sábado, 2 de noviembre de 2013

La poética de Marina Centeno


Erosión, de Marina Centeno. Editorial Aebius, Madrid, España.


Por Daniel Dragomirescu
Orizont Literar Contemporan
Especial desde Rumania para El Desaguadero


El universo poético de Marina Centeno es amplio y se encuentra en un momento de expansión creativa.

Entre Quietud (2012), su primer poemario, y Erosión, la autora muestra que su inspiración y su vocación tienen consistencia y representan su modus vivendi natural. Erosión contiene poemas que ofrecen al lector, este «eje principal» del trabajo artístico e literario, nuevas perspectivas, nuevas detalles de un universo poetico de una cierta amplitud y profundidad.

Marina Centeno hace de sus versos una verdadera confesión: la expresión poética está llena de sugerencia, las imágenes están logradas una tras otra con elegancia, con un instinto poético especial. Si el poemario anterior es uno de la «quietud» como un principio de creación poética, el segundo poemario convierte la «erosión» en una modalidad complementaria de construcción poética. La existencia es inevitable «erosión» de todos sus lados, exteriores e interiores. Preludio de una cierta solemnidad, el primer poema tiene un valor emblematico: «Erosionamos / cuando el incendio baja sus telones / y la oscuridad tiene una manera dulce de aproximarse al encuentro // Hasta el puerto –mi puerto– / caerá el abismo de tus ojos / esa eterna pirámide / que encierra océanos de silencio» (I). El mar, el agua, están presentes en las anotaciones sucesivas de los poemas, como una permanencia fundamental: «El mar finge indiferencia y reparte su anchura / cuando atraviesa como espada erecta / el hueco de la mesa costera» (IV), construyendo una identidad entre el ser humano y el medio líquido: «Soy agua de sal –lo has comprobado– / llego desde la voz hasta el cansancio / para ganar terreno en bajamar» (VI).

Marina Centeno, poeta mexicana.
Sorprenden las imágenes poéticas llenas de sugerencia y belleza, que no pueden pasar desapercibidas: «el cétaceo invade con su caos» (XI), «llegamos juntos a la noche» (XII), «la mirada imprecisa de la luna» (XVI). Esta es claramente una poética «modernista», donde la metáfora es el principio generador del texto poético. También esta es una poética de la sensibilidad del ser humano frente a la existencia y al universo, un modo que conduce lógicamente a observaciones con un contenido filosófico.

En verdad, para un lector atento, la poética de Marina Centeno comunica sus mensajes por la concisión y por la expresividad, sus cualidades naturales, entre otras. En estas condiciones, los aforismos están presentes en la mayoría de los poemas y dan un aura de nobleza espiritual, que merece ser revelada.

Definiciones poéticas de una sensibilidad especial, los aforismos acompañan al lector a través del poemario: «El mar es transparencia» (XII), «sabemos que la luz produce sombra» (XIV), «El mar es un vástago de lluvia», «la distancia es un hoyo sucio / que separa tus ojos de mi playa» (XXV),  «la tenacidad es oleaje / en la hemorragia de luz» (XXXIV) son sólo algunos ejemplos en este sentido. He aquí una dimensión fundamental de la poética de Marina Centeno.

* * *

Dos poemas de Erosión
de Marina Centeno

V

Dices –Eusebio– que el mar es infinito: es pequeño

Erosiona
cuando la luna pierde su hermetismo
encerrada en períodos de celo

Huye y vuelve
manso como los corderos
con esa esquizofrenia que acorrala
los efluvios del viento

Tú le abarcas –por eso es pequeño– en tus ojos mixtecos
que convierte en espuma tu silencio

Dices –Eusebio– que el mar es infinito: es pequeño

Erosiona
en la muerte del sol y en el nudo del beso.


XVIII

Cede la pausa
en abrasión de olas que van hacia la nada
en esta superficie que no tiene final

Aquellas nubes que exprimen su trayecto
volverán desgastadas
cuando aparcan nostalgias hacia el sur

Un monte blanco se extiende entre la niebla
como las cartas que llegan de lo lejos
con su desolación empapando las tablas

Volverás –lo presiento–

Mientras llegas
los pescadores tiran la carnada
y desciende la sarta escampando la muerte
con sus viejas jornadas de quebranto

Quedan trenzados nuestros nombres
entre los humedales
y el vaho que se arrastra hacia el malecón.


domingo, 20 de octubre de 2013

El libro sin poema ni lector




Resonancias, de Facundo López. Editorial En Boca Cerrada, Mendoza, 2013, 40 págs.


            por Hernán Schillagi

            La poesía es desafío, pero ¿son desafiantes los poetas en la actualidad? Es decir, la lectura de poemas propone (e impone, por qué no) una visión oblicua, una musicalidad desacostumbrada y una disposición del discurso que rompe con la prosa de la realidad de todos los días. Si bien no existen muchos lectores dispuestos a «entrar» en la poesía, el género está asimilado. Sin embargo, esa «asimilación» de la sociedad es como la que hacían los Borg, esos personajes de la Nueva Generación de Star Trek que tomaban, automáticamente y por la fuerza, toda la información y vida de culturas diferentes, pero para hacerlas desaparecer adentro de un «colectivo» sin identidad propia. Así, Resonancias, del mendocino Facundo López (Las Heras, 1977), aparece como un libro bellamente editado, con formato de mínimo folleto apaisado (un «no libro», entonces), con poemas brevísimos que prescinden del verso tradicional (¿una prosa interrumpida?) y con una dedicatoria llena de pólvora que nos hace levantar la mirada mecánica: «a los que no leen poesía».

