accesible, que transmitía emociones, algunos poetas de las nuevas generaciones están sembrando la oscuridad en la incertidumbre, eso por no mencionar las poéticas del silencio.

Cuando un poema no se entiende, el lector suele culparse a sí mismo, inducido por la idea generalizada de que el poeta es un ser con una sensibilidad diferente, superior. Una idea tan falsa como interesada. Si un poema no se entiende el único responsable es quien ha tratado de establecer la comunicación. O bien no ha sido capaz por sus limitaciones, o bien no lo ha conseguido porque no era su propósito, porque sólo buscaba la erudición y el artificio, algo que está bien visto, que tiene buena prensa y que provoca una palmadita en la espalda de la crítica, sumida en gran parte en la misma torpeza. Si un poema no se entiende, por lo general lo que sucede es que el poeta no ha hecho bien su trabajo. Los poetas somos personas normales, con los mismos temores y preocupaciones que el resto de los seres humanos, aunque tratemos de mirar con atención lo que nos rodea, buscando lo que hay detrás de la apariencia, para después afrontar el acto de incertidumbre que es escribir un poema que pueda arrojar algo de luz a la realidad.

Por estos motivos, todos los inventarios simbólicos artificiales que alejan a la poesía de su consustancial sentido comunicativo no hacen sino ocultar una falta de latido vital o de auténticas ideas. Los versos puros no necesitan disfraces ni simulada complejidad, simplemente redefinen las peculiaridades de la realidad sin abandonar jamás la atalaya de los sueños.

"Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas, / y una voz cariñosa le susurró al oído: / --¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira? / Y él respondió: / --Lo sé; / pero lo que yo siento es de verdad". Este poema de Ángel González resume de forma excepcional lo que entendemos como el milagro de la poesía, la capacidad de transmitir un sentimiento gracias al idioma y a los diferentes recursos que ofrece el género. Sin ese intento de transmitir emociones, de llenar un vacío, de reflexionar sobre el mundo, de convertirse en mil hombres; el poema está hueco, no tiene vida.

Hoy es necesario superar el artificio estéril y soso, el poema que no dice nada, el poema que enuncia y enuncia y jamás encuentra el sentido, la histeria por el experimento per se, la ingenua búsqueda de una "novedad" que jamás se halló.

La poesía nace, como todo arte, de un sentimiento humano universal como es el anhelo trascendente. Va mucho más allá de los atrevidos juegos de estilo o las oscuras construcciones lingüíticas que parecen facturados sólo para un selecto grupo de iniciados. La poesía ha pertenecido y pertenecerá siempre a la humanidad entera, es un caleidoscopio luminoso y claro que se adentra en los recovecos más recónditos de nuestra conciencia. Nace desde un yo poético pero se remansa indefectiblemente en el nosotros, creando ese espacio de comunicación universal que puede existir tan sólo entre corazones humanos liberados de escudos y armaduras. La poesía no encadena ni encorseta a su lector u oyente con fingimientos prefabricados o yuxtaposiciones carentes de significado íntimo. Al contrario, la poesía nos libera y nos reviste de nobleza, pues propicia la sensibilidad a los estímulos del mundo exterior.

En definitiva, somos partidarios de una poesía que formalmente incluso alcance el preciosismo. Pero creemos en una poesía que además comunique, que diga algo, que porte sentido. Una poesía que conmueva y, en el mejor de los casos, estremezca, cimbre, cumpla con el rigor de lo poético que pedía Robert Graves, cuando se refería a la diosa blanca: "El motivo de que los pelos se ericen, los ojos se humedezcan, la garganta se contraiga, la piel hormiguee y la espina dorsal se estremezca cuando se escribe o se lee un verdadero poema, es que un verdadero poema es necesariamente una invocación de la Diosa Blanca". El poema entonces, también es un dictado, un puente hacia lo otro, hacia lo más. Quizá Borges, mitad con ironía, mitad en serio lo explique mejor cuando contaba lo siguiente: "Se trata de una cita de Bernard Shaw. A éste le preguntaron: "¿Usted cree realmente que el Espíritu Santo ha escrito la Biblia?", y Bernard Shaw contestó: "No sólo la Biblia, sino todos los libros que vale la pena releer." Es decir, para Bernard Shaw,el Espíritu Santo es lo que antiguamente llamaban la Musa."

