domingo, 30 de septiembre de 2012

La historia de La reina tuerta, de Griselda García



(Especial para El Desaguadero)


La reina tuerta

Hasta un ciego con memoria del tacto
podría servirme,
lo guiaría el olor de la sal, la tibieza,
la humedad silenciosa.

Detrás de él vendrían cientos,
aceite en el cabello,
olor acre de la orina.

Yo sólo tendría que yacer inmóvil,
palmear alguna espalda, quizás.
Lo mejor es lo que más tarde llega,
una noche, sin ser esperado,
delicado como un ladrón,
mil veces más silencioso.

¿Soy aquella niñita de pollera al viento
bailando entre altos pastizales?



de La ruta de las arañas. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2005.



            Este poema forma parte de La ruta de las arañas, libro reseñado por tres poetas que ya murieron: Jorge Orozco, Javier Adúriz, Jorge Santiago Perednik. Aprendí mucho de ellos en el breve tiempo en que nos frecuentamos -a veces se nace muy tarde o muy temprano-, y la mayor parte de las cosas que dijeron las entendí años después. Fueron ayudas, como el rebencazo en las paletas en Don Segundo Sombra o el golpe en el punto de encaje de Don Juan. Cuando se presenta un libro -llamamos a otro escritor para que hable de él, le imponemos su lectura-, por lo general es difícil escuchar realmente lo que dice. Uno está en estado de trance; la soledad se le pobló de amigos. Le vuelven interpretaciones, intervenciones, de todas partes y la química del cuerpo cambia, como en un examen o ante novio nuevo.

            Creo que explicar un poema es arruinarlo. Como revelar el truco. Pero no hay truco. Es lo que es. Por lo general los versos son una cifra a descifrar. Pero para eso se necesita tiempo, un bien de lujo. Arruinemos, empezando por el final: la niñita soy yo en una foto donde aparezco no con pollera sino con malla infantil a rayitas rojas y blancas entre pastos de Ezeiza. Íbamos de picnic con mis abuelos en el Fiat 600. Mi abuelo juntaba bosta de caballos en bolsas de arpillera. Decía que eran buen abono para los almácigos. La poesía que me interesa leer está hecha de un modo similar, como plantas que hay que regar y cuidar.

            Escena que abre el texto: una monarca en un gang bang imperial. Silencio. El silencio es tan preciso. Cura. ¿Para qué le sirven esos cientos de seres, oleosos y fragantes?, eso me pregunto, y: ¿cómo perdió el ojo? Se pregunta lo que se sabe. Es obvio que ya no es aquella niñita. Y si no se espera ¿cómo saber si lo que llega es lo mejor? No sé. Algunos dicen que se escribe para intentar responder. Pero por cada pregunta que se responden, aparecen otras, nuevas. En eso estamos.


martes, 18 de septiembre de 2012

El fuego de la creación

Entrevista a José Luis Menéndez

El poeta, editor y ensayista José Luis Menéndez.



Corren tiempos de sordera, o más bien de ruido extremo. Tiempos donde las voces se confunden en una maraña que nada dice y de la que suelen, apenas, atraparse frases sueltas, tibiezas, liviandades. ¿Qué aspiración puede tener un Orfeo contemporáneo, alguien que quiera emular a aquel mítico personaje que tocaba la lira para que escucharan su canto (sus versos)? 

El poeta y ensayista mendocino José Luis Menéndez ha buceado en esa pregunta a través de los nombres de cuatro «orfeos» perennes que aún hoy nos llaman con su palabra. En Orfeo en la ciudad, las venas abiertas de la razón mítica, el también autor de Cuerpo de mujer revisa la potencia actual de las voces de William Blake, Baudelaire, Allen Ginsberg y Juan Gelman y su influencia en los poetas que los siguieron.

Con la excusa de este nuevo volumen (editado por Alphalibros, editorial del propio autor, que se puede consultar en internet), Menéndez cuenta cuál es su concepción de un Orfeo para el siglo XXI y de su propio canto en estos tiempos.