            Resonancias, por tanto, abre un desafío  luego de Mariposa sobre las cenizas (Libros de Piedra Infinita, 2006), donde López toma al género poético por primera vez para descubrirse las cicatrices en el aire de las palabras y bajar así «a pedradas la luna»; pero sobre todo en el notable El monstruo (Libros de Piedra Infinita, 2012) aparece la poesía como una zona dinamitada. Allí el desborde contenido en versos es el material desechable con el que trabaja para dar cuenta de una historia poco probable de ser narrada: un sujeto civil, padre de familia, trabajador ejemplar en quien se agita lo deforme y lo espantosamente cotidiano. Facundo planta bandera desde el comienzo: «Olviden lo bello, no sé qué cosa sea eso, quizás otro monstruo inexplicable, como la poesía y la música».  Entonces, en este tercer libro de 2013 editado por el flamante sello En Boca Cerrada, a sabiendas de una tarea imposible, la voz que canta (¿o nada más habla?) le hace frente al lector esquivo para «explicarle» un proceso creativo fatuo: «Esta es la prueba de una línea como si fuera un poema corto». Fin del primer «poema». Abismo blanco en la página ante los ojos incautos del que lee.

            De este modo, el libro continúa: son pruebas de contacto, textos de un ensayo mayor en el que el yo poético visualiza sin piedad que la humanidad se niega a la poesía, ya que, en su discurso, no justifica ni al que la escribe ni a su lector. El poema, en sus vanos intentos, forma un dibujo irracional o sin sentido, que no es lo mismo: «Escribo en la pared como de niño solía. Despierto y vuelvo a los zapatos y el café. Escribo oculto de mí mismo». Así lo cotidiano apresa a la escritura, aunque escribir no deja de ser una posibilidad de ir un poco más allá. Además, las pruebas son evidentes en cuanto a lo formal: hay una puntuación que reemplaza el corte de verso o el encabalgamiento que, también, refleja una respiración diferente; ya que cada «resonancia» es el resultado de una frecuencia reforzada. Frecuencia acústica y hasta quizá taquigráfica, porque cada segmento tantea una hazaña casi sorda, capturar el mar del lenguaje en un poema: «Todo lo que llevo puesto. Todo lo que traigo escrito. Es prestado».

            El libro, por lo tanto, más que presentar dos capítulos está virtuosamente partido en dos: la primera parte, un «work in progress» abierto, como un borrador que se rebela y se revela para lograr su constitución en poema, a pesar de su propio autor: «Este tampoco es un verdadero poema». La segunda parte, salta al vacío, pues el que escribe ha reconocido anteriormente su derrota, pero igual ofrece su humilde pero intensa faena. Por eso, la confianza con el lector es a «ojos cerrados» y va creando una zona de tolerancia. Aquí, Facundo López se suelta con imágenes y metáforas de mayor carga. Aunque, luego de usar el voseo al comienzo, elige contradictoriamente el remanido «tú poético», existe también una fuerte apelación al otro, reconoce que el poeta poco puede hacer por él, critica con sutileza al poema sensiblero y melancólico, a la belleza órfica e ineficaz y a los poetas que escriben «largas listas» en vano, solo para endulzar el ego: «hoy amor no es caricia», asesta sin medias tintas.

            Finalmente, el experimento poético llega a su clímax: el que habla se reconoce en lo material en vez de lo visionario. No hay una misión que lo trascienda. Así y todo le pide al lector que se acerque desde la sinceridad: «Sólo conozco mis manos», le confiesa. Para llegar a un resultado tan sonoro como gráfico de una búsqueda sin contemplaciones, los registros en papel (y voz) de un cimbronazo que nadie advirtió, pero que dejó huellas reconocibles. Porque el desafío es advertir que el poema verdadero está afuera y no en las palabras. Ahora, solo le queda al lector furtivo bucear por su cuenta y no quedarse cómodamente sentado.


Algunos poemas de Resonancias,
de Facundo López




Esta es la prueba de una línea como si fuera un poema corto.

*

Seguís en esto. Deberías perder las ganas. No vas a encontrar una sola palabra que te justifique ni que lo haga conmigo. Ni vos ni yo. Demasiado humanos.
Ni vos ni yo.

*

Los muertos hablan un idioma ajeno a la razón. Sus voces se acercan a lo lejano.

*

Cada poema es una prueba. Cierro los ojos y salto. El vacío no puede ser peor que esto de saber que busco la forma del mar en un pequeño papel.

*

Tomaste mi mano. Mis labios. Caminaste mi orilla. Todo lo escrito. Pequeña. No puede explicarte.

*

Rezo con las tripas. Roto el pecho y la cabeza. Mientras largas listas endulzan el ego de los enanos. Busco en el moho de las hojas. En la sangre. En la paciencia de la roca que espera. Sabe quién es y lo que escucha.

*

Dame tu mano. No sé decir cuándo te enciendes. Deja el resto. Tal vez esto sea todo lo que vine a hacer por ti.

martes, 15 de octubre de 2013

La historia de un poema de Álvaro Mata Guillé


Álvaro Mata Guillé



Sobre Debajo del viento


por Álvaro Mata Guillé*

(Especial para El Desaguadero)

De pequeño, cuando todos dormían, en la penumbra de mi cuarto escuchaba la radio, tratando de sintonizar emisoras de países lejanos, los que aparecían escondidos entre las voces distorsionadas de los locutores. Imaginaba –envuelto en el misterio que se diluía en lo lejano– otros lugares, otro tiempo sumergido en el tiempo, otras historias, preguntándome cómo llegar a ellos, cómo eran sus parajes, qué ocurría en sus veredas, en los callejones perdidos en las ciudades, tratando de escuchar las voces, también perdidas, que pernoctaban en las aceras. La sensación, que me provocaba el vislumbre de lo lejano, reaparecía al ver el brillor de las luces, de las casas parpadeando en la oscuridad, adentrándose en las montañas, intentando deletrear lo que ahí ocurría: el origen de su origen, la simultaneidad de espacios que se concatenaban, las historias de otras historias que daban forma al aquí y ahora. Las sensaciones se transformaron en preguntas, en lo incierto, que como un laberinto, iba al pasado en busca de respuestas procurando darle un rostro al presente, incertidumbres entrelazadas por un eje común que las nutría, que las hacía ser: la sensación de extrañeza, de ajenidad, el saberse solo en tránsito hacia el abismo –la noche que persigue la noche– confundiendo la nostalgia mezclada a la niebla –a las nubes, a la lluvia, al viento–; diálogo

constante con las sombras, con los muertos, indagando con los ecos quiénes éramos, de dónde veníamos, cuál era la historia que nos poseía habitándonos, desnudando nuestra identidad, el inicio que nos llevó a ser. 