Pero, a fin de cuentas, ¿la musa para qué y por qué? Porque todo se hace para alguien, y la musa es la emoción y el talento, una metáfora de la necesidad de comunicación que tienen todas las personas, de sentirse comprendidas, de encontrar respuestas. Y también para dar cuenta de nuestra existencia concreta, del aquí y el ahora, de la manera en que participamos del mundo. Para mostrar la sensibilidad de nuestro tiempo, un tiempo lleno de incertidumbre sobre el que la poesía puede seguir arrojando algo de luz si los poetas quieren.

Seguimos creyendo que una de las misiones de la poesía es enfrentarse al poder. Y el poder de hoy no hace más que invitarnos al silencio, al fragmento, a las subjetividades ensimismadas y a la pérdida de diálogo entre las conciencias. Queremos decirle adiós a todo eso.

jueves, 23 de junio de 2011

El asombro de los ácaros


Ácaros al sol, Débora Benacot, Fundíbulo Ediciones, Mendoza, 2011, 232 pág.


por Sergio Pereyra

Uno de los trabajos más largamente esperados del ambiente poético mendocino ha visto la luz. Este otoño, por fin, Débora Benacot sacó sus Ácaros al sol. Y a juzgar por el resultado -una suerte de summa poética de esta habitué de recitales y antologías- la espera valió la pena.

Si fuéramos por partes –las cinco que integran el libro- este comentario excedería sus intenciones. Nos concentraremos, por tanto, en el aspecto que, como un perfume, impregna el conjunto. Porque más allá de las temáticas y de las formas que la poeta maneja con singular pericia, el libro responde a lo que en este momento se nos ocurre denominar como «una poética de la extrañeza».

Es que el sujeto que enuncia los poemas de Benacot, al mirar el mundo como si fuera la primera vez consigue uno de los propósitos más apreciados de la literatura: presentar la realidad desde una perspectiva nueva, insólita; donde un verso puede desmontar una idea petrificada por el uso. Así, el yo lírico, al dirigirse a una segunda persona, afirma: «Estás ultimando los detalles./ En el minuto más pensado/ lo apuñalas» (el resaltado es nuestro).

Y este sujeto extrañado no lo está solo por lo que ve o piensa (la de Benacot, en diversos grados, es siempre una poesía reflexiva), sino que su asombro se agudiza al usar el lenguaje, que pierde su sentido habitual y se llena de otros más traviesos, menos convencionales. En «Las cosas que hay que bear» el poema concluye: «Este oso también/ es bisexual/ y entonces goza el doble». Juego que, al repetirse, responde a un programa de la poeta enunciado en «Ludópata»: «Jugás con las palabras/ porque acaso/ pensás que ya aprendiste algunas reglas/ y aunque casi siempre/ la lengua te haga trampas/ y pierdas/ no podés evitarlo// tenés debilidad por las revanchas».

Extrañeza que por supuesto nos alcanza a nosotros, los lectores, que nos vemos forzados a desautomatizar nuestro pensamiento, respecto de la vida en general, pero también de los discursos en particular. Entre otros, el de la publicidad:


Si la vida lo agobia
si no halla un sentido
si los dioses pedestres
desoyeron sus ruegos
he aquí una propuesta
que le hará estirar la pata:
sea suicida en nuestras academias,
con todo éxito.

(«Si la vida lo agobia»)


O el de los mandatos sobre los usos del cuerpo (que también son discursos):

A nadie rindes cuentas
a nadie decepcionas
hace tiempo renunciaste a la parodia
de acometer una vez más
el himen perfecto.

Tu cuerpo es una fiesta
y están todos invitados

(al fin y al cabo
nunca soñaste con ser
una heroína
de Mármol).

(«La edad de merecer»)

En un mundo que tiende casi maniáticamente a apoyar sus pies sobre el cemento de lo conocido, que las ideas se desautomaticen, o más técnicamente se (nos) desconloquen, es un obsequio que solo la poesía puede hacernos.

