sábado, 27 de julio de 2013

Un sembrador en el desierto

Teny Alós (1959-2013)


Por Fernando G. Toledo

El poeta mendocino Teny Alós, de 54 años, murió el 26 de julio, víctima de un cáncer contra el que luchaba desde hace tiempo, pero que no le impidió celebrar el 18 de junio de este año la presentación de su último libro de poemas, Semillas de oceanidad.

Teny, nacido el 18 de febrero de 1959, había sido uno de los «agitadores» poéticos de fines de los ’80 en Mendoza, al integrar el «grupo parapoético» Las Malas Lenguas, con Patricia Rodón, Rubén Valle, Carlos Vallejo y Luis Ábrego.

Su obra es breve e intensa. Su primer libro, titulado Poemas, apareció en un lejano 1987, bajo el seudónimo de Hualpa. A ese libro le siguió uno que ha de estar entre lo mejor de su producción hecha pública: Radio Chaplin, de 1991, ilustrado por Oscar Reina.

Luego vendría un largo silencio poético, un extenso período de escritura secreta.

Algunos de los poemas de Teny, sin embargo, y de sorpresa, adornaron a principios de este siglo algunas paredes céntricas de la calle Colón de Mendoza. Parecía estar diciendo, el escritor, que seguía latiendo en él la poesía, y por ello también, en los albores de los blogs, despuntó su vicio en esas lides virtuales.

Hasta que en 2011, apareció un nuevo libro, de modesta difusión: La isla encendida, que lo traía de vuelta a la letra impresa y encuadernada, 20 años después. En 2012, ya con el diagnóstico de su enfermedad declarado, regresaba a los recitales de poesía en el bar Los Tres Viejos, invitado por Dionisio Salas Astorga. Allí compartió la gala con Hernán Schillagi y Cecilia Restiffo.

Y en junio de este año, Semillas de oceanidad, un libro largamente «sembrado» en soledad, era presentado en el Espacio Julio Le Parc. Allí estuvo acompañado por su amigo, el poeta y periodista Ulises Naranjo, quien no duda en calificar esta obra de Teny como «uno de los mejores libros de poesía que se han editado en Mendoza en los últimos años».

Alós (quien ganaba su pan como empleado bancario) fue también un destacado personaje de la radio mendocina, con programas como Tatuaje falso y La sed de los peces.

La semilla de su poesía, en fin, ha florecido.

Dos poemas de Teny Alós

02

Vivimos en la fiebre.
Somos felices allí.
Se nos termina el mundo allí.
Vivimos los días.
Nos resbalamos por ellos.
Caemos en sus oscuridades.
Afinamos en la nota de los sueños.
Somos melodía.
Melodía y ritmo.
Canciones que alimentan la soledad.
Que desenvainan el secreto de la especie.
Vivimos entre el desconsuelo
y la evidencia.
Uno de nosotros toca la campana y corremos al recreo.
Trabajar anestesia la pregunta
que nos trajo hasta aquí.


Esta noche

Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Esta noche no prevé revancha alguna.
Esta noche la fe es dinamita al fin de la mecha.
Esta noche lo que creo está supeditado a lo que siento.
Esta noche es noche de probanzas.
De anestesias vencidas.
De dolor dibujado en las entrañas.
Esta noche existir es despellejar viva tu acrobacia.
Es rellenar con insuficientes pesadillas el miedo.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Esta noche no tiene regreso.
Esta noche es necesaria toda la poesía.
Esta noche, todo apostado a la magia.
Esta noche lo que soy, lo que fui, busca un canal en la sed.
Un agujero en la libertad de tristeza.
Una grieta que habilite los pasados como albóndigas de carcajadas.
Esta noche no hay explicación que sirva.
No hay herida sin sal.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Si pienso que puedo transmitir algo con palabras, esta noche tengo que llegar a vos.
Esta noche tengo que ser capaz de inventar un artilugio que una la alegría de haberte tenido con esta penosa ausencia.
Esta noche lo inexplicable nos tiende un puente.
Esta noche estoy más muerto que vivo.
Esta noche estoy más cerca tuyo.
Esta noche transpiro jugos fríos.
Mi sangre reparte vinagres por todo el cuerpo.
Esta noche no tiene consuelo.
Esta noche no hay llamado que te salve.
Esta noche llorar es apenas una exacerbación, un manifiesto de centellas arrojadas a la inmensidad para que el universo sepa.
Esta noche soy guacho otra vez.
Esta noche el mundo se me rompe en mil pedazos.
Esta noche los recuerdos están desteñidos.
Esta noche exijo más.
Esta noche la vida parece una caricatura mal pintada.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
No hay cementerio que calme.
No hay voz que llegue hasta donde están desayunando tus rapiñas.
Esta noche todo es negro.
Esta noche nada tiene sentido.
Veinte años doliendo calladamente, calando mi hombría, garrapiñando en mis ganas.
Veinte años diciendo papá a los precipicios de la mente.
Veinte años de la paliza más brutal que me dieron.
Veinte años de insomnios incurables.
Esta noche me pesa en los testículos.
Esta noche es una avería insalvable.
Esta noche tengo que ir y mirar a los ojos a mi madre y decirle ya sé, los dos sabemos.
Y abrazarla para que las esquirlas del cosmos no nos vacíen los ojos.
Esta noche.
Ahora.

domingo, 21 de julio de 2013

En busca de la musa







Si la terapia sirve para algo, queridos lectores, es para definir búsquedas. Fue así que emprendí una de mis nuevas búsquedas vitales: hallar a la Musa y no cualquiera: a la poética más precisamente. Salí de mi covacha y en la calle me tomé un taxi. «A la Musa, por favor», le dije al trabajador del volante. Silencioso, hizo como 100 cuadras y tuve que pagarle con todos los billetes y monedas que llevaba. Me dejó en la esquina de La Pampa y La Vía. Debo decirles que el lugar estaba atestadísimo. Me acerqué a una chica más pálida que yo, vestida de negro que cantaba una melancólica canción en inglés. Todo el tiempo recogía papeles del piso y anotaba su contenido. «¿Viniste por la Musa?», me preguntó. Sonrió al verme asentir y me pasó su libreta: «Acá está: arbitraria, real y sucia». Leí: sugus – pico dulce – si querés aprender computación vení a – total: $14,30 – la bolsa de Japón cayó - ¿nos rateamos mañana? «¿Ves mi poema?», me preguntaba con insistencia, «¿Lo ves?, ¿lo ves?». Asustada, me fui corriendo después de tirar al piso a un anciano que le recitaba a la luna parado en un banquito.