No es fácil responder qué motiva lo que escribimos, se suman muchos intentos por saber qué somos, confrontando el límite, lo que percibimos o imaginamos, la necesidad de ser convertida en necesidad del existir. Debajo del viento, como la simultaneidad de murmullos que se esconden en las luces en las montañas, entre los cercos en los montes, es un escenario de múltiples escenarios, preguntas que llevan a otras preguntas: la transitoriedad, el reencontrarse buscándose siendo otros, nuestros mitos, nuestras derrotas. 






«qué soy

¿aire

que se diluye en viento?

¿viento

que deletrea el aire?

¿valle

por donde corren

los muertos?»


Fragmento del libro: Debajo del viento, de Álvaro Mata Guillé.





*Álvaro Mata Guillé (Costa Rica, 1965). Es director de teatro-danza, ensayista, investigador, dramaturgo y poeta. Desde 1998, se desempeña como Director General del Simposio Internacional Libertad y Poesía. Dirige asimismo la revista Hoja en blanco y el sello Aire en el Agua Editores. Es Subdirector del Laboratorio de Investigación del Cuerpo en Escena y Director del grupo Baco, de danza-teatro. Como tal, ha dirigido, entre otras, las obras La Señorita Julia, de A. Strindberg (1997/1998), El jardín de las delicias, de Fernando Arrabal (1998), una adaptación del poema “Pasado en claro” de Octavio Paz (1998/1999/2000), una adaptación del poema “Cuadernos del destierro” de Rafael Cadenas (2001/2002). De su propia autoría ha dirigido Escenas de una tarde, en repertorio desde 2002 y en gira por Latinoamérica. Entre sus libros de poemas merecen mencionarse: Intemperies, junto a Norberto Salinas y Marta Royo (Ed. Aldus, México D.F., 2005), Escenas de una tarde (Ed. Lunes/Literatura Digital, San José de Costa Rica, 2004/2005) y Debajo del viento. Ha publicado además el ensayo El laberinto disperso (Editorial Alambique, San José de Costa Rica, 2005).




domingo, 15 de septiembre de 2013

Festival de Poesía de Mendoza 2013: entrevista a Fernando G. Toledo

Fernando G. Toledo (Foto: Camila Toledo)
«El público mendocino se deja siempre avasallar por la poesía»





Celebrar la palabra y también el silencio, un festival poético implica estas acciones y las hermana. Pero también representa el encuentro de personas que van a compartir el goce de conocerse «cara a cara» más allá de la lectura y conocimiento de una obra o el contacto virtual. Además, un festival es, necesariamente, presentación, puesta en escena. Los poemas se ponen de pie, salen de la intimidad del papel para prodigarse entre los asistentes.

Entre el 26 y el 29 de setiembre se realizará el Primer Festival de Poesía de Mendoza en el marco de la Feria del Libro. Participarán poetas de la talla de el nicaragüense Ernesto Cardenal, el chileno Arturo Volantines y de argentinos como Jorge Leonidas Escudero, María Negroni, Santiago Sylvester, Claudia Masin y Luis Benítez. Hablamos con el director de este encuentro, el poeta y periodista Fernando G. Toledo que nos dio detalles de esta experiencia inédita en la literatura mendocina. Además, presentamos el dossier especial sobre el Festival con datos sobre los participantes y sus poemas. 

Click en la imagen


–¿Cómo surge la iniciativa de realizar este Festival?


–Desde hace unos cinco años venimos acunando la idea de un festival con Hernán Schillagi, eterno compañero de correrías poéticas. La intención surge más o menos en los tiempos en que abrimos la revista El Desaguadero, y forma parte del mismo afán que nos ha llevado también a insistir con una editorial de poesía, como Libros de Piedra Infinita, y con otros proyectos que están por ahora durmiendo el sueño de los justos. Pero habíamos llegado a un momento en que teníamos a disposición de nosotros la posibilidad de tomar contacto con muchos poetas que admirábamos y quisimos entonces hacer lo que se hace en otros lugares pero no se hacía en Mendoza: celebrar la poesía con un encuentro de poetas. Lo propusimos hace mucho a Fabricio Centorbi, quien fue el primero que se sentó a escucharnos, cuando estaba al frente del teatro Independencia. Es que nuestra idea primigenia era que esa sala fuera sede del festival junto con otros lugares de la provincia. La cuestión se mantuvo así, en mero proyecto, hasta que este año las autoridades de Cultura se animaron a hacerlo. Centorbi ya sabía de nuestro trabajo, había leído nuestro proyecto y supongo que consideró tenía la seriedad suficiente como para darle salida a través de un ente oficial. Y así fue.

–¿Por qué 2013 es un momento oportuno para hacer este Primer Festival de Poesía? ¿Qué condiciones están dadas hoy que antes no existían?