Un cuestionamiento que acaso podría deslizarse hacia algunos pasajes del libro es su carácter de código para el hoy («Amado Vudú», «Justicia poética»); y es probable que si, nos apuran, coincidamos. No obstante estamos cada vez más convencidos de la futilidad de imaginar la trayectoria posterior de un texto. Un texto es presente (presente que incluye a los lectores dispuestos –con los códigos del hoy- a embarcarse en él).

Si como afirma Barthes: «la literatura es una cuestión de efectos, no de intenciones», Ácaros al sol es una lección ejemplar para los jóvenes que se inician en las lides de la poesía (a esta altura de la soiree, ¿alguien duda que un buen poema es el resultado de una lucha encarnizada con el lenguaje?), pues la forma (híper trabajada, trabajada hasta el punto de que cuando el texto ya no puede retocarse, el trabajo sobre la construcción del sentido se continúa en la edición, precisa y preciosa en este caso), la forma, decíamos, nunca asfixia el contenido, y se dispone de acuerdo a un efecto siempre buscado, nunca aleatorio.

La extrañeza –o sorpresa, o asombro-, entonces, que producen estos Ácaros al sol, nos alcanza por varios flancos: por la madurez de un primer libro, por la singularidad de ese libro (el humor nada inocente de la voz que enuncia los textos resulta una rara avis en un medio donde la gravedad y lo coloquial se disputan la hegemonía); por la posibilidad, en fin, de que aunque un poema no cambie el mundo, ni anude el hambre, ni aplaque guerras conserve aún la posibilidad de sorprendernos.


Algunos poemas de Débora Benacot

Cursi

A dos pasos del infierno
está tu beso
ese que aún no me das,
pero que intuyo
tanto ignoro de vos,
igual
te elijo entre los hombres
me afilio a tus pestañas
proclamo el renacer
del fuego en extinción de los amores
que valen el intento.
A tres días del dolor
el purgatorio decide prescribirme
la pena ambulatoria
endeble libertad bajo palabra
por eso aprovechemos
mientras siga en proyección
este holograma.

*

in aeternum

A veces
en mitad de la noche
te incorporas de pronto
de algún sueño
y lo entiendes absolutamente todo
tanto lleva este mundo
boyando en el espacio
naciendo y deshaciendo
las órbitas, las vidas, las estrellas
hace tiempo, algunos
soltaron la flecha
bajaron de los árboles
encendieron el fuego
inventaron la rueda
y hace poco vos,
en tu pieza,
doble clic al insomnio
y sigamos andando.

*

Amado Vudú

Brujas opositoras:
¡Ya está en todas las jugueterías
el auténtico muñeco de trapo
del ministro de economía!
hasta agotar stock
(no incluye alfileres).

*

Rocío Baldío

9 en una pieza para 3
por eso ella se siente libre
por las noches.
Cuando vuelve
de su prolija cacería de cartones
siempre para en una plaza desierta
taciturna
allí abre los brazos, cierra los ojos, respira la sombra,
contempla en calma las almas del verde,
la ausencia de los pájaros que duermen.
Durante esos segundos
olvida un poco el hambre.
el sinsabor
de manos extrañas en su ropa.
Entonces juega -sin saberla
ritual comunión del desamparo:
y es la novia que lleva
algo viejo (casi todo)
algo azul (el frío en sus pies descalzos)
algo robado (manojo de flores rancias que oficiarán de ramo).
Suspira cuando piensa, resignada,
qué perra suerte tuvo
qué lejos ve pasar por su costado
la fastuosa nave de los pocos.
En cambio,
mientras siente en los párpados cerrados
el aire libre de la noche fresca,
en su comarca de ratas y luciérnagas
ella sueña que es la reina buena
del final feliz de un cuento
que nunca le contaron.

*

Muebles de jardín

Una mesa de pequeñas dimensiones
para salir a cebar
mientras los pájaros se aburren
del otoño
una mesa y dos sillas
porque cebar es transitivo
sobre la mesa papeles
preferentemente en blanco
para escribir al vuelo
lo que unos pájaros
cantan a desgano
mientras se aburren
del otoño.

