domingo, 15 de septiembre de 2013

Festival de Poesía de Mendoza 2013: entrevista a Fernando G. Toledo

Fernando G. Toledo (Foto: Camila Toledo)
«El público mendocino se deja siempre avasallar por la poesía»





Celebrar la palabra y también el silencio, un festival poético implica estas acciones y las hermana. Pero también representa el encuentro de personas que van a compartir el goce de conocerse «cara a cara» más allá de la lectura y conocimiento de una obra o el contacto virtual. Además, un festival es, necesariamente, presentación, puesta en escena. Los poemas se ponen de pie, salen de la intimidad del papel para prodigarse entre los asistentes.

Entre el 26 y el 29 de setiembre se realizará el Primer Festival de Poesía de Mendoza en el marco de la Feria del Libro. Participarán poetas de la talla de el nicaragüense Ernesto Cardenal, el chileno Arturo Volantines y de argentinos como Jorge Leonidas Escudero, María Negroni, Santiago Sylvester, Claudia Masin y Luis Benítez. Hablamos con el director de este encuentro, el poeta y periodista Fernando G. Toledo que nos dio detalles de esta experiencia inédita en la literatura mendocina. Además, presentamos el dossier especial sobre el Festival con datos sobre los participantes y sus poemas. 

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–¿Cómo surge la iniciativa de realizar este Festival?


–Desde hace unos cinco años venimos acunando la idea de un festival con Hernán Schillagi, eterno compañero de correrías poéticas. La intención surge más o menos en los tiempos en que abrimos la revista El Desaguadero, y forma parte del mismo afán que nos ha llevado también a insistir con una editorial de poesía, como Libros de Piedra Infinita, y con otros proyectos que están por ahora durmiendo el sueño de los justos. Pero habíamos llegado a un momento en que teníamos a disposición de nosotros la posibilidad de tomar contacto con muchos poetas que admirábamos y quisimos entonces hacer lo que se hace en otros lugares pero no se hacía en Mendoza: celebrar la poesía con un encuentro de poetas. Lo propusimos hace mucho a Fabricio Centorbi, quien fue el primero que se sentó a escucharnos, cuando estaba al frente del teatro Independencia. Es que nuestra idea primigenia era que esa sala fuera sede del festival junto con otros lugares de la provincia. La cuestión se mantuvo así, en mero proyecto, hasta que este año las autoridades de Cultura se animaron a hacerlo. Centorbi ya sabía de nuestro trabajo, había leído nuestro proyecto y supongo que consideró tenía la seriedad suficiente como para darle salida a través de un ente oficial. Y así fue.

–¿Por qué 2013 es un momento oportuno para hacer este Primer Festival de Poesía? ¿Qué condiciones están dadas hoy que antes no existían?

–Creo que se conjugaron muchas cosas. Por un lado, al menos desde que nosotros propusimos el festival hasta ahora, otras provincias también se animaron a tener su propio festival. Este género, aun siendo lateral, es uno de los que mejor se ofrecen para lecturas en voz alta, que combinadas con otras actividades pueden conformar una propuesta inmejorable, sobre todo en el marco de una feria del libro. La condición que se dio ahora tiene que ver, en fin, con la decisión de hacerlo de una vez por todas. Supongo que no es fácil apostar por un festival así, y siempre habrá reticencias: los poetas no suelen ser los autores más populares de la literatura y hacer un esfuerzo económico y estratégico para convocar a poetas de diversas latitudes sólo puede decidirse cuando uno confía en el valor enriquecedor que puede tener, desde unas variables que no involucran ni la resonancia mediática, ni la convocatoria multitudinaria: tiene que ver con el mero aporte estético que nuestros grandes poetas pueden brindar con su presencia y su obra. A la toma de decisión por parte del gobierno (un particular no puede hacerse cargo de un festival así, a menos que le sobre el dinero), se suma un hecho que podríamos llamar «conocimiento del campo»: yo participé este año, como poeta invitado, de dos festivales internacionales de poesía, el de Buenos Aires y el festival itinerante Abbapalabra, que pasó por Mendoza. Cada uno me proporcionó experiencias importantes para terminar de darle forma a esta primera edición de un Festival de Poesía en Mendoza. Los compromisos personales no le permitieron, sin embargo, a Hernán participar de la organización, del trazado, de la elección de nombres y de todo lo que representa la dirección del festival, pero el impulso ya lo habíamos dado juntos e igual me animé a hacerlo realidad.

–¿Quiénes colaboran con vos en este proyecto?

–En esta ocasión muchos han colaborado. Primero, Marizul Ibáñez (ministra de Cultura) y Fabricio Centorbi (subsecretario de Gestión Cultural) con la decisión. Luego, Leonardo Martí con el trabajo abarcador de la Feria del Libro 2013, en la que está inserta el festival. Y luego Carlos Levy, quien ha ejercido como asistente de dirección y ha trabajado mucho a la hora de establecer contactos con algunos poetas y en la propuesta de otros. Virginia Oviedo (del ministerio) y mucha gente que trabaja en la feria, terminó de cerrar el círculo. A ello se suma todo el trabajo de asistencia que tiene gente más cercana a mí, como mi esposa Romina Arrarás, quien me acompañó al festival de Buenos Aires y también pudo empaparse del funcionamiento para colaborar en infinidad de cuestiones. Schillagi mismo ha servido de consejero en ocasiones, así como la poeta Marta Miranda.