El viejo, antes de que comenzara mi rauda huida, me detuvo con su mano huesuda de parca y me invitó a que tomáramos unas ginebras en el bar de la esquina. Sentados y al abrigo de nuestros vasos, lancé mi interrogante infernal: «¿Dónde diantre está la Musa poética?».  Su respuesta no se hizo esperar: «Cuando joven, querida, la Musa se me presentaba con forma de mujer de generosas proporciones, era una Bardot susurrante que me dictaba al oído letras pegadizas y sensuales. Después, en los años duros del desamor y la madurez en soledad, fue un fantasma que se aliaba con la noche para inspirarme un atado de poemas que cargo en mis espaldas. Amiga, busque en los cuerpos, inquiera a la noche, salte al alcohol y sus posibilidades; quizás su Musa esté esperándola sentada en un bar como este. Ahora me voy. Tantas añoranzas me han inspirado sin necesidad de luna ni de banquito». 

En la calle de nuevo, pensé que el lirismo romántico del anciano poeta atrasaba 100 años. «Cualquiera puede escribir un poema si tiene algo que decir», intenté autoconvencerme mientras me encaminaba lentamente y más confiada, casi con el ritmo de un soneto, hacia el taller literario del grupo de poesía vocacional Erato y Euterpe. Allí me recibió la fundadora de esta pléyade, Renata Rufini de Ortega, con encantadores modales. «La Musa, querida joven, está en todo lo que nos rodea. El creador, en su infinita bondad, ha puesto al alcance de nuestros sentidos la perfección de la Naturaleza para inspirarnos humildes versos. Mire la variación de colores que el paso del día imprime en la montaña, escuche el rumor del agua en las acequias, huela la madera noble del vino, pruebe sus graves esencias aterciopeladas, aceche a las palomas en las plazas e intente un vuelo con ellas, camine los surcos arrugados de una hilera, sienta la sed aturdidora del desierto...», «Sí, sí, Renata, tomaré en cuenta sus dichos», le grité desde lejos mientras huía en dirección contraria. Minutos después, todavía podía oírse la voz de la coqueta dama enumerando la vastedad del universo.

Por fin, recalé en el bunker de unos poetas amigos. «La poesía es trabajo y lo de la Musa un verso malo», afirmaron todos al unísono. «También es lectura, empaparse de los otros para encontrar la propia voz». «El esfuerzo comienza acá», dijeron dos señalando su cabeza, otra el corazón y uno sus partes pudendas. La variedad de sitios no me desconcertó, supuse que la poesía no solo era mental sino, esencialmente, visceral. Los dejé escribiendo / corrigiendo y decidí por unos días seguir el consejo de todos los consultados: recogí papeles y anoté prolijamente su contenido en columnas; imaginé que la poesía era un macho cabrío y tuve sexo con el patovica de un boliche; aguanté dos noches de insomnio tomando alcohol puro; subí al techo un día de lluvia invernal para ver los colores de la montaña; recorrí toda Mendoza para encontrar una acequia con agua; fui al desierto y conocí la ferocidad de las hormigas coloradas (¿o eran alacranes?, el médico nunca me dio una certeza); aceché a las palomas y… lo del vuelo es material para otra crónica. Después de 20 días de infecciones, picaduras, dos ingresos al hospital por coma profundo y neumonitis aguda; después de dejar a mi hígado gravemente comprometido y sin haber escrito un solo verso, volví a mi covacha. En la tranquilidad de mi espacio privado, me puse a leer, a pensar, a escribir. Surgieron algunos poemas que curaron las heridas de mis andanzas. Finalmente, agradecí tener amigos sensatos que cortaran mi carrera suicida hacia la Musa.


jueves, 11 de julio de 2013

Palabras sin envolver


 


 La envoltura, Raquel Sinelli. Del Dock, Buenos Aires, 2012, 56 págs.


por Cecilia Restiffo



Pensar en nuestra casa a menudo nos consuela, sobre todo cuando hemos tenido un día difícil, o estamos en otro lugar de viaje. La envoltura provoca en el lector esa misma sensación, esa certeza que nos previene de la angustia, ese consuelo a futuro que conjura el pesar del presente.

El lenguaje utilizado por Raquel Sinelli (Buenos Aires, 1954) se desnuda para ampliar el espectro de alcance, cada palabra presenta una espesura que no agobia, pero hace volver al texto para entender, para sentir, para mirar otra vez:



Del otro lado de la pared

Vuelves a oír
a la niña pequeña, de meses,
sentada en la rodillas de la madre;
a caballito, un suave trote y una canción.
La risa se confunde con el llanto
y cuesta distinguir.
Los sonidos atraviesan la medianera
y traen la escena que añoras
Sin recordar, sin saber siquiera
si existió.


