viernes, 8 de febrero de 2013

Biblioteca El Desaguadero: Grietas para huir, de Rubén Valle



Luis Alberto Spinetta (1950-2012)


   Hoy hace un año ya. Una medida absurda que intenta medir una ausencia: la de Luis Alberto Spinetta. Hace un año este músico-poeta, un artista que, como un marcapiel, dejó una cicatriz gozosa en la historia de la música, moría para, a su vez, dejar subrayada la potencia de su obra. Luego de los homenajes y análisis de su influencia que ofrecimos en esta misma revista, ahora proponemos a nuestros lectores la primera edición de un libro que lo homenajea desde la poesía. Se trata de Grietas para huir, del poeta y periodista mendocino Rubén Valle, un poemario escrito en el duelo por la muerte del Flaco, y que la Colección El Desaguadero (Libros de Piedra Infinita), presenta para descarga directa.



Rubén Valle.





ACTUALIZACIÓN (mayo de 2020)

Ante un nuevo aniversario de la muerte de Luis Alberto Spinetta, Rubén Valle realizó una versión corregida y aumentada de Grietas para huir, que se publica ahora (en edición definitiva) por la Colección El Desaguadero de Libros de Piedra Infinita.









sábado, 12 de enero de 2013

El Desaguadero / N°12



Donde confluyen la poesía y la reflexión



ÍNDICE

«Poesía incandescente»
por Fernando G. Toledo


«La imagen y la metáfora son mi intemperie»
por Hernán Schillagi



«Los poemas están sobre la mesa, mostrándonos los dientes»
por Paula Seufferheld




por Fernando G. Toledo



NOTAS Y ENSAYOS
Herencia poética
por Hernán Schillagi

Aquel poeta que ardió en la plaza 
por Fernando G. Toledo



LA HISTORIA DE UN POEMA
La reina tuerta
por Griselda García

por Roberto D. Malatesta


por Hernán Schillagi



 


RESEÑAS CRÍTICAS
El libro del duelo
por Sergio Pereyra


El abandono salvaje
por Hernán Schillagi


TRADUCCIONES

Ozymandias, una obra maestra de Shelley
por Fernando G. Toledo

 

miércoles, 2 de enero de 2013

Entrevista a Rodolfo Braceli

Poesía incandescente 


El poeta y periodista mendocino Rodolfo Braceli.



por Fernando G. Toledo

A veces la poesía es capaz de encender fuegos tan poderosos que su alcance se nos pierde de vista. A veces su quemadura es de 4º, 5º o 10º grado, y deja las fibras del cuerpo en plena incandescencia. Y a veces la poesía (otra, la misma) acaba en el fuego avergonzado de la intolerancia, en el fuego escandaloso de la censura.
En 2012 se cumplieron 50 años desde que un tal Rodolfo Eduardo Braceli, a la sazón poeta debutante y periodista declarado, se enfrentara a esos poderes ígneos de la poesía. La suya propia, por cierto. Con la euforia propia de un joven de 21 años que ha acunado durante largas noches su versos, dio en junio de 1962 a la imprenta su primer libro, Pautas eneras. No iba a tener la suerte, sin embargo, de que esa edición respirase con la voz baja de sus lectores: el gobierno de facto de entonces secuestró gran parte de la edición y la quemó en el playón de Casa de Gobierno.
Poco después, sin embargo, y haciendo caso omiso a tales fogosas advertencias, Braceli publicó una nueva edición. Pasado medio siglo, la editorial Capital Intelectual reedita ese libro, que resulta no sólo un documento de un poeta naciente, sino también una prueba de cuánto puede arder la poesía al tocar pieles sensibles.
El propio Braceli, quien decía por entonces que «para ser poeta / no se necesita ser poeta», rememora la andadura de fuego de su libro y habla de la presentación que poco después realizó en Mendoza de dicha reedición.