–¿Quiénes serán los invitados extranjeros y nacionales?

–La lista de participantes es excelente. Me gustaría decirlo de un modo en que ese elogio no se transfiera a mí: la excelencia tiene que ver con la obra poética de cada uno de los invitados, a quienes yo simplemente he posibilitado que confluyan entre el 26 y el 29 de setiembre en Mendoza. Lo digo como cualquier amante de la poesía, que no puede menos que alegrarse por saber que estarán en nuestra provincia brindado recitales nombres como los de Ernesto Cardenal (Nicaragua); William Agudelo Mejía (Colombia); Jorge Leonidas Escudero (San Juan); María Negroni (Santa Fe); Santiago Sylvester (Salta); Claudia Masin (Chaco); Luis Benítez y Gabriel Cortiñas (Ciudad de Buenos Aires); Leandro Calle (Córdoba); Arturo Volantines (Chile); Graciela Aráoz y Gustavo Romero Borri (San Luis); Ricardo Luis Trombino, Reyna Domínguez, José Casas y Alfia Arredondo (también de San Juan); Víctor Condal Nobre (Portugal-San Juan) más los mendocinos Mercedes Araujo, Bettina Ballarini, Patricia Rodón, Rubén Valle, Dionisio Salas Astorga, Omar Ochi, José Luis Menéndez y el propio Schillagi.

–¿Qué criterios utilizaste a la hora de seleccionar quiénes vendrían?

–Hay muchos criterios en juego. Hay uno y principal, y corresponde a algo «vaporoso» para una consideración objetiva como es la valoración estética de la obra de cada uno de los invitados. Fueron elegidos poetas que tienen obras que me parecen muy valiosas, cada uno en su estilo: si otro fuera el director del festival y siguiera ese primer criterio, seguramente no todos los nombres coincidirían. Pero también hay un afán federalizador (que haya representantes de varias provincias argentinas), que influyó en las decisiones. Por supuesto entró también en el juego un tema de agendas, ya que hay poetas que no podían venir aunque estaban dispuestos y por ende pasamos a otros que tenía en una lista y que sí podían. También fue importante pensar en que este festival es sólo el primero, un capítulo de algo que pretende instalarse en Mendoza (jamás lo vería como algo que se agota en una sola edición: cada año deberé convencer a quien tenga ánimos de apoyarme que hay que seguir haciéndolo): así, siguiendo los mismos criterios que te dije, la lista podría ser enorme, pero habrá nuevas ediciones y por suerte hay muchos poetas, tanto en Mendoza como en todas partes como para conformar nuevas ediciones. También hay que decir que hubo, finalmente, límites económicos: quedaron afuera poetas que deseaba participasen pero que, por ahora, resultó imposible invitar por una cuestión presupuestaria.

–¿Cómo reaccionaron los poetas convocados ante la invitación?

–Por suerte, de manera irresponsable (risas). Quiero decir con esto que pusieron por delante su enorme amabilidad y sus deseos por visitarnos, confiando en alguien como yo, que jamás había organizado un festival poético en una provincia que jamás había tenido un festival de estas magnitudes. Muchos de ellos lo hicieron, sí, porque me conocían, o porque conocían a Carlos Levy. Otros, simplemente, lo hicieron porque son tan generosos como para compartir con los mendocinos su hermosa obra.

–¿Qué poeta te sorprendió más con su aceptación a participar?

–Sería injusto mencionar sólo a alguno. Son muchos de ellos poetas de enorme prestigio, que han transitado muchos festivales y que tienen muchas ocupaciones además de la más importante: escribir lo que escriben. Aun así se sumaron a la aventura. Sí puedo dar ejemplos: Mercedes Araujo (una mendocina que no vive en Mendoza), se ofreció a pagar su traslado y alojarse en casa de sus familiares “para que lo que podría haberse gastado en mí se utilice para la visita de algún otro poeta”. Claudia Masin también propuso hacer un traslado por sus propios medios. Otros poetas asumirán el costo del alojamiento por más días de los previstos, también por su cuenta, o de quienes los acompañan. Merced a esas actitudes, y a otras tantas, los propios poetas a los que nosotros debemos agradecer por traernos su presencia, su voz y sus versos, ponen más de sí mismos para estar aquí. Es algo que no me cansaré de agradecer.

–Para organizarlo, ¿has tomado como referencia otros festivales?, ¿qué rescatás de estas experiencias que quisieras ver materializadas en este festival?

–Como te contaba antes, mi experiencia personal tuvo que ver con la participación en dos festivales internacionales, uno muy distinto del otro, además de un encuentro en San Luis hace varios años. Pero, por supuesto, desde hace mucho estoy atento a los diseños de festivales referenciales como el de Medellín o el de Rosario, más el reciente que comenzó a hacer Córdoba. Aprendiendo de lo que hacen en cada uno de ellos, le sumé un diseño que pretende tener su propia personalidad, sin estridencias. Y, de hecho, hay muchas propuestas en lo que yo pretendo de un festival que en esta primera edición, por ser la primera, no se podrán hacer, pero espero llevar a cabo con el transcurrir de las próximas entregas.