*

Consuelo de tontos

Un poema no cambia el mundo
ni anuda el hambre
ni aplaca guerras
y sin embargo
en el lugar y momento indicados
tal vez pueda ser
una tregua de palabras
embrague de los mundos
cierta especie de alimento.

martes, 14 de junio de 2011

Los primeros 25 años sin Borges



por Pablo E. Chacón*

(Especial agencia Télam)

Nació en Buenos Aires el 23 de agosto de 1899, en una casa de la calle Tucumán, entre Esmeralda y Suipacha –pleno centro de Capital Federal–, hijo de Jorge Guillermo Borges y Leonor Acevedo Suárez, a quien siempre se refirió como “madre”.

La leyenda dice que el escritor Jorge Luis Borges es heredero de una doble tradición, una militar y otra literaria (con algunos cruces): Jorge Guillermo es autor de la novela El caudillo, recuperada de entre diversos cartapacios por la editorial Mansalva, dirigida por el poeta rosarino Francisco Garamona.

En 1901, una vez nacida su hermana Norah, la familia se mudó al barrio porteño de Palermo, donde el joven conoció los ambientes prostibularios, los cuchilleros y los compadritos que desafiaban las buenas costumbres del barrio, mítico exclusivamente gracias a Borges.

Jorge Guillermo leía y escribía inglés, profesión de fe que transmitió a su hijo (también su abuela, Fanny Haslam), además de enseñar psicología y filosofía en sus clases, la lectura de sir George Berkeley y Henri Bergson, teóricos uno del mundo como ilusión y el otro de la duración y el tiempo.

Ese universo se completaba con las figuras del poeta romántico Juan Crisóstomo Lafinur y Edward Young Haslam, editor del diario The Southern Cross. La biblioteca de Borges estaba poblada “de ilimitables libros ingleses”.

La vertiente militar de la familia, representada por Isidoro Suárez, quien “a la edad de 24 años dirigió una famosa carga de caballería peruana y colombiana que decidió la batalla de Junín”, y el coronel Francisco Borges, fallecido en la batalla de La Verde, en 1874.

La leyenda también cuenta que el niño reveló a sus padres el deseo de ser escritor a los 6 años. A los 7 escribió su primer pieza, La visera fatal, inspirada en la lectura de Cervantes. A los 10 publicó una traducción al castellano de El príncipe feliz, de Oscar Wilde.

En 1914, los Borges parten a Europa; recorren Londres, París, Ginebra; estalla la guerra; obligados a quedarse, eligen Ginebra, donde Jorge Luis cursa tres años del bachillerato en el Lycée Jean Calvin, donde aprende alemán y francés que junto al castellano y al inglés cultivará toda su vida –los mismos idiomas que dominaba Samuel Beckett–.

Borges no para de leer, filosofía, poesía, historia, narrativa; frecuenta expresionistas, surrealistas, dadaístas; se traslada a Italia, a España, conoce a Cansinos-Asséns (traductor de Las mil y una noches); forma parte del ultraísmo. Y vuelve a la Argentina en 1921, no sin haber pensado más de una vez en el comunismo.

En la capital argentina publica Fervor de Buenos Aires en 1923; Luna de enfrente, en 1925; Cuaderno San Martín, en 1929. Funda revistas, hojas literarias, la revista Prisma y participa de la segunda época de Proa. Enseguida, su primer libro de ensayos, Inquisiciones.

Después vendrían El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos. Los volúmenes son excluidos de sus Obras Completas, pero publicados después de su muerte.

Es colaborador del diario Crítica y de la revista Sur (fundada por Victoria Ocampo en 1931). Es conocido por su ironía y la precisión de su prosa: el castellano, influido por España, hasta Borges, se caracteriza por el exceso retórico.

Amigo de Adolfo Bioy Casares, Pierre Drieu la Rochelle, Dardo Cúneo, Ezequiel Martínez Estrada, Ulises Petit de Murat, Xul Solar (discípulo de Macedonio Fernández); Discusión, su primer libro oficial, aparece en 1932.

Pasarán 30 años hasta su consagración en Europa, de la mano de Roger Caillois. Será resistido por la izquierda y por la derecha, por los peronistas y los antiperonistas, pero sólo lo leen sus amigos y los izquierdistas de la revista Contorno.

En esos años publicará biografías de Leopoldo Lugones, Evaristo Carriego, estudios de literatura inglesa, escandinava, japonesa, una Antología de la literatura fantástica (junto con Bioy y Silvina Ocampo), los Seis problemas para Isidro Parodi (con Bioy Casares), una Historia universal de la infamia, Historia de la eternidad, Ficciones, Otras inquisiciones y cantidad de poemas e intervenciones.