La primera edición de Pautas eneras.
–Hace medio siglo tenías 21 años y un libro bajo el brazo. Un libro de un poeta recién nacido y que de pronto era condenado a las llamas de la censura. Tu primera edición de tu primer libro fue quemada por el gobierno que intervenía Mendoza. Había sido derrocado Arturo Frondizi. La dictadura tenía un civil neutro. ¿Qué recordás de todos esos hechos?
–Mi Pautas eneras era un librito pequeño, abrochado, 300 ejemplares delgaditos editados por la Biblioteca San Martín. Yo alcancé a sacar un paquete con 70 ejemplares. A los tres días de salir de la imprenta oficial fue prohibido, secuestrado y quemado en el playón de la Casa de Gobierno. Se armó un despelote enorme.... La directora de la biblioteca, Manuela Mur, presentó la renuncia. Después de varias semanas se la rechazaron. Yo, como todo autor que saca su primer libro, creí que iban a soltar las palomas y a declarar feriado provincial. Tuve sentimientos encontrados, furia, congoja. En principio la solidaridad me vino más de afuera que de adentro (Chile y Buenos Aires), de escritores mayúsculos como Leopoldo Marechal.

–¿Qué recordás del momento de la escritura de esos poemas? ¿Imaginabas que de algún modo algunos de ellos podían despertar escozores, incendiarios o no?
–No se me pasó por la cabeza que hubiera semejantes prohibidores y quemadores, esa clase de humanos que no es otra que la que hoy mismo extraña y clama por «mano dura» y justifica la tortura y la pena de muerte y la madre que los parió. Pero debo decir que nuestra soleada provincia tiene una larga tradición de censura con fuego. Por ejemplo, al poeta Víctor Hugo Cúneo le quemaron una y otra vez su quiosquito de libros viejos. Al hoy tan nombrado Julio Le Parc le pusieron fuego en una pequeña exposición que se hizo en las sala de Patiño Correa y Pampa Mercado. No es de extrañar la censura y el fuego en una provincia que es el emporio de las derechas. Yo no soy un héroe por haber sido quemado: cuando el fuego viene de estos tipos, es una condecoración.

–A pesar de todo, antes de terminar el año aquel de 1962, una segunda edición (impresa por el enorme Gildo D’Accurzio) ve la calle. ¿Previste que esa segunda edición podía seguir el mismo destino que la primera? Como autor: ¿no temías una hoguera para tu propia persona, sobre todo porque estaba precedido por un prólogo más encendido de furia y poesía que los ejemplares que quemaron?
–No, no imaginé que podía haber otra censura. Escribí el prólogo furioso dedicado a los «keroseneros intelectuales» sin calcular consecuencias. Escribí de cuajo. Escribí como escribo hoy, virginalmente, con un entusiasmo acaso candoroso, inefable, que me enciende una y otra vez, y me hace pensar y sentir que estoy escribiendo por primera y por última vez. En cuanto a D’Accurzio: él nos editó a todos, desde a Di Benedetto a Tejada Gómez, pasando por Lorenzo y Ramponi, y Crimi y Tudela y Vega. Hizo por Mendoza más que diez gobernadores juntos.

–¿Le pagaste la edición?
–Cuando imprimieron los 1.500 ejemplares de mi segunda edición de Pautas eneras, a fines de 1962, le pagué con un kilo y medio de pan de una panadería de la calle Buenos Aires, a la que me llevó para darme una preciosa lección. En esa panadería, en su interior, señalándome el horno, me mostró que hay fuegos y fuegos. Fuegos que queman libros y fuegos que le dan semblante al pan nuestro de cada día.

–A 50 años de Pautas eneras, ¿cómo ves al poeta que escribía por aquel entonces con el que contempla hoy ese libro? Un lector que te ha seguido tu escritura puede decir que ya tu «caligrafía lírica» está declarada allí...
–Así es.. En mis Pautas eneras están las semillas de mis libros siguientes: El último padre, La conversación de los cuerpos, Cuerpos abraSados… De mi primer libro rescato su austeridad: no caí en la tentación de fabricar metáforas «poeticudas».

–¿Cuáles eran tus lecturas o autores referenciales de por entonces?
–Mucho Whitman, mucho César Vallejo, algo de Girondo, más Pablo de Rokha que Neruda...

–Pautas eneras busca extraer la poesía de las cuestiones cotidianas, de la celebración del mundo. Hay un poema emblemático: «qué bello / es mear de noche...». ¿Fue esa una búsqueda estética o se impuso a tu pluma?
–En todo caso, si fue una búsqueda, fue una búsqueda no buscada, inconsciente. Para mí no vale aquello que se aproxima a la fabricación de temas, de imágenes o de lenguaje, como dije, poeticudo.