–Es decir, que siempre la idea es apostar por la continuidad…

–Sí, porque confío mucho en lo que puede aportar este festival a una tierra que ha tenido grandes poetas. Para los poetas locales, que son muchos y muchos de ellos muy buenos, esto representará una invalorable posibilidad para conocer de cerca la obra y personalidad de muchos de ellos. Para el público que gusta de la poesía, lo mismo. Y hay tantos y tan buenos poetas, y tan grande el alimento que puede ofrecer algo así, que pensar en una sola edición sería pensar con estrechez de miras.

–¿Qué actividades paralelas se realizarán en el marco del festival?

–No habrá actividades «paralelas», todas serán actividades del festival. Sí habrá una «columna vertebral», que serán las lecturas, los recitales poéticos de los nombres que te mencioné. Pero habrá muchas otras cosas, muy interesantes: un homenaje a Escudero, por ejemplo. Una mesa en donde se reflexionará sobre la traducción de poesía. Los directores de la revista La Guacha hablarán sobre los 15 años de esta publicación, y serán acompañados por la gente de El Desaguadero. Habrá un hermoso homenaje a Teny Alós, recientemente fallecido, y no un homenaje cualquiera: estará a cargo de sus compañeros de aquel referencial grupo «parapoético» llamado Las Malas Lenguas. Habrá una presentación de un libro póstumo de ese gran poeta del tango que fue José María Contursi, y cuya publicación se ha gestado en Mendoza. También habrá encuentros con escritores, la proyección de dos películas (Oro nestas piedras, sobre Escudero, y El jardín secreto, sobre Diana Bellessi) y, en el año y el mes en que se conmemoran los 40 años de la muerte de Neruda, un panorama de la poesía chilena que vino después del autor de Residencia en la tierra. Y habrá un hermoso cierre musical a cargo de la banda Altertango, que estará presentando su nuevo disco. Este grupo siempre ha puesto mucha atención a la poesía de sus letras, y en este disco se incluyen no sólo líricas de algunos poetas sino también un homenaje a Alejandra Pizarnik.

–¿Qué encontrará el público que asista?

–Primero podrá escuchar, en eventos con entrada gratuita, a poetas formidables. Los escuchará leyendo sus propios poemas, develándonos los acentos y pausas de cada verso, verá qué poemas eligen y tratará de dilucidar por qué. Podrá acceder, seguramente, a tener en sus manos libros de esos mismos poetas. Podrá emocionarse con los homenajes, escuchar las reflexiones que hagan con los temas propuestos.

–Has participado en numerosos recitales, encuentros y festivales poéticos en todo el país, ¿qué características tiene el lector/oyente de poesía mendocino comparado con otros?

–Como no ha habido, según yo sepa, un encuentro de esta magnitud, hay que decir que el público se formará también con estos festivales (siempre, como ves, no hablo de este que es el primero: pienso en una continuidad). Pero lo que yo puedo atestiguar con lo que han sido mis propios recitales poéticos o los tantos a los que he asistido, el público mendocino se deja siempre avasallar por la poesía y es, en ese sentido, un público excelente cuando se dispone a escuchar, cuando quiere dejar alimentarse.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La historia de un poema de Fabián Soberón


Cómo escribí las «vidas breves»

 

(Especial para El Desaguadero)


  
Siempre me impacta lo que opina alguien desde afuera. Nadie conoce el proceso de escritura de mis poemas o de mis relatos hasta que tengo la oportunidad, como ahora, de hablar de ese proceso.

Una de mis estrategias al escribir los poemas (o relatos, según cómo se los lea) incluidos en Vidas breves fue trabajar con el registro del presente histórico. Todas las vidas breves están escritas en presente. Bien: ese artificio (estoy refiriéndome a hechos del pasado y debería usar un tiempo pasado) se llama «presente histórico». El presente histórico da una sensación curiosa y compleja: remite al pasado pero con la ilusión de que está más cerca. También produce la sensación de que ocurre ahora, o mejor, de que está ocurriendo. Además, en las Vidas breves, tomo momentos que me parecen cruciales. Tomo momentos de la vida de las personas que fueron definitorias. Es decir: narro momentos que –siguiendo a Borges– le ayudan a definirse, a saber quiénes son. En ese sentido, trabajo con la cuestión de la identidad. Ese momento crucial –o que yo creo que es crucial– es fundamental porque de alguna forma le ayuda a definir su identidad, su yo.

Creo que estos recursos (uso del presente histórico y referencia a momentos cruciales ligados con la identidad) se potencian cuando están trabajados desde la idea de escena. Es decir, yo ubico y redefino narrativamente ese momento crucial a través de la idea de escena. Y entonces, los momentos se ubican en un espacio y en un tiempo definidos, casi como en el teatro o en el cine. Por eso, creo, muchas personas me dicen que las vidas breves les brindan imágenes cinematográficas. El poema o el relato están estructurados desde la idea de escena y adquiere, creo, la potencia narrativa del cine.