Raquel Sinelli
El libro se estructura en tres capítulos numerados, cada uno de ellos presenta un plano diferente y exige del lector, una intensidad en la lectura para acompañar el movimiento de los pliegues. En la primera parte el recorrido se produce dentro de la casa: por sus refugios, ahondando en los ritos de un tiempo lejano, se abisma en los recuerdos, en las escenas que constituyen el yo, esas partes de la conciencia que son ejes, que son piedras sobre las que nos edificamos: «La que fui escribía en la cocina: / sobre la mesa de formica / extendía los papeles después de limpiar los restos de la cena». Este ambiente interior no deja de ser natural al ser humano, hay una confidencialidad que está atravesada por lo cotidiano, y es esa perspectiva la que provoca una superación de lo individual en la experiencia, lo que permite que el lector traspase esta intimidad sin sentirse un extraño:



La partida

En la madrugada de la cocina,
todavía oscuro, deja el deshabillé sobre la silla.
Gira y ve a las dos mujeres -una madre con su niña-
aparecidas en el sueño.
Ellas quieren irse
y el forcejeo por evitarlo le tensa el cuerpo.
Cerca de las hornallas
sostiene la postal fugitiva, brumosa,
que no cede, no quiere ser dicha
con las palabras del día.


En la segunda parte del libro, el desplazamiento es al no lugar, hay una pequeña fisura en la envoltura que permite mirar hacia afuera, sin embargo esa mirada se traslada sin espacio y tiempo. Parecería que se inicia una oscilación entre la intimidad y el exterior pero a través del sueño, de la imaginación, de los deseos; es un moverse sin andar, es tal vez correrse a la otra margen del río, es tratar de escuchar los ruidos del afuera que son como «un viento que le va secando el rostro». Este capítulo permite intuir la corteza, la piel, la membrana, la vestidura, con la que la autora acuña las palabras, hay una certeza: el afuera existe, está allí. A veces suave, a veces áspero pero siempre esperando. El afuera puede ser el sueño, pero también puede ser la muerte:

El secreto

Se lleva
como un prendedor del lado de adentro.
Su peso no es material.
Alguien confió, reveló su trama
y las palabras volvieron a ser silencio.

Te lo llevarás a la muerte, dice la sentencia,
como si se tratara de otro lugar.

En el tercer y último apartado, Sinelli asocia algunos elementos naturales a ese paisaje interior que se plenifica y se expande, para albergar a otros personajes que son parte esa trama protectora. Así encontramos a la luna como un testigo niño del amor maternal, y recorremos el cielo con los pájaros que una vecina observa antes de la cena; entramos en un territorio poblado de encuentros y pérdidas, los hijos tan propios y ajenos; o los abuelos que desandaban el trajín en el silencio del aprendizaje:


El regreso

Vuelve al agua, hermana
despliega otra vez
el estilo mariposa.

Brazadas solitarias
entre andariveles,
como de niña
cuando entrenabas
en el Club Gimnasia.

Vuelve a nadar
hasta cansarte
y no escuchar
los gritos de la orilla;
un largo que supere tus marcas
hasta que la tarde cubra la pileta.


La respiración final que propone la autora, está cortada por la cadencia perfecta de la palabra y la experiencia, entonces aparecen las mujeres: las que éramos en los sueños a la hora del té y las que somos a la intemperie de la calle que nos conduce a destino, una calle poblada o solitaria, que exige una envoltura en caso de accidente: «Se ríen fuerte, / sus ropas son chillonas. // En la esquina sentadas / en el umbral de un antigua carnicería / conversan entre ellas / mientras esperan al cliente».

El último poema se espeja con el que abre el libro, ambos se multiplican a medida que nombran y sostienen las partes de un todo que, hacia la última página, en primera persona, se perdona y se permite corregir los errores pasados, para que esa envoltura no se rasgue ni se diluya:


Sobre el camino


Quizá debamos esperar
que la duda macere,
que la intuición
pueda llevarnos de la mano
como cuando éramos niños,

ver opciones, enlaces
para que cada pieza
tenga sentido.

Esto permitiría decir:
no era un error, era necesario.



lunes, 1 de julio de 2013

Biblioteca El Desaguadero: La visión del anfibio, de Hernán Schillagi



por Fabián Almonacid
Especial para El Desaguadero

«Un libro vale a mis ojos por el número y la novedad de los problemas que crea, anima o reanima en mi pensamiento. Las obras que imponen o postulan la pasividad del lector no son de mi gusto. Espero de mis lecturas que me produzcan esas observaciones, esas reflexiones, esas detenciones súbitas que suspenden la mirada, iluminan perspectivas y despiertan de improviso nuestra curiosidad profunda, los intereses particulares de nuestras búsquedas personales y el sentimiento inmediato de nuestra presencia viva».

Estas palabras de Paul Valéry, de un ensayo titulado Swedenborg, bien puede servirme para hablar brevemente sobre La visión del anfibio, de Hernán Schillagi, un libro de ensayos escritos –y revisados– entre 2004 y 2012. En este conjunto de textos, el escritor, al estilo de los clásicos, nos muestra al crítico que lleva adentro, que se asocia íntimamente con sus trabajos. Y el número y novedad de problemas que plantea este libro de Schillagi son de una gran relevancia.

Hernán Schillagi, autor de La visión del anfibio.
Como bien señala el mismo autor en el prólogo, estos ensayos dejan entrever un diálogo –a través de la palabra–, ya sea con amigos o con la lectura, un interrogarse que no busca más que intentar conocer (nos) del modo más acabado posible. Y se habla, se pregunta, por ejemplo, sobre si existe un éxito real en la literatura, a cuento de algunas anécdotas contadas con una naturalidad y una franqueza poco comunes. Y si Schillagi me pregunta a mí, sumaría a este diálogo que propone su libro que éxito proviene de la palabra latina exitus, que significa salida. Por lo que se podría decir que exitoso es aquel que logra encontrar la salida, lo cual no es poco.

Otro de los ensayos se explaya sobre los blogs y este nuevo modo de producción y difusión «virtual». Por demás pertinente, ya que el autor nos regala este libro por esa vía, en un blog en el que publica periódicamente, además de ser esta breve reseña parte también de una publicación on line. Y se interroga sobre el concepto del anonimato, sobre la posibilidad –¿válida?– de que todos tengan acceso para expresarse libremente, sin filtro. ¿No es de por sí una paradoja llevar un diario personal a la vista de todo el mundo? ¿Cómo influye esa mirada al momento de escribir? ¿Qué se busca, en definitiva, al mostrarse?