–¿Cómo surge la idea de este ensayo, Orfeo en la ciudad, las venas abiertas de la razón mítica, y cómo fue el proceso de su escritura?
–Creo que los libros, en buena medida, son respuestas a preguntas que uno mismo se hace. En este caso, mi pregunta fue sobre la consistencia en poesía. ¿Qué fuego especial, qué gracia existe en la creación de esos poemas que no tienen fin, que perduran a través del tiempo? Me di dos repuestas, una mirando a ciertos creadores del pasado, de distintas épocas, desde el siglo XVIII. Así, con el estudio de algunos ejemplos, y usando como nexo integrador a Orfeo, el padre mítico de todos los poetas, salió este intento de dar una respuesta, que, como pasa siempre, nunca es todo lo completa, todo lo clara, que uno quisiera. Valga, en todo caso, como un aporte más, en esa ilusión que inspira la palabra, aproximarse a un objeto que nunca se alcanza.  

–¿Y la otra respuesta?
–La otra se sitúa en el presente. ¿Qué poesía quedará de hoy? Tengo la sospecha de que gran parte de la buena poesía que habrá de perdurar, será anónima, se perderá o se ganará en la anonimicidad. Pero esta respuesta todavía no la puedo defender. Tengo que seguir pensando. ¡Y eso cuesta mucho!

–Volviendo al libro, ¿qué características reúnen los poetas elegidos: Blake, Baudelaire, Ginsberg, Gelman? ¿Siguen siendo, fuera de la fecha en que escribieron su obra, aún contemporáneos, por el hecho de ser «clásicos»? 
–La característica común es que, además de escribir bien, con originalidad, abriendo nuevos caminos, contrariando los usos y las convenciones, y en parte, hasta el canon moral de su tiempo, pusieron todo, se jugaron todo por aquello en lo que creían. Y creo que sí, que tienen la perdurabilidad de las obras clásicas, que se pueden leer ahora con deleite y provecho. Pero claro, siempre con la debida ubicuidad histórica. Si el lector no sabe lo que pasaba en el mundo en los ’60 y ’70, si no sabe que ocurrió en Vietnam, si no sabe de las luchas civiles por la paz en el propio cuerpo del Imperio, no va a entender a Ginsberg, por ejemplo.

–La poesía, se ha dicho con insistencia, suele ser un género lateral, casi un intruso en la literatura si tenemos en cuenta sus lectores. ¿Qué queda, entonces, para el ensayo sobre poesía?

–La poesía es lateral en términos de mercado. Es cierto que no se vende pero se lee. Hay mucho trigo tapado por la paja, obvio. Pero justamente por eso, un ensayo que apunte a comprender las diferencias, tal vez tenga cierto valor. Ojalá Orfeo... pueda ayudar en eso.

–Tu tarea, al parecer, como ensayista va a la par de tu trabajo como poeta. ¿Estás trabajando también en un libro de poemas?

–Sí, sin apuro, tratando que los textos decanten, se limen tanto en el ir y venir entre la mente y el ordenador, que adquieran la doble condición que requieren los poemas, sonoridad y sustancia. No siempre se logra, por supuesto. Pero es lo que se intenta. En un par de meses espero tener editado Defensa del diablo, con dibujos de Egar Murillo. Trata de ser un pequeño manifiesto anti-maniqueo, de mostrar otra forma de la religiosidad, opuesta a las verdades únicas, al absolutismo, a la exclusión.

–Han pasado 22 años desde la edición de tu primer libro de poemas, Juego sin límites. ¿Cómo caracterizarías tu propia poesía? ¿Ha habido cambios de estilo en la misma?
 
–Es imposible vivir sin cambiar. Aún dentro de una coherencia elemental, se van dando distintas graduaciones, variantes de estilo, de actitud, en todo lo que uno hace, incluyendo el modo de escribir poesía. De más joven se quiere decir todo de una vez, no se acepta el error, se trata de imponer ideas de cualquier modo, después no. Más tarde, si te pones en la piel del otro, te das cuenta de que cada uno tiene su parte de razón y que de todos podés aprender algo. Excepto, claro, de aquellos con quienes, como dice la canción de Serrat, tenés «algo personal», los dueños del mundo, los que viven del sufrimiento ajeno. Seguramente eso se traduce en lo que pensamos y escribimos ahora.

–¿Cómo caracterizarías el panorama de la poesía actual en Mendoza?

–Sobre eso estoy perdido. Es la pregunta que yo quisiera hacerte a vos (risas).




Poemas de 
José Luis Menéndez


Paraíso

Aquí está el Paraíso.
En las ecuaciones del pan.
En la trama paciente
del amor y del odio.
En la sabiduría de los pecadores
que intuyen
(lo mismo que Heine)
de qué altura nos llama
el más lívido y viejo
     ritual de servidumbre.