Algunos poemas del libro, están redactados bajo la idea prodigiosa (para mí) del poema conjetural. Esta idea fue promulgada por Kipling en lengua inglesa y fue Borges el que la difundió en nuestra lengua española. Los poemas redactados en primera persona promueven una persona falsa, una ficción. La primera persona desde la que se construye el poema es una pura ficción, una conjetura, ya que ahí habla o piensa alguien que no soy yo. Es el yo de alguien que ha dejado de existir. Ese yo lírico es una ficción, una creación decidida. De modo que en estos poemas se cruzan el uso del presente histórico, la apropiación de la idea de escena y la ficción del yo conjetural.

Debo decir, también, que los comentarios de los lectores me ayudan a pensar mis poemas y cuentos y me alientan a seguir escribiendo. Para ser escritor hay que escribir mucho y leer mucho. Pero también, y sobre todo, hay que conseguir un lector, alguien que tenga oficio de lector. El oficio de lector es simétrico al oficio de escritor. No se puede escribir sin escuchar las opiniones de un lector. Un crítico no es otra cosa que un lector entrenado, alguien que lee con placer e inteligencia. Un crítico es un lector más civil, como dice Borges. En ese sentido, no se puede escribir sin la ayuda atenta de un crítico. Y si no, piensen qué hubiera sido Kafka sin su amigo y lector Max Brod.

Por qué escribo

La escritura es inseparable de la lectura. Escribo mientras leo y cuanto leo lo escudriño para reescribirlo.

Alguna vez tuve una moto y corrí como un loco y sentí el abrazo desangelado del viento zumbando en mis oídos. Escalé el glaciar Perito Moreno, navegué por las olas turquesas del sur; deambulé, fascinado, por la cárcel de Ushuaia contemplando los patios vacíos de los maniáticos y de los asesinos. Todo, o casi todo, lo hice para después escribirlo. 

La escritura es una de las razones que le da sentido a mi vida. Por eso creo que la escritura no es poca cosa. Y la vida tampoco. Anotó Abelardo Castillo en un ensayo: «Roberto Arlt escribió para aprender a vivir feliz». Yo vivo para aprender a escribir.

Hace 22 años, dicté, en voz alta, mis primeros textos en un cuarto húmedo de un pueblo de Tucumán. Mi querida tía Amalia, devota de Edgar Poe y de la conversación voluntariosa y amable, anotaba mis oraciones en una máquina de escribir Olivetti. Eran los guiones para un programa de radio. Todavía escucho el repiqueteo metálico de las teclas y las gruesas gotas de lluvia en el techo de zinc. Las ideas copiadas en el papel se convertían en la voz grave del locutor y después se perdían en el aire infinito. Nadie recuerda hoy esos programas de radio. Las ondas se esfumaron en el vacío como los cuerpos se pudren, irreversiblemente, bajo la tierra. A veces pienso que lo que escribo está destinado, como las diáfanas ondas radiofónicas y como casi todo, a perderse en el océano arrollador del olvido.

El filósofo Emil Cioran no deseaba la inmortalidad sino haber vivido en el pasado romano. Yo anhelo que al menos una línea de mis cuentos y novelas no sea olvidada del todo. Mi escritura es, de alguna forma, una lucha empecinada y vana contra el olvido.

***

Schopenhauer

Pudo oír

en las difíciles sombras
de los días
la voluntad del mundo:
la música.
Tal vez
sólo escribió lo que vio.
Después de las cenizas
repite su doctrina:
la materia del tiempo
sobrevive.
El frágil
anciano de Alemania
ha dejado rodar
sus melodías
entre los hombres.
Suficiente.

(Extraído de Vidas breves. Buenos Aires, Ediciones Simurg, 2007)

 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Joaquín Sabina: el desafío permanente





¿Puede un cantautor famoso colar en una canción versos como: «En Comala comprendí / que al lugar donde has sido feliz / no debieras tratar de volver»? (en apenas tres líneas: la exposición de una idea, un aforismo casi, de aparente sencillez, si no fuera por la cita literaria, si no fuera por la elegancia de ese subjuntivo). ¡Claro que puede! De hecho lo hace. Versos polizones que, sin embargo, corren los límites de la canción popular. Quizá este sea el desafío asumido por Joaquín Sabina, quien en los últimos años ha producido obras cada vez más complejas (Dímelo en la calle, Alivio de luto y Vinagre y rosas),  sobre todo si se piensa en que su destinataria primera es la oreja (y no el ojo) del público.

Ahí va otro ejemplo:

«La tarde consumió su luego fatuo
sin carne, sin pecado, sin quizás,
la noche se agavilla como un ave
a punto de emigrar» (coautor: José Caballero Bonald).

Y sí, fácil no es. Pero porque no es fácil, exige un aumento de nuestra atención, compensado ˗claro˗ por el placer de paladear esas palabras,  que sugieren la angustia de la inminencia de la noche de un día disuelto sin dejar huellas, angustia familiar tanto al escritor más célebre como al mortal más de a pie.