Además se habla sobre los temas que son propios de Schillagi. Principalmente la poesía, con un apartado titulado «La poesía como última noticia», con varios ensayos para leer no una, sino varias veces, en los que plantea cuestiones de estilo, de fondo, de composición, de estrategias, de herencia y hasta de necesidades –del mismo modo que el vaso de agua que tomamos ayer ya no nos calma la sed de hoy, así con la poesía–.

Tambien se habla de la música, con un amplio espectro en el que entran tanto el Puma Rodríguez como Radiohead, entre otros; recomiendo en especial «El estribillo de tu vida», una delicada reflexión que hasta hoy me tiene en ascuas. Además, aparecen temas relacionados con la literatura en general, con el cine y con todo lo que la pluma, la mirada, del crítico encuentra como motivo de inquietud, de reflexión.

Porque el valor a mis ojos de este libro, retomando a Valéry, es que plantea preguntas, no da respuestas. En ningún momento el «ensayar» es una disertación, nunca pretende ser elocuente –la verdad no lo necesita– ni busca aprobación. Es justamente lo contrario, es un diálogo –«Che, ¿no te parece que...?»–, una constante interrogación; busquen, para comprobarlo, cuántos ensayos contienen preguntas. No procura mostrarnos cuánto sabe, sólo nos comparte sus dudas, sus inquietudes, sus opiniones. Y este lector, como tantos otros, siempre agradece esos gestos de honestidad.

«Los (libros) que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarlo por teléfono cuando quisieras», se puede leer en El guardián entre el centeno, de Salinger. Yo no tengo el teléfono de Schillagi, pero sí pude comunicarme por él a través de su blog... porque realmente me gustaría, después de leer estos ensayos, que pudiéramos ser muy amigos para que me incluya en sus divagaciones.

martes, 11 de junio de 2013

Los versos materiales de la impiedad

Mortal en la noche, Fernando G. Toledo.
Alción Editora, Córdoba, 2013, 69 pág.





            Antes de la aparición de Mortal en la noche, en la editorial cordobesa Alción, tuvieron que transcurrir quince años desde la publicación de Hotel Alejamiento (Diógenes, 1998) y tres libros en el medio. En ese primer poemario, Fernando G. Toledo (San Martín, 1974) levantaba la mano y daba el presente en el mapa poético de Mendoza. Desde ese libro primigenio se observaban ya algunos atisbos reflexivos acerca del oficio de escribir y de su utilidad en una sociedad, en ese entonces, de fin de siglo. La respuesta, en muchas ocasiones, era un contradictorio y angustiante silencio. Esto no detuvo el derrotero del autor.

            En plena crisis de 2001 fundó una editorial, Libros de Piedra Infinita, y abrió el juego a otros escritores en medio del espanto. Así autogestionó artesanalmente Diapasón (2003), donde Toledo elevaba la apuesta: sus poemas dejaban de lado cierta contención en el fraseo para expandirse en recursos y así profundizar una idea motor: el silencio como única nota para afinar el resto de las palabras. Luego vendría el premiado Secuencia del caos (Ediciones Culturales de Mendoza, 2006), libro de propuesta unitaria en lo formal (largas series de versos endecasílabos, sonetos blancos y unos pocos rimados), aunque variado en la temática: el deseo, la infancia, la poesía. Sin embargo, los poemas volvían una y otra vez con la insistencia del que pregunta para saber lo imposible o, al menos, lo inacabado: «¿Para qué decir? ¿Para qué decir», era el estribillo trunco de un poema de largo aliento titulado, justamente, «Nocturno interior». Porque es en este texto donde se haya el germen del flamante Mortal en la noche y habrá entre las dos obras un diálogo tan sutil como impiadoso.
Fernando G. Toledo (foto de Camila Toledo)

            En 2009, un golpe de timón amplía el espectro de la obra lírica de Toledo. Viajero inmóvil (Libros de Piedra Infinita) es una serie continua de poemas numerados, donde, por primera vez, ficcionaliza una historia de amor desastrado. Un personaje que decide ir detrás de una mujer amada y perdida; pero que, antes de dar el primer paso, descubre que el avance se le vuelve imposible: porque así crearía una nueva distancia, porque así traicionaría el pasado. La lectura «narrativa» del poemario nos acerca nuevamente hacia un mismo inquietante lugar: ¿es posible el absoluto? Una cosa esta vez es segura, todo viaje es poético. No obstante, los antecedentes no siempre son literarios. En 2005, el autor creó en la web Razón Atea, un blog que sube para el debate ensayos y artículos de religión y ateísmo hasta la actualidad. Allí, con algunos textos de su cosecha personal, se posiciona en un ateísmo esencial total desde la perspectiva del materialismo filosófico que, poco a poco, irán definiendo la mirada del «ateo poeta».

            Es por eso que la llegada al papel del quinto libro de Fernando G. Toledo traduce un recorrido personal y arduo sobre la poesía. Ser poeta a los veinte años es sencillo y hasta irresponsablemente adorable. Refrendarlo cerca de los cuarenta, in el mezzo del cammin dantesco, como advierte el español José Cereijo en la contratapa: «en que uno tiende naturalmente a preguntarse sobre la dirección y el significado de ese camino», es un acto combativo y a conciencia.

            Mortal en la noche resulta un poemario miscelánico «en apariencia». Vuelven  así los temas de la escritura y el oficio, además de la relación con los hijos, la vida cotidiana, el paso del tiempo, la música, el arte, el azar, entre otros. Sin embargo, la lectura —en cuanto a la disposición— va encadenando una secuencia como un ecualizador que modula diferentes momentos o series que no desentonan, sino que van creando atmósferas en contrapunto. Como si fueran los diferentes movimientos sinfónicos de una pieza clásica, pero feroz. Por lo tanto se imponen, al menos, dos lecturas: la «random», esa que el lector incauto hace saltando de poema en poema sin saber que late la otra, una lectura continua y nada amable, donde la noche es el escenario, el poema es un gesto material ante el universo y su única certeza, la finitud: «los impíos / Damos el paso como quien entra a patadas / Otra vez en la realidad, y apuramos / Una vuelta más de sangre / Rumbo al certero sepulcro que nos da la razón».