Sí costilla de mujer.
Sí pezones erectos.
Sí falsa eternidad.
Sí rebelde paciencia.
Aquí está el Paraíso.
En el jardín
de las coronas grises.
En la flor que espera
todavía escarcha
relámpago
tiniebla
su tiempo de nacer...

(de Juego sin límites, 1990)



Crece un rayo de cielo sobre el muro

Crece un rayo de cielo sobre el muro
que circunda mi verbo prisionero.
Crece y tiende su manto justiciero
sobre el pulso de mi amor maduro.
Pero luego se marcha y queda oscuro
ese patio cuadrado donde espero
sus besos abismales y el esmero
con que aleja sus pasos de mi apuro.
Sólo deja en mi piel su pecho duro
y una rosa que juega su cadencia
sobre las culpas de mi tallo impuro.
Lo demás son cenizas y desiertos.
Quemadura del ave de tu ausencia
con los fuego de mis ojos abiertos.

(de Tierra firme, incluido en libro Uno más uno, compartido con María Inés Cicchitti, 1991)


(La caída de la casa Usher)

Cada tanto el temblor
sobre la tierra quieta.
Arboles rendidos
al embate del agua.
Aluviones de sangre
sobre la ley del hombre
y de la piedra.
Aciago serpenteo
de todos los ocasos.
Por eso el viejo calvo
solamente comía
las comidas insípidas
solamente vestía
los ropajes livianos
el reflejo más débil
le quemaba los ojos
y hasta la fragancia de las flores
le sofocaba el alma.
Y por eso la muerte
no pudo morir sola:
Tuvo que volver desde el silencio
para que todo se callara
para quitar del puente
y de la noche
sus frágiles sustentos
para mirar las torres
(con su heráldica fósil)
resumiendo su luz
en los pantanos.

(de Reunión con Poe, 1994)


La vagina

Volcán por donde ingresa un hálito de viento
y sale una erupción de carne en llamas
una diferida tempestad.

Agazapada
cubierta por la tenue vestidura del aire
instala su perfume frutal.

Pequeña, recta, consagrada
inspira la más alta ceremonia del tacto
el reflejo de todos los milagros.

Abierta hacia un dolor
que se ha clavado entre la a y zeta
de un abecedario de júbilo
hay un día que no le pertenece,
ella lo acepta con la bondad de una cosecha
y el anhelo de los tiempos heroicos
hasta ver que florece como un puño cerrado.

No ha valido el juego de las proporciones
la naturaleza suele equivocarse
y todas pagaron ese yerro con aciago temblor
hundidas en la zona de la angustia y la muerte.

Eso pasó desde la noche
de los primeros partos
–y fue como una náusea
de la especie, un arrorró herido–
hasta los himnos de la nueva ciencia
los milagros de la modernidad.

Luego de millones de inviernos
ella decide ahora con quien
decide si ha llegado el momento
decide la intensidad de la primer caricia
y decide la caricia final.

El esperma lo sabe.
Dulce y febril se para
sobre los vidrios ensangrentados
y pregunta por la copa intacta.

Después espera y tiembla.

(de Cuerpo de mujer, 2007)



Mensaje incierto

La voz humana de la religiones
no tiene disonancias.
O me aceptas o serás condenado.
El Diablo es diferente.
Agasaja, maldice, procura disuadir
juzga si le piden un juicio
pero nunca se atribuye la gracia
de imponer un castigo.
Tampoco diferencia por edades ni credos
ni por sexo ni castas. Solo espera.
Las religiones se suelen confundir
según sea el peso de los pecadores.
Dicen quien habrá de salvarse
pero a veces vacilan
nunca lo dicen por completo.
A menos que se trate de un réprobo confeso
de un asesino contumaz
de un suicida insolvente
no revelan ninguna certidumbre.
No saben lo que debe hacerse
con quienes matan en su nombre
con los infieles populares
con los pastores pederastas
con la filosofía griega.
Y siempre hay un espacio
cuando toda defensa es imposible
para la misericordia divina.

(de Defensa del diablo, de inmintente edición)

martes, 4 de septiembre de 2012

Reportaje haiku: Natalia Litvinova y el viaje de la poesía

«La poesía fue y es mi casa»


 





Intro 

La sección consiste en que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku), que están referidas a las tres características esenciales –según Matsuo Basho– del haiku japonés: «en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión».