–Creo que se conjugaron muchas cosas. Por un lado, al menos desde que nosotros propusimos el festival hasta ahora, otras provincias también se animaron a tener su propio festival. Este género, aun siendo lateral, es uno de los que mejor se ofrecen para lecturas en voz alta, que combinadas con otras actividades pueden conformar una propuesta inmejorable, sobre todo en el marco de una feria del libro. La condición que se dio ahora tiene que ver, en fin, con la decisión de hacerlo de una vez por todas. Supongo que no es fácil apostar por un festival así, y siempre habrá reticencias: los poetas no suelen ser los autores más populares de la literatura y hacer un esfuerzo económico y estratégico para convocar a poetas de diversas latitudes sólo puede decidirse cuando uno confía en el valor enriquecedor que puede tener, desde unas variables que no involucran ni la resonancia mediática, ni la convocatoria multitudinaria: tiene que ver con el mero aporte estético que nuestros grandes poetas pueden brindar con su presencia y su obra. A la toma de decisión por parte del gobierno (un particular no puede hacerse cargo de un festival así, a menos que le sobre el dinero), se suma un hecho que podríamos llamar «conocimiento del campo»: yo participé este año, como poeta invitado, de dos festivales internacionales de poesía, el de Buenos Aires y el festival itinerante Abbapalabra, que pasó por Mendoza. Cada uno me proporcionó experiencias importantes para terminar de darle forma a esta primera edición de un Festival de Poesía en Mendoza. Los compromisos personales no le permitieron, sin embargo, a Hernán participar de la organización, del trazado, de la elección de nombres y de todo lo que representa la dirección del festival, pero el impulso ya lo habíamos dado juntos e igual me animé a hacerlo realidad.

–¿Quiénes colaboran con vos en este proyecto?

–En esta ocasión muchos han colaborado. Primero, Marizul Ibáñez (ministra de Cultura) y Fabricio Centorbi (subsecretario de Gestión Cultural) con la decisión. Luego, Leonardo Martí con el trabajo abarcador de la Feria del Libro 2013, en la que está inserta el festival. Y luego Carlos Levy, quien ha ejercido como asistente de dirección y ha trabajado mucho a la hora de establecer contactos con algunos poetas y en la propuesta de otros. Virginia Oviedo (del ministerio) y mucha gente que trabaja en la feria, terminó de cerrar el círculo. A ello se suma todo el trabajo de asistencia que tiene gente más cercana a mí, como mi esposa Romina Arrarás, quien me acompañó al festival de Buenos Aires y también pudo empaparse del funcionamiento para colaborar en infinidad de cuestiones. Schillagi mismo ha servido de consejero en ocasiones, así como la poeta Marta Miranda.

–¿Quiénes serán los invitados extranjeros y nacionales?

–La lista de participantes es excelente. Me gustaría decirlo de un modo en que ese elogio no se transfiera a mí: la excelencia tiene que ver con la obra poética de cada uno de los invitados, a quienes yo simplemente he posibilitado que confluyan entre el 26 y el 29 de setiembre en Mendoza. Lo digo como cualquier amante de la poesía, que no puede menos que alegrarse por saber que estarán en nuestra provincia brindado recitales nombres como los de Ernesto Cardenal (Nicaragua); William Agudelo Mejía (Colombia); Jorge Leonidas Escudero (San Juan); María Negroni (Santa Fe); Santiago Sylvester (Salta); Claudia Masin (Chaco); Luis Benítez y Gabriel Cortiñas (Ciudad de Buenos Aires); Leandro Calle (Córdoba); Arturo Volantines (Chile); Graciela Aráoz y Gustavo Romero Borri (San Luis); Ricardo Luis Trombino, Reyna Domínguez, José Casas y Alfia Arredondo (también de San Juan); Víctor Condal Nobre (Portugal-San Juan) más los mendocinos Mercedes Araujo, Bettina Ballarini, Patricia Rodón, Rubén Valle, Dionisio Salas Astorga, Omar Ochi, José Luis Menéndez y el propio Schillagi.

–¿Qué criterios utilizaste a la hora de seleccionar quiénes vendrían?

–Hay muchos criterios en juego. Hay uno y principal, y corresponde a algo «vaporoso» para una consideración objetiva como es la valoración estética de la obra de cada uno de los invitados. Fueron elegidos poetas que tienen obras que me parecen muy valiosas, cada uno en su estilo: si otro fuera el director del festival y siguiera ese primer criterio, seguramente no todos los nombres coincidirían. Pero también hay un afán federalizador (que haya representantes de varias provincias argentinas), que influyó en las decisiones. Por supuesto entró también en el juego un tema de agendas, ya que hay poetas que no podían venir aunque estaban dispuestos y por ende pasamos a otros que tenía en una lista y que sí podían. También fue importante pensar en que este festival es sólo el primero, un capítulo de algo que pretende instalarse en Mendoza (jamás lo vería como algo que se agota en una sola edición: cada año deberé convencer a quien tenga ánimos de apoyarme que hay que seguir haciéndolo): así, siguiendo los mismos criterios que te dije, la lista podría ser enorme, pero habrá nuevas ediciones y por suerte hay muchos poetas, tanto en Mendoza como en todas partes como para conformar nuevas ediciones. También hay que decir que hubo, finalmente, límites económicos: quedaron afuera poetas que deseaba participasen pero que, por ahora, resultó imposible invitar por una cuestión presupuestaria.

–¿Cómo reaccionaron los poetas convocados ante la invitación?

–Por suerte, de manera irresponsable (risas). Quiero decir con esto que pusieron por delante su enorme amabilidad y sus deseos por visitarnos, confiando en alguien como yo, que jamás había organizado un festival poético en una provincia que jamás había tenido un festival de estas magnitudes. Muchos de ellos lo hicieron, sí, porque me conocían, o porque conocían a Carlos Levy. Otros, simplemente, lo hicieron porque son tan generosos como para compartir con los mendocinos su hermosa obra.