Y aunque en ningún lugar he leído que el arte, aun el popular, debe ser fácil; los autores de canciones, a diferencia de los poetas de libro quienes cuentan con la edición como única herramienta para que algún desprevenido saque la billetera del bolsillo; los autores de canciones decía, tienen en la música el instrumento adecuado para hacer que un texto oscuro se repita una y otra vez en la radio del chofer de un micro o en los mp3 de los oxigenados caminantes del parque. Escuchen si no «Menos dos alas», donde al ritmo pegadizo de una rumbita flamenca, el español traza un precioso retrato de Ángel González. Para muestra, un botón:

«Verde por la vergüenza que no tenía
hasta ayudó a Caronte a quemar sus naves
decía que morirse no era tan grave
y agonizó en voz baja por cortesía» (coautor: Benjamín Prado).

Y si acaso se necesitara un argumento extra, allí están las fotos, las filmaciones de los estadios colmados por un público fervoroso que recita, vocifera cada sílaba, atestiguando el triunfo de Sabina. Cabría preguntarse, entonces, si es posible esperar de otros cantautores una actitud semejante. Vale decir, el riesgo de bajarse de la cómoda limusina de los «soy uno más» o «le doy a la gente lo que la gente me pide» (más propia de un verdulero o de un productor televisivo); la recuperación, vamos,  de su rol de faros dentro del mundo estético (todavía rememoro la conmoción experimentada por el adolescente que fui al descubrir una crítica a la sociedad, una imagen extraña, una alusión sexual semiescondidas en los recovecos de alguna letra de García, Cerati, Calamaro o Pandolfo). Porque, aunque sea una verdad de Pero Grullo, nunca sobra recordar que un artista, uno auténtico, solo responde a sus tripas, y el público es siempre un (grato, necesario) añadido posterior.

***
PECES DE CIUDAD
Se peinaba a lo garçon 
la viajera que quiso enseñarme a besar 
en la Gare d'austerlitz. 
Primavera de un amor 
amarillo y frugal como el sol 
del veranillo de San Martín. 
Hay quien dice que fui yo 
el primero en olvidar 
cuando en un si bemol de Jacques Brel 
conocí a mademoiselle Amsterdam. 
En la fatua Nueva York 
da más sombra que los limoneros 
la Estatua de la libertad, 
pero en Desolation Row 
las sirenas de los petroleros 
no dejan reír ni volar. 
Y en el coro de Babel, 
desafina un español. 
No hay más ley que la ley del tesoro 
en las Minas del rey Salomón. 
Y desafiando el oleaje 
sin timón ni timonel, 
por mis sueños va, ligero de equipaje, 
sobre un cascarón de nuez, 
mi corazón de viaje, 
luciendo los tatuajes 
de un pasado bucanero, 
de un velero al abordaje, 
de un no te quiero querer. 

Y cómo huir 
cuando no quedan 
islas para naufragar 
al país 
donde los sabios se retiran 
del agravio de buscar 
labios que sacan de quicio, 
mentiras que ganan juicios 
tan sumarios que envilecen 
el cristal de los acuarios 
de los peces de ciudad 
que mordieron el anzuelo, 
que bucean a ras del suelo, 
que no merecen nadar. 

El dorado era un champú, 
la virtud unos brazos en cruz, 
el pecado una página web. 
En Comala comprendí 
que al lugar donde has sido feliz 
no debieras tratar de volver. 
Cuando en vuelo regular 
pisé el cielo de Madrid 
me esperaba una recién casada 
que no se acordaba de mí. 
Y desafiando el oleaje 
sin timón ni timonel, 
por mis venas va, ligero de equipaje, 
sobre un cascarón de nuez, 
mi corazón de viaje, 
luciendo los tatuajes 
de un pasado bucanero, 
de un velero al abordaje, 
de un liguero de mujer. 

Y cómo huir 
cuando no quedan 
islas para naufragar 
al país 
donde los sabios se retiran 
del agravio de buscar 
labios que sacan de quicio, 
mentiras que ganan juicios 
tan sumarios que envilecen 
el cristal de los acuarios 
de los peces de ciudad 
Que perdieron las agallas 
en un banco de morralla, 
en una playa sin mar.

DOS HORAS DESPUÉS

La tarde consumió su luego fatuo
sin carne, sin pecado, sin quizás,
la noche se agavilla como un ave
a punto de emigrar.

Y el mundo es un hervor de caracolas
ayunas de pimienta, risa y sal,
y el sol es una lágrima en un ojo
que no sabe llorar.

Tu espalda es el ocaso de septiembre,
un mapa sin revés ni marcha atrás,
una gota de orujo acostumbrada
al desdén de la mar.

Y al cabo el calendario y sus ujieres
disecando el oficio de soñar
y la espuela en la tasca de la esquina
y el vicio de olvidar.

Por el renglón del corazón
cada mañana descarrila un tren.
Y al terminar, vuelta a empezar
dos horas después de amanecer.

Tiene la vida un lánguido argumento
que no se acaba nunca de aprender,
sabe a licor y a luna despeinada
que no quita la sed.

La noche ha consumido sus botellas
dejándose un jirón en la pared.
Han pasado los días como hojas
de libros sin leer.