Natalia Litvinova es poeta y traductora. Nació en Gómel, Bielorrusia, en 1986. Reside en Buenos Aires desde 1996. Su primer libro se tituló Esteparia (Ediciones del Dock, 2010) y destaca por su lenguaje preciso y sus imágenes de una potencia tan extranjera como íntima. Es traductora, y volcó desde el ruso la antología Rumbo a Karachnay, de la poeta Shajriza Bogatyreva (Editora Casa Refugio Citlaltépetl A.C. y Bonobos Editores, México, 2011). Además, tradujo al ruso la obra poética de Sergio Abaldi, El eterno grito de la existencia, (Centro cultural Borges). Publicó en diversos medios sus versiones de Mandelstam, Esénin y Ajmátova. Este año se publicarán sus libros Grieta y Todo ajeno, y la plaqueta Balbuceo de la noche. 

Natalia, al responder estas tres preguntas, se dispone a trazar tres nuevas líneas en su interesante mapa poético.


1/En este momento

–Luego de publicar Esteparia en 2010 no paraste de escribir, actualizás asiduamente tu blog de poesía y tenés un par de libros sin publicar ¿Podés adelantarnos de qué hablan Grieta y Todo ajeno

–Me cuesta explicar de lo que hablan ambos libros porque cada vez que los releí me contaron algo nuevo, también algo viejo. Después de Esteparia me tomé el atrevimiento de desordenarme, hacer dos libros que no tuvieran un hilo conductor tan visible. Hice de cada poema una grieta que no se sabe dónde empieza ni dónde podría terminar. Hice que cada poema anhelara algo inalcanzable, algo siempre ajeno.

2/En este lugar 

–En otra entrevista has contado que tu mamá trajo desde Bielorrusia una valija llena de libros de poemas en lugar de ropa. ¿Cuál fue tu necesidad de traducirlos al español? ¿Existe una geografía posible para trasladar la musicalidad de los versos? 

–Tengo pocos recuerdos de cómo era el interior de la casa de mi infancia porque mis padres todos los meses cambiaban de lugar los muebles y renovaban el empapelado, cosa muy común en Rusia y Bielorrusia. Pero recuerdo todos los libros, las tapas de esos libros. De algún modo la poesía fue y es mi casa. La única manera que encontró mi madre de trasladar una pizca de hogar a ese nuevo lugar desconocido (y esa es mi deducción) fue llenando las maletas de los libros que tanto queríamos o que, según ella, yo debería leer en algún momento.

Si es difícil soportar la belleza, cómo puedo yo soportar sola tantas magnificas obras rusas que no puedo compartir porque no están traducidas. Traducirlas no es solamente una necesidad, o un placer: es mi deber. 

En la traducción elijo respetar el sentido y los silencios que logró alcanzar el poeta. Esa será la musicalidad de mi versión.

3/Una reflexión 

–En un poema dijiste: «una niña con una rama / escribe sobre ella / la nieve se derrite / la niña también». ¿La poesía es un testimonio de la precariedad del cuerpo y del lenguaje? 

–Sin ese lenguaje, sin la poesía, yo no podría ser niña-nieve y derretirme. Sin la poesía yo no sabría cómo volver a un recuerdo y al mismo tiempo lanzarme hacia otro que nunca pasó. La poesía tejió una red donde pudo caer el cuerpo de mi infancia, el impulso de la misma red hace que mi cuerpo de ahora dé el salto.



Algunos poemas de Natalia Litvinova
seleccionados por la autora


fauna

en mí
hay animales en bruto
que se extinguen
con cada explicación


mano

acariciá a tu hija
que pide una docena de guerras
como rosas tachadas
para recomponer su cuerpo



aleteo del decir

revolotear mi caída junto al pichón que cae.
estrellar mi rostro de pájaro contra el suelo.
no sé volar padre no sé
y respiro mal padre, tengo escamas,
intención de polilla siendo cuerpo
quemé las tripas de mi madre
para nacer con aleteo del decir sagrado,
pero denuncié lo que no fue sonoro
y caí junto al pichón
nacido en mi rostro de pájaro extranjero.
mi padre me dijo que tenía alas
y yo nadé
madre.


 
saco rejas de mis ojos

superar el espacio finito
juntar jaulas de amor
arrojarlas a la religión
de cosas libres

(de Esteparia)

*


Descentra

¿No cae el alma del centro hacia otro centro cuando llueve?
¿No sos otro con cada cambio de luz, de sombra?
Te entregás a la belleza cuando busca víctimas.
Te entregás.
Y solo pensabas mirar.