–¿Qué poeta te sorprendió más con su aceptación a participar?

–Sería injusto mencionar sólo a alguno. Son muchos de ellos poetas de enorme prestigio, que han transitado muchos festivales y que tienen muchas ocupaciones además de la más importante: escribir lo que escriben. Aun así se sumaron a la aventura. Sí puedo dar ejemplos: Mercedes Araujo (una mendocina que no vive en Mendoza), se ofreció a pagar su traslado y alojarse en casa de sus familiares “para que lo que podría haberse gastado en mí se utilice para la visita de algún otro poeta”. Claudia Masin también propuso hacer un traslado por sus propios medios. Otros poetas asumirán el costo del alojamiento por más días de los previstos, también por su cuenta, o de quienes los acompañan. Merced a esas actitudes, y a otras tantas, los propios poetas a los que nosotros debemos agradecer por traernos su presencia, su voz y sus versos, ponen más de sí mismos para estar aquí. Es algo que no me cansaré de agradecer.

–Para organizarlo, ¿has tomado como referencia otros festivales?, ¿qué rescatás de estas experiencias que quisieras ver materializadas en este festival?

–Como te contaba antes, mi experiencia personal tuvo que ver con la participación en dos festivales internacionales, uno muy distinto del otro, además de un encuentro en San Luis hace varios años. Pero, por supuesto, desde hace mucho estoy atento a los diseños de festivales referenciales como el de Medellín o el de Rosario, más el reciente que comenzó a hacer Córdoba. Aprendiendo de lo que hacen en cada uno de ellos, le sumé un diseño que pretende tener su propia personalidad, sin estridencias. Y, de hecho, hay muchas propuestas en lo que yo pretendo de un festival que en esta primera edición, por ser la primera, no se podrán hacer, pero espero llevar a cabo con el transcurrir de las próximas entregas.

–Es decir, que siempre la idea es apostar por la continuidad…

–Sí, porque confío mucho en lo que puede aportar este festival a una tierra que ha tenido grandes poetas. Para los poetas locales, que son muchos y muchos de ellos muy buenos, esto representará una invalorable posibilidad para conocer de cerca la obra y personalidad de muchos de ellos. Para el público que gusta de la poesía, lo mismo. Y hay tantos y tan buenos poetas, y tan grande el alimento que puede ofrecer algo así, que pensar en una sola edición sería pensar con estrechez de miras.

–¿Qué actividades paralelas se realizarán en el marco del festival?

–No habrá actividades «paralelas», todas serán actividades del festival. Sí habrá una «columna vertebral», que serán las lecturas, los recitales poéticos de los nombres que te mencioné. Pero habrá muchas otras cosas, muy interesantes: un homenaje a Escudero, por ejemplo. Una mesa en donde se reflexionará sobre la traducción de poesía. Los directores de la revista La Guacha hablarán sobre los 15 años de esta publicación, y serán acompañados por la gente de El Desaguadero. Habrá un hermoso homenaje a Teny Alós, recientemente fallecido, y no un homenaje cualquiera: estará a cargo de sus compañeros de aquel referencial grupo «parapoético» llamado Las Malas Lenguas. Habrá una presentación de un libro póstumo de ese gran poeta del tango que fue José María Contursi, y cuya publicación se ha gestado en Mendoza. También habrá encuentros con escritores, la proyección de dos películas (Oro nestas piedras, sobre Escudero, y El jardín secreto, sobre Diana Bellessi) y, en el año y el mes en que se conmemoran los 40 años de la muerte de Neruda, un panorama de la poesía chilena que vino después del autor de Residencia en la tierra. Y habrá un hermoso cierre musical a cargo de la banda Altertango, que estará presentando su nuevo disco. Este grupo siempre ha puesto mucha atención a la poesía de sus letras, y en este disco se incluyen no sólo líricas de algunos poetas sino también un homenaje a Alejandra Pizarnik.

–¿Qué encontrará el público que asista?

–Primero podrá escuchar, en eventos con entrada gratuita, a poetas formidables. Los escuchará leyendo sus propios poemas, develándonos los acentos y pausas de cada verso, verá qué poemas eligen y tratará de dilucidar por qué. Podrá acceder, seguramente, a tener en sus manos libros de esos mismos poetas. Podrá emocionarse con los homenajes, escuchar las reflexiones que hagan con los temas propuestos.

–Has participado en numerosos recitales, encuentros y festivales poéticos en todo el país, ¿qué características tiene el lector/oyente de poesía mendocino comparado con otros?

–Como no ha habido, según yo sepa, un encuentro de esta magnitud, hay que decir que el público se formará también con estos festivales (siempre, como ves, no hablo de este que es el primero: pienso en una continuidad). Pero lo que yo puedo atestiguar con lo que han sido mis propios recitales poéticos o los tantos a los que he asistido, el público mendocino se deja siempre avasallar por la poesía y es, en ese sentido, un público excelente cuando se dispone a escuchar, cuando quiere dejar alimentarse.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La historia de un poema de Fabián Soberón


Cómo escribí las «vidas breves»

 

(Especial para El Desaguadero)


  
Siempre me impacta lo que opina alguien desde afuera. Nadie conoce el proceso de escritura de mis poemas o de mis relatos hasta que tengo la oportunidad, como ahora, de hablar de ese proceso.

Una de mis estrategias al escribir los poemas (o relatos, según cómo se los lea) incluidos en Vidas breves fue trabajar con el registro del presente histórico. Todas las vidas breves están escritas en presente. Bien: ese artificio (estoy refiriéndome a hechos del pasado y debería usar un tiempo pasado) se llama «presente histórico». El presente histórico da una sensación curiosa y compleja: remite al pasado pero con la ilusión de que está más cerca. También produce la sensación de que ocurre ahora, o mejor, de que está ocurriendo. Además, en las Vidas breves, tomo momentos que me parecen cruciales. Tomo momentos de la vida de las personas que fueron definitorias. Es decir: narro momentos que –siguiendo a Borges– le ayudan a definirse, a saber quiénes son. En ese sentido, trabajo con la cuestión de la identidad. Ese momento crucial –o que yo creo que es crucial– es fundamental porque de alguna forma le ayuda a definir su identidad, su yo.