Año: 2005
Letra: Joaquín Sabina y José Caballero Bonald
Música: Antonio Garcia de Diego y Pancho Varona
Disco: Alivio de Luto (2005)


MENOS DOS ALAS 

 
González era un ángel menos dos alas
Gonzalez era un santo por lo civil
un dandy con un ojo a la funerala
tan rojo, tan castizo y tan zascandil.

Hilaba en los garitos de mala nota.
Boleros de Machín con Juanín de Mieres
Apurando esos whiskys en los que flotan
La luna de las golfas y los crupieres.

Cuando volvía del extranjero
tan forastero,
a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche,
pídame un coche,
fumando espero
y le aplaudían los camareros.

Otoños y otras luces, pan con verbenas
su príncipe de Gales, tan Cortefiel
Tratado de urbanismo, Juan de Mairena
chicana, magdalena, tinta y papel.

Verde por la vergüenza que no tenía,
hasta ayudó a Caronte a quemar sus naves,
decía que morirse no era tan grave
y agonizó en voz baja por cortesía.

Cuando volvía del extranjero
tan forastero,
a las dos no era de día,
a las seis ya era de noche,
pídame un coche,
fumando espero
y le aplaudían los camareros.


Año: 2009
Letra: Joaquín Sabina y Benjamín Prado
Música: Pancho Varona y Antonio García de Diego
Disco: Vinagre y Rosas (2009)

lunes, 26 de agosto de 2013

La historia de un poema de María del Carmen Colombo



(Especial para El Desaguadero)


El poema elegido está incluido en mi último libro editado, La familia china. Forma parte  de ese conjunto que irrumpió  y se fue gestando paralelamente a la escritura de otros poemas como una escritura secreta. Y digo secreta porque pasó mucho tiempo hasta que la hiciera conocer. Es que esa irrupción fue desconcertante para mí, que no atinaba a dar cuenta de lo que en ese momento estaba pasando con mi poesía.

Desconcertante pero también gozosa. Porque al dejarme llevar por esa nueva música  iba ocupando el espacio de la página (llenando el espacio con letras). Y con la forma del «poema en prosa», con esos poemas achaparrados y compactos, sentía que me liberaba  de esos otros poemas, delgados, casi raquíticos, y de gran concentración  de mis libros anteriores.  Creo que en ese aspecto tuvo mucho que ver el encuentro con  los textos de Osvaldo Lamborghini, en particular con Matinales.  La sonoridad  alucinatoria de ese texto obró como un disparador para la entrada de ritmos hasta entonces nunca abordados por mi escritura. Lo leí y releí hasta casi memorizar algunos fragmentos;  siempre como «poema» y sin reparar en que el autor y los críticos lo catalogaban como «cuento».

El elemento oriental fue aportado por «los chinos de acá», como llamaba yo a una familia  que ocupaba un departamento de la casa donde vivía, en el barrio de Villa Crespo. Encontraba  al padre de esa familia -integrada además por su mujer y dos hijas- en las reuniones de consorcio. Me causaba gracia la respuesta que ese hombre daba a cualquier pregunta incómoda: «no entender, no entender», repetía.  Pero la frase quedaba resonando, como un mantra que parecía traducir mi propia desorientación.

Ese hombre inspiró el poema elegido para la sección «La historia de un poema», que fue uno de los primeros que escribí, basándome sólo en ciertos detalles  que creí evocaban lo oriental  (un ejemplo es el uso de palabras del tipo «biombo», «bambú», «abanico»).

Lo oriental así entendido, y como elemento de mediación, también me permitió tomar distancia y a su vez acercarme de otra manera a un territorio familiar, que no sólo incluye la lengua del Río de la Plata, sino además una tradición literaria, con la que trabajé en libros anteriores. Me refiero a ciertas voces del gauchesco, a Esteban Echeverría, Girondo, Artl, Discépolo. Dentro de esta «familia», también se incluyen «parientes lejanos», como Rimbaud o Elisabeth Bishop. Todo mezclado con retazos de elementos biográficos y de discurso político (este último encarado en forma  panfletaria). Mezcolanza, entonces. Y también humor, el encuentro de lirismo y humor. Un humor más emparentado con la sonrisa que con la carcajada –el sonreír de los tontos-, que a veces roza la ironía, pero que nunca llega a la mueca.

Mi hija Soledad fue la primera lectora: su entusiasmo me alentó a continuar. Y sus acertadas indicaciones me sirvieron en la etapa de  corrección. Ella  me convenció de que el título era el adecuado, por el doble sentido de la expresión «familia china»: uno, el evidente; y el otro, el que alude en nuestra lengua coloquial a una particularidad inextricable. Más tarde, la lectura de Antonio Moro, amigo y poeta cordobés, resultó fundamental para que pudiera seguir adelante. Cuando creí que el libro estaba concluido, entregué el material a otro amigo, el poeta y dramaturgo Alfredo Rosenbaum, quien llevó a escena los poemas, en el Teatro Rojas.