Su reconocimiento es tardío, posterior a un accidente que le hace perder la vista cuando tenía 55 años, y contemporáneo pero universal. Es la consagración, que redunda en premios, doctorados, invitaciones, distinciones.

Borges es la superación de la literatura regional, que nunca niega que su origen es producto del desierto argentino.

Posiciones políticas complicadas lo excluyen del Premio Nobel, pero en 1980 es una de las personalidades que firma una “Solicitada sobre los desaparecidos”. Y en 1982, durante la guerra de las Malvinas, uno de los pocos que vislumbra el advenimiento de la democracia.

En 1985 se casa con María Kodama, el mismo año que publica su último libro, una colección de poemas, Los conjurados. El 14 de junio de 1986 fallece en la misma ciudad que de joven lo vio estudiar, Ginebra.

Está enterrado en el cementerio de Pleinpalais de esa ciudad, no lejos de la tumba de Voltaire.


*Pablo E. Chacón nació en Mar del Plata en 1960. Poeta y periodista. Publicó por Libros de Tierra Firme los libros El grano del invierno (1994) y El Espía (1997) y Calor quieto (2000).


Tres poemas imprescindibles de Jorge Luis Borges



POEMA DE LOS DONES

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

*


EL AMENAZADO

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. De que me servirán
mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el
aprendizaje de las palabras que uso, el áspero Norte para cantar sus
mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los hábitos, el joven amor d e mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta
a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,
pero la sombra n o ha traído la paz.

Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)

El nombre de una mujer me delata.

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

*

POEMA CONJETURAL


El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:

Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

jueves, 9 de junio de 2011

El Desaguadero/Número 9


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ENTREVISTAS

Entrevista a Santiago Kovadloff:  
«Ese semblante de lo real al que llamamos poético»

por Fernando G. Toledo



NOTAS Y ENSAYOS

por Fernando G. Toledo

por Hernán Schillagi

por Sergio pereyra


LA HISTORIA DE UN POEMA



INFORMES Y CRÓNICAS
 Luciana Caamaño y Gabriela Bejerman en Mar del Plata

por Cecilia Restiffo

EL VERSO LIBRE


Recuerdo de Matías Vernengo,

por Hernán Schillagi

viernes, 22 de abril de 2011

Recuerdo de Matías Vernengo


por Hernán Schillagi

En la Semana Santa, pero de 2010; un poeta que había elegido el camino lento pero firme de las palabras, sin altisonancias ni luces de marquesinas, desapareció por un trágico accidente en las rutas argentinas para que sus poemas sean ahora los que hablen por él.

Matías Vernengo, nació en Buenos Aires en el año 1963. Alzó su voz poética por primera vez en 1994 con el poemario El gesto que danza (Tercer Premio Municipal de Literatura Luis José de Tejeda 1993, Córdoba); sorprendió al jurado compuesto por Joaquín Giannuzzi, Santiago Sylvester y Jorge Boccanera con El ojo y la cerradura (Mención especial del concurso 1999 de Ediciones del Dock). Luego mantuvo un silencio editorial de diez años -aunque con algunas colaboraciones en revistas como Omero, Hablar de Poesía, Barataria y otras-, pero con un arduo trabajo en los poemas que integraría el magnífico y concentrado Cuaderno Blanco (Alción Editora, 2009). En los últimos años se había trasladado a Cortaderas, San Luis, persiguiendo un sueño tan personal como literario. En la entrevista que le hizo Fernando G. Toledo para El Desaguadero nos decía: «…Tener la posibilidad de editar, colocar a la luz una obra, transformar un texto en un libro, es una tarea maravillosa. Desde que decidí mudarme de Buenos Aires y comenzar a vivir aquí, en San Luis, más precisamente en este pueblo, Cortaderas, ubicado a los pies de las Sierras de Comechingones, tuve la intención de generar desde aquí una editorial, y poder trabajar en conexión con Buenos Aires y también con otras localidades y provincias como Córdoba o Santiago del Estero o también Mendoza. Mi pequeña editorial se llama La Volcada Libros y lleva el nombre de la casa en la que vivo, La Volcada, una casa que perteneció a mi familia, que a su vez tiene una tradición literaria […] Intento hacer, desde esta casona de adobe a los pies de las sierras, un lugar que sirva como centro, y continuar con la tarea de dedicarse a los libros, la lectura y la literatura…».