            Toledo, además del verso libre,  juega con varios metros como el ya visitado endecasílabo, además del heptasílabo y el octosílabo. Quiebra versos, encabalga «ideas-puente» con una puntuación tradicionalmente engañosa. El ritmo fluye en cuanto tesis propositiva, pero es un reflejo menor de la estructura modular del libro: no hay armonía, hay un desborde encauzado. Porque ya sabemos que: «Corre el zonda, se detiene, es viento, / Y el gusto que sorbe tu lengua / No es nuevo pero sí impreciso. // Ya nada se calla, todo es una estridencia…»

            Mortal en la noche, por tanto, es un recorrido de poemas reflexivos, ateos, existenciales y concientes de que su paso por el mundo tienen algo de absurdo, pero que se reivindican en la desmesura, en la «afrenta a los dioses». Solo así se liberan de lo impuesto. Como también atraviesan y unen los «módulos», textos acerca del oficio del poeta, esa escritura fatua como una enfermedad invasiva que nos toma y nos modifica para siempre a los simples —aunque cada vez más complejos— mortales.




* Esta reseña fue publicada con anterioridad en el N°3 de la revista Poslodocosmo.
           




Tres poemas de Mortal en la noche, de Fernando G. Toledo

           
La errata


En medio de la frase un latigazo artero,
Un tumor verbal que se desprende
Como una mancha viva e irradia su error
Por toda la página. Desde aquí,
Aprisionado por el libro que sostengo en las manos,
No hay remisión posible ni exégesis sanadora:
El párrafo es ilegible y parece blandir
Como una herida la cesura que lo deshereda
(Junto a todas las copias anómalas)
Del sentido original. El daño sigue flotando
Igual a una niebla frente al intento de avanzar
Como si nada pasase ¿Y si había justo allí
Una clave para toda la trama? ¿Y si brotan luego
Otra tecla mal oprimida, una nueva dislexia?

Sin culpables a la vista mi cerebro
Quiere defenderse de las dudas y cierro el volumen.

Bajo el haz de la lámpara todo parece ordenado.

Pero hay también una sombra
Y un poco más allá, ininteligible, el resto
De la entera noche que comienza.
           
*

Autodefinido


A mi lado resuelve un crucigrama
Mi hijo mayor en la siesta narcótica,
Con todo el territorio del lenguaje
Desplegado en rectángulos pequeños
Que se enredan como entre una maleza
Donde el silencio acecha y todo está,
Allí, a la espera de ser descifrado.
Yo lo observo en mí, como quien aguarda.
Quizá en un instante algo me pregunte,
Y entre los dos sorteemos la selva
De calladas bestias que, con sus dientes,
Buscan morder las palabras que un padre
Y su hijo deben ir encontrando
Para por fin mirarse, y entenderse.


Para Joaquín

*

Codo a codo


El médico es ecuánime: concede
La heroica salvación de su paciente
A la pericia de los cirujanos
Y a que la bala «sólo por milagro»
(Ya que no de otro modo ha de llamarse)
Arrancó apenas parte del cerebro,
Dejando en manos de la medicina
El tramo sangriento del salvataje.
Digamos que fue un trabajo en equipo:
Los doctores removieron pedazos,
Soldaron el cráneo, hicieron suturas,
Y Dios consintió un disparo preciso,
Suficiente para una hemiplejía,
Pero no para matar, por ahora,
Al hombre del que va a encargarse luego.
           

domingo, 26 de mayo de 2013

Llevar la poesía a los oídos de la gente



Llega a Mendoza el Festival Internacional de Poesía Abbapalabra-Transpoesía 2013

Desde el martes próximo, Mendoza recibe al Festival Internacional de Poesía Abbapalabra-Transpoesía 2013, que trae a poetas de distintos países (y también locales) y que tiene por objetivo no atraer al público con los versos sino llevar el arte lírico a los oídos de la gente, ofreciendo charlas y recitales en lugares de marginalidad y en establecimientos educativos.

Abbapalabra surgió en San Luis de Potosí (México) como un festival, desde sus inicios, nada convencional. La idea era desacralizar la figura del poeta, pero además (como diría en un recordado verso nuestro Fernando Lorenzo) «a soplar al oído de los hombres / la tempestad y su cortejo de cristales partidos».

A la apuesta se sumaron otras iniciativas. Una de las primeras en hacerlo fue el Encuentro Internacional Arte-Comunidad (antes llamado Poesía-Comunidad), propiciado por la Asociación Cultural Tangente que motorizan diez jóvenes de la provincia de Heredia (Costa Rica).

Después de diversas ediciones de Abbapalabra, el festival excedió las fronteras aztecas para iniciar un «corredor cultural» por diversos países latinoamericanos, hasta que llegó el momento de visitar, en esta edición, nuestras tierras. En Argentina, sólo Mendoza y Buenos Aires serán sedes del festival, y nuestra provincia lo hará como parte del programa «Mendoza sin márgenes», del Ministerio de Desarrollo Social.

En este capítulo mendocino participan ocho poetas (ver nombres y cronograma aparte), de diversos estilos y con el mismo compromiso por hacer evidente que la poesía es un oficio más que un don.

Marta Miranda, poeta mendocina radicada desde hace tiempo en Buenos Aires, participó anteriormente en el festival en México, y cuando apenas acaba de terminar el Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires (donde ofició como uno de las coordinadores) es la encargada de coordinar el Abbapalabra mendocino.

Es ella la que nos explica la naturaleza, tan particular, de este encuentro poético, que excede lo literario.