El estreno de esa obra coincidió con la publicación del libro, editado por José Luis Mangeri, en Editorial Tierra Firme. La salida del libro me conmocionó. Pero asistir como espectadora al estreno y a las sucesivas representaciones fue una experiencia impactante. Creo que fue gracias a esa conmoción que comprendí hondamente el sentido de los poemas de ese libro.  Hilos Editora lo reeditó en 2012, en una versión que incluye tres textos inéditos.       



*
Cuando las tres chicas se acercan, el padre cierra
el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene
miedo el padre chino de que el calor de sus hijas
desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma
paciencia por sus antepasados.
El miedo le hace pitar de una boquilla elongada
hasta el límite. Chupa del pico el hombre, y de su
boca evaporada por el humo se desprenden pensamientos finitos como el perfil de un pez raya. Es
el opio de los pueblos con que carga su boquilla el
que lo hace descifrar sus pensamientos en voz alta.
“Esas tintoreras –dice de sus hijas– calientan la pava
y después yo salgo hecho una planicie. Qué saben
ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta hacer de
mi alma este biombo musical que sólo los hombres
chinos saben desplegar con dignidad.”
Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión.
Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre
recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.


María del Carmen Colombo, en La familia china





lunes, 19 de agosto de 2013

Una plegaria para sí mismo



Nos lo decía Alejandro Crotto (Buenos Aires, 1978) en su primer libro, Abejas: «la materia / es difícil, sagrada». En Chesterton (Bajo la Luna), su nueva colección de poemas, ese hombre que mira con fascinación todo lo que lo rodea vuelve a pronunciar, con timidez, con mesura y pasmo, el espectáculo del mundo.

Crotto sigue viendo que nada es profano cuando uno se detiene en los detalles. Todo está atravesado por un misterio maravilloso que a veces se escapa en el vértigo diario, o se esconde incluso, empañándose, cuando se lo hace institución. El poema que abre Chesterton lo expresa con una anécdota: unos niños se divierten en una pileta, solos y llevados por los juegos. Y mientras «los grandes / ya se fueron a misa» a «rezarle a Dios, que no se ve y es santo», uno de esos niños se mete entre las ramas de La lambersiana –así se llama el poema– para encontrar otro mundo, donde los rayos se filtran y cambian la mirada: «la luz, la fresca luz / filtrada, que me dura». Allí lo sagrado se expresa como materia omnipresente, pero que hay que mirar con otros ojos.

Alejandro Crotto.
Quizá por entender ello es que Chesterton orbita alrededor de lo religioso sin entrar cabalmente en templo alguno. ¿Por qué? Porque eso equivale ir a misa, donde ya está todo dicho, instituido, y de manera pomposa y estridente. Es posible, igualmente, evocar alguna fórmula, algún rezo, pero desde una intimidad nueva que resguarde al poeta de todo ello: Crotto puede salmodiar a Belén y al Cordero, pero su oración será casi secreta: una plegaria para sí mismo que, gracias a la poesía, nosotros podemos leer.

En este sentido, es curioso el título del libro. Si refiere al gran escritor Gilbert K. Chesterton, está claro que Crotto en nada se parece al modo con que ambos eligen cantar a la santidad de lo real. Chesterton lo hizo predicando públicamente su catolicismo (al que se convirtió después de ser primero agnóstico y después anglicano). Crotto no predica: sólo escribe que esto que tanto lo maravilla, y que parece común y sencillo, es todo lo contrario. Es difícil y sagrado.

Crotto no es el primero en maravillarse por el espectáculo de la realidad: poetas como el argentino Enrique Molina supieron loar con versos esa «maravilla», sólo que el autor de Abejas no elige el canto alucinado y caudaloso, sino por el contrario, elige la cautela, la brevedad e, incluso, las formas clásicas como el soneto, y algunos recursos puntuales, como la rima: «Que sea nuestro cuerpo la pupila / que se abre si hace falta y no vacila».

Así, la inextricable naturaleza de la mujer, la mole imponente de un rinoceronte, el pastar de unas vacas, el caminar ridículo de una gallina, todo es un misterio, todo una maravilla para Crotto. Y esa maravilla, cree él, pide al menos una palabra que la nombre. Aunque sea con pocas palabras, lo haga un religioso o un ateo. Lo haga un poeta verborrágico o uno conciso, aunque sea un trabajo interminable. Aunque la sed por seguir nombrándola persista. Porque, dice Crotto, «esta sed –que uno sacia / cuanto quiera en el agua– saciándose perdura».


Tres poemas de
Chesterton
de Alejandro Crotto

La lambersiana

Detrás de la pileta hay una lambersiana
del color del limón. Es mediodía
y reverbera el aire en el calor
de febrero y la quieta resolana. Los grandes
ya se fueron a misa,
van a rezarle a Dios, que no se ve y es santo;
mientras tanto los primos nos metemos al agua,
nos secamos tirados entre risas al sol.

Después yo entré en la lambersiana. Era otro mundo
ahí dentro, como ver otro lado en las cosas,
lo que las sostenía. Afuera los penachos amarillos
en el aire caliente, y una estructura adentro
de ramas resinosas y la luz, la fresca luz
filtrada, que me dura.