No tuve el privilegio de conocer a Matías personalmente, sin embargo cruzamos varios e-mails antes y después de la entrevista que le pedimos. Nos habíamos prometido vernos en algún verano con las sierras puntanas como escenario y mandarnos nuestros libros por correo. No pudo ser. Aunque él llegó a leer estas palabras que le escribí con toda sinceridad:

«Tuve la inmensa suerte de encontrarme con El ojo y la cerradura en una librería de Mar del Plata hace unos años. Estaba abajo de todo, lleno de polvo y olvido; pero con los brazos abiertos y los ojos atentos para que algún sediento lo hallara.
Yo estaba encantado, porque también había conseguido allí El cielo del mendocino Raúl Silanes; obra que ganó en 1999 el premio de poesía "Del Dock". Vernengo, con ese delgado pero contundente libro, había obtenido la merecidísima primera mención y la consecuente publicación.
Recuerdo que el autor de esta entrevista, Fernando, también estaba en la costa y le envié un sms que decía algo así: ‘Estoy leyendo a un poeta que le ha encontrado una vuelta de tuerca a la poesía breve’.
Cuando este año (por 2009) encontramos con Fernando, Cecilia Restiffo y yo el nuevo poemario de este poeta en la Feria del libro de Bs. As., creo que saltamos de alegría y nos abalanzamos sobre él. Bueno, debo confesar que fui yo el más alocado.
Me parece que, en sus dos últimos libros, Matías Vernengo extrema el decir, condensa en pocos vocablos el grito y su desgarramiento. En El ojo y la cerradura lo hace a través de la perversión; en Cuaderno blanco, lo consigue con la tragedia (o la amenaza previa de lo trágico)…»


Matías me agradeció el comentario de este modo: «en serio, ese elogio hacia Cuaderno blanco me lo llevo, y justifica tanto dolor. Ya sabemos, ‘oscuramente fuerte es la vida’, como dice un italiano. Y hay algo aun peor que el canto de las sirenas, su silencio’, como dice el maestro K…»

Finalmente, Vernengo nos habló desde la contrición del dolor hecho poema, desde la rabiosa esperanza de los proyectos por realizar, desde una vigilia sostenida con uñas y dientes. Su poética lo deja bien en claro: «El poeta no duerme, escribe. Empuja a la inversa. Trabaja una materia ambigua: un recuerdo preciso, metálico, una incisión en el agua. Y sabe caer al caer la noche, y no caer…»


Algunos poemas de Matías Vernengo



ANIMAL NOCTURNO

No es el ala su escritura, sino
esa membrana que forma entre sus dedos
el insomnio:

                    ese ir y venir
bajo los techos
de un asunto privado,

ese casi dolor

ante una mínima
insinuación
de la luz.

de El ojo y la cerradura, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1999


 LA PESTAÑA POSTIZA

Desesperadamente
araña la madera del cajón

(la creyeron muerta,
la enterraron con todas sus honras
y maquillajes).

Afuera no hay nadie
y la conciencia del mundo en ella
vacila.

Insiste con las uñas
con las rodillas
los tacos,

hasta que al fin el párpado izquierdo
se pega al ojo para siempre
y la pestaña postiza
(como una mosca aplastada)
queda en mitad
de la mejilla.

de El ojo y la cerradura, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1999


NO ALCANZA

No alcanza el atardecer en el valle.

Y hay aguiluchos amontonados
sobre el cuerpo de una yegua alazana.