–¿Qué es Abbapalabra-Transpoesía y en qué consiste el capítulo de Mendoza?

–Se trata de un verdadero «corredor cultural» que viene desde México, país donde se inició como el festival Abbapalabra. Básicamente es una actividad literaria que recorre varios países pero que tiene un contenido social.

–Es un festival, pero no un festival convencional. ¿Cuál es la búsqueda?

–La característica es que en general uno va a una conferencia o una lectura de poemas para encontrarse con el autor, y en cambio aquí es el escritor el que va a buscar a su público, sobre todo en las comunidades más apartadas. Es una actividad descentralizada que apunta a lugares marginales, a lugares donde habiten pueblos originarios o a sitios donde no se tiene, por diversas razones, contacto con las actividades culturales.

–Y también ayuda a ofrecer una imagen más realista del poeta...

–La idea macro es desacralizar la tarea del escritor y acercar a chicos y a adolescentes la idea de que es un oficio común y alcanzable. El escritor no es un dios, sino un tipo común.

–¿Por qué la poesía es la expresión adecuada para esta búsqueda, la de llevar arte a la gente?

–Creemos que todos alguna vez hemos escrito un poema. La actividad literaria, la escritura, es casi la primera forma de expresión. Es intimista. Por eso estamos confiados en que todos hemos escrito, y por eso es un paso inmediato. El canto requiere cierta habilidad especial, más que la escritura. Y cuando vamos a estos lugares siempre nos encontramos con chicos o adultos con intereses literarios. De por sí es lindo escuchar poesía, pero siempre hay algunos que han incursionado en este género.

–¿Cómo se eligen los lugares o comunidades a visitar con las lecturas de poemas?

–En México, donde nace el Festival Internacional de Poesía Abbapalabra, ellos trabajan con un concepto similar. Y son ellos los que proponen el concepto, que nosotros aplicamos en esta ocasión. En Costa Rica se trabajó con niños muy chiquitos, cosa que en México no sucede. En Mendoza vamos a ir no sólo a escuelas o jardines maternales, sino por ejemplo vamos a ir al ex COSE, un centro de contención juvenil, o escuelas que han surgido en lugares impensables, como El Pozo de Godoy Cruz. En Buenos Aires, además, vamos a trabajar con organizaciones sociales que nuclean escuelas y las llevan a su ámbito.

***

El cronograma

►Martes 28/05:  De 14 a 16 y de 17 a 19: lecturas en Dirección de Responsabilidad Penal Juvenil.

►Miércoles 29: En Bº La Favorita (horarios a confirmar)

►Jueves 30: De 10 a 12 y de 18 a 20: los poetas leerán sus textos y dialogarán con la gente en El Pozo de Godoy Cruz (CENS 3-474).

►Viernes 31: De 11 a 13 y de 16 a 18: actividades diversas en la escuela de Asunción (Lavalle).

***

Pequeña antología de los participantes




Juan Carlos Quiroz
México. 
Publicó: Crónica de navegación (los demonios) y No había mar, entre otros.

El poeta de la casa


Escribo versos porque en mi casa no me dejan hablar.
Por ejemplo, cuando hablo de la rosa, del fuego,
o del profundo giro del vuelo de un pájaro,
mi sobrina Ana, que tiene el pelo largo y negro y los ojos hermosos,
me dice: «¡Tío, ya cállese!»

Después, cuando describo la misteriosa profecía de las aguas del mar,
mi madre me dice: «¡sh sh sh sh sh…! Por favor,
mejor deja que hable tu hermano».

O cuando menciono la intensa melodía que brilla en la cima del universo,
mi hermano Martín, que le tiene un enorme pavor a los ratones,
dice: “¡Ah, ya va a empezar éste con sus tonterías!”
Es por eso que escribo versos, porque en mi casa no me dejan hablar.
Y aunque los publique,
casi nadie los lee.



Álvaro Mata Guillé
Costa Rica. 
Algunos libros: Debajo del viento y La nada disgrega la nada.

5.


En  nuestros días,
(días alejados del estupor de los campos
del hedor calcinado de hueso en los hornos de hueso
del ahogo y el miedo de gas y dientes de polvo en el lodo,
en las grietas del ahogo
las arrugas;

de ojos y el terror de los ojos en los dientes
en la hendedura negra del ojo
en los dientes;

de rezos aplastados en las vigas,
en las manchas del cuerpo y el cuerpo que mancha el color destiñendo el sopor en los ladrillos
los trazos
los vagones
el rostro aplastado en las columnas;

de sal negra en la nieve negra del fango
del sopor en la ausencia
en los huecos que perforan la carne de hueso en las piedras,
del susurro en los huecos de las urnas,
en las cámaras,
en el silencio que vulnera el sopor muerto del silencio asimilando el tiempo, violando el mutismo sosegado en la costumbre,
en el tiempo,
en el túmulo,
los tablones

los insectos…)

el otro
-el yo el vos el tú,
lluvia que encubre la niebla y ahueca el viento-
desaparece como un espejismo en la avidez del prisma,
como una fosa perdida en la oscuridad del brillo,
como un espectro que persigue el moho en el fulgor del moho,
reflejo de una alucinación sin pétalos,
ni fulgor;

pero,
qué quieren decir estas frases:
que se han ido los pájaros
y la mirada se ausenta en la ceniza,
en la bruma en la tiniebla,

en el llanto al lado del riachuelo próximo al cerco, que atrapa el susurro que baja de las ramas en las nubes en el viento,
poseído por un brillor de abolorio muerto:

que nos hemos convertido en esplendor gris de lo que ocurre, hacinados en la oscuridad de un espectáculo que acumula rostros como celdas de una colmena pudriendo lo luminoso,
escondidos en el espejismo,
en la soledad de la ausencia
en el miedo
en el viento;

que se ha ido el deseo
y el umbrío cubre la sonrisa en la sombra y macha las arrugas de pus en los ojos, en los dedos en la pus,
en el espejo,
en el rostro de la laguna muerta:

la lluvia oscurece la poza estancada en la imagen de piedra,
las piedras del riachuelo
los pétalos de piedra
los tablones
los dedos yertos desfigurados en el piso,  

los insectos...