Creo que estos recursos (uso del presente histórico y referencia a momentos cruciales ligados con la identidad) se potencian cuando están trabajados desde la idea de escena. Es decir, yo ubico y redefino narrativamente ese momento crucial a través de la idea de escena. Y entonces, los momentos se ubican en un espacio y en un tiempo definidos, casi como en el teatro o en el cine. Por eso, creo, muchas personas me dicen que las vidas breves les brindan imágenes cinematográficas. El poema o el relato están estructurados desde la idea de escena y adquiere, creo, la potencia narrativa del cine.

Algunos poemas del libro, están redactados bajo la idea prodigiosa (para mí) del poema conjetural. Esta idea fue promulgada por Kipling en lengua inglesa y fue Borges el que la difundió en nuestra lengua española. Los poemas redactados en primera persona promueven una persona falsa, una ficción. La primera persona desde la que se construye el poema es una pura ficción, una conjetura, ya que ahí habla o piensa alguien que no soy yo. Es el yo de alguien que ha dejado de existir. Ese yo lírico es una ficción, una creación decidida. De modo que en estos poemas se cruzan el uso del presente histórico, la apropiación de la idea de escena y la ficción del yo conjetural.

Debo decir, también, que los comentarios de los lectores me ayudan a pensar mis poemas y cuentos y me alientan a seguir escribiendo. Para ser escritor hay que escribir mucho y leer mucho. Pero también, y sobre todo, hay que conseguir un lector, alguien que tenga oficio de lector. El oficio de lector es simétrico al oficio de escritor. No se puede escribir sin escuchar las opiniones de un lector. Un crítico no es otra cosa que un lector entrenado, alguien que lee con placer e inteligencia. Un crítico es un lector más civil, como dice Borges. En ese sentido, no se puede escribir sin la ayuda atenta de un crítico. Y si no, piensen qué hubiera sido Kafka sin su amigo y lector Max Brod.

Por qué escribo

La escritura es inseparable de la lectura. Escribo mientras leo y cuanto leo lo escudriño para reescribirlo.

Alguna vez tuve una moto y corrí como un loco y sentí el abrazo desangelado del viento zumbando en mis oídos. Escalé el glaciar Perito Moreno, navegué por las olas turquesas del sur; deambulé, fascinado, por la cárcel de Ushuaia contemplando los patios vacíos de los maniáticos y de los asesinos. Todo, o casi todo, lo hice para después escribirlo. 

La escritura es una de las razones que le da sentido a mi vida. Por eso creo que la escritura no es poca cosa. Y la vida tampoco. Anotó Abelardo Castillo en un ensayo: «Roberto Arlt escribió para aprender a vivir feliz». Yo vivo para aprender a escribir.

Hace 22 años, dicté, en voz alta, mis primeros textos en un cuarto húmedo de un pueblo de Tucumán. Mi querida tía Amalia, devota de Edgar Poe y de la conversación voluntariosa y amable, anotaba mis oraciones en una máquina de escribir Olivetti. Eran los guiones para un programa de radio. Todavía escucho el repiqueteo metálico de las teclas y las gruesas gotas de lluvia en el techo de zinc. Las ideas copiadas en el papel se convertían en la voz grave del locutor y después se perdían en el aire infinito. Nadie recuerda hoy esos programas de radio. Las ondas se esfumaron en el vacío como los cuerpos se pudren, irreversiblemente, bajo la tierra. A veces pienso que lo que escribo está destinado, como las diáfanas ondas radiofónicas y como casi todo, a perderse en el océano arrollador del olvido.

El filósofo Emil Cioran no deseaba la inmortalidad sino haber vivido en el pasado romano. Yo anhelo que al menos una línea de mis cuentos y novelas no sea olvidada del todo. Mi escritura es, de alguna forma, una lucha empecinada y vana contra el olvido.

***

Schopenhauer

Pudo oír

en las difíciles sombras
de los días
la voluntad del mundo:
la música.
Tal vez
sólo escribió lo que vio.
Después de las cenizas
repite su doctrina:
la materia del tiempo
sobrevive.
El frágil
anciano de Alemania
ha dejado rodar
sus melodías
entre los hombres.
Suficiente.

(Extraído de Vidas breves. Buenos Aires, Ediciones Simurg, 2007)

 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Joaquín Sabina: el desafío permanente





¿Puede un cantautor famoso colar en una canción versos como: «En Comala comprendí / que al lugar donde has sido feliz / no debieras tratar de volver»? (en apenas tres líneas: la exposición de una idea, un aforismo casi, de aparente sencillez, si no fuera por la cita literaria, si no fuera por la elegancia de ese subjuntivo). ¡Claro que puede! De hecho lo hace. Versos polizones que, sin embargo, corren los límites de la canción popular. Quizá este sea el desafío asumido por Joaquín Sabina, quien en los últimos años ha producido obras cada vez más complejas (Dímelo en la calle, Alivio de luto y Vinagre y rosas),  sobre todo si se piensa en que su destinataria primera es la oreja (y no el ojo) del público.

Ahí va otro ejemplo:

«La tarde consumió su luego fatuo
sin carne, sin pecado, sin quizás,
la noche se agavilla como un ave
a punto de emigrar» (coautor: José Caballero Bonald).