–Hay otro poema muy especial: Ventajas de la mala memoria. Suena... suena a una canción de Leonardo Favio. ¿Usó tus versos para escribir la canción Quiero aprender de memoria?
La reedición 2012, con dos textos nuevos.
–Bueno, me resulta difícil responder considerando que Favio hoy anda respirando de otra manera. Pero esto lo escribí y lo dije hace una punta de años. Sí, él uso como tema central de una canción mi poema, escrito comenzando la decada del ’60. Diez años después Leonardo salió con su Quiero aprender de memoria. Simplemente se olvidó de ponerme como coautor de la letra. Cosas que pasan. Nada del otro mundo. Pero esta desprolijidad no pudo enemistarnos.

–El joven Rodolfo Eduardo Braceli se mostraba ya bastante irreligioso por aquel entonces. ¿Dios está desde entonces en el «a-dios» para vos?
–Mi padre, un hombre que nunca fue a la escuela, un hombre que se paga lecciones clases particulares con un maestro, era una especie de socialista curioso: por ejemplo, les pagaba doble aguinaldo a sus empleados, cuando no existía la obligación del aguinaldo. Era un socialista tan raro que respetaba los caminos que hacía un director de Vialidad que se llama Francisco Gabrielli. Un socialista que nos mandó unos años a colegios de curas, a Don Bosco. Mi irreligiosidad corresponde a mi religiosidad. Los curas me quisieron enseñar que el único Dios verdadero era el católico, apostólico y romano. Yo al oír eso me di cuenta de que la religión institucionalizada era una reverenda güevada. Es inconcebible que el Dios de mi religión sea el verdadero. A partir de eso me volví alguien que oscila entre ser agnóstico, digamos, los días pares, y ser ateo los días impares. No creo en nada porque creo en todo.


Poemas de 
Pautas eneras
de Rodolfo Braceli


1



Heme aquí:

de pronto solo,

arrinconado
de cuclillas en mí mismo.

He comprobado de repente
que a pesar de sus inmensas orejas
los hombres son sordos.
Yo les grito,
les hago señas,
pero ellos siguen caminando.
Indiferentes, me dejan a la vera de la vida.

…estoy ausente hasta de mi rabia:
quieto,
con los brazos
largos
de tanto apuntar al suelo,
callada la boca
los ojos cansados de buscar
y de luego retornar desencantados,
el corazón disponible
los labios inéditos.

…Joven apenas
algo niño aún, heme aquí:
casi afónico de sentimientos
de tanto gritar callado,
cansado de estar cansado
y temo que hasta de respirar.

Agotada mi saliva,
seco de lágrimas

…en medio de una muchedumbre
hecha a mi imagen y semejanza…


59

Qué bello
es mear de noche
después de una larga jornada
hacia los cuatro puntos cardinales:

mear a la intemperie
bajo las estrellas
con las piedras por testigo.

Plegaria con arena

¡Dios o lo que fuera!
no nos condenes
a ser arena y nada más
arena larga y sucesivamente.

Danos, al menos,
la posibilidad de sufrir

y de no creer en Ti.



El hermano de Dios

Dios está viejo.
¡Que venga el hermano, entonces
 –el hermano menor, se entiende–
porque, definitivamente,
Él no está para los presentes trotes.
Por lo demás, Señor Juez,
América latina
reclama un Dios con paciencia,
y en lo posible
de su misma generación.

¡Pobre Dios!

¡Pobre Dios!
¡Pobrecito!
Yo no quisiera estar en su pellejo.

No me explico
cómo se las va a arreglar
para ser justo

con los muchachos de este siglo
y con las muchachas
y con los niños;

sobre todo con esos niños
a los cuales no sé
si aún les queda
la posibilidad

de un padre carpintero.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Entrevista a Bettina Ballarini


«La imagen y la metáfora son mi intemperie»






En la obra poética de Bettina Ballarini (Mendoza, 1960) podemos encontrar, al mismo tiempo, más de una apuesta interesante. En su primer libro, Espacios que los pájaros pierden (Zeta Editores, 2000) se observa -en una especie de mapa/mandala desplegable- un acercamiento a la temática amorosa desde un lugar diferente: lo sutil en vez de lo desesperado. Pero no quiere decir que los poemas sean mera levedad. Esta estrofa de uno de los poemas lo demuestra: «A veces uno guarda sed / que va y viene en la garganta / y es más fuerte que gritar...»