Julio Ceballos Vega 
México. 
Ha publicado Ventanas de un día en blanco. También es artista visual.


Confesión

El mármol que te cubre no es el de Rodin
sólo la piedra soporta el peso que escurre

¿Porqué al mirar la foto
permanezco en sepia?

¿Qué ocurrió
quién impuso la ruptura?

Bien decías que morir ocurre siempre
vivir sucede a veces
y eso quién sabe.



Fernando G. Toledo
Mendoza. 
Publicó, entre otros títulos: Secuencia del caos, Viajero inmóvil y Mortal en la noche.

Caza mayor y menor

Como un desconocido estás, de nuevo,
Saliendo del lugar de la reunión,
Huyendo de un bullicio que te infecta,
Que corre por los techos y paredes
Como si fueras la presa a atrapar
Por el sonido infalible del mundo.
Quedan en paz las voces, a lo lejos.
Pero solo aquí, en un cuarto vacío,
Persiste igual la tenaz cacería,
Que toma la forma reconocible
De algún recuerdo que no deseabas,
O tan sólo de tu voz interior
Que es también una peste
Y que ahora te alcanza.




Bettina Ballarini
Mendoza. 
Publicó Sin fundación mítica, La cantina del alba y Bananaspleen.

II

Me arrastra una voz desconocida
pero extrañamente familiar
como un fantasma
entre la música y el humo
de esta cantina..
Ahora macera la lluvia fría
en sus manos que no conozco
y la rocía
innumerable y tibia
convidándome
a húmedas noches de amor.

¿Acaso tendrá clemencia
con mis rosales desnudos?



Mario López Alonso 
México. 
Publicó Murmullos.

Insomnio

La noche plena
en el tumulto de la luna
Flotando en mi sudor
escucho
como nunca
el llanto líquido
de algún desconocido
en la arena
de alguna
parte

Al borde del insomnio
todos los sueños se empantanan
en el dolido refugio de la esperanza
tocándonos los huesos
millas adentro
en nuestra carne
¿Despertaremos?


Marta Miranda 
Mendoza-CABA. Publicó El oleaje, La misma piedra y Nadadora, entre otros.


Subte


Una bruma que
no es marina
las envuelve
estaciones, islas de luz
emergiendo
en la oscuridad líquida
Pasamos
no hay sorpresa
imposible
desviarse
Una tras otra
y esos rostros
en la isla
ahí
los nuestros, más dinámicos
todos
pasajeros



Ricardo Rojas Ayrala 
Buenos Aires. 
Publicó Sin conchabo corazón, La lengua de Calibán y Caligramas.

Marea

Ni toda la marea oscilante
del azul mediterráneo apagará
lo que has hecho con ese primoroso templo
de Artemisa, en Éfeso.
Aún si algunos vanidosos,
en Oriente,
quieran ya mismo imitarte:
¡Triste Eróstrato,
abandona esos fuegos fatuos
de la historia!

sábado, 11 de mayo de 2013

La historia del poema «Río» de Marcelo Leites

Marcelo Leites junto al Juanele (de algún modo)



Por Marcelo Leites 

(Especial para El desaguadero


La poesía es para mí entre otras muchas cosas, un estado de contemplación, un estado donde la interioridad y la exterioridad se funden armoniosamente. Por supuesto que este estado –como la paz, como la felicidad— no es permanente. Elegí el poema Río que abre mi libro Resonancia de las cosas. El título del libro remite a todas aquellas cosas, personas, lugares que fueron significativas para mí en algún momento. Y cómo esas cosas aparecían como un eco lejano, produciendo una resonancia que originó la escritura. Pero el libro ya fue reseñado por Carlos Battilana (en Diario de Poesía), Santiago Espel y Jorge Aulicino (en la presentación del libro). Así que me voy a centrar en el poema. 

El río Uruguay bordea la ciudad de Concordia, donde vivo. En la costa he permanecido mirando el agua correr, a veces calma, a veces agitada. Pero siempre o casi siempre mi mirada se perdía en algo que estaba más allá del alcance de la mirada en el punto de confluencia entre el horizonte y el río. Podía pasarme horas enteras sólo en esta actitud contemplativa. A veces, aparecía algún pájaro, pero nada alteraba el silencio del lugar, sólo acompasado por el suave murmullo del agua. También los pescadores formaban parte del ritual. Ellos también aparecían sumidos en algo que estaba más allá de su espinel. Y también eran capaces de esperar durante horas y horas que «picaran» los peces. Uno de esos días fue que se me ocurrió que la actitud del pescador y la del poeta tenían algunos puntos en común. Y de a poco se me fue ocurriendo el poema, que escribí en varios días de trabajo.

Inmediatamente después de escribir el poema, me di cuenta de que había una «resonancia» de Juan L. Ortiz, sobre todo de ese poema tan conocido Fui al río, donde el poeta se siente atravesado por el río y su percepción cambia después de haberlo «visto» en profundidad. Pero también había un eco de otro poema, que transcribo más abajo: El agua, uno de los poemas cortos más memorables de Ortiz. Seguramente escribí mi poema con el recuerdo inconsciente de esos dos poemas. En el caso de El agua, los elementos comunes son el pescador y esa mirada extasiada sobre el río. Salvo que en el poema de Juanele el protagonista es el pescador, en cambio en mi poema es el yo lírico el que se confunde con el pescador.



RÍO

Leve viento sopla en la superficie
ámbar de una última paleta de luz.
Trae olor de espinillos florecidos
del monte cerca de la orilla.
En su canoa un pescador tironea
lentamente el largo espinel:
llega casi a costa uruguaya.

Con ojos virados como mosca
recorre los saltos de agua y el vuelo
rasante de gaviotas hambrientas.
Las horas parecen no transcurrir.