Y sí, fácil no es. Pero porque no es fácil, exige un aumento de nuestra atención, compensado ˗claro˗ por el placer de paladear esas palabras,  que sugieren la angustia de la inminencia de la noche de un día disuelto sin dejar huellas, angustia familiar tanto al escritor más célebre como al mortal más de a pie.

Y aunque en ningún lugar he leído que el arte, aun el popular, debe ser fácil; los autores de canciones, a diferencia de los poetas de libro quienes cuentan con la edición como única herramienta para que algún desprevenido saque la billetera del bolsillo; los autores de canciones decía, tienen en la música el instrumento adecuado para hacer que un texto oscuro se repita una y otra vez en la radio del chofer de un micro o en los mp3 de los oxigenados caminantes del parque. Escuchen si no «Menos dos alas», donde al ritmo pegadizo de una rumbita flamenca, el español traza un precioso retrato de Ángel González. Para muestra, un botón:

«Verde por la vergüenza que no tenía
hasta ayudó a Caronte a quemar sus naves
decía que morirse no era tan grave
y agonizó en voz baja por cortesía» (coautor: Benjamín Prado).

Y si acaso se necesitara un argumento extra, allí están las fotos, las filmaciones de los estadios colmados por un público fervoroso que recita, vocifera cada sílaba, atestiguando el triunfo de Sabina. Cabría preguntarse, entonces, si es posible esperar de otros cantautores una actitud semejante. Vale decir, el riesgo de bajarse de la cómoda limusina de los «soy uno más» o «le doy a la gente lo que la gente me pide» (más propia de un verdulero o de un productor televisivo); la recuperación, vamos,  de su rol de faros dentro del mundo estético (todavía rememoro la conmoción experimentada por el adolescente que fui al descubrir una crítica a la sociedad, una imagen extraña, una alusión sexual semiescondidas en los recovecos de alguna letra de García, Cerati, Calamaro o Pandolfo). Porque, aunque sea una verdad de Pero Grullo, nunca sobra recordar que un artista, uno auténtico, solo responde a sus tripas, y el público es siempre un (grato, necesario) añadido posterior.

***
PECES DE CIUDAD
Se peinaba a lo garçon 
la viajera que quiso enseñarme a besar 
en la Gare d'austerlitz. 
Primavera de un amor 
amarillo y frugal como el sol 
del veranillo de San Martín. 
Hay quien dice que fui yo 
el primero en olvidar 
cuando en un si bemol de Jacques Brel 
conocí a mademoiselle Amsterdam. 
En la fatua Nueva York 
da más sombra que los limoneros 
la Estatua de la libertad, 
pero en Desolation Row 
las sirenas de los petroleros 
no dejan reír ni volar. 
Y en el coro de Babel, 
desafina un español. 
No hay más ley que la ley del tesoro 
en las Minas del rey Salomón. 
Y desafiando el oleaje 
sin timón ni timonel, 
por mis sueños va, ligero de equipaje, 
sobre un cascarón de nuez, 
mi corazón de viaje, 
luciendo los tatuajes 
de un pasado bucanero, 
de un velero al abordaje, 
de un no te quiero querer. 

Y cómo huir 
cuando no quedan 
islas para naufragar 
al país 
donde los sabios se retiran 
del agravio de buscar 
labios que sacan de quicio, 
mentiras que ganan juicios 
tan sumarios que envilecen 
el cristal de los acuarios 
de los peces de ciudad 
que mordieron el anzuelo, 
que bucean a ras del suelo, 
que no merecen nadar. 

El dorado era un champú, 
la virtud unos brazos en cruz, 
el pecado una página web. 
En Comala comprendí 
que al lugar donde has sido feliz 
no debieras tratar de volver. 
Cuando en vuelo regular 
pisé el cielo de Madrid 
me esperaba una recién casada 
que no se acordaba de mí. 
Y desafiando el oleaje 
sin timón ni timonel, 
por mis venas va, ligero de equipaje, 
sobre un cascarón de nuez, 
mi corazón de viaje, 
luciendo los tatuajes 
de un pasado bucanero, 
de un velero al abordaje, 
de un liguero de mujer. 

Y cómo huir 
cuando no quedan 
islas para naufragar 
al país 
donde los sabios se retiran 
del agravio de buscar 
labios que sacan de quicio, 
mentiras que ganan juicios 
tan sumarios que envilecen 
el cristal de los acuarios 
de los peces de ciudad 
Que perdieron las agallas 
en un banco de morralla, 
en una playa sin mar.

DOS HORAS DESPUÉS

La tarde consumió su luego fatuo
sin carne, sin pecado, sin quizás,
la noche se agavilla como un ave
a punto de emigrar.

Y el mundo es un hervor de caracolas
ayunas de pimienta, risa y sal,
y el sol es una lágrima en un ojo
que no sabe llorar.

Tu espalda es el ocaso de septiembre,
un mapa sin revés ni marcha atrás,
una gota de orujo acostumbrada
al desdén de la mar.

Y al cabo el calendario y sus ujieres
disecando el oficio de soñar
y la espuela en la tasca de la esquina
y el vicio de olvidar.

Por el renglón del corazón
cada mañana descarrila un tren.
Y al terminar, vuelta a empezar
dos horas después de amanecer.

Tiene la vida un lánguido argumento
que no se acaba nunca de aprender,
sabe a licor y a luna despeinada
que no quita la sed.

La noche ha consumido sus botellas
dejándose un jirón en la pared.
Han pasado los días como hojas
de libros sin leer.


Año: 2005
Letra: Joaquín Sabina y José Caballero Bonald
Música: Antonio Garcia de Diego y Pancho Varona
Disco: Alivio de Luto (2005)


MENOS DOS ALAS 

 
González era un ángel menos dos alas
Gonzalez era un santo por lo civil
un dandy con un ojo a la funerala
tan rojo, tan castizo y tan zascandil.