Más adelante, en Sin fundación mítica (Libros de Piedra infinita, 2003), se redobla la apuesta: hablar de Mendoza sin caer en los remilgos empalagosos de la acequia, los pámpanos y los cosechadores. Desmitificar una tierra que se empeña -vendimia a vendimia- en autocelebrarse. En el poema «Esta mujer...» es más que evidente: una tejedora anónima perdida en el desierto que, en su urdimbre, le gana terreno a la esperanza. El ejemplar número cero de la obra fue confeccionado en hojas de cuero de chivo, manuscritas por la propia autora con plumín y tinta. Todo un gesto de dejar una huella irrepetible en la era digital.

Ya en 2007 crea Jagüel, Editores de Mendoza, en la que aparece La cantina del alba. Aquí Ballarini retoma el amor, pero en su momento de quiebre y ruptura definitiva. Dos amantes que saben que cada palabra será la última. ¿El nuevo desafío? Tratar de narrar una historia a partir de los fragmentos que toman cuerpo de poemas. Esta vez el formato del libro -angosto y alargado- simula ser una carta de bar donde textos y fotografías son el menú ideal para la despedida.

Finalmente, aparece Bananaspleen (Jagüel, 2012), donde una veintena de poemas están atravesados por el virus del ciberlenguaje. Un paradójico e-book de papel -intervenido por acuarelas- que nos interpela esta vida actual de lectores digitales.

A punto de presentar su nuevo libro el 7 de diciembre en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, Bettina Ballarini nos invita a navegar por las aguas virtuales de una poesía, de la que no podremos salir indemnes.


-en cada uno de tus libros existe un proyecto que excede lo literario (libros objeto, documentales, entre otros) ¿Cómo fue naciendo la propuesta hipertextual en Bananaspleen?

-El principio fue porque por varios años me negué a usar cualquier tipo de tecnología informática y/o digital. El trabajo y en fin la vida en el mundo me fueron obligando. Hasta que terminé atrapada en la red (no necesariamente por las redes sociales, valga la aclaración).
Un día me acordé de que había leído en un antiguo diario vespertino de Mendoza, que ya no se publica, El Andino, que de alguna manera habían tratado de que una computadora -seguramente de aquellas que abarcaban una habitación y tenían tarjetas perforadas- escribiera un poema. Había resultado algo así como «es triste ser solo una máquina». Ignoro si ese dato era cierto y ya no conservo aquella publicación de El Andino. Pero empecé a jugar con la idea de ventana y de las ventanas virtuales. Así nació «Windows life». Luego me traicionó mi formación en la literatura y como dirá algún psicoanalista «racionalicé», me acordé de «El barco ebrio» de Rimbaud y de la polémica que produjo en el lenguaje poético de su época. Y desde ahí decidí jugar, con la navegación, los botes, los botes como bananas, los botes de banana Split que me compraba mi abuela si me portaba «modosamente» cuando de niña me llevaba al cine, el spleen como ese estado de angustia y de vértigo de unas cosas que se acaban y de las otras que empiezan. Jugué con palabras, imágenes, relaciones entre el lenguaje binario y la metáfora. Le mandé por mail a Mecha Anzorena –que desde hace unos años vive en Valencia— los poemas organizados en una secuencia de libro y fue muy impresionante recibir por el mismo medio y casi de inmediato la explosión de color de sus acuarelas. Clara Luz Muñiz, con su natural creatividad y su manejo de la tecnología del diseño, le dio el diseño final de objeto.

-En Espacios que los pájaros pierden escribiste: «la vida ocurre en los extremos / ardientes al tacto…» ¿Qué te produce, entonces, tocar con cada mano tanto tu primer libro como el último?