Existir es demasiado.
Y no alcanza.


de Cuaderno blanco, Alción Editora, 2009


LAS MANOS

Apoyadas en la superficie fría,
como flotando, las manos
sobre el agua
traen paisajes: los tallos
altos y verdes
y los penachos rubios
de las cortaderas,
las piedras grises y blancas,

el cielo, como una vena azul
que baja por la quebrada.


de Cuaderno blanco, Alción Editora, 2009


LARGA NOCHE

Tal vez es sólo eso,
el tiempo, la existencia:

un patio con dos aljibes,
los discos de Serú, los de Floyd,

y la espuma que se forma
en la parte superior del vaso
al echar coca en el fernet,

en una larga noche fugaz.


de La fragilidad, inédito

martes, 12 de abril de 2011

La historia de un poema de Jorge Aulicino




por Jorge Aulicino
(Especial para El Desaguadero)

La verdad es que me resulta imposible referir cómo nace un poema. No es que quiera mantener el secreto profesional ni que intente alimentar mistificaciones respecto de la «creación». Es que lo único consciente en ese mecanismo suele ser un plan previo general; después, cada poema, y diría cada línea, nace de una forma inesperada. Me parece que responden, poemas y líneas, a cierto magnetismo que las palabras guardan entre sí, para cada uno, en un amplio diccionario en el que se mueven flotando en aguas inconscientes. Tampoco hablo del inconsciente freudiano, de una simbología que connota el trauma. Ni de otros arquetipos que no sean los individuales, ligados muy secretamente tal vez, y de manera muy tenue, a los arquetipos de Jung. Así pues, puedo decir que algunos libros fueron para mí planificados, en líneas generales, y en cierto modo inspirados por determinados hechos materiales o espirituales. Pero fueron trazando su derrotero dentro de ese plan general. Dicho de otro modo, en la lengua, como la recibimos desde que comenzamos a hablar, y sobre todo a leer, las palabras han adquirido por sí solas relaciones; han encontrado en el discurso literario universal un valor connotativo que es lo que intentamos trasmitir. Puedo en ese sentido recordar muy bien la intención de un libro mío, La nada, cómo surgió y a qué impulsos respondía. No podría decir cómo se tramó cada poema. Quiero decir, antes de seguir, que sin esa libertad del espíritu, nada surreal, no es posible la poesía. Sobre este libre fluir, y sobre la marcha, como se bate un hierro caliente, la inteligencia busca, rápidamente, la forma. La forma es rítmica y es semántica. Si pongo una palabra a primera vista caprichosa, poco dócil, en funcionamiento, cuanto más arbitraria es, más debe ser sometida a repetición, a funcionar en un determinado contexto, a mantener a la vez su carácter de mensaje encriptado y a convocar a las que connota o guardan una relación secreta con ella. Todo este fluir inconsciente debe ser reducido a claridad, como gustaba decir Pavese. De ese modo trabajé en un poema de mi libro más reciente, Libro del engaño y del desengaño, la palabra «crisantemo». A tal punto su aparición fue arbitraria, y de tal modo se me presentó como fetiche, que la obligué -y esto también de alguna forma intuitiva- a seguir jugando el papel de escapulario, de talismán, en todo el poema, que describe una situación muy concreta, vinculada a un paisaje urbano desaparecido: el de los antiguos cafés, y, en general, a todo el paisaje urbano de hace cuarenta años y más. La nada respondió a la idea, y al impulso, de escribir una serie de poemas a la manera de fragmentos de un solo canto, que refiriera a todas las guerras y a diversas civilizaciones, movidas a la vez por la violencia más arcaica y por arrebatados deseos de gloria. Hubo allí un detonante secreto que fue un juego para PC, el Age of Empire II. De eso se trataba: civilizaciones en movimiento, invasivas, creadoras y destructoras. Sin embargo, por una razón que desconozco, el primer poema de la serie refería a una guerra más bien del futuro. Lo que escribí primero surgió de una imaginería de películas del tipo Terminator. Iniciada la serie, apareció un personaje que parecía ser el narrador, un lector de la National Geographic, un ex soldado. El ex soldado, si bien parece ser contemporáneo, ya está marcado por la referencia futurista. La National Geographic influyó en mi adolescencia y era aún mi presente. Todo el libro está atravesado por la pregunta ¿para qué las Galias? Y en lugar de las Galias podría ponerse cualquier otro objeto de conquista. Finalmente, puse esa pregunta en boca de un «speaker romano"», un personaje que había avizorado en alguna parte, tal vez en un comic, o en internet. Pero no era mi intención responder la demanda que el speaker responde por sí solo, remitiendo al sentimiento heroico, o a la necesidad heroica. Mi intención era que todo el canto diera esa sensación de contigüidad de los tiempos que a mí me daba el Age. Por ese camino seguí aún en Cierta dureza en la sintaxis. Puedo decir, entonces, cuál era el objeto del canto La nada desde antes de escribir la primera línea. Por qué tal o cuál imagen apareció antes o después, es algo que no puedo responder, porque la escritura se produce en un estado de enrarecimiento tal que apenas podemos someterla al rigor del martillo para que se convierta en hierro duro, sin perder su calidad de objeto viviente, animado por espíritus.