Hilaba en los garitos de mala nota.
Boleros de Machín con Juanín de Mieres
Apurando esos whiskys en los que flotan
La luna de las golfas y los crupieres.

Cuando volvía del extranjero
tan forastero,
a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche,
pídame un coche,
fumando espero
y le aplaudían los camareros.

Otoños y otras luces, pan con verbenas
su príncipe de Gales, tan Cortefiel
Tratado de urbanismo, Juan de Mairena
chicana, magdalena, tinta y papel.

Verde por la vergüenza que no tenía,
hasta ayudó a Caronte a quemar sus naves,
decía que morirse no era tan grave
y agonizó en voz baja por cortesía.

Cuando volvía del extranjero
tan forastero,
a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche,
pídame un coche,
fumando espero
y le aplaudían los camareros.


Año: 2009
Letra: Joaquín Sabina y Benjamín Prado
Música: Pancho Varona y Antonio García de Diego
Disco: Vinagre y Rosas (2009)

lunes, 26 de agosto de 2013

La historia de un poema de María del Carmen Colombo



(Especial para El Desaguadero)


El poema elegido está incluido en mi último libro editado, La familia china. Forma parte  de ese conjunto que irrumpió  y se fue gestando paralelamente a la escritura de otros poemas como una escritura secreta. Y digo secreta porque pasó mucho tiempo hasta que la hiciera conocer. Es que esa irrupción fue desconcertante para mí, que no atinaba a dar cuenta de lo que en ese momento estaba pasando con mi poesía.

Desconcertante pero también gozosa. Porque al dejarme llevar por esa nueva música  iba ocupando el espacio de la página (llenando el espacio con letras). Y con la forma del «poema en prosa», con esos poemas achaparrados y compactos, sentía que me liberaba  de esos otros poemas, delgados, casi raquíticos, y de gran concentración  de mis libros anteriores.  Creo que en ese aspecto tuvo mucho que ver el encuentro con  los textos de Osvaldo Lamborghini, en particular con Matinales.  La sonoridad  alucinatoria de ese texto obró como un disparador para la entrada de ritmos hasta entonces nunca abordados por mi escritura. Lo leí y releí hasta casi memorizar algunos fragmentos;  siempre como «poema» y sin reparar en que el autor y los críticos lo catalogaban como «cuento».

El elemento oriental fue aportado por «los chinos de acá», como llamaba yo a una familia  que ocupaba un departamento de la casa donde vivía, en el barrio de Villa Crespo. Encontraba  al padre de esa familia -integrada además por su mujer y dos hijas- en las reuniones de consorcio. Me causaba gracia la respuesta que ese hombre daba a cualquier pregunta incómoda: «no entender, no entender», repetía.  Pero la frase quedaba resonando, como un mantra que parecía traducir mi propia desorientación.

Ese hombre inspiró el poema elegido para la sección «La historia de un poema», que fue uno de los primeros que escribí, basándome sólo en ciertos detalles  que creí evocaban lo oriental  (un ejemplo es el uso de palabras del tipo «biombo», «bambú», «abanico»).

Lo oriental así entendido, y como elemento de mediación, también me permitió tomar distancia y a su vez acercarme de otra manera a un territorio familiar, que no sólo incluye la lengua del Río de la Plata, sino además una tradición literaria, con la que trabajé en libros anteriores. Me refiero a ciertas voces del gauchesco, a Esteban Echeverría, Girondo, Artl, Discépolo. Dentro de esta «familia», también se incluyen «parientes lejanos», como Rimbaud o Elisabeth Bishop. Todo mezclado con retazos de elementos biográficos y de discurso político (este último encarado en forma  panfletaria). Mezcolanza, entonces. Y también humor, el encuentro de lirismo y humor. Un humor más emparentado con la sonrisa que con la carcajada –el sonreír de los tontos-, que a veces roza la ironía, pero que nunca llega a la mueca.

Mi hija Soledad fue la primera lectora: su entusiasmo me alentó a continuar. Y sus acertadas indicaciones me sirvieron en la etapa de  corrección. Ella  me convenció de que el título era el adecuado, por el doble sentido de la expresión «familia china»: uno, el evidente; y el otro, el que alude en nuestra lengua coloquial a una particularidad inextricable. Más tarde, la lectura de Antonio Moro, amigo y poeta cordobés, resultó fundamental para que pudiera seguir adelante. Cuando creí que el libro estaba concluido, entregué el material a otro amigo, el poeta y dramaturgo Alfredo Rosenbaum, quien llevó a escena los poemas, en el Teatro Rojas.

El estreno de esa obra coincidió con la publicación del libro, editado por José Luis Mangeri, en Editorial Tierra Firme. La salida del libro me conmocionó. Pero asistir como espectadora al estreno y a las sucesivas representaciones fue una experiencia impactante. Creo que fue gracias a esa conmoción que comprendí hondamente el sentido de los poemas de ese libro.  Hilos Editora lo reeditó en 2012, en una versión que incluye tres textos inéditos.       



*
Cuando las tres chicas se acercan, el padre cierra
el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene
miedo el padre chino de que el calor de sus hijas
desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma
paciencia por sus antepasados.
El miedo le hace pitar de una boquilla elongada
hasta el límite. Chupa del pico el hombre, y de su
boca evaporada por el humo se desprenden pensamientos finitos como el perfil de un pez raya. Es
el opio de los pueblos con que carga su boquilla el
que lo hace descifrar sus pensamientos en voz alta.
“Esas tintoreras –dice de sus hijas– calientan la pava
y después yo salgo hecho una planicie. Qué saben
ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta hacer de
mi alma este biombo musical que sólo los hombres
chinos saben desplegar con dignidad.”
Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión.
Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre
recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.


María del Carmen Colombo, en La familia china