Enumeración del silencio

            Un animal atraviesa el claro.
            Sobre los párpados se asienta el polvo.

            La tormenta se trama entre cuatro vientos.
En las paredes suspiran las grietas.

            La palabra se detiene. Una estrella cae.
           
            Mejor hagamos silencio.
           
            La eternidad es corta.

(de Grieta)

*


La última cintura

Después de años de planos trazados a la perfección mi madre
terminó remendando ropa ajena. Un día apareció Juan y su leucemia,
trajo pantalones para achicar, había adelgazado demasiado.
Cada vez que venía yo me tapaba la boca - vas a morir Juan -,
quería arrojarme encima de su cuerpo y que la cruz de su pecho
se clavara en el mío. Cinco pantalones reducidos para las cinco versiones
de la cintura de Juan, eras blanco cal, la luz desperdiciada en la dimensión de tus ojos,
pero tus labios rojos Juan, como si toda la sangre de tu cuerpo se congregara allí,
como recién besados, mordidos o golpeados, tal vez tu pequeña hermana
te los frotó con una frambuesa para que fueran tan dulces, atractivos,
la última vez que te vi fue cuando trajiste el sexto pantalón
y yo lo destrocé sollozando hasta quedarme dormida.
A la mañana siguiente encontré a mi madre con los ojos cristalizados
detrás de la máquina de coser iluminada por los débiles rayos del sol
al lado de toda esa ropa arrugada indecente sin dueño.

(de Todo ajeno)

domingo, 26 de agosto de 2012

El libro del duelo




Pirsin, de Débora Benacot. Ediciones Culturales de Mendoza, 2012.



No es azaroso que aristas, aritos, espina, anzuelo, garfios, colmillos y, por supuesto, «pirsin» (castellanización juguetona del inglés piercing); pero también, insertar, perforar, punzar, agujerear se sucedan en estas páginas. Porque Pirsin (Gran Premio Vendimia de Poesía 2011) de Débora Benacot, es un libro acerca del dolor.

Ya desde el primer (y hermoso) poema, cuya anécdota gira en torno a una criatura nacida a poco de una muerte prematura, el dolor se hace presente. Porque:

(…)
de todo lo que alcance
a cuestionar su rebeldía
el mito del abuelo
será la única herida
que todavía sangre.


Sin embargo, no es la muerte el único motivo de pesar. Hay otros. Entre ellos: la tenacidad del miedo:

(…)
para qué
si te dejaron
adulto
solitario
los miedos en ayunas
en medio de la jungla.


El paso del tiempo y la consecuente pérdida de la inocencia:

(…)
Habrá que hacer el duelo
de aquello que ya nunca
vuelve a ser lo de antes (…)


Las imposturas:

Es mentira que un escritor
que se precie
deba fumar
beber alcohol con frecuencia
posar frente a su biblioteca
mientras acaricia un gato (…)


Pero hay momentos en que no hay anécdota donde apoyarse, la anécdota es el dolor mismo. Entonces, tal vez porque aprendió con Bodoc «(que la poesía) es un gran atajo porque se puede decir en cinco palabras lo que llevaría varias páginas narrativas. Además, dice con una espesura que ningún otro registro consigue», Benacot apela a la concisión, y en uno de los textos más logrados afirma:

Para asomarme a explicar
lo que esto duele
tendría que escribir
el resumen
más largo
del mundo.


Líneas que se clavan en la mente y el corazón del lector, y recuerdan que la poesía puede ser una experiencia intensa y transformadora, aunque también (o por eso mismo) muy difícil. Más en un poemario como este, donde, texto a texto, se configura una voz que, amén de dar unidad al conjunto, expresa una visión de un pesimismo, a nuestro entender, apenas morigerado por cuatro circunstancias. La primera, el horror a la muerte, que nos coloca frente a la paradoja expuesta por un personaje de Woody Allen: «Pues básicamente así es como me parece la vida: llena de soledad, miseria, sufrimiento, tristeza. Y sin embargo… se acaba demasiado deprisa». La segunda, la postura crítica del yo que enuncia los poemas hacia ciertas conductas, porque esta, en mayor o menor medida, implica siempre una posibilidad de cambio y, por ende, de mejora. Finalmente, y siguiendo el razonamiento de Allen, el amor y la escritura, que abiertamente provocan el lamento por el final abrupto de todo.