El curso del río cambia.
El viento sopla fuerte.
Viene tormenta parece.

El bote sigue anclado y estable,
no conviene remar contra corriente.
Mejor me hago el distraído.
No presto atención al cimbronazo
de la correntada contra el bote.
Entreveo las colinas lejanas
y los sauces en las barrancas,
con el corazón al aire.
El aguardiente quema la garganta
y reconforta.
Ya no espero el pique
los peces, la pesca.
Espero que el clima
se ponga de mi lado.
El viento amainará
y el río volverá a su cauce.
Sólo hay que dejarse llevar
por el flujo de las cosas.
Y esperar pacientemente.

Ya no quedan pájaros y la noche
que se avecina es una metáfora
de la soledad más absoluta.
Las señales son múltiples
y el aparejo vacío abre
todavía más sus sentidos.
Los truenos se van apagando.
Las nubes se disuelven.
La atmósfera está en calma.
El río es un largo espejo plateado.

Te quedás inmóvil
con la mirada perdida sobre las lomas
más allá de la línea del horizonte,
donde el agua se junta con la luna
durante un tiempo inconmensurable.

Después volvemos a la costa.
Podemos regresar a casa.


Marcelo Leites, de Resonancia de las cosas, Ediciones en Danza, 2009.

*

EL AGUA

Veis la de pies ligeros, mis amigos?
Quién vio una gracia, así,
con esas manos de luz
en pétalos
para los ojos
y más pétalos
para una melancolía
de orilla?

Quién vio, decid, quién vio?

Oh, no es la danza, sólo ella.
Es una alegría de cabellos, más allá de ella misma,
en un ir de destino
hacia el escalofrío del principio…
La alegría, mis amigos, la alegría destrenzada
Para un amor que se va, ay,
en las velas del día…
O la alegría pura
que muestra hasta las alas de la luz
sin requerir mostrarse ella,
en una idea ya de la alegría…

Y no es con ella nada, nada,
el pescador
que sale de la noche
con su palidez
más íntima,
en los iris más fugados,
para el gusto de arriba,
y continúa en el vacío,
sólo asido,
cuando se queda totalmente sin hora,
a la liana del vino…

Nada?
Y ese cielo ahora a sus pies,
desde sus pies hasta las islas,
en una brisa de países
de un más allá hundidos?
Nada?
No es también él
una sombra
muelle
y fluida
en la destilación imposible
de los follajes
y de las colinas
y de las nubes
y de las líneas de los vuelos,
de ese abismo a sus pies?

No se pierde asimismo, él, sin saberlo,
sauce sin saberlo
o cinta de paso sin saberlo,
en un infinito que mira y mira
del otro lado de la vida
en una ausencia
celeste?


Juan L. Ortiz

martes, 30 de abril de 2013

Toledo: invitado al Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires, y con nuevo libro

 
Fernando G. Toledo (foto de Camila Toledo).

El poeta, periodista y editor mendocino Fernando G. Toledo (Mendoza, 1974) ha sido invitado a participar del VIII Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires, que se desarrollará entre el 3 y el 8 de mayo. Esta edición del encuentro ha convocado a 29 autores de distintos países e incluye una nutrida agenda de lecturas dentro de la 39ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y fuera de la misma.
El Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires es, junto con el análogo de Rosario, el más importante del país, y sigue la estela de otros relevantes festivales poéticos de otras latitudes, sobre todo de habla hispana, y muy especialmente el de Medellín (Colombia). Está dirigido por la poeta Graciela Aráoz y cuenta entre sus asesores con la mendocina residente en Buenos Aires Marta Miranda.
En esta edición, el listado de escritores invitados incluye, entre otros, a nombres como Cees Nooteboom (Holanda), Nora Gomringer (Suiza), Raymond Bozier (Francia), Haydar Ergülen (Turquía), Pooja Garg Sinsh (India), Jean-Paul Daoust (Canadá), Mohamed Zakaria (Palestina), Pia Tafdrup (Dinamarca), Miguel Barnet (Cuba), María Ángeles Pérez López (España) y los argentinos Mirta Rosenberg, Mercedes Roffé, Leandro Calle, María Teresa Andruetto, Maritza Kusanovic y el propio Toledo.

El afiche del festival.


El poeta (autor de cinco libros de poesía y también creador del sello Libros de Piedra Infinita y de la revista El Desaguadero), es el único representante mendocino en este encuentro, del que en ediciones anteriores han participado también los locales Patricia Rodón y Juan López.
Fernando G. Toledo también tendrá la oportunidad de presentar su reciente libro de poemas, Mortal en la noche (Alción Editora, 2013) en el stand de Mendoza en la Feria Internacional del Libro. Será el viernes 3 de mayo a las 20, y las palabras de presentación estarán a cargo del prestigioso poeta porteño Luis Benítez.


Dos poemas de 
Mortal en la noche
de Fernando G. Toledo


Gesto en el universo

La abundancia sideral del mundo allá afuera
No parece bastarme por sí misma: busco
Entre toda esa madeja algo que volcar
En un poema. Pero un perro se hace oír a lo lejos
Resolviendo antes que yo sus asuntos,
Y pienso en esto que ahora
Voy a poner por escrito:
Un ladrido como un acto reflejo
Contra algo que se mueve en la noche.


Codo a codo

El médico es ecuánime: concede
La heroica salvación de su paciente
A la pericia de los cirujanos
Y a que la bala «sólo por milagro»
(Ya que no de otro modo ha de llamarse)
Arrancó apenas parte del cerebro,
Dejando en manos de la medicina
El tramo sangriento del salvataje.

Digamos que fue un trabajo en equipo.
Los doctores removieron pedazos,
Soldaron el cráneo, hicieron suturas,
Y Dios consintió un disparo preciso,
Suficiente para una hemiplejía,
Pero no para matar, por ahora,
Al hombre del que va a encargarse luego.