-Uy, es una pregunta difícil de responder a quemarropa. Primero debería tocar  las tapas del primero y de Bananaspleen y verificar que sean extremos. No sabría si la mano izquierda, la del corazón, la pondría sobre Espacios… o sobre Banana... Algún periodista alguna vez acusó en Espacios que los pájaros pierden que eran poemas en una especie de afiche y que podían encontrarse muchos parecidos en internet. Creo que debo agradecerle haber escrito Bananaspleen, porque seguí buscando sobre el lenguaje y su virtud de caleidoscopio. En aquella oportunidad él me sugería abrevar en la intemperie de Juanele Ortiz. Sin embargo, confieso mis límites. Solo pude seguir abrevando en el lenguaje y su intemperie, buscando la metáfora. Una búsqueda que seguramente nunca se me va a acabar. Y que es como la utopía, aunque suene antiguo hablar de utopía.

-En este nuevo libro hay un juego paródico con las nuevas tecnologías, como así también con ciertos paradigmas poéticos. Así, vas haciendo «links analógicos» con Prévert, el romancero, Rimbaud o Neruda. ¿Pensás que internet y las redes sociales han modificado la manera de leer y de interpretar la realidad?

-No sé si a esta altura las han modificado literalmente. Para los lectores formados, hay modos y conductas que no se modifican. También para los escritores. Pero, sin duda, hay un nuevo panorama en abanico para explorar, experimentar, estar atentos. ¡Qué cambios tendrá el lenguaje mañana para quienes son niños hoy? Creo que, conforme a la velocidad de las tecnologías, todo puede suceder. Hasta que volvamos a las tablillas de cera y el punzón. Me viene al recuerdo esa bellísima película Koyaanisqatsi.

-Espacios como un mandala, la ciudad y el desierto, un hongo junto a un álamo, o una cantina han permitido que tus poemas busquen su refugio. ¿El mundo virtual de la web como un «no-lugar» propone una intemperie que -paradójicamente- permite ocultarse mejor en Bananaspleen?

-Tal vez. Lo que es seguro en mi caso es que la imagen y la metáfora son mi intemperie.

-Sacarle el antifaz a lo mítico, expresar con un romance el caos de la crisis de 2001, narrar una separación mediante una elegía, por caso. ¿Han sido deliberados tus golpes de timón y tu abordaje anfibio hacia lo clásico en cada propuesta?

-Me parece que en todo y en cada acto de escritura hay una deliberación.  Y por qué no decirlo, un sueño de subversión de lo clásico que en el fondo no subvierte mucho.

-Allá por 1999, en una entrevista expresaste algo así como que los poetas y su poesía «te son necesarios». ¿Cómo ha ido mutando con el tiempo tu relación «compulsiva» con los poemas?

-Bueno, los poemas no se «me despegan». Juro que intento divorciarme, incluso mediante juicio contencioso. Estoy un tiempo largo haciendo acto de negación. Pero al fin y al cabo vuelvo a escribirlos o a leerlos. Y no diré vuelvo al redil, porque no sé si en ellos hay redil.

-¿Cuáles serían los poetas de nuestra lengua que han dejado una huella en tu escritura? ¿Por qué?

Pedro Salinas,  Rafael Alberti,  Oliverio Girondo,  Nicanor Parra, Jorge Luis Borges, Cintio Vitier, en ese orden.  Porque en algún momento inicial, y en varios momentos de frecuentación o relectura, algo «me sonó» y  «me siguió cantando».

-¿Qué lectura hacés de la poesía producida en Mendoza en los últimos 15 años?

Durante la franja de años que acotás, hay algunos poetas que resultan muy definidos como «clásicos»: Patricia Rodón, Juan López, Carlos Vallejo, Adelina Lo Bue, por ejemplo. Plumas distintas que podrían marcar derroteros distintos para la poesía de Mendoza en estos últimos años. Sin embargo, sondear lo más joven, que no necesariamente significa lo más nuevo o innovador, nos enfrenta con mucha fijación en «la angustia de fin de siglo», algunos juegos con la sonoridad y el ritmo, y bastante prosaísmo deliberado o no. Seguramente hoy se lee de otra forma la poesía, por múltiples razones, incluso de mercado o ¿fundamentalmente de mercado? Sin embargo,  percibo que la poesía mendocina sigue sosteniendo algo así como una «impronta barroca», más allá de que se pueda hablar de generaciones o hacer todas las periodizaciones posibles. De todas maneras, es claro que me hace falta un estudio en profundidad para poder darte una respuesta más rigurosa.