En cuanto al tratamiento formal de estos temas, y si como apunta María Negroni: «escribir es la simple percepción de algo que solo puede captarse con esas palabras, ese tono, esa sintaxis, esa dicción y no de otro modo», Benacot ha encontrado en la austeridad sintáctica y el medio tono su manera, que contrasta con la inclinación a los adornos retóricos de su primer opus (Ácaros al sol, 2011), y, fundamentalmente, con el título del volumen que venimos analizando, ya que la connotación decorativa de la palabra pirsin está casi ausente. Exceptuamos el ¿dibujo? que ilustra la portada, que nos permite suponer que su diseñador no leyó el libro, ya que a este, quizá, le hubiera sentado mejor una imagen más sobria. En cualquier caso, vale aclarar que esta austeridad es engañosa, como suele serlo todo lo que a primera vista parece simple, y no debe por tanto confundirse con desidia, pues un análisis minucioso revela el uso genuino de variados recursos poéticos. Entre otros: anáfora, aliteración, encabalgamiento, metáfora y comparación; que la pericia de la autora ha tornado casi imperceptibles.

Pero aunque en Pirsin, como acabamos de ver, la voz de la poeta se haya despojado, hay un estilo reconocible, configurado por la persistencia de ciertos rasgos presentes en su libro anterior. Concretamente: la mirada extrañada, como de recién venida al mundo:

Descubrió que su cuaderno
de espiral
también tenía un pirsin (…)

guardián de aquellas
ochenta hojas rayadas
papel obra
industria argentina.


Y el humor (ciertamente menos risueño y más melancólico):

La mariposa de una bicicleta ajena
incrustada en la pierna
de la hermana

y desde entonces
cada vez que llaman a la puerta

uh, lo que le hiciste
al vehículo de ese pobre hombre
escuchá el timbre
es la policía
que viene a buscarte

pero los niños
no son crueles
solo siembran
en cada familia
las anécdotas.


En una entrevista concedida a esta misma revista meses atrás, Benacot señalaba que: «Cuando el mecanismo (el poema) queda oportunamente ensamblado en su unicidad y extrañeza (…), solo es cuestión de tiempo para que el lector se acerque, toque, se pinche, sangre (…)».  Declaración que funciona como una suerte de arte poética del libro, pues sospechamos que el lector que se arrime a este Pirsin, como quien apoya su mano en el tallo de una rosa, seguro se pinchará, seguro sangrará. Pero asimismo, que no habrá queja alguna en ello, porque pese a que con el correr de los poemas pierda en ingenuidad y gane en escepticismo, la punzante lucidez de estos poemas no desanima, muy por el contrario, espolea a vivir una vida si no más intensa, acaso sí más auténtica.


Débora Benacot



ALGUNOS POEMAS DE PIRSIN




A la recién nacida
pronto van a ponerle
los aritos abridores.

Nadie la ha preguntado
si está de acuerdo con eso
pero
pensándolo bien
tampoco
si quería aterrizar
en este mundo indispuesto
si estaba de acuerdo con su nombre
si esperaba compartir habitación con el hermano
si soportaría el mito de un abuelo extraordinario
muerto
justo un mes antes de su nacimiento.

En todo caso
cuando crezca,
hará muchas cosas
sin consultar a nadie.

Sin embargo
de todo lo que alcance
a cuestionar su rebeldía
el mito del abuelo
será la única herida
que todavía sangre.


*

 

Recién cuando contempla
a esas mujeres
que no usan adornos
ni otro maquillaje
que una sonrisa bien puesta

entiende entonces
cuánto hay de accesorio
en este mundo
y cuánto tiempo perdemos
a diario
en camuflar con placebos
la belleza.

 *
 

Quien sospecha de cada uno
de tus entusiasmos
y te mira de reojo
y frunce la boca
cuando escucha tus verdades

seguro es de esas personas
que de todo se quejan,
que provocan de costado,
pisan en sólido
nunca mezclan el vino con sandía
y solo hacen el amor
con cubiertos.

 *
 

El pájaro espino
sabe
que un solo canto
vale la pena
si se nos vuelca
en él
toda la sangre.