Algunos poemas de «La nada»



Primera parte

1-¡Oh espíritus o ángeles caídos!

Mientras golpeaba la lluvia sobre los búnkers, Marisa,
yo no pensaba en vos ni en los chicos. La verdad,
tampoco pensaba si los rayos de aquel enemigo omnipresente
me alcanzarían esa noche o la noche siguiente o cuándo.
No pensaba en ustedes ni en mí, aunque puedas considerar
una forma de egoísmo que pasara las horas deslumbrado
por este fenómeno: los rayos, cuando atravesaban el cielo
o caían sobre un edificio cercano y lo reducían a ceniza,
iluminaban el paisaje con una claridad activa,
como la que pocas veces se vislumbra en el fondo
de un pensamiento; como la calidad del pensamiento
cuando contiene la verdad desnuda y parpadeante.


2-Diario

No tengo chance de convertirme en veterano de guerra.
No daré vueltas con dos perros y mi capote por el parque:
“Allá va aquél, el de las heridas, su cabeza una calabaza
en la que suenan los silbidos agudos de los rayos gamma.
Ahora tiene una antigua casa sobre el acantilado,
le gusta la madera vieja y las cañerías que resuenan.”
El paseo por el parque termina en el bar, toma
una grapa y lee la National Geographic,
los perros echados debajo de la mesa.

Nada de eso. La lucha no tendrá retorno.
No nos esperan la muerte de lustrosos bronces,
el panteón o la dulce vejez que reencanta el mundo.
Los ojos echan raíces y el aliento mecánico no falla.


3-Leyenda

Por la tarde, se tiran de espaldas sobre la tierra
suturada por vetas de titanio
y miran el cielo amarillo o violeta
sobre el que vuelan pelícanos y flamencos.
Las lagunas están repletas de líquidos pesados;
más allá, las chapas de los viveros se oxidan,
caídas unas sobre otras
como un mazo de barajas desordenado.
Es posible que la piedra del poder esté en la cabeza
de uno de ellos, pero han pasado la vida ignorándolo.
Por la noche, AZ14 sueña que desciende el ángel
y le dice: “El paladín duerme cerca
y despierta con el vientre hinchado;
oís sus pedos en el pastizal cuando evacua,
pero sería inútil que se lo dijeras; éste es el designio.
Intrincada red los puso en contacto con la divinidad.
Fueron dioses, y cuando ha llegado la Guerra del Libro
piensan en la vida del próximo segundo
e interrogan la oquedad del cielo.”


Segunda parte

12-Roman speaker

Lo encontrarías en el huerto y le preguntarías por tus denarios.
Con voz contrita lo interrogarías por el devenir del hogar, la
suerte de los críos, el pretor y el edil, la leche de cabra y el sofisma.
¡Ah, miserable que agudiza el aura de la nada! Lo colgamos
a tu vista porque no lo mereces. El vértigo, no la futilidad,
es lo que no resistes. Retrocedes ante el arroyo y el cañón,
temes el papel que se alza en el viento
porque allí puede estar escrita tu sentencia.
Has levantado templos, minaretes, oráculos y criptas
para olvidar la creación, no para atravesarla con santo estoicismo.
¿Para qué las Galias? ¿Para mejorar los abastecimientos?
¿Para qué Bizancio o la corona del germano?
Te espanta el oscuro fogón, el silencio de la vajilla,
el manto del héroe si no está sembrado de migajas;
temes la escasez de aceite como a un abismo.


13-Roman speaker

Bien, frente al mar, mirando las chozas, alzando el palo recio
con que partirías la frente de un buey, por un solo instante
comprendiste el hormigueo del volcán. Es todo, todo, nada
más que eso, lo que la vida te ofrece para que calle en tu tumba.