-Sabemos por tus menciones en los premios Vendimia 2004 y 2008 que tenés, al menos, dos poemarios inéditos. ¿De qué tratan esos libros? ¿Hay algún plan para editarlos en un futuro?

-¡Jajajá! Siempre te intrigaron esos libros. Son dos variaciones del mismo tema una más irónica que la otra: la presunta liberación femenina, que, en realidad,  me parece un juego intelectual como un cuento inglés. Es decir, bajo la aparente libertad del confinamiento doméstico, ahora tenemos más trabajo: el doméstico y el externo. ¿Pero de verdad, después de todos estos años de liberación femenina, pensamos distinto?
Claro que voy a editarlos. Decía Machado que los libros que no se publican, son pecados que no se confiesan. Agrego que son peores los pecados que se premeditan.

-Bettina Ballarini: poeta, narradora de cuentos para niños, docente e investigadora, artista audiovisual, editora, fotógrafa, alfabetizadora de jóvenes y adultos ¿Es el desafío, acaso, el hilo que atraviesa y une tus múltiples facetas?

-No, desafío no. Es que desde niña tengo atención múltiple, jajajá.


 Tres poemas de 
Bananaspleen 




window’s life


Te escribo sobre miles
de cristales líquidos y sólidos
hago señales
con la huella digital
de mi dedo que se borra
y no deja
el delicado olor a rosas
de la caligrafía.

Escribo sobre cristales
cambiantes como el agua.

Solo un trazo eléctrico nos reúne un momento
y no soy nadie, ni yo,
más que este espacio sin espacio.

Y no eres quien responde
en hojas de lavanda.
Ni el otro.

Más espacio sin espacio.
Efímeros diagnósticos del alma.

Quizás
el problema del amor ya no sea problema.

*

desayuno


Encendió temprano
la notebook
sobre su cama
edulcoró
el café con leche
lo revolvió
con la cucharita
abrió los mails
eliminó varios
bebió algo
de café con leche
y apoyó la taza
sobre el plato
mordió la medialuna
cliqueó
responder
y bebió otro sorbo
sonó su teléfono
inteligente
identificó el llamado
no respondió
solo el contestador
automático
adjuntó un archivo
y cliqueó
enviar
entró
a la red social
desconectado
revisó
su perfil
en la red profesional
actualizó
unos datos
cerró
el café con leche
y la medialuna
extrañó un cigarrillo
afuera hacía calor
no llovería
sonó un tuít
y fue
a cepillarse los dientes
con pasta blanqueadora
y me quedé esperando

*

avatar


Buscaría el silencio     aún
pero ahora soy toda
la selva
donde redobla el eco
de diásporas electrónicas del sol.

Si la sangre no fuera el secreto
más celoso de la historia.

Si ante las tropas del hambre
las almenas no se desplomaran de niños

Si no tuviera miedo y rabia
del miedo.

Si el amor no fuera el salto ileso
de la rebeldía.

Si el agua no escaseara.
Y el mundo dejara un espacio sin gritar. 

lunes, 19 de noviembre de 2012

Herencia poética

La poesía como un hecho inevitable*

           




Porque hubo habrá hay generaciones
(demás está decir que «hay cadáveres»)
no crean en Rimbaud joven para siempre
hay rockstars pelados hay malditos en muletas…

Tamara Kamenszain, en La novela de la poesía


           
 1.De tal palo, tal poesía

Cuántas veces hemos escuchado decir frases como: «Tiene los mismos ojos del padre», «Camina como el abuelo», o «Sonríe como la tía». Sin embargo qué sucede cuando a un vástago la voz le sale extraña, única y oscura. Encima nunca dice lo que dice. Siempre esquiva la mentira y habla con la verdad, que es el modo más claro para confundirnos. Por lo tanto, la preocupada madre se queja con el alma en un hilo: «El nene me salió poeta». Entonces, la vecina le responde con total sinceridad: «Querida, lo que se hereda no se roba».