Como creciendo en el carbón la brasa

Entonces, de repente, percibir,
como creciendo en el carbón la brasa,
en cada cosa, ahora, alrededor,
y dentro, una sal brusca, una promesa
a punto de cumplirse, o ya cumplida,
que te busca, quemándose de nuevo,
o, como anima al ojo la mirada
atenta, una corriente, un pulso vivo;
un pulso incandescente en la rendija,
una sal de latidos diminutos,
un filo que rozándote se aleja,
un brillo oscuro en los segundos quietos.

Que sea nuestro cuerpo la pupila
que se abre si hace falta y no vacila.


Así

Que sea pura desmesura compactada.
Armada la cabeza a ras del piso.
Macizo, la piel gruesa, un poco cosa:
una forma monstruosa de belleza.

Mucho, inquietante, gris blindado.
Potente, amontonado hacia delante.
Monte indolente. Así: rinoceronte.

viernes, 9 de agosto de 2013

La historia de un poema de María Teresa Andruetto




De Torino a Barcelona, hay un puente que cruzar...
 
por María Teresa Andruetto

(Especial para El Desaguadero)


Mi padre era turinés, llegó a Argentina antes de los treinta, armó su vida aquí, y nunca quiso regresar. A comienzos de los noventa, fui a visitar por primera vez a mi tía y mis primos, días de intensa vida familiar en los que no sabría decir si era yo o era él quién estaba con los

suyos. Regresé en 2003, después de un evento literario en Berlín, antes de seguir viaje a Barcelona; había descubierto a precio inmejorable, un ómnibus que podía llevarme desde Torino. Mi prima estaba preocupada por las condiciones de aquel ómnibus – «es para ilegales», me dijo- y por el insólito precio del pasaje, que se compraba ahí nomás, como si se tratara de un urbano. Arriba había ecuatorianos, cubanos, peruanos, gitanos, marroquíes y eslavos, desechos periféricos en la Europa de 2003. Mi prima quedó en el andén, con la mano en alto. Como sucede cuando se viaja, uno sale antes que el vehículo se ponga en movimiento, sale ni bien sube y se sienta, el ómnibus (o el avión) todavía no ha partido pero nosotros estamos ya en otro sitio, conversando con el pasajero a nuestro lado, metidos en un libro, en las cuentas que quisiéramos pagar o en la novela que nunca escribiremos. A mi lado, un muchacho muy joven, casi un niño, con el que hablé buena parte del viaje en un idioma extraño un poco español, un poco italiano, un poco inglés. Se llamaba Alexander y era ucraniano, me dijo. Su familia había tenido una fábrica de ropa en Sebastopol, siempre habían vivido bien, pero luego algo pasó en su país y perdieron todo; todo menos la casa. Así fue que la madre se instaló en Torino para limpiar un albergue y el padre en Gerona como jardinero; Alexander hubiera querido quedarse en Ucrania cuidando su casa, pero la familia había decidido que lo hiciera su hermano, que tenía catorce, y que él saliera también en busca de trabajo. En eso estaba ahora, en viaje a Gerona, para reunirse con su padre. El padre vivía con otros dos ucranianos en una pieza en la que pensaba instalarse también el hijo. Le habían dicho que se ganaba bien allá y además, la pieza era grande, podían caber ahí los cuatro. Cada tanto yo miraba hacia el andén y descubría que estaba todavía en Torino y que mi prima, allá abajo, levantaba la mano. En algún momento del viaje, que duró aquella tarde y su noche, Alexander me dijo «hablo tres lenguas, ucraniano, moldavo y rumano, pero eso no sirve en España». Eso sí que es ser inmigrante, pensé, hablar varias lenguas y convertirse, de un plumazo, en analfabeto. Lo último que recuerdo antes de dormirme, es el paso por Niza; cuando desperté estábamos en un parador en Gerona. Bajamos. Alexander compró una porción de tortilla, levantó la mano y se fue…, yo regresé al ómnibus y anoté un par de frases en una libreta. Después, en Barcelona, transformé al muchacho en una chica, por razones musicales hice que la madre se mudara a Milano, trasladé al padre a Valencia para que la diáspora fuera mayor, y escribí Muchacha de Ucrania / 2003 (*).



¿Cómo van en tu tierra las cosas?, pregunto.
Siempre peor, me responde, es todo una mafia.
Mi prima allá abajo levanta la mano. La chica
se llama Alexandra y va a trabajar a Gerona.
Tiene a su padre en Valencia y a su madre limpiando
un albergue en Milano.

                                                 Su hermano,
que cumple catorce, se ha quedado en Ucrania
cuidando la casa. Hablo tres lenguas, me dice,
ucraniano, moldavo y rumano, pero eso no sirve
en España. En el bus van gitanos, letones y húngaros,
y esta chica que tiene a su madre en Milano.
También va una mujer de Trujillo que no tiene
papeles, me lo dijo comprando el pasaje. Hay
un sitio mejor y está lejos.

                                                 (Por la tarde
                                                 he llamado a mis hijas.
                                                 No estaban)


                                                Yo quería quedarme
cuidando la casa, me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que se quede mi hermano.
Conversando, he olvidado que estoy todavía
en Torino, que el bus no ha arrancado,
que mi prima allá abajo levanta
la mano.


Sueño americano, Caballo negro editora, 2009