 *

De las redes del olvido
te salva
el anzuelo oxidado
que la memoria clava
a tu paladar anfibio.

*


Y acá me ves
los nervios perforados
de tanto esperarte.

Aparecé pronto

no me dejés esta angustia
como un pirsin inefable.

Nunca confié en la soledad
la vida me queda grande
y además
como te dije aquella vez
vos sos mi cábala.

 *
 

Lo que el perdedor
no vislumbra

                el ego agujereado
                la bronca en el destino

es que el premio
ya es
haber escrito.

*

Las comas son
en el texto
un pirsin.

Los puntos
en cambio
son queloides
de un final (absurdo)
que a duras penas
cicatriza.

martes, 14 de agosto de 2012

La historia de Dinastías bajo agua, de Roberto D. Malatesta





LA CULPA LA TUVO LI PO



            Por Roberto D. Malatesta

(Exclusivo para El Desaguadero)


            A Por encima de los techos lo comencé a escribir en mi mente, luego cuando conté con papel, a la luz de la vela. Cuando al fin hubo luz eléctrica y traje mi computadora -que se había salvado dada mi previsión- la mandé al service, el cual no se inundó, pude enviar por mail a mis contactos ese grupo de poemas que constituyó el libro. El efecto expansivo me azoró. Además de Internet, los poemas se comenzaron a oír en la radio.  Finalmente, mi amigo Alejandro Álvarez que publica la revista «El arca del sur» -que ya va por su número 171- me sorprendió editando un número especial que incluyó todo el libro, la tirada fue de otro mundo: 3000 ejemplares, gran parte de ellos se distribuyeron en la ciudad de Santa Fe.

            Entre los daños de la inundación, uno de los golpes más duros, fueron la cantidad de libros irrecuperables. A salvo quedaron sólo aquellos que reposaban en los estantes más altos, mi casa tuvo un metro y medio de agua, algunos de los inundados, dada la calidad del papel, pudieron recuperarse. Establecí un «secadero» en mi patio, sobre mesas, sillas, árboles; otros, los más queridos, los dejaba junto al horno de la cocina, entre ellos estuvo un libro entrañable: Poetas Chinos de la Dinastía T’ang, de la editorial Hachette. La cuidadosa edición pasó la prueba del calor (y la del río). Hoy, a pesar de los daños, sin tapa y con algunas marcas de moho, sigue conmigo.

El poeta chino, Li Po.
            Así es como «Dinastías bajo el agua» nació, un poema tan cierto como todos los que integran Por encima de los techos. El juego con Li Po como con Dante y Virgilio en «Visitas»  no invalidan el dato real; pero hay otra historia posterior. Por aquellos días  hallándome en la cola para cobrar las ayudas a los inundados, colas que daban vuelta una manzana, hacían un nudo y seguían. En esas circunstancias, alguien tocó mi hombro, era una mujer, pobremente vestida, como todos los que estábamos allí, una desconocida para mí, me dijo: «Vio, Malatesta, la culpa la tuvo Li Po».  Supe entonces que toda posible teoría sobre la relativa importancia del lector quedaba, al menos para mí, desbaratada. No  había dudas de que el poema debe buscar su lector.

            Luego, entablando conversación, la mujer me contó que tenía en su casa un par de libros míos, además de la revistita del Arca del Sur. En realidad, la revista era lo único que le quedaba de mi poesía, ya que los otros libros ya no estaban más, en su barrio el agua había llegado por encima de los techos. Le di mi dirección, me visitó, le repuse los libros perdidos (mis ejemplares por suerte sobrevivieron en una caja encima del ropero) y alguno más. Nunca más la vi. Con cuántos he hablado tanto y hoy no los recuerdo, ni ellos a mí.

                                                                                 


Dinastías bajo agua



Tengo junto al horno
a los poetas chinos de la dinastía T’ang.
Secan sus páginas junto al calor mientras
numerosas son las dinastías
que esperan su turno,
y vastas también
aquellas que han perdido totalmente su esperanza
bajo el agua enlodada.
Li Po, se decía de él, escribía poemas
que con tinta fresca aún
arrojaba al río.
Alguien, ¿tal vez Li Po desde su luna?
arrojó un río sobre mi casa,
sobre mis libros y papeles,
para enseñarme tal vez
el valor perecedero
de todo papel.
Y todavía se ríe.


                                                        
Roberto Malatesta, en Por encima de los techos (Leviatán 2004)