           
2.Mapa poético
           
La poesía se encuentra en el ADN de la humanidad. De otro modo, cómo podemos explicar que, en un mundo vertiginoso y tecnificado como el de hoy, siga existiendo. Así, han pasado las guerras, las torturas y los campos de concentración. Por eso leo, con más pena que curiosidad, los poemas de Ana María Ponce, una militante secuestrada y desaparecida durante la última dictadura militar. En medio del cautiverio en la ESMA se animó a redactar para su hijo: «Para que la voz no se calle nunca / para que las manos no se entumezcan, / para que los ojos vean siempre la luz / necesito sentarme a escribir…»[1]. Apropiadamente, Adorno dijo que después de Auschwitz escribir un poema era un acto de barbarie. Aunque, la misma poesía viene a ser un testimonio fugaz de nuestro paso por la Tierra, la suma fragmentaria de una historia personal, la herencia unívoca de las palabras que se comparten en la mesa familiar. La poesía, según dicen, no sirve para nada; pero el inventario mensual de lecturas, publicaciones, presentaciones, blogs, performances en bares y teatros demuestran que, al menos, es inevitable.
           
           
3.Nene, qué vas a ser cuando seas vate

Jorge Luis Borges sospechaba que sus padres lo habían engendrado en Buenos Aires para la felicidad y que les había fallado. En un solo gesto heredó la ceguera, como así también la luminosa biblioteca paterna donde eligió perderse para siempre. Padres e hijos, hijos y padres: «No nos une el amor, sino el espanto…», supo escribir. Como también es cierto que los mismos poetas nos dejan su propio legado: un modo voluptuoso de torcer el idioma dominante (Rubén Darío), la voz que se levanta ante la desigualdad (Alfonsina Storni), la vitalidad a prueba de solemnes (Oliverio Girondo), el habla inquieta de la calle (Juan Gelman), el hacer del cuerpo un poema (Alejandra Pizarnik). Ningún poeta que se precie, por tanto, apuesta todo a la tradición lírica; al contrario, ya que desdeña convertirse en una repetición deformada y anacrónica de sus antepasados y, como supo ver el japonés Bashô: «No sigo el camino de los antiguos: / busco lo que ellos buscaron». La herencia es una oferta que, tal vez, la eternidad pone en saldos y retazos. Ya la obtuvimos sin esfuerzo, está al alcance de la mano. Ahora nos queda ir en su contra.

           
4.Cosecharás tu verba

Lo dicho: como el color de los ojos, la poesía se nos hace inevitable en la caligrafía del genoma humano, imposible de soslayar con el pulso sobrenatural del silencio o las distracciones cotidianas. si la herencia es involuntaria, las palabras no. Sin determinismo, uno elige letra por letra qué va a decir (y qué va a leer) para guardar en el baúl de los recuerdos literarios. Todos hablamos para hacernos notar. Muy pocos callan para poder existir. Generaciones y generaciones de palabras corren ciegas por nuestras venas hasta que estallan esplendorosamente. Ya no podemos pronunciar «luna» sin verla un poco como la describieron Federico García Lorca («La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos…»), Leopoldo Lugones («Y la luna en enaguas, / como propicia náyade…»), o el mismo Borges («Mírala. Es tu espejo»). Sin embargo, también el ADN de la poesía va mutando, es un animal vivo que corre hacia delante; porque sabe que nunca leemos lo mismo en un poema, cambia todo el tiempo, convierte en frases inolvidables aquello que creíamos dormido en nuestro interior. Como anota Edgardo Dobry: «la inestabilidad es fantasma perpetuo, y el poeta trabaja en ese límite devenido centralidad: el de la agresión sublimada y directamente ejercida sobre el idioma como un filo que atraviesa los niveles del lenguaje y los cortocircuita y los fisiona. Abdicando, de paso, toda venerable genealogía literaria…»[2]. Entonces, como sucede en el paso irrecuperable por la infancia, la poesía también nos modifica para siempre; y ese es nuestro legado al mundo, nuestra herencia poética.

 
 
 
 
*A partir del guion escrito para el espectáculo Herencia poética, poemas de padres e hijos presentado por el grupo El Desaguadero durante 2012.
[1]«Poemas», Ana María Ponce. Colección Memoria en movimiento, Buenos Aires, 2011.
[2]«Orfeo en el quiosco de diarios: ensayos sobre poesía», Edgardo Dobry. Ed. Adriana Hidalgo, 
Buenos Aires